Nota editorial: El siguiente escrito es la narración de una persona profesionista de la salud mental, radicada en Ciudad de México, cuenta las experiencias que vivió a través de su paso en distintos centros de salud mental de la ciudad, durante esta narración se pretende no solo testimoniar lo acontecido dentro de dichas instituciones, sino que se cuestiona acerca de las lógicas cuerdistas que se implementan durante la formación y que determinan el actuar de las personas profesionistas en su práctica de atención.
A modo de mantener la confidencialidad se evita dar cualquier tipo de nombre o descripción de las personas involucradas durante estas narraciones. El texto se divide en 3 partes, la primera enfocándose en un hospital psiquiátrico al sur de la ciudad, la segunda sobre una comunidad terapéutica y finalmente, la tercera, en un hospital psiquiátrico (también conocido como granja) en la periferia de la ciudad; el texto busca trazar las lógicas y similitudes dentro de tres instituciones dedicadas a la atención de salud mental, denunciando prácticas basadas en la ausencia de consentimiento, sometimiento y las relaciones jerarquizadas.
Nota del autor: al momento de escribir el texto el autor se reconoce en un lugar de privilegio, sabiéndose parte de las estructuras que han sostenido dichas prácticas, a la par que se sabe atravesado por la Institución Psiquiatrica y la lógicas cuerdistas.
Acompañamiento
Durante ya algunos años he tenido la oportunidad de trabajar en torno al tema del acompañamiento en salud mental, esta experiencia se ha dado en diversos contextos y con distintos fines, sin embargo, no podría decir que el modo de intervención haya sido tan diferente sin importar el caso en donde haya tenido lugar, porque si hay algo que permanece en los distintos contextos y que, a mi experiencia, considero como eje principal de la intervención, es la primacía de la particularidad, la importancia de habilitar el espacio para el desarrollo de la experiencia subjetiva/particular de cada persona acompañada.
Los contextos en que he tenido la oportunidad de desarrollar esta práctica han sido en espacios con enfoques clínico-social y en el ámbito educativo-laboral.
Cada uno requiere de una estructura de trabajo distinta, condiciones y objetivos muy diferentes en cada área, sin embargo, en estas situaciones nos encontramos como constante con la diversidad; pero es un encuentro un tanto particular, es el contacto con la diversidad pero dentro de un espacio que apunta hacía la normatividad, con intereses adaptativo, un espacio que busca restringir aquella diversidad dentro de los conceptos de lo normal y anormal.
En todas estas situaciones nos encontrábamos dentro de espacios que no fueron pensados para el libre acceso, administrados y manejados por personal que la gran mayoría de las veces no tiene presente que todos pensamos, actuamos, nos relacionamos y entendemos de maneras distintas, resulta absurdo pensar o esperar que todos nos condujéramos de la misma manera, sin embargo, eso es lo que se espera. Cada persona se relaciona por medio de su entendimiento, de sus percepciones y de su propia historia, por lo que hay maneras de vincularse tan diversas como habemos personas; pero muchos entornos se encuentran diseñados de manera que solo admiten los modos de vincularse pactados por una supuesta mayoría, imponiendo la normatividad sobre la particularidad.
Esta normatividad se encuentra implícita en lineamientos y reglamentaciones dentro de los diferentes escenarios en donde podemos desenvolvernos y muchos de nosotros hemos sido o somos participes de esta sin estar al tanto, propiciando y manteniendo estructuras que no permiten la libre participación y que por el contrario mantienen fuera a un gran sector de las consideradas minorías; es esta normatividad introyectada la que se sostiene desde los ideales y proyectos de la Institución Psiquiátrica, el asumir la diversidad como un malestar que debe de ser medicalizado, es el cuerdismo que se hace presente sin que siquiera seamos capaces de ubicarlo y reconocerlo como tal.
No creo que pueda hacerse una acusación a cada uno de nosotros sobre esta situación, siempre se nos ha impuesto la idea de que lo “normal” es lo “correcto”, de que la norma se encuentra siempre del lado de la razón, y que por lo tanto toda desviación de estos modos debe de ser considerada como un error; los efectos de esta situación los hemos asimilado de tal manera que hemos llegado a asumir que nuestras formas de vincularnos deben de estar regidas por estas normativas, hemos normativizado las formas de ser y estar, hemos asignado poderes a distintas Instituciones que se han tomado el derecho de decidir o determinar la manera en que debemos de relacionarnos, comunicarnos y entender, siendo una de las principales la Institución Psiquiátrica.
Poco a poco se han ido abriendo (o flexibilizando) los espacios, dando cabida a distintos grupos, permitiendo el libre acceso y uso, por lo menos a estas diferencias que pueden ser apreciadas de manera clara, a aquellas diferencias que parecen ser “innegables”, sin embargo, esta supuesta apertura a la diversidad se mantiene renuente a considerar dentro de sus espacios aquellas diferencias que no logran ser apreciadas de una manera tan evidente, aquellas que solo pueden “apreciarse” al entablar una conversación, al tener una convivencia cotidiana, aquellas que solo se hacen “evidentes” en ciertos momentos, en específico las llamadas discapacidades invisibles[1].
¿Por qué tomarme el derecho de hablar sobre el tema? primero que nada me parece importante dejar claro que no hablo a nombre de aquellas personas que presentan alguna de estas condiciones, sino que hablo a partir de mi experiencia acompañándolos, haciendo énfasis en el acompañar, no se refiere a trabajar con, ni trabajar para, ya que no se trata de asumir una posición hacía estas personas como si fueran objetos ni casos de estudio, sino que es tomar una posición de horizontalidad, de acompañar en la cotidianidad, no pretendiendo tomar un lugar protagónico.
Considero que desde una postura de “profesionistas” de la Salud Mental no tenemos algo que enseñarles a las personas expertas por experiencia sobre lo que es la locura, lo que es vivir con ella, Asumir esa postura nos colocaría en una posición jerárquica donde somos nosotros quienes ostentamos el saber, demeritando las vivencias de las personas y sus propias construcciones de comprensión, sin embargo, el construir y compartir esta experiencia es con la espera de que pueda ser de utilidad a aquellos que hemos decidido acompañar la locura, entender un poco más los contextos y escenarios en los que la locura hace su aparición, pensar como poder facilitar los procesos de desinstitucionalización o despsiquiatrizantes[2], y esperando que la experiencia que de esto resulte pueda darle herramientas a las personas expertas por experiencia que puedan utilizar en sus propios procesos.
Al pensar el sentido del acompañamiento, en el campo de la salud mental, tengo en mente el lugar o posición que deberá de ejercer el llamado “profesionista” o “experto” en salud mental, no aquellos que se han convertido en expertos por experiencia propia, por vivencia como usuario de estos servicios, sino, los que se han formado en universidades, los que desde un plano profesional o académico han decidido que este será su campo de trabajo.
¿Qué lugar deberán ocupar ellos entonces? No el de protagonistas, sino como acompañantes, como apoyos que deberán presentarse en el camino de la propia construcción subjetiva, aliados que busquen trazar caminos inclusivos, que permitan el libre acceso.
No podemos negar el peso histórico que se le ha dado a estos profesionistas dentro del campo de la salud mental, donde su decir o hacer es el que ha trazado la única dirección o vía posible de intervención, dejando de fuera el dicho de los propios usuarios bajo los cuales se ejercen los efectos del discurso profesional, este es un antecedente innegable, pero no por eso correcto o inmutable, ¿qué papel deberá tomarse entonces? Los profesionistas desde sus propios campos de intervención, desde su trabajo o producción deberán de asumir una postura crítica con los sistemas de intervención y control tradicionales, cuestionando la manera en que estos han ejercido su poder y los efectos que a partir de esto han creado.
Debe de reconocerse el privilegio que se les ha otorgado, ¿de qué otra manera podríamos llamarlo? ¿acaso no es un privilegio que se les otorgue mayor relevancia a lo dicho por ellos que a lo dicho por aquellos llamados locos?
Y lo mínimo que puede realizarse es ser conscientes de este privilegio y construir algo que pudiera sentar bases para una actuación en igualdad de condiciones, en sentar las bases para un trabajo en conjunto, el cual debe considerar el decir de los propios pacientes y usuarios, no es posible que exista un tratamiento si se excluye el papel de aquellos en los que se implementará.
Las instituciones psiquiátricas por sus propias características colocan una barrera en las formas de relación, en estás instituciones (aunque no dicho de manera explícita) existen jerarquías en las cuales se coloca hasta arriba el médico, especialista en psiquiatría, será este quien determine los tratamientos, las supuestas curas, e incluso quien dictamina de qué manera debe experimentar la persona sus “trastornos” o “padecimientos”… es el “especialista” y por lo tanto quien “más sabe”… es quien dirá que ocurre y que debe de ocurrir en cada caso, y es algo que debemos seguir cuestionando, para poder plantear un cambio que permita buscar y construir otras formas de acompañar la salud mental.
Un recorrido a través de las experiencias institucionales[3].
Instituciones Psiquiátricas (Hospital Héctor Tovar)
Cuando llegué a asistir a estas instituciones lo hacía como un estudiante de psicología, lo cual me colocaba en una jerarquía menor que a los psiquiatras o residentes, pero aún así éramos tomados como representantes de aquellos poderes psi, del psicólogo en estás instituciones se busca refuerce y respalde lo dicho por los psiquiatras, en el mejor de los casos se espera de la psicología, que inyecte el lado humano en las intervenciones, que tenga una escucha un poco más empática, por lo menos eso se espera, pero llegamos a comprobar que no ocurre de esa manera; mi intento de acercarme a las personas dentro estas instituciones fue desde un lugar del “no saber”[4], este acercamiento me permitía colocarme en un lugar de “ignorancia” frente a los “pacientes”[5], al plantear un abordaje desde la ignorancia cabía la posibilidad de que me preguntara (o que nos preguntáramos) ¿qué podemos decirle a otro acerca de su propio padecer? ¿acerca de su historia?, absolutamente nada, eran ellos quienes más sabían, quienes podían a nosotros decirnos algo, siempre y cuando tuviéramos la disposición de escuchar, siempre y cuando tuviéramos la paciencia y preocupación necesaria.
Dentro de este contexto institucional se dieron mis primeros acercamientos a la locura, en un ambiente que por sus mismas características generaba un distanciamiento, en el cual difícilmente podíamos apreciar el aspecto más humano, modos de interacción restringidos, particularidades limitadas, ya que ni siquiera se permitía otra vestimenta que la bata, el cabello en el caso de los hombres cortado casi a rape, siempre con el argumento de evitar piojos, pero donde claramente no se buscaba que hubieran las condiciones de higiene adecuadas, todo artículo personal estaba prohibido, en este hospital (Héctor Tovar) las internaciones eran “breves” podían ir de una semana a quince días, en casos que se considerara “necesario” podía extenderse de 1 a 3 meses, durante este tiempo fui “asignado” a un médico quien determinaba que actividades realizaría; breves entrevistas y aplicación de algunas pruebas; durante las visitas que tuvimos no hubo posibilidad de dar un verdadero seguimiento y mucho menos entablar una relación más allá de lo que determinaba nuestra actividad del día, los pacientes eran dados de alta de una semana a la otra, a la par que había nuevos ingresos, por lo que era una constante de encontrarse con caras nuevas, pero todas siempre bajo las mismas condiciones. ¿Cómo establecer un vínculo con alguien con quien apenas has podido intercambiar unas cuantas palabras?
En este medio toda interacción estaba matizada por los lineamientos institucionales, nosotros como representantes de un poder psi, que se ejercía sobre los pacientes, ¿cómo hacerlo distinto? Por medio de la escucha, por medio de prestar una atención distinta, ¿qué tan posible es esto cuando la escucha misma está condicionada por el espacio institucional?
Dentro de esta institución se busca la “homogeneización” afectiva, perceptual y conductual, que todos aquellos que han ingresado puedan acceder a un punto donde se comporten y perciban de la misma manera que los demás, que los “normales”, la búsqueda de la estandarización, la imposición de una normatividad.
¿Pero por qué medios se busca está normatividad? Por medio de terapias más asemejadas a torturas o castigos, de la sobre-medicación que genera el aletargamiento y diversos efectos secundarios, la privación y falta de estímulos.
Se busca “apaciguar” por medio de la contención física, aquella que se da cuando el paciente se encuentra agitado, inquieto o “agresivo”, esta contención consiste en amarrar las extremidades y la cintura del paciente a la cama, impidiendo así la movilidad del paciente, está contención rara vez se aplica en solitario, si no que va acompañada de la contención “química” el dopaje excesivo, suministrar sedantes que incapacitan al paciente de realizar movimientos, en un estado de adormecimiento tal que le es imposible si quiera “molestar” por medio del discurso, el mensaje parece claro en este momento, “si no te compartas como debes (como queremos que lo hagas) serás castigado”… ¿qué ocurre con aquellos que a pesar de estas restricciones continúan manteniendo aquellas conductas tachadas de “anormales”?
Para mi sorpresa descubrí que aún eran utilizados métodos que asumía solo habían sido aplicados en los inicios de la psiquiatría, un método ahora llamado “Terapia Electro-Convulsiva” (TEC), lo que es comúnmente llamado “electroshock”, un método de tortura disfrazado de terapéutica, en mi curiosidad comencé a buscar cuales serían los “beneficios” de dicho tratamiento, contrario a lo que esperaba me encontré con que hay muchos comentarios positivos referentes a este tipo de tratamiento, comentarios sostenidos en su totalidad por algunos psiquiatra; por otro lado, no encontré un solo comentario positivo o a favor del llamado “TEC” por parte de usuarios o exusuarios de servicios de instituciones psiquiátricas, esto deja en claro que no han sido considerados para este tipo de intervenciones, que su voluntad y opinión ha sido nulificada, considerada contraria a los fines de tratamiento, nuevamente y siguiendo la tradición de la institucionalización psiquiátrica son ignoradas las voces de aquellos sobre los cuales se imponen sus métodos, sus llamadas curas.
No puedo imaginar las marcas que estás experiencias han dejado en las personas que han sido sometidas a estas intervenciones, donde la mayor de las veces ha sido en contra de la propia voluntad, intervenciones que se imponen a conveniencia de los ideales médicos, y en muchos casos incluso de los familiares que encuentran intolerable las conductas diversas, disruptivas de la cotidianidad, incomodas frente a la “razón”, ideales que prefieren la supresión de las particularidad y la imposición de la “normalidad”, así sea necesario ejercer violencia con tal de conseguirla.
Años tardé en ir reconociendo está situación, en poder empatizar realmente con aquellas personas que han sido privadas de su libertad no por un crimen, sino por un actuar, pensar, percibir o sentir de manera distinta a lo esperado socialmente, años después al encontrarme con el trabajo con la diversidad pude dar cuenta que es algo que desde la formación académica se promueve, el percibir a los pacientes reducidos a “entes clínicos”, reducirlos para poder percibirlos de forma “objetiva” pero que en este frío mirar caemos en el absurdo de mirarlos como objetos, tomando como referentes manuales y textos que pretenden definir lo que es la “experiencia humana” reduciéndola a simples manifestaciones de sintomatológicas y del lenguaje, anulando a la persona que los emite, se ignora su contexto, su deseo o voluntad, la formación nos dice que trabajamos “con” los pacientes, no “para” ellos, mucho menos “junto con” ellos.
Dentro de aquella experiencia vale la pena recordar el caso de un paciente con discapacidad intelectual, al cual, a pesar de los avances sobre trato discriminatorio y la Convención de Derechos se le seguía nombrando como persona con “retraso”, recuerdo que aquel paciente presentaba una discapacidad intelectual “profunda o severa”, no se había determinado si presentaba algún diagnóstico o “trastorno” que justificara su estar en una institución psiquiátrica, no lograban encontrar la forma o el modo en que pudieran comunicarse con él, ya que no poseía “uso del lenguaje” al ser incapaces de diagnosticarlo lo que uno asumiría es que no podrían ingresarlo, más esto no fue una limitante, se le ingresó en el hospital, ¿cómo justificaban esto? Con el argumento de que no había otro lugar que pudiera recibirlo, que podría representar un daño para sí y para otros, los médicos encargados determinaron que lo mejor que podría hacerse era privarlo de su libertad y someterlo a tratamiento médico, y dado que no lograron encontrar la manera de comunicarse con él se asume que todo tratamiento que se le aplicó se hizo sin su consentimiento, vale la pena recordar este caso para pensar como la Institución Psiquiátrica asimila dentro de sí a toda aquella desviación de la norma, incluso aquellas cuyos criterios diagnósticos no se ajustan a las nociones clínicas esperadas.
Una de mañana al llegar al hospital, aquel paciente se encontraba aislado, durante un tiempo se le sujetó a la cama para impedirle moverse, el motivo fue que decidió tomar sus heces y embarrarlas en las paredes, lo cual, como era de esperarse, no había resultado nada grato para el personal, ¿pero no podríamos considerar eso una manera de buscar comunicarse con los otros? De hacer notar la inconformidad, la molestia de encontrarse encerrado en un lugar que nada aporta[6], de esa forma transcurrió su tiempo en aquel hospital, medicalizado[7] de forma que no pudiera ser una “molestia” para sí mismo y para los otros, me surgen dos preguntas al recordar aquel momento ¿sería posible hablar de una doble función de la medicación, considerando que el efecto tranquilizante no solo es para quien toma el medicamento si no para facilitar la situación a quien lo suministra? Y la segunda pregunta es ¿qué hubiera pasado si en lugar de sujetar al paciente a la cama, y sobremedicarlo, el trabajo se hubiera enfocado en buscar modos de comunicación con aquel paciente, utilizando sus propios recursos, brindándole diversas herramientas y medios?
¿para quién funciona la medicación, para quién la toma o para quiénes conviven con aquella persona?
Continuando con la lógica del internamiento, el cual siguiendo sus propios argumentos, se implementa con la pretensión de eliminar posibles riesgos de un daño a sí mismo (a quien se interna) y a los demás, ¿cuál fue el motivo por el cual se internó a una persona con discapacidad intelectual?, hasta donde se tenía registrado en aquel momento no había indicios de que fuera una persona violenta o agresiva, ni para sí misma, ni para los demás, no existía evidencia de que pudiera generarse algún tipo de daño, sin embargo, se determinó que su forma de actuar, “errática”, con “limitaciones” en el entendimiento, “poca capacidad” de comunicación, etc. eran motivos suficientes para mantenerle dentro, con aquellas características se pensaba que difícilmente podría relacionarse de manera “normal” o acorde a lo esperado, ¿pero, esas habilidades de las que supuestamente carecía, las adquiriría dentro del hospital?
[1] Dentro de estas discapacidades se consideran a la discapacidad intelectual y discapacidad psicosocial, es en estas que podemos ir vislumbrando lo que llega a ser considerada como “La Locura”.
Más adelante en el trabajo se abrirán las distintas posturas referentes a la manera de nombrar la locura, y por lo tanto de nombrarse loco o loca. (discapacidad psicosocial, persona loca, usuario o exusuario, superviviente de la psiquiatría, entre otras) pero en este punto desde donde se escribe la perspectiva predominante es la del modelo de Derechos Humanos y el Modelo Social de la Discapacidad.
[2] Estos conceptos se definirán a mayor profundidad a lo largo del trabajo, de forma muy general se refieren a aquellos procesos que desde la psiquiatría se implementan sobre las personas con experiencias de locura o sufrimiento psíquico, reduciéndolas a tan solo un diagnóstico, un malestar o un síntoma, separándolas de sus condiciones de sujeto.
[3] Al hablar de instituciones lo haré con minúsculas cuando me refiera a la institución como establecimiento, como lo son los hospitales, cuando lo escriba en mayúscula, Institución, será en referencia a las formas sociales como lo es la Institución Psiquiátrica.
[4] En donde me coloco en una posición de desconocimiento referente a los procesos de la otra persona, y es la persona quien cuenta con el saber sobre si misma, desde esta postura se busca que por medio de diversas intervenciones sea la persona quien vaya acercándose a la construcción de conocimiento de si-misma.
[5] En este punto me referiré como pacientes, ya que se encontraban dentro del contexto hospitalario, siendo este el rol que se les asignaba y bajo el cual se asumían.
[6] Me parece importante hacer esta afirmación ya que al considerar esta experiencia no podría pensar que algo pueda producirse dentro de estas instituciones que tenga un valor para los que ahí han sido encerrados, ¿qué beneficios hay de permanecer aislando, impedido de participar en comunidad y de construir un proyecto para si mismo? Sin la posibilidad de participar en los roles de intercambio que se establecen fuera de la comunidad
Incluso cuando los internamientos puedan ser planteados “breves” o de corta duración, aquellas semanas o meses dejarán marcas permanentes en las vivencias de los que la experimentaron, marcas no solo en el desarrollo de cada uno, sino signos que podrán acentuar prejuicios, generando rechazo y exclusión.
[7] ¿A quién se médica cuando se médica? Cabría recordar a Thomas Szasz quien plantea el rol del enfermo como un rol que se asume y que parte del padecer que puede sufrir cada uno, por lo que no todos los que presenten síntomas o situaciones similares padecerán o se consideraran enfermos por sí mismos.
El medicamento en este sentido deberá de usarse para mitigar el padecer de aquel que se aqueja y se presenta frente al médico, pero nos encontramos con que no siempre sigue estas vías, el medicamento es aplicado en la psiquiatría, la más de las veces ha cumplido la función de acallar aquellos síntomas y conductas que podrían representar una molestia, no a quien las presenta, sino a quienes las perciben desde fuera, el medicamento cumple la función de apaciguar el malestar para los otros, les evita la “pena” de encontrarse con todo aquello que les incomode.
Una triste realidad, felicidades por este artículo, precisamente tengo una hija de 31 años con discapacidad intelectual y por el momento no quiere salir tiene miedos, antes si lo hacía de salir incluso participaba en varias actividades, este artículo me ha movido el pensamiento de que por alguna circunstancia terminé en un hospital entre comillas así
Gracias por compartir