Publicado el 18 de Julio del 2016 por resistenciaanimal.noblogs.org, con Giuseppe Bucalo, traducción del italiano al español realizada por Mad in México.
Nota editorial: Esta ponencia impartida por Giuseppe Bucalo nos resulta de gran interés, y nos parece necesaria el compartirla, ya que de manera muy clara el autor nos deja ver los cruces que se establecen entre la psiquiatría y las lógicas de opresión animal, trazando el modo en que ambas instituciones buscan reforzar los medios de control, por medio de los abusos y la opresión con tal de mantener una supuesta noción de normalidad, a partir de este texto nos podemos preguntar si es que hay diferencia entre aquellas prácticas que despojan a los animales no humanos de sus entornos y de sus comportamientos en función del beneficio humano y las prácticas coercitivas de la psiquiatría, incluso cuando estas se proponen como medio de sostener un bienestar común.
Texto del taller celebrado durante el XI Encuentro de Liberación Animal (2015). La transcripción contiene la ponencia de Giuseppe Bucalo y el debate posterior.
C: La práctica da lugar a puntos de vista muy interesantes. Por supuesto, nuestro interés es acercar las luchas, y es comprensible que B[1] utilizara la expresión “vuelos de la fantasía al agrupar la psiquiatría con la liberación animal, y de hecho este es un sentimiento común, porque cuando se agrupan dos campos diferentes, la primera percepción es la de un espejismo para encontrar un sincretismo entre dos campos. Y, de hecho, me doy cuenta de que en algunos círculos animalistas, la psiquiatría no se considera como aquí hoy, al igual que en otras luchas libertarias, el antiespecismo se siente como una forma de fundamentalismo estricto. Por supuesto, se trata de encontrar una razón común, un tema común en el origen de las diferentes formas de opresión para formar una especie de punto de partida con la esperanza de unir a la gente en diferentes formas de lucha y evitar los compartimentos estancos que, en mi opinión, pueden debilitar el equilibrio de poder en una eventual lucha. La razón común ya es esencialmente lo que expresó B., a saber, mantener a raya las razones de la disidencia.
Cuando la vida adquiere expresiones que no son compatibles con las razones de funcionamiento de una determinada estructura social y productiva, entonces surge la necesidad de mantener a raya. Así, la psiquiatría y las diversas opresiones son dos especialidades que, en conjunto, responden a esta necesidad. Hemos visto cómo en el caso de otras especies, con la domesticación, con el sacrificio o en todo caso con la recuperación de formas útiles para la explotación, se han implementado prácticas similares a las utilizadas en psiquiatría, es decir, la negación de la vida o en todo caso su reducción de formas útiles para el control.
En mi exposición, me he apoyado en dos palabras clave: la primera palabra es pharmacos y la segunda es psiquiatría. Pharmacos se traduce como “chivo expiatorio” y hace referencia a ciertos rituales, a cargo tanto de humanos como de no humanos, que, en otras civilizaciones, tenían por objeto propiciar diversos beneficios reales y concretos mediante una especie de pacto metafórico o metafísico para obtener más alimentos, paz, prosperidad en las cosechas, etc. Ya en estas prácticas veo una analogía: el compartir un mismo destino entre humanos y no humanos que debían ser sacrificados en aras del buen funcionamiento de un determinado paradigma, que entonces tenía esas características, hoy tiene otras, y aún tenía otras diferentes en épocas anteriores. En la época contemporánea la palabra pharmacos se asocia a la droga y, por tanto, también a los psicofármacos. Incluso los psicofármacos adoptan a menudo la misma praxis: negación de la vida, su reducción o recuperación en formas útiles de explotación. Consideremos también que el psicofármaco, entre los diversos tipos de drogas, es quizás el que garantiza mayores beneficios a la industria de la farmacéutica.
Y aquí también hay una analogía entre los seres humanos y los animales, el mismo sacrificio por las mismas razones. Piénsese en las diversas formas de experimentación con animales que se llevan a cabo para provocar determinados síntomas que luego se convierten en marcos diagnósticos con los que la llamada “ciencia psiquiátrica” enjaula, reduce, desvitaliza el conflicto o, si se quiere, el malestar de las personas. Y luego las diversas neurociencias, con experimentos cada vez más sofisticados y futuristas que sacrifican de igual modo a otras especies con el mismo fin, a saber, mantener a raya la vida cuando adopta formas incompatibles. Neurociencias en las que la química, la genética y la informática se superponen en formas que se califican de evolucionadas y futuristas.
La otra palabra clave, psiquiatría, se traduce originalmente como cuidado del alma. Considerando lo que la psiquiatría ha hecho a lo largo de su historia, sería paradójico utilizar esta expresión para referirse al cuidado del individuo. Más bien, la expresión sería más apropiada si se invirtiera: es decir, si se entendiera el alma como la esencia del paradigma social de referencia en el que la psiquiatría está encargada de su cuidado, en nombre del cual se sacrifica la vida, en sus diferentes expresiones.
Me gustaría leerles ahora un pequeño texto de “La República” de Platón, escrito en el siglo V a.C.: “Si hemos de tener en cuenta -respondí- lo que ya hemos admitido, es mejor que los mejores hombres se apareen con las mejores mujeres, tan a menudo como sea posible, y que los peores se unan con las peores lo menos posible. Para que el rebaño sea verdaderamente de raza pura, es necesario que se críen los líderes de los primeros y no los de los segundos. Y toda esta trama debe mantenerse en la oscuridad de todos, excepto de los gobernantes, si se quiere mantener al grupo de guardianes a salvo de la sedición“.
La palabra “eugenesia” se acuñó a finales del siglo XIX, principios del XX, pero me parece que estas palabras actúan como una especie de ante litteram de la llamada ciencia que más tarde daría lugar en ciertos contextos a toda una serie de prácticas. Incluso en la eugenesia, a fin de cuentas, ve un tipo de destino común entre los humanos y las demás especies. Incluso las propias palabras de Platón evocan este destino cuando dice “si la manada ha de ser verdaderamente criada”. En algunos contextos sabemos cuáles han sido las consecuencias de estas prácticas, véase por ejemplo en Suecia, donde se esteriliza a los gitanos, o como en Estados Unidos o Japón, donde se llevan a cabo campañas de esterilización contra diversos tipos de personas: presos, pacientes psiquiátricos, enfermos de enfermedades particulares o simplemente personas sin hogar, analfabetas e indigentes. En Italia no se llegó a estos extremos aunque durante el régimen fascista, cuando la ciencia psiquiátrica se estaba reciclando y consolidando bien, se iniciaron formas más bien capilares de vigilancia sobre el tejido social para identificar a las personas con potencial perturbador. Esto ocurría sobre todo en las escuelas para detectar potenciales adultos perturbadores entre los niños y asignarles programas didácticos y pedagógicos especiales diferenciados con la intención de recuperar lo que se consideraba malestar y destinarlos, cuando era posible, a trabajos serviles o, cuando no se consideraba posible, condenarlos a la marginación hasta el internamiento -practicando, de hecho, formas de eugenesia- e invirtiendo, en cambio, en aquellas expresiones humanas consideradas más funcionales.
En Alemania, por supuesto, este proceso alcanzó sus formas extremas con las prácticas bien conocidas. Recuerdo que los pacientes psiquiátricos fueron los privilegiados conejillos de indias de los primeros experimentos con cámaras de gas, así como de otras prácticas de experimentación psiquiátrica como el estudio craneal de la memoria lombrosiana. Estos pseudocientíficos pedían al régimen que les entregara a los opositores bolcheviques para realizar estudios antropométricos, otra derivación de la teoría de Lombroso, llegando incluso a practicar el electroshock, una práctica bastante truculenta hecha en Italia.
Esta práctica también se utilizó en los campos de concentración, como cuando se practicó a un grupo de mujeres empleadas en el departamento de sastrería de los campos que, como consecuencia de los extenuantes turnos, habían desarrollado poliomielitis. Tras el tratamiento, algunas de murieron, las supervivientes fueron enviadas de nuevo al trabajo. En este caso concreto, los funcionarios habían atribuido la epidemia de poliomielitis a una psicosis masiva y, por tanto, habían practicado el electroshock. Yo diría que, en la Alemania nazi, la práctica de utilizar el conejillo de indias humano para la llamada ciencia fue quizás la más clara y explícita. Recordemos, entre otros, los experimentos realizados con prisioneros de los campos obligados a beber sólo agua salada o a exponerse a la congelación. Evidentemente, todo esto recuerda a la experimentación animal, que se justifica por ser funcional al avance de la ciencia. Por tanto, yo hablaría también de eugenesia animal, de cruces y selecciones que siempre se han llevado a cabo, pero que hoy en día se están volviendo especialmente agresivos con el uso de OMG, la creación de virus en el laboratorio, la transferencia de ADN de un organismo a otro (probablemente la técnica más utilizada). El objetivo es garantizar un mayor rendimiento de los productos, pero también hacer más fiables los experimentos con animales, al tiempo que se da una especie de respuesta a las críticas lanzadas por el antiviviseccionismo científico. En todo esto veo los mismos conceptos subyacentes; es decir, se sacrifica, restringe o recupera la vida con el único fin de explotarla, como tradicionalmente en las granjas con la domesticación, y con las formas, consideradas futuristas desde el punto de vista de la ciencia, de experimentos científicos en ámbitos cada vez más inquietantes como la manipulación del ADN y los que posibilita el transhumanismo.
El otro día leí una presentación en una reunión que se celebra estos días en Venecia sobre la medicina de precisión, que, mediante un control cada vez más amplio, profundo y potente del ADN, tiene el objetivo declarado de poder personalizar las curas y que se presenta como una posibilidad de mejora a nivel farmacopeico para tratar los males y malestares humanos. En realidad, esta definición ya presenta herramientas evidentes para el uso y consumo del sistema de control. De hecho, en gran medida, esta práctica opta por un análisis, un escaneo del ADN con la posibilidad de extraer incluso información en profundidad sobre los hábitos de las personas, incluso sobre sus sentimientos. En resumen, vemos cómo la ciencia se apropia progresivamente de herramientas para aumentar el control, sacrificando aún la vida.
La manipulación genética extrema aún no se ha llevado a cabo en humanos, pero ya se nos informa recurrentemente de una transición deseable, previendo primero su uso en otras especies y luego en humanos. Tal vez la transición aún no se haya instruido programáticamente, pero, de hecho, ya la vemos en uso en otros contextos. Una práctica que tendría como secuela, para quienes ejercen la dominación, la posibilidad de apropiarse de nuevas y poderosas herramientas y perspectivas con las que, una vez más hacerse con el control de la vida de humanos y animales. Por cierto, como B también dijo antes, la práctica de la experimentación psiquiátrica en humanos, de hecho, siempre se ha llevado a cabo, constituyendo una poderosa herramienta con idénticos objetivos.
P: Un aspecto muy interesante de la antipsiquiatría es el que se refiere a las relaciones que propone establecer con las personas comúnmente definidas como “dementes”. Estas relaciones tienden a valorar al otro como tal, como individuo humano, y no porque corresponda a ciertos criterios de normalidad dictados por el contexto social imperante. Los motivos y estilos de vida de los “normales”, según la antipsiquiatría, deben tener el mismo valor que los de los “locos”, incluso cuando estos últimos parezcan absurdos o incluso peligrosos. Sólo así pueden construirse relaciones absolutamente igualitarias que no pueden existir entre un paciente y un psiquiatra, entre un enfermo y una persona sana. Este último tipo de relaciones son análogas a las que construye la sociedad civilizada con respecto al mundo natural y salvaje, que de hecho considera a todo ser vivo subordinado y funcional al ser humano y no reconoce a los animales, las plantas y los entornos como individuos con valor como tales, aunque difieran en su forma y manifestación.
Creo que también puede ser interesante considerar estas reflexiones en algunos círculos antiespecistas que ven a los animales como seres indefensos a los que hay que salvar y defender y no como sujetos explotados por el mismo sistema que explota y enjaula a todos. La utilidad de esto radica en desquiciar esos modelos de pensamiento impuestos con los que se abordan tantas situaciones y a veces incluso luchas; en este caso hablamos de la relación asistencialista, que es también con la que en el mejor de los casos se aborda la “locura”, de la que fácilmente surge una relación de poder entre indefenso y salvador.
Este dualismo de las relaciones (sano enfermo, bien mal, explotado explotador, indefenso salvador, normal diferente…) representa siempre una relación de poder porque fuerza y polariza en sólo dos dimensiones todas las posibilidades de manifestar y compartir las facetas propias, a menudo imprevisibles y a veces conflictivas.
Para volver a situar el razonamiento en un contexto más concreto, creo que estas reflexiones son importantes porque las luchas que todos llevamos a cabo son contra la discriminación, la explotación, la dependencia y la prevaricación, por tanto, contra diversas formas de poder, y hoy el poder ya no opera sólo de manera coercitiva, sino que se vehicula a través de relaciones nacidas de estructuras mentales impuestas. Luchar contra el poder, creo, significa oponerse como siempre a la coacción, pero también atacar a aquello que se hace vehículo y creador de estos modelos de pensamiento: la ciencia, por ejemplo, es la religión laica del futuro que, a través del método de demostrar lo verdadero y lo falso, impone el valor del dualismo de las posibilidades de la máquina, pero no de lo vivo. Por último, creo que también hay que prestar mucha atención al contraste personal de estas estructuras mentales de las que todos somos portadores porque estamos inmersos en un contexto social extremadamente omnipresente.
Hoy en día, no sólo estamos limitados en nuestros actos, sino también en nuestro pensar, sentir y en la perspectiva misma de una vida libre. Redefiniendo e identificando el origen de esta limitación impuesta por el sistema, creo que es fundamental destruirla y al mismo tiempo construir espacios liberados y vitales.
E: A mí me viene a la mente un paralelismo entre la anécdota del pobre tipo al que privan de todo contra su voluntad y la osa Daniza en Trentino, que, como era un problema para la sociedad humana, que no era lo bastante flexible como para convivir con la osa, decidieron encerrarla. Durante la fase en la que la osa fue narcotizada antes de su captura, ocurrió que murió; según sus asesinos, nuestros oponentes, esto ocurrió debido a la inexperiencia de los técnicos encargados de narcotizarla. En nuestra opinión, este es un crimen que como tantos otros se están cometiendo en este mundo nuestro.
Sin embargo, quería conocer su opinión sobre Cinico TV, la obra de Ciprì y Maresco. Estos directores palermitanos dejan mucho espacio en sus programas a la animalidad, a la bestialidad de las personas, produciendo también algunos sketches muy interesantes desde el punto de vista de la sátira social. Al fin y al cabo, se trata de “locos” cuyo lado más bestial se pone de relieve: ahí está, por ejemplo, Rocco Cane que, en un entorno degradado, hace el amor con todo, o el profesor Giordano que se identifica con el estiércol. ¿Qué puede decirnos al respecto?
Bucalo: En Cynical TV intentas describir a la gente en determinados contextos para decir otra cosa con sólo hacerla entender. Creo que esto es representativo de la cultura siciliana y en este sentido va mi libro Dietro ogni scemo c’è un villaggio (Detrás de cada idiota hay un pueblo), en el que se argumenta que las formas de considerar a las personas dependen del contexto social en el que viven. Esta manera de hacer las cosas da lugar a todo tipo de caricaturas. Me viene a la memoria el ejemplo de algunos jóvenes que han venido a hacer servicios comunitarios en nuestro centro y que, por tanto, no están allí por motivos ideológicos, sino por los 400 euros al mes que les concede el Estado; están aprendiendo mucho de la confrontación con nuestros huéspedes, sobre todo los más imaginativos. Así pues, privilegiando lo que concierne a la escucha del otro en detrimento de convenciones y clichés que la sociedad transmite, incluso yendo más allá de las caricaturas, lo que emerge es una gran profundidad de los psiquiatras. Esto contrasta con la superficialidad y suficiencia de los comisarios. Sin duda es algo maravilloso ver cómo estas personas desarrollan teorías, filosofías y grandes pensamientos inspirados en sus experiencias. Los psiquiatras, en cambio, parecen muy pequeños ante tanta complejidad, porque lo que consiguen producir es sólo control y su forma de tratar las experiencias ajenas es reducirlo todo a síntomas. Estos falsos médicos no se dan cuenta de que no son enfermedades lo que tratan, sino materia viva que produce grandes manifestaciones de creatividad. De hecho, son muchos los artistas que han destruido con su tratamiento. El papel del psiquiatra puede por tanto reducirse a simple burócrata o contable de la psique, el psiquiatra en cambio es un cuerpo palpitante que podría ponernos en contacto con realidades humanas muy importantes. El principal crimen de la psiquiatría es, de hecho, impedirnos entrar en relación con estas realidades y otras formas de conocimiento arrojándolo todo al enorme agujero negro de la patología. La actitud común hacia estas personas no se limita a tratarlas mal, sino que cierra cualquier camino humano que nos llevaría a aprender de ellas.
Hoy en día, cuando una persona se encuentra con una experiencia no ordinaria, se siente perdida, desconcertada y temerosa porque en nuestro contexto cultural no se habla de estas situaciones. Todo queda relegado y degradado a lo patológico y técnico. Mirando la cuestión desde el punto de vista de los que nota que ve cosas que los demás no ven u oye cosas que los demás no oyen, la primera reacción es el susto y el miedo a ser tratado de “loco”. Una experiencia diferente que podría ser comunicada al mundo para enriquecerlo se convierte en terror a una emoción o experiencia y terror también a las represalias de la sociedad. El genocidio operado por la psiquiatría consiste en anular reflexiones, expresiones, emociones que podrían ser útiles no sólo para quien las expresa sino también para quien las escucha.
En estos 30 años he aprendido mucho de los psiquiatras, he tenido experiencias muy intensas; enterrar a estas personas en manicomios u OPGs[2] significa también enterrar el conocimiento como conocimiento del mundo y de uno mismo. Si la psiquiatría, que nos enseñó a tener miedo, no hubiera existido en los últimos 200 años, tal vez ahora podríamos relacionarnos con más experiencias que podrían darnos más conocimiento y más plenitud. Creo que este es el peor lado de la psiquiatría, incluso peor que lo que hace físicamente a las personas.
F: Creo que realmente hay muchas intersecciones entre la antipsiquiatría y la cuestión animal, y las noto concretamente en mi experiencia diaria en las perreras donde trabajo. Una tiene que ver con las posibilidades de relacionarse con las formas de sentir de los demás que la psiquiatría excluye, y que creo que es muy probable que ocurra también con los perros: en las perreras se encierran animales a los que, por diversas razones, se les asigna el papel de parias y se les etiqueta como malos, agresivos, hiperactivos, fóbicos. De hecho, los identificamos por comportamientos que interpretamos a través de códigos propios del mundo humano y llamado “normal”, pero esto nos impide entrar en contacto con su mundo y su interpretación de la realidad de un mundo que compartimos. Creo que podría ser muy útil relacionarnos con la evidente diversidad de los perros para comprender este mundo nuestro y comunicarnos, como humanos incómodos, con nuestros congéneres, que con demasiada frecuencia están mucho más lejos que un perro callejero. Esto, sin embargo, sólo podría ocurrir haciendo lo contrario de lo que la sociedad suele inducirnos a hacer: sugiere excluir, apartar, controlar la diversidad en lugar de relacionarnos con ella.
Otra cuestión interesante sobre la que reflexionar es la actitud pietista y compasiva que la sociedad civilizada muestra hacia quienes eligen vivir de formas que considera inconcebibles. Le resulta muy difícil aceptar la diversidad desestabilizadora, por lo que reconduce la relación con seguridad a una dinámica de poder en la que lo que cuenta es un solo punto de vista: el humano, normal, sano, democrático, que concede asistencia al inferior… Con los perros nos comportamos la misma manera, basta pensar en la forma en que miramos a un vagabundo: más o menos la forma en que percibimos a la persona antes mencionada que elige estar de pie 10 horas bajo la lluvia. Por tanto, creo que la forma en que la gente suele interpretar estas situaciones sólo refleja su visión antropocéntrica y “normocéntrica” del mundo.
Otra consecuencia de este método antropocéntrico que tienen las personas de vivir las relaciones con los perros es convertirlos en instrumentos de identificación humana: mediante una selección eugenésica de estos animales y de su comportamiento, los humanos llevan a los perros a expresar una representación de sí mismos a través de la forma en que los “construyen” y el modo en que los utilizan.
Al oír los gritos de dolor que salen de los lugares de concentración que son las perreras, siempre he sostenido que éstas se asemejan a prisiones. Toda la organización interna está construida para responder funcionalmente a las necesidades de contención del manipulador. Las perreras también se parecen mucho a los “hospitales psiquiátricos”, en los que el deseo sincero de acercarse a los demás (perros o reclusos) se expresa a menudo con la actitud autoritaria asistencialista típica de estas instalaciones. Así pues, otra analogía con el mundo psiquiátrico se encuentra en la profunda similitud entre los manicomios y las perreras. Ambas instalaciones están diseñadas para internar a sujetos que no pueden integrarse o que no han querido integrarse. En las perreras, los animales no son encerrados porque algún paladín de la justicia los haya salvado de los malos tratos que han sufrido por parte de sus “dueños”, sino porque sus formas y maneras de expresarse son percibidas por como el resultado de un problema; de hecho, ocurre muy a menudo que la gente acude a las perreras alarmada por el hecho de que sus perros muerdan, ¡como si su manera de comunicarse fuera sintomática de alguna forma de patología!
Me gustaría en este punto mencionar una dificultad que tengo a la hora de abordar ciertas situaciones conflictivas los perros porque creo que puede poner de manifiesto los miedos que esta sociedad nos induce a tener y que nos llevan a legitimar y demandar instrumentos como la psiquiatría y la contención animal. Siempre he intentado no interpretar el comportamiento conflictivo de los perros como una enfermedad y lo he hecho tratando de relacionarme con ellos, desplazando así el plano de análisis del problema de la dimensión antropocéntrica habitual. Todo ello con el fin de encontrar un encuentro sin categorizar al animal en función del comportamiento que se juzga peligroso o desviado. Además, aunque creo que algunas de las herramientas que aporta la cinofilia[3] para comprender a los perros pueden ser útiles, desconfío de su vocación pedagógica, que tiende a querer formar al perro como un “buen ciudadano” que pueda aspirar a desempeñar un papel predeterminado en esta sociedad. Por eso creo que ciertos comportamientos caninos deben interpretarse como simples conflictos o dificultades para establecer relaciones entre nosotros y ellos; para ello también podemos aprender a no personalizar una mordedura, a no verla como un momento puntual sino como una situación en evolución. En la gran mayoría de los casos haciendo esto se puede establecer una relación que también incluye los momentos normales en los que uno recibe algunos golpes. Sin embargo, a pesar de este compromiso, hay situaciones en las que es difícil manejar un conflicto muy acalorado. La experiencia que relato es la de un perro corso de 45/50 kg llamado Cavour: con él fue muy difícil manejar una dificultad que le llevó a morder. De hecho, su actitud resultó ser un verdadero atentado contra la vida de cualquiera que se le acercara. Llegados a este punto, no supe qué más hacer que aceptar una supuesta terapia farmacológica. En las perreras existen diversas sustancias, la más utilizada es la Fluoxetina. La finalidad de este fármaco, cuyo uso justifican los especialistas, no es solucionar ningún problema, sino rebajar la reactividad y agresividad del perro para que pueda entablar algún tipo de relación que, de otro modo, se vería imposibilitada por el conflicto. ¿Qué opina al respecto?
Bucalo: También en psiquiatría se acostumbra a justificar el uso de fármacos de la misma manera: se administran para poder encontrar una relación. Entre los psiquiatras se oye a menudo que es “inútil hablar con un loco si no está sedado”.
En cuanto a las situaciones de conflicto que mencionas, puedo intentar aportar algunas reflexiones nacidas de mis propias experiencias. Creo que en ciertos casos hay que considerar 2 variables importantes en la relación en la que hay un conflicto: una somos nosotros, es decir, una de las dos partes en conflicto, y la otra es el contexto. Hay que preguntarse: si hubiera habido otra persona en este conflicto, ¿se habría producido de todos modos? En cuanto al contexto, hay que tener en cuenta que tanto los perros como los humanos reaccionan de forma diferente en función de las situaciones que viven. Por lo tanto, una variable fundamental es el factor humano que desencadena el conflicto. Por ejemplo, a mí me ha ocurrido en varias ocasiones que personas bien dispuestas y tranquilas conmigo se mostraban violentas y agresivas cuando se enfrentaban a otras. Al abordar estas situaciones, surge una actitud típica de la psiquiatría: la convicción de que el juicio sobre los “pacientes” no es el resultado de la interpretación del psiquiatra, basada en sus experiencias y sensibilidades, sino que representa un hecho objetivo que tiene valor de norma. Por lo tanto, creo que cuando nos situamos en relación con una persona como un perro, debemos considerar que entra en juego una subjetividad nuestra que se inserta en un contexto determinado y que en otro sería percibida y tratada de forma diferente.
La otra cuestión se refiere a las drogas y su uso. En primer lugar, hay una cosa que siempre se puede hacer con las personas y quizás no con los perros: una negociación sobre si hay que calmarse o no. Luego, en lo que respecta específicamente al uso de drogas, soy crítico con su prohibición total por parte de algunos círculos antipsiquiátricos, también porque en la práctica existe en cambio un considerable “posibilismo” para otro tipo de sustancias psicoactivas. Creo que puede haber un uso antipsiquiátrico de las drogas.
En primer lugar, está el factor de la elección: ¡es muy diferente ser libre de tomar una droga o no estar obligado a tomarla! Otra cosa es la finalidad con la que se toman o administran. En el caso de los conflictos acalorados antes mencionados, la psiquiatría afirma que se producen porque una persona está enferma y no tiene motivos para enfadarse porque sus razones carecen de fundamento. La psiquiatría también afirma que se trata de un juicio objetivo, por lo que administra fármacos para curar una desviación. Lo que es muy diferente, sin embargo, es aceptar las razones de la persona enfadada y ver el fármaco no como curativo sino como funcional para conseguir un resultado concreto. Permítanme explicarme mejor a través de la experiencia que tuve con una persona que pidió expresamente un sedante porque quería calmarse, no porque no tuviera motivos para estar enfadada, sino simplemente porque no quería que su enfado la llevara a hacer cosas de las que luego se arrepentiría. Por lo tanto, un uso aceptable de las drogas podría tener los mismos fines que algunas personas utilizan las anfetaminas para estudiar y otras la marihuana para relajarse. Se trata de un propósito que sigue considerando al individuo dentro de un contexto de sentido, sin decretar las razones de la persona como carentes de sentido ni considerarlas sin sentido.
Los psiquiatras suelen argumentar que cuando una persona rechaza el tratamiento, no acepta el hecho de que tiene un problema, que de hecho es el primer paso para salir de cualquier crisis; de hecho, quienes rechazan el “tratamiento” no suelen aceptar el hecho de estar enfermos: ¿quién aceptaría tomar una sustancia para tratar una afección sobre la que alguien ya ha decidido que las experiencias, emociones y sentimientos personales relacionados con ella no existen o carecen de fundamento?
Me gustaría retomar el tema de los contextos en los que se desarrollan los conflictos; antes decíamos que muchos comportamientos que comúnmente se consideran síntoma de enfermedad mental son en realidad formas diferentes que las personas utilizan para enfrentarse a los demás y a las situaciones, y que algunas manifestaciones personales dependen estrechamente de estas dos variables. Para construir el trabajo en nuestro centro partimos precisamente de este principio: nos organizamos en grupos para que cada huésped pueda relacionarse con diferentes personas y lo que hacemos es intentar dar a todos la posibilidad de moverse libremente en el tejido social. De este modo esperamos que cada uno pueda buscar y encontrar las relaciones que mejor se adapten a su carácter. En todos los campos de concentración, la gente se ve obligada a relacionarse sólo con unos pocos, ¿y si no pueden encajar nadie? ¿Y si no encuentran a nadie que les comprenda? Suele ocurrir que las enfermedades se diagnostican precisamente porque los psiquiatras no entienden a las personas que tienen delante. La tragedia es que, debido a esta incomprensión, muchas vidas cambian y se destruyen irreparablemente.
A este respecto, me gustaría contar una anécdota: sucedió una vez que una chica de un barrio de Catania estaba en un ambulatorio psiquiátrico para una visita, primero tuvo una entrevista con el psiquiatra y luego con el psicólogo. Cuando llegó al psicólogo se dio cuenta de que no paraba de reírse y le preguntó por qué. Ella respondió se reía del “médico” con el que había hablado antes porque le parecía una paradoja absurda que le preguntara si estaba nerviosa mientras él gesticulaba excitado, fumaba un cigarrillo tras otro con las manos temblorosas y de vez en cuando se trababa al hablar debido a un tartamudeo ansioso. La persona con la que había hablado la chica era el psiquiatra encargado del ambulatorio y puedo confirmar la descripción que dio porque conozco a la persona. El problema es que ese día el psiquiatra había escrito en la historia clínica que “el paciente presenta risa inmotivada”. La risa inmotivada en psiquiatría es un síntoma de alucinaciones auditivas, que a su vez son un síntoma de esquizofrenia, y cuando se diagnostica, uno pierde automáticamente todos los derechos civiles, se le juzga demente…. En otras palabras, esa chica arriesgó su vida sólo porque se río del comportamiento gracioso de su psiquiatra.
Lo que siempre hemos tratado de contrarrestar es precisamente el hecho de que en psiquiatría toda la vida de una persona se juega en una relación que logre o no establecer con otra; hay infinidad de variables que se dan en el desarrollo de una relación y que llevan o no a entenderse, por lo que no es posible que una persona haga como oficio lo que hace para entender a los demás. En las relaciones humanas no se puede establecer a priori si uno va a entender al otro o si va a poder ayudarle con algún problema, estas cosas si ocurren uno ve los resultados sólo después de haberse encontrado, hablado, conocido, ¡no antes! ¡Nadie debería tener el poder de decidir sobre la vida de los demás basándose en un papel que no tiene fundamento! No es seguro que un psiquiatra entienda al “paciente”, pero es seguro que influirá sustancialmente en su vida.
Había una historia que Laing contó una vez: le preguntaron si la psicoterapia funcionaba y él respondió irónicamente que sí. Entonces contó una vez que una señora le estaba contando todas sus penas y tensiones y él, como no quería escuchar toda esa negatividad, se puso a pensar en otra cosa. De repente le vino a la mente un chiste que le habían contado y se echó a reír. La señora le miró asombrada, pero enseguida le dijo que, en realidad, le iría mucho mejor si empezara a tomarse menos en serio a sí misma y aligerara un poco el peso de sus angustias. He puesto este ejemplo para demostrar que el hecho de que la relación entre dos personas pueda ser útil o no para una de ellas sólo puede saberse después del encuentro y esto ocurre a menudo por pura casualidad.
La antipsiquiatría se opone al poder que tienen los psiquiatras de decidir la vida de los demás sobre la base muy arbitraria y variable de las relaciones humanas; basta con que el psiquiatra no establezca una relación porque tal vez esté enfadado o se sienta mal para condenar a las personas a una vida como un paria, ser discriminado, prohibido y sedado. ¡Nadie debería tener tanto poder! Las personas que viven situaciones de crisis deben poder entrar en relación con quienes puedan ayudarles de algún modo y, si esta relación no conduce a nada, deben poder buscar su dimensión con otras personas y en distintos lugares. El caso de la persona que encontró esta dimensión en la panadería del pueblo es emblemático en este sentido: al tener libertad para moverse y encontrarse con diferentes situaciones encontró por sí misma la solución a sus problemas. Creo que nadie debe encontrar soluciones por los demás, sino que, a ser posible, hay que asegurarse de que todo el mundo pueda moverse y encontrarlas por sí mismo. Todos deberíamos acostumbrarnos a aceptar que los demás encuentren los caminos más congeniales a sus propias necesidades, aunque éstas no sean compartidas por nosotros, y también a aceptar que los demás puedan vivir de forma diferente a nuestros modelos. De hecho, ocurre con demasiada frecuencia que la violencia o la prevaricación entre las personas se producen porque algunos quieren que los demás hagan o sean lo que ellos creen que está bien que hagan o sean.
Siempre he pensado que la psiquiatría es la matriz de tantos otros poderes porque es una forma profunda y sistemática destruir completamente a un ser humano. Creo que la cárcel es casi mejor porque al menos a un preso se le da alguna forma responsabilidad por las acciones que ha cometido, al menos se le da algún valor. Un psiquiatrizado no tiene ningún valor y nada de lo que hace o dice tiene ningún valor: sólo está enfermo. Por lo tanto, el problema de la psiquiatría no se encuentra en sus acciones violentas o coercitivas, sino en el concepto mismo de enfermedad mental, que aniquila a las personas hasta la médula. Recuerdo una visita al OPG[4] en la que la situación era tranquila: el personal, todos voluntarios, intentaba comportarse humanamente con los internos. Estábamos en la mesa comiendo helado y, de repente, una mujer se levantó y empezó a gritar diciendo que por fin había visto la luz, ¡que la había encontrado! Lo único que acertó a decir un voluntario que estaba a su lado fue: “sí, sí, bien, ahora siéntate y termínate el helado”. Ahí, en ese momento, esa persona tuvo probablemente una de las experiencias más importantes de su vida y eso no tenía ningún valor para nadie, lo importante era que se sentara y se terminara su helado. ¡No hay nada peor que se le pueda hacer a un ser humano que vaciarlo de su valor!
F: De hecho, hablando de paralelismos y puntos en común, y en referencia al experimento que hiciste en la localidad de Furci Siculo, se me ocurre un proyecto interesante que podría ser ir a lugares donde todavía hay perros en libertad y cuidar su relación con la población tratando de promover una puesta en común de los problemas y planteando, aunque aquí estemos en una esfera incluso distinta: la de la diferencia de especie, como una especie de mediador cultural y no como una figura que interna, cuida, encarcela, contiene.
Bucalo: Por supuesto, también lo ha explicado antes A, el hecho de que debemos erigirnos en traductores de diferentes idiomas en términos que todo el mundo pueda entender. Como grupo antipsiquiátrico de Sicilia, estamos haciendo algo que nunca habíamos hecho antes: estamos adoptando un perro. Es algo nuevo e inusual para nosotros, pero este perro nos fue descrito exactamente de la misma manera en que nuestros huéspedes generalmente nos describen: molestaba a la gente del pueblo de la misma manera en que nuestros huéspedes generalmente molestan a la otra gente del pueblo. Así que inmediatamente pensamos que este perro era uno de los nuestros. Y, efectivamente, lo es. El trabajo fundamental es un tipo de mediación que permite crear lagunas de sentido que necesitan ser mediadas y que ya no deben ser llenadas por la típica humanización de los animales o bestialización de los humanos, sino por espacios que promuevan el justo sentido y valor de las diferencias. En otra ocasión ocurrió que bajando del Etna con un amigo amante de los animales nos cruzamos en medio de una carretera con una perra que había parido recientemente y parecía muy desorientada. Hubo una discusión sobre si llevárnosla o no; cuando nos dimos cuenta de que iba acompañada de otro perro callejero que parecía muy guapo y confiado y que parecía ser su compañero, la dejamos allí. Una vez que llegamos a la asociación, lo volvimos a discutir entre mil dudas y sentimientos de culpa, y durante los días siguientes volvimos al lugar a buscarla, llevándole comida y agua. La encontramos en mejores condiciones y aún con el habitual perro callejero que rondaba a su alrededor y parecía ser un punto de referencia para ella. Entonces pensamos, como solemos hacer con los inadaptados humanos con los que nos cruzamos, que aquella era la situación adecuada para ella, que había encontrado su camino y la ayuda que necesitaba en otro perro más experimentado que probablemente llevaba más tiempo que ella en la calle y que sabía con más confianza cómo comportarse y adónde ir. A veces incluso volvíamos a verla. Esto me hace pensar en el hecho de que, en cambio, muchos defensores de los derechos de los animales, cuando se enfrentan a estas situaciones, recogen al perro y se lo llevan a casa o a una perrera. Intentar superar el prejuicio de que un perro callejero está enfermo es importante, igual que es importante que intentemos ayudar a las muchas personas sin hogar que quieren quedarse en la calle, pero quizá necesitan una ducha o una comida caliente de vez en cuando.
G: Quiero decir que, en mi opinión, este debate no fue del todo bien porque hubo demasiados discursos largos y esta no es una forma libertaria de celebrar una asamblea. Además, hay muchas personas que se sintieron excluidas y sería bueno que ahora tuvieran la palabra.
H: Quería preguntarle, a la luz de los graves sucesos ocurridos incluso en los últimos meses a personas fallecidas por OTS[5], que además han sido difundidos por televisión y en los telediarios, ¿no se ha dado cuenta de que ciertas comportamiento es erróneo, extremo y absurdo. ¿Ha cambiado algo en la práctica psiquiátrica desde estos acontecimientos?
Bucalo: Por desgracia, no. No hay conciencia y ni siquiera un atisbo de conciencia. Todo el mundo sigue hablando como si lo hubiera entendido todo, como si ya tuviera las respuestas y las explicaciones para cada caso. La realidad es ésta. No hay advertencias de que el paradigma psiquiátrico está en crisis.
Nadie dice: quizá nos hemos equivocado, quizá no lo hemos entendido bien. Lo que siguen diciendo es que saben perfectamente qué conducta médica aplicar, sin ningún atisbo de autocrítica. Los sucesos graves que ocurren se descartan como efectos secundarios o se hacen pasar por negligencia personal de alguien que no hizo bien su trabajo. En cambio, ocurre exactamente lo contrario. Se sigue persistiendo en actitudes disfrazadas de cientificidad, cuando en realidad no hay nada de científico y ni siquiera se sabe de qué se está hablando. Se debería poder hablar de estos temas libre y largamente, en cambio se tiende a cerrarlos rápidamente, a estigmatizarlos como temas impropios y a cerrar la boca, en nombre de la ciencia, a quien quiera plantearlos y cuestionarlos.
R: Un tema que sería interesante comprender es el de la rebelión (o resistencia) los psiquiatras, también porque está ligado a la resistencia animal. A este respecto, usted ha mencionado antes que en los países anglosajones nacieron asociaciones (que incluían a los familiares) con el objetivo de aportar apoyo y ayuda a las personas que se rebelaban contra las prácticas psiquiátricas, mientras que en Italia esto nunca sucedió, al menos hasta el nacimiento del movimiento antipsiquiátrico. ¿Cómo se explica esto?
Bucalo: Digamos que en los países anglosajones, así como en Alemania, saben hacer de la enfermedad un arma, es decir, todas las personas diagnosticadas de una determinada manera, se unen y se organizan para tener más fuerza y reivindicar sus derechos, como los movimientos de antiguos alumnos y usuarios, mientras que en Italia no existe esta cultura. Además, en nuestro país, los pacientes son deliberadamente clasificados cada uno con su particularidad, su propia categoría muy específica que es difícil compartir con los demás. En nuestras prisiones ha habido, a lo largo de los años, diversas luchas reivindicativas…
En los manicomios, donde las relaciones son difíciles, extremadamente desequilibradas (piénsese que a veces sólo hay dos enfermeras para setenta pacientes) y fragmentadas, nunca hemos oído hablar de un motín o de una protesta, ¡nunca! Ni siquiera por parte del personal, porque la razón es que en estos centros cada uno tiene su propia experiencia y sus problemas específicos. Esta situación se agravó en Italia cuando surgió la Psichiatria Democratica, mientras que en los países anglosajones no existe.
En otros países fueron los estudiantes de psiquiatría, los usuarios y los familiares los que se unieron y organizaron, en el nuestro fueron los psiquiatras los que se erigieron en paladines y representantes de los pacientes “pobres”. Por lo tanto, si ahora existen asociaciones o redes de usuarios de psiquiatría, en realidad todas están coordinadas y seguidas por los propios psiquiatras.
Incluso ahora han inventado un proyecto, al que se le ha dado mucha visibilidad y se hace pasar por innovador: la figura del experto por experiencia, es decir, el UFE – Usuario o Familiar Experto. Un proyecto que dicen que es muy democrático y atento al itinerario terapéutico y que, trabajando junto al psiquiatra, debe acompañar a los usuarios a seguir ese itinerario. En realidad, ¿qué hacen? Toman al usuario más encuadrado, el más fiel al psiquiatra, y lo utilizan como testaferro para “conquistar” a los usuarios más refractarios. De hecho, es más convincente enfrentarse a una persona que ha tenido los mismos problemas que tú y que te dice ‘Mira, yo me curé y ahora estoy bien, estoy aquí. Confía en mí”. De esta forma, el personal pasa por democrático, porque meten a un usuario dentro, aunque la persona elegida no tenga poder de decisión ya que estas instalaciones siempre quedan en manos del médico, ¿y qué hacen además? Incluso lo pagan, aprovechando el tema de los ingresos (que siempre es una incógnita) atan a esta persona al departamento de psiquiatría de por vida. En definitiva, han creado un mecanismo perfecto por el que desde fuera todo el mundo aplaude el proyecto, porque incluso ponen al frente del mismo a un representante de los usuarios, cuando en realidad el objetivo es precisamente ocuparse de las personas más refractarias al tratamiento. No hay ningún usuario experto, incluso teniendo en cuenta que éste, la mayoría de las veces no tiene en cuenta el trabajo de los demás operadores. Además, no se crea la alteridad necesaria para una confrontación constructiva. Este proyecto se lleva a todas partes, recibiendo los hosannas[6] de todo el mundo, como si fuera una gran revolución, cuando en realidad sólo mistifica las cuestiones y no hace más que democratizar el control. Toda la psiquiatría es una mistificación continua de la realidad.
En los años 70, los Basaglianos citaron un anuncio para la construcción de un nuevo manicomio, en el que se indicaba que las rejas de las ventanas debían ser lo más “artísticas” posible para no hacer creer a los internos que estaban en una cárcel. Lo citaban para subrayar la evidente mistificación del manicomio, que a todos los efectos era una cárcel, pero debía parecer otra cosa. Lo mismo está ocurriendo ahora, la psiquiatría actual utiliza fármacos en lugar de una camisa de fuerza cuando en realidad son mucho más deletéreos y destructivos. La inyección se llama “inyección” y se administra cada veinte días… ¿qué es eso? En realidad, una
inyección de larga duración es algo mortal. Cada vez se desarrollan más técnicas que, desde un punto de vista externo, parecen absolutamente normales y aceptables y esto también se debe a que es nuestra mala fe que todavía necesitemos creer en el cuento de hadas de que hay enfermos, que hay curas y que el objetivo es curarlos. Entonces, quizá dentro de veinte años, como hicimos con los manicomios, nos maravillaremos de la existencia de departamentos psiquiátricos y picaduras.
Hoy, sin embargo, todos seguimos queriendo creerlo, contra toda lógica. Siempre digo: “No acepten todo lo que digo tout-court[7], ¡pero la duda sobre la legitimidad de las prácticas psiquiátricas debe llegar!”. La psiquiatría no puede seguir, después de 100 años, ¡haciendo las mismas cosas! La psiquiatría siempre ha tenido razón y otros siempre se han equivocado. Tenía razón sobre la lobotomía, los electroshocks, los manicomios, Serenase[8]… los otros ni siquiera podían elegir. Permanecieron en manicomios y sufrieron todo esto no porque estuvieran enfermos, sino simplemente porque las puertas estaban atrancadas.
El ejemplo del manicomio también es paradójico porque, tras treinta años de confinamiento, se decidió que todas las personas que estaban allí tenían que salir. Se decidió que era justo que salieran. Me contaron que había personas que se aferraban a las puertas porque querían quedarse allí, en el manicomio, después de una vida pasada allí. Ese era su mundo y estaban aterrorizados, con razón, de lo que encontrarían fuera. Les obligaron a salir. Un señor que me había impresionado mucho cuando tuve mi experiencia en el manicomio estaba atado a su cama en 1962, cuando yo nací. En su expediente médico, que leí en persona, estaba escrito que una noche se había levantado y había desatado a todos los que estaban en su habitación. El psiquiatra que había elaborado el expediente escribió precisamente estas palabras: “A la pregunta de por qué había desatado a los demás pacientes -ya el hecho de formular esta pregunta debería suscitar inquietantes interrogantes-, el paciente respondió: ‘No soporto verlos así’. Era necesario inmovilizarle”. Esta respuesta era, para el psiquiatra, alucinatoria, absurda, delirante, por lo que había que atarle. La misma persona, atada a la cama, fue desatada al cabo de 10-12 años sin que él lo pidiera, porque una ley había establecido que no era correcto atarla. Esta persona nunca pudo opinar sobre sus derechos. Una persona a todos los efectos sin ningún derecho. Algunas personas incluso pidieron ser atadas y no lo fueron. Esto se debía a que siempre eran otros los que decidían qué hacer y qué no hacer. Igual que otros decidían cuándo dejarles salir y cuándo no.
A la mayoría de los internos que sacaban de los manicomios, los metían en casas donde encontraban las mismas enfermeras que había en el manicomio. Esta fue la superación de los manicomios y lo mismo podemos decir ahora con respecto a la superación de los Hospitales Psiquiátricos Judiciales, los OPG[9].
Aparte de que los actuales REMS -Residencias de Ejecución de Medidas de Seguridad- se parecen mucho a los OPG, ahora también hay financiación del Ministerio de, llamados “presupuestos sanitarios” (en Sicilia, por ejemplo, se habla de 20.000 euros por persona durante dos años) para destinarlos a esos proyectos de integración social de las personas que han estado allí encarceladas. Las personas en cuestión, las que yo conozco, y a las que resulta que los demás llaman muy imaginativas, querrían simplemente tener un hogar, vivir allí tal vez con otras personas y tal vez ser atendidas por los servicios sociales, pero no quieren saber nada más de psiquiatras. Todos ellos. Quieren decidir por sí mismos y tienen planes más que sensatos. Así que no están tan locos. Propusimos darles esos 20.000 euros, como compensación por estar encerrados, para que decidan por sí mismos cómo utilizarlos. En cambio, ¿qué está ocurriendo? Te pongo un ejemplo: una fundación de izquierdas, que también presume de su idea, ha conseguido casi cuatro millones de euros del Ministerio de Gracia y Justicia para sacar a 56 personas de las OPG con un proyecto que dicen innovador, es decir, comprometiéndose a cuidar de esas 56 personas durante los próximos 30 años y pidiendo a cambio 70.000 euros por persona (equivalente a la posible manutención de dos años por persona en los centros sanitarios) para invertirlos en energías renovables y así hacer la vida de esas personas más aceptable socialmente. Recibieron ese dinero a fondo perdido (sin obligación de devolverlo), mediante un acuerdo con la ASP (Azienda Sanitaria Provinciale di Messina) en nombre y por cuenta de cada uno de esos 56 reclusos, y construyeron paneles solares en guarderías, cárceles, orfanatos, cuarteles, en todas partes. Pero ¿qué ocurrió? Que muchas de aquellas personas que salieron de los OPG se quedaron solas y hoy siguen en centros psiquiátricos. Personas, algunas de las cuales conozco personalmente, recibieron 350 euros al mes para pagar el alquiler, sin ninguna red social que les apoyara, y volvieron a ingresar en centros psiquiátricos.
Los cuatro millones de euros se utilizaron para una empresa que se suponía noble, aprovechando el cierre de las OPG, pero también explotando a esas personas y utilizando un dinero que les pertenecía por derecho. ¡Esto es verdaderamente despreciable! En cambio, a esta cooperativa de izquierdas, contraria a la instauración de una psiquiatría democrática, se le cuenta la historia de un proyecto de implicación social muy útil, lástima que ninguna de las personas cuyos fondos se utilizaron sepa ni remotamente lo que es la energía renovable en la que se invirtió su dinero. Si esos 70.000 euros se hubieran entregado directamente a esas cincuenta y seis personas, les garantizo que en Sicilia habrían vivido libremente hasta el final de sus días, sin necesidad de ningún psiquiatra. Sólo fue una operación miserable, inmoral y siniestra para decir que habían hecho algo útil por esas personas y olvidando que ninguna de esas personas habría ido nunca a trabajar en el campo de las energías renovables.
Esta es la realidad con la que tenemos que lidiar, formada por estas que se presentan de contrabando como innovadoras. La fundación emérita devuelve esos 70.000 euros a cada persona en cuotas de 350 euros al mes, el equivalente a un préstamo con el Estado a devolver sin obligación de pagar intereses. Por eso les digo que cuando vean experiencias psiquiátricas sui generis y que parezcan innovadoras, es bueno estudiarlas. Nosotros, por mucho menos, sacamos a 36 personas de las OPG, y cuando pedimos más financiación para otras 20 personas, nos dijeron que no podían conceder más porque ya habían utilizado cuatro millones para ese proyecto. Así que esa iniciativa bloqueó las posibilidades de redención de otros.
En el sur hay mucha pobreza, pero también tenemos un nivel de vida que nos permite vivir decentemente con muy poco. Así que no tienes necesidad de esas grandes inversiones ni de entrar en esos circuitos de desarrollo social cuando llevas años internado. El único gran deseo real es simplemente ser libre. En cambio, muchas de estas personas siguen en las mismas instalaciones, tras haber servido de pretexto para financiar tales ideas. En resumen, una de las muchas cosas inaceptables e inauditas que se ven con respecto a estas personas.
Me dicen que se ha acabado el tiempo de debate, de hecho, nos hemos excedido mucho, pero les aseguro que estaré todo el día de mañana para volver a charlar con ustedes, para más preguntas o dudas.
[1] Se refiere a la presentación de Giuseppe Bucalo, el cual se encuentra disponible en la primera parte de este texto:
[2][2] Ospedale Psichiatrico Giudiziario – Hospital Psiquiátrico Judicial
[3] Afición por los perros, busca el estudio histórico de la morfología canina.
[4] Ospedale Psichiatrico Giudiziario – Hospital Psiquiátrico Judicial
[5] Ospedale Psichiatrico Giudiziario – Hospital Psiquiátrico Judicial
[6] Exclamaciones de júbilo.
[7] Sin más.
[8] Nombre comercial para un medicamento de haloperidol
[9] Ospedale Psichiatrico Giudiziario – Hospital Psiquiátrico Judicial