Entrevista con Fran Castignani
Fran Castignani es politóloga, traductora, docente de la Universidad de Buenos Aires y trabajadora de la salud. Habita el cruce de experiencias trans*-autista-sur, y desde tal situacionalidad investiga y escribe sobre neurodiversidad, estudios críticos de la discapacidad y teoría crip. Ha dictado seminarios, conferencias y talleres en Argentina, España, México y Alemania. Participa en la plataforma de activismo, intercambio e investigación Orgullo Loco Buenos Aires.
La existencia es siempre corporal y la corporalidad deviene siempre en el encuadre de un espacio y un tiempo. Durante esta conversación, Fran, nos hizo extensivos sus registros de vida y sus espacio-temporalidades para indagar sobre una dimensión sensible, afectiva y política en su habitar y su trayecto.
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Oscar: – Hola, Fran, te saluda Oscar de Mad In Mexico, espacio en el que tendrá registro este diálogo que pienso como un ejercicio de compartimiento entre pares al margen del Día Internacional de la Visibilidad Trans*, No Binaria y de Género No Conforme.
Es siempre un gusto coincidir y saberte. Agradezco mucho tu tiempo, tu espacio. tu disposición y el afecto para concretar este encuentro y compartirte con nosotras a través de tu perspectiva sobre el cruce de la experiencia trans* y neurodivergente. Y antes de comenzar con las preguntas, para introducir a quienes nos leerán, quiero pedirte que nos cuentes acerca de tí, por favor.
Fran: – Mi nombre es Fran, soy una transfeminidad autista, es decir, habito la experiencia transfemenina y la experiencia autista, siempre intentando pensarlas en intersección, a ver qué sucede. Además soy politóloga, trabajo en la universidad, doy clases, talleres, también trabajo en el ministerio de salud y me dedico al asesoramiento técnico en temas de género y diversidad. Actividades que están cruzadas entre mi trabajo y mi vida personal hasta el punto de que no sé muy bien qué es uno y qué es la otra. Quizá tampoco es que sea interesante establecer una frontera entre trabajo y vida o trabajo y otro tiempo porque en mi caso se deshace continuamente. No son preocupaciones que voy traficando de un lado a otro, también no defino cómo pensar ese cruce, más bien sólo lo habito, como diría Gloria Anzaldúa, de quien sigo y seguimos aprendiendo tanto, sobre cómo habitar las fronteras. Y también reconocer que cada una son experiencias distintas, qué hay para escuchar y para dejar germinar en el cruce.
Siempre es muy importante la cuestión estratégica, saber en qué lugar una se presenta como tal o como otra, qué máscaras nos ponemos, cuánto nos cuestan energéticamente ponernos esas máscaras. Hay lugares donde hay que hacer un esfuerzo para pasar por neurotípica, para sostener una conversación, y otros donde el habitar, más que la identidad, de la locura, la neurodivergencia o el autismo es más acogido, escuchable, respetable. Y otros tantos lugares donde hay que ir con más cuidado porque vivimos en un mundo poco hospitalario en general, sobre todo para los habitares que no se ajustan a la norma cisheterosexual cuerda. Acerca de esto mencionar que existe lo que algunas activistas han nombrado privilegio neurotípico.
En este vaivén se trata de aprender a ir con cuidado, enmascaradas, a veces menos. Reconociendo que el enmascaramiento tiene un costo, mismo que en las comunidades autistas venimos pensando, reconociendo y señalando en torno al gasto energético que implica tener que pasar por neurotípica o habitar la experiencia autista “sin que se te note”. Me refiero a esos comentarios de la cotidianidad en los entornos: – ¡Ay!, ¿eres autista? No se te nota. Pues esa lectura desde fuera implica un esfuerzo, un reacomodamiento, una serie de rutinas, cuidados y ejercicios para sostenernos ahí. Por eso vuelvo a la frase primera de Audre Lorde, la supervivencia es un trabajo de resistencia, de creación pero un trabajo difícil, que tiene sus dificultades y sus asperezas.
Y les agradezco también a ustedes por el tiempo, la invitación y la lectura. Hace parte de esta magia que aún conservan las redes sociales, que nos encontremos, aunque ya sabemos que están controladas por los monopolios tecnológicos, sin embargo se pueden producir algunas grietas amables y me parece que este encuentro tiene que ver con poder habitar esa grieta. No soy muy amiga de las visiones paranoicas, no es una experiencia que me resulte cercana, sobre todo en relación a la lectura de ciertos fenómenos políticos y sociales. Me parece que es más interesante por ahí ese estado medio borderland.
O: – Me encanta esto que mencionas acerca de que somos existencias liminales y que en esa liminalidad nos es posible ubicar grietas para seguir encontrándonos, haciéndonos y deshaciéndonos en el trato con otras.
Ahora, te compartí previamente acerca del encuadre de esta entrevista que tiene el propósito de hacer parte de la generación de un archivo de narrativas de vida a los que se ha apuntado desde los movimientos sociales de las personas con discapacidad psicosocial y de la diversidad sexual o sexodisidencia y de género para generar registros situados. En dirección a esto me gustaría indagar, al margen del día internacional de la visibilidad de las personas trans*, no binarias y de género no conforme, acerca de la intersección de las luchas trans*, transfeministas, locas, neurodivergentes…
En este momento me gustaría preguntarte, a modo de calibración, desde qué paradigma te enuncias personalmente para, a partir de ello, ir construyendo una lectura de lo que vaya surgiendo.
F: – A mí me gusta la mezcla, el cruce. El camino que yo he hecho y que a mí me interesa tiene que ver con cruzar varios paradigmas y varias epistemologías para poder pensar el archivo de mi propia vida, ese archivo de sentimientos como lo llama Cvetkovich. Es tan importante para que esas voces y experiencias tan precarizadas, fragilizadas, no se pierdan, no queden a merced de la aceleración ni del arrasamiento de nuestros entornos.
Desde ahí me interesa pensar la experiencia trans*. Una que empiezo a habitar no hace mucho tiempo, básicamente desde el año pasado en el que decidí cambiar mi nombre después de una serie de experiencias de mucho sufrimiento psíquico, una depresión muy fuerte que me llevó hacia ese lugar de inconformidad y a sentir que el nombre que me había sido asignado por mis xadres no era el que yo quería ni con el cual nunca me sentí cómoda. Entonces decido cambiarlo y empezar a habitar esta experiencia transfemenina.
Acá para mí es importante señalar la experiencia de un vínculo potentizante con los psicofármacos. Sé que es algo difícil de asumir en las comunidades locas y neurodivergentes, pero existen experiencias con los psicofármacos que pueden resultar productivas, ponerse como una auto-cobaya, diría Preciado en este texto tan importante (Testo Yonqui).
Sigo consumiendo este tipo de drogas, sin embargo, también he de señalar que no es posible tampoco un consumo medianamente reflexivo sin una red, sin cuerpos, sin voces, sin manos, sin orejas que me sostengan. Por fortuna me he encontrado con una psiquiatra que es muy hospitalaria para mi vivencia neurodivergente, muy respetuosa, situación que no es común. Y que también ha sido una experiencia posible gracias a ciertos privilegios materiales, que me ha brindado tener un trabajo registrado para poder acceder a cuidados terapéuticos y poder legitimar esa experiencia con estas drogas legales desde un lugar de producción, de modificación, así como puede suceder con una cirugía de modificación corporal. También esto ha sido una experiencia de profunda transformación.
Y lo menciono sin romantizar tampoco porque siempre está ese riesgo, sin embargo, desde la experiencia personal no puedo separar mi renacimiento de los efectos que ha tenido el consumo de psicofármacos en una red de escucha, de control y de monitoreo. Esa experiencia es fundamental y es una que me interesa discutir, legitimar y desmoralizar. Salir del binomio psicofármacos sí y psicofármacos no, para mí son más interesante las preguntas ¿cómo? y ¿con qué? Reivindicar la necesidad de apoyos psicosociales para el consumo de psicofármacos y de redes de apoyo, contención, escucha y acompañamiento. Acciones que a veces se obturan por cuestiones donde se cruzan la política, las variables de clase, sexo-género,… Porque no es lo mismo una transfeminidad blanca que una marrona o pobre que no tienen los mismos recursos y accesos.
Desde ahí me interesa pensar la experiencia neurodivergente-trans*, como instancia de transformación personal y social. Perspectiva que tengo que seguir abriendo y pensando a través de instancias como esta para poder conversar y escribir, trabajar la escritura como un eje para hacer derivar determinadas trayectorias. Y poder compartir esas derivas puede producir experiencias hermosas como esta de estar conversando contigo, saber que en México les interesa y resuena lo que puedo decir. Poder estar contigo a través de las tecnologías de comunicación, a pesar de los miles de kilómetros de distancia.
O: – Hacer constelación y que vaya circulando la resonancia. Eso es muy importante. No tenemos respuestas pero vamos tejiendo desde la pregunta. No generar polarizaciones y no producir fronteras cerradas entre estas, sino mantener la apertura y tornar porosos los límites, hacerlos susceptibles a la pregunta. Adoptar posturas más cercanas a la reducción de daños y no punir a las otras.
F: – Realmente tomarnos en serio la autonomía de las personas que deciden medicarse o internarse. Sabemos todo lo que implica que los psicofármacos estén incluidos dentro de un sistema industrial complejo y sabemos que las instituciones psiquiátricas también forman parte de esa red, sin embargo también hay posibilidades de hackeo y me parece que ahí es importante el respeto por esa autonomía. Más que decir no, es importante poder escuchar y acompañar porque a veces es tanto el dolor, es tanto el padecimiento, es tanta la fricción con la vida real, que los procesos de intervención pueden reducir los daños evitables. Sin repetir esas posturas martirológicas herencia de la moral judeocristiana que siempre insisten ahí, o caer en un naturismo limitativo -no me voy a medicar, mejor me tomo otra cosa.
Hay que ver qué sucede en cada situación particular, por eso es tan complejo cuando nos tomamos en serio la autonomía de les otres. Pueden ser flores de bach, constelaciones familiares, mindfulness, escitalopram o una internación breve para regular un poco esas energías que están desfasadas y que generan mucho padecimiento. Eso es todo un desafío.
Me interesa pensarlo al interior de nuestras comunidades. El Estado ya más o menos sabemos cómo funciona, es una instancia donde los cambios son lentos, donde es difícil transformar determinadas estructuras. Es importante preguntarnos qué pasa con nuestra micropolítica, cómo hacemos política entre nosotras, cómo nos tratamos, cómo escuchamos a quien llega con una experiencia de dolor extremo, cómo nos acercamos y le damos lugar, le cuidamos, le protegemos, evitando el juicio sumario.
O: – Claro, permanecemos en el ensayo, e indagar sobre lo que a cada cuerpo le conviene.
F: – Es mucho más rico ver cómo cada cuerpo, cada persona, se la va arreglando para sentirse mejor. Me parece que es algo muy reivindicable, sobre todo al interior de los activismos. Vincularlos con el placer, con la alegría, con el estar-juntas de una manera amable, a resguardo de no producir una deriva felicista. Pero sí contemplar en cada momento qué es necesario propulsar. Es un trabajo de ir a la contra como el salmón, si hay demasiada tristeza, densidad, provocar un poco de alegría donde sea necesaria.
O: – Me gustaría volver a ello más adelante, en tanto, indagar sobre ese cruce sobre la experiencia trans* y la neurodivergencia. Entendiendo que el género es un vector ordenador del mundo social, es decir, que taxonomiza y jerarquiza la vida social. Y que por otro lado las concepciones de la neurotipicidad y la cordura también vectoriza en esos términos a las vidas. Quiero retomar la anotación de Robert McRuer -sobre quien he notado que hay un trabajo desde Orgullo Loco Buenos Aires sobre la teoría tullida- al decir que “el sujeto [cis]heterosexual más exitoso es el que cuya sexualidad no está comprometida por la discapacidad” para preguntarte, justo desde la experiencia situada en una multiplicidad de entramados por los que te mueves, ¿cómo se compromete la existencia, la corporalidad, la subjetividad, de quienes son enunciadas discas, locas, neurodivergentes y trans*?, ¿cómo consideras que se comporta el dispositivo de la diagnosis en este cruce?
F: – Es una experiencia sudorosa, como diría Sara Ahmed, de un cuerpo y un habitar que no está cómodo en las instituciones en las que transito porque, en general, cuesta mucho incluir este tipo de perspectivas y muchas veces con les compañeres hay que hacer un gran esfuerzo para que estos habitares sean legitimados y respetados.
En relación a esta necesidad de trato digno, algo que traigo a conversación porque figura en nuestra ley argentina de identidad de género, derecho al trato digno, hay todo un camino por hacer y resistir frente a la maleabilidad o la astucia de las instituciones para generar instancias de cambio que en realidad no cambian mucho, sino que, en ciertos grados, perpetúan las lógicas cisexistas, heterosexistas, capacitistas. Entonces ahí el rol de muchas de nosotras viene a ser el de incluir preguntas molestas; molestas también para nosotras, no es que yo me sitúe fuera de esa incomodidad.
Al momento de construir una política pública hay que contemplar qué preguntas pueden hacerse desde nuestra experiencia situada y que tengan validez para ser sistematizadas y concretadas: ¿de qué habla el estado cuando habla de género e interseccionalidad, de accesibilidad? Se arma un campo de disputa alrededor de para quién se construyen esas políticas, sobre hasta dónde se puede esquirar o agrietar una institución porque a la vez son marcos de contención e instrumentos para la supervivencia -un suicidio, un acompañamiento ante una experiencia fragilizada.
Ahí hay una complejidad, yo no soy anti-institucional, no creo que ese abismo entre institución y activismo, o macropolítica y política de la vida cotidiana sea muy productivo. Más bien cuestionarnos cómo negociamos con las instituciones. Es todo un trabajo de diversidad, como diría Sara Ahmed, que es necesario seguir pensando. Traer vivencias, experiencias, preguntas e inquietudes que no son bienvenidas en las instituciones mismas. ¿Qué hacemos con eso?, ¿cómo generamos alianzas para que esas preguntas tengan una intervención real? Y ¿en la vida cotidiana e íntima para nuestros vínculos cómo construimos en torno a las afectaciones más hospitalarias? Aunque en la hospitalidad también hay un grado de hostilidad que es insoslayable, ¿cómo hacemos con la hostilidad?
Reconocer que también hay potencia de reinvención de las instituciones. Es algo que me preocupa mucho y que me hace pensar, escribir, indagar, encontrarme con otras personas, no resolver la contienda, la polémica, la dificultad. Hay algo de la lógica antimanicomial en sostener esas preguntas complejas, evitar las soluciones simplificadoras; saber lo que puede ser bueno en un momento y no tan bueno para otro, lo que puede serlo para una persona para otra no. Hay un reclamo de singularidad por atender en las instituciones, aunque al Estado le cueste mucho acoger, metabolizar, hacer desde esa peru. Se abren grietas y se generan alianzas que serían impensables sin estas preguntas. Pienso en todo lo que produce y hace una pregunta.
O: – También pienso que el activismo de banqueta no es suficiente si no hay interlocución con otros niveles, en otros espacios y entramados políticos. En relación a ello, me gustaría preguntarte acerca de la enunciación de las personas objetivadas abyectas, a quienes sólo se nos permite la palabra, o se espera, a través de la ritualidad del diván o del consultorio médico del psiquiatra y para quienes, por tanto, la atención -la escucha, la empatía,…- se circunscribe dominantemente en los procesos de comunicación clínica, ¿cómo se hace desde el movimiento para lograr una okupación epistémica en el ps(c)istema?, ¿cómo se hace para resistir a la psiquiatrización de la vida, de los malestares, de los afectos?, ¿cómo se apuesta en Orgullo Loco Buenos Aires a esa polifonía de voces de personas locas y trans*?
F: – Me quedo con la palabra interlocución. ¿Cómo generar un lenguaje más o menos común con las instituciones? Para que las instituciones escuchen y a la vez para que los movimientos sean interpelados.
Sobre ello pienso en que hay algo para disputar: la flexibilidad, la plasticidad. ¿Cómo ocupar esa dinámica de estar entre las instituciones y el activismo, entre movimiento y Estado? Es una tensión permanente porque los Estados también han sido ocupados, al menos en los últimos 30 años, por lógicas corporativas. Se han transformado. Es importante hacer un trabajo de desprivatización, cómo hacer funcionar esas instituciones que están atravesadas por las lógicas corporativas que tienen manejos empresariales. Este diálogo es una experiencia interesante por el nivel de reflexión que puede abrir en nuestros movimientos.
Esto que decías, el activismo de banqueta, es una resolución que yo respeto mucho, pero que me resulta insuficiente para dar cuenta del enorme problema de lidiar con un planeta, instituciones, y vidas al borde del colapso. Es inaceptable que las vidas travestis, trans*, no binarias, tengan la mitad de la esperanza de vida que las personas cisgénero. Necesitamos generar diálogos, intervenciones que promuevan la permanencia de nuestras necesidades en el sistema público de salud y que no sea una instancia de patologización y revictimización, porque nuestra supervivencia es importante, no sólo para nuestras comunidades.
En la incidencia política lo que menos sirve es la moral, el atrincheramiento, el encierro, porque nos quedamos hablando para nosotras y hay algo del pensamiento que se aplana. Hay un diálogo que a mí no me interesa abandonar, a pesar de toda la dificultad y el cansancio que provoca de a momentos.
Sí, las estructuras institucionales también amplifican el daño, pero hay que ver cómo ocuparlas desde una perspectiva de reducción de daño, como decías. Esto lo tienen presente los movimiento antipunitivistas, no podemos abolir las cárceles inmediatamente pero provoquemos instancias de reducción, otros mecanismos de cuidado y reparación. No sólo hay que pensarnos como objetos de daño sino como sujetos de daño, nosotras también podemos producirlo porque hemos sido criadas y validadas en esas lógicas, hay que buscar cómo romperlas y agrietarlas. Y también, por qué no, fugar de esas luchas cuando es necesario. No tiene sentido sostener espacios que no funcionan, no le sirven a nadie, ni a nosotras, ni a nuestros cuerpos, ya bastante arrasados. Sostener diálogos con personas que apreciamos pero con quienes no funcionamos es cansador. Necesitamos una distancia que permita volver a tomar aire, con todo el dolor que eso puede traer porque no son experiencias fáciles. Ni las distancias son fáciles de habitar, ni las cercanías tan cómodas.
O: – Sobre esto del aguante, de lidiar con las dificultades que acarrean las relaciones sociales, leo frecuentemente tanto en la página de Orgullo Loco Buenos Aires, como en tu perfil personal, sobre la resistencia desde los tiempos propios, estas temporalidades en el cruce de lo trans* y la neurodivergencia. Algo que me gustaría indagar más extensamente en otro momento, pero que en tanto me gustaría ir sentando base. ¿Cómo atraviesa un cuerpo de la diversidad psicosocial y trans* los estadios de una normo-transición al margen de la cisheterosexualidad cuerda o de la capacidad corposubjetiva obligatoria?
Es decir, se piensa que nosotras las personas nacemos, crecemos, nos reproducimos, establecemos un núcleo familiar, nos convertimos en progenitoras, abuelas, etc. Y en ese proceso se entiende que se transiciona de la infancia/la adolescencia/la juventud a la adultez, y con ello un trayecto en el que devenimos sujetas epistémicas. Sin embargo, en la discapacidad psicosocial y la trans*situacionalidad no sucede eso, en el imaginario del resto seguimos siendo retratadas como les hijes eternes que nunca devienen xadres, que no aprenden sobre la vida y que no tienen nada importante para abonar sobre la dinámica social familiarista y nacionalista -y todo lo que despliega en el mundo social la familia. ¿Cómo se mueve una en esas velocidades tan comprometidas?, ¿cómo se resiste a las exigencias del progreso-retardo?
F: – Es un complejo de preguntas que me atraviesa. Incluso al interior de cómo se transiciona o cómo se es una buena trans* porque a veces se piensa que hay cierto guión, cierto ritual para devenir buen trans*. En mi caso la lentitud es un gesto y una dinámica importante, es muy próxima energéticamente porque yo siento que no funciono de manera rápida sino a mis tiempos, con mis rituales, yendo hacia las otras personas y mis deseos, con su temporalidad propia. Y ahí me descubro desfasada del ritmo de aceleración, del cumplimiento de ciertas expectativas.
Y mi tránsito por los movimientos, por las instituciones, también se tiñe de esa lentitud. A veces puedo estar disponible para una activación o para una marcha y a veces no, comprender y hacer comprender esa diferencia de la velocidad es todo un trabajo. Mis habitares no son reproductivos en el sentido normativo pero sí en otros términos experienciales, de interés sobre cómo vivir un cuerpo de manera lenta, de pensar las instancias de descanso o siesta como instancias de colectivización y resistencia. Esto pensando en las llamadas clínicas del sueño, propuestas por Tricia Hersey en USA, que vinculan de manera interesante la deprivación del sueño y de los momentos de descanso con la dominación y supremacismo blanco capitalista.
¿Por qué estamos o tenemos que vivir tan aceleradamente? Eso con sus determinadas variables, aquí vivimos en territorios ocupados por Estados-nación, robados a sus pobladores, organizados a partir de masacres aún hasta en el presente. Los genocidios se siguen reproduciendo bajo distintas formas y tiempos de actuación. Cuando una persona no encuentra un sitio para el tratamiento de su experiencia habitada y se siente menospreciada o una mierda porque no halla lugar de acogimiento, escucha y cuidado, eso es una reproducción de segregación. ¿Qué hace una sociedad con cuerpos que deciden habitar experiencias no reproductivas respecto del lazo social más normativo? La solución es el encierro, la sobremedicación o la eliminación, como ha pasado con nuestras compañeras del colectivo trans*/travesti, que han sido víctimas del acoso policial y de la falta de acompañamiento institucional.
Aquí en Argentina, hace dos años que se estructuró el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad y en consecuencia se han abierto instancias para resistir a las violencias. Aunque ese proceso se ha encontrado con muchas resistencias en la sociedad, desde decir que las personas trans* no somos prioridad en situaciones de crisis, que no somos parte del feminismo, la discriminación cotidiana por como vestimos o nos teñimos el pelo o caminamos. Eso es algo que vivimos cotidianamente. Y a pesar de que reconozco que yo soy una trans*femenina blanca, con trabajo, con mucho passing, me enfrento con la malgenerización; que me nombren con mi nombre anterior o que me lean como hombre y casi nadie me pregunte por cómo me quiero nombrar o que me nombren.
El derecho a la autopercepción es algo importante de incluir en las dinámicas de vinculación social, es algo duro de atravesar. Una lo va dejando pasar a veces por una cuestión energética, porque no es sostenible en términos de supervivencia. Hay espacios donde las personas son mucho más hospitalarias y preguntan por los pronombres, pero son pocos. Es necesario que las personas cisgénero den cuenta de que su experiencia no es la única posible. Hay un desafío que tienen que atravesar ellas, no se nos puede pedir a las personas trans* que estemos educándoles todo el tiempo. Argumentan que es complejo, y sí, puede ser complejo, pero resulta que el peso de esa complejidad siempre recae sobre los mismos cuerpos. Hay una necesidad de excusarse en la complejidad como una instancia para evitar cuestionamientos y perpetuar el maltrato.
O: – La interlocución no siempre ha sido hacia nosotras y ahora resulta que quienes han tenido históricamente, y continúan teniendo, la enunciación legitimada tienen que ser asesoradas para percatarse de la identidad de las otras. Todas las personas tenemos que hacernos cargo de nuestras responsabilidades en la interacción.
F: – Y aclarar que pedir esa responsabilidad no es cisfobia. No hay problema con ser cisgénero, sin embargo hay que reconocer que serlo implica ser beneficiaria de un régimen de opresión, y es necesario dar cuenta de ello. Indagar en la valorización de las vidas cis y trans*, situando a las primeras como únicas importantes en detrimento de las segundas, es también una responsabilidad cis para posibilitar un mundo más vivible para todas. No se trata de quitarle a nadie posibilidades de disfrute, sino de prolongarlo para todas. Por eso la intersección de las experiencias para mí tienen que ver con proyectos de justicia social. La sociedad será más hospitalaria con gestos como el de no dar por presupuesto el pronombre de las personas. Eso es un enorme acto de escucha y amabilidad, y te juro que cambia la vida, por más banal que pueda parecer. Hay que usar menos energía en el intercambio y transitar de manera más amable. Es un gesto muy significativo a niveles micropolíticos y macropolíticos.
O: – Esto que mencionas me introduce en la reflexividad. Hoy, el Día de la Visibilidad Trans*, no tendría que ser un día de saturación de artículos o entrevistas donde se discuta únicamente la cuestión de lo que es ser trans*, sino de apostar a un ejercicio de pluralización de enunciaciones, precipitar una ecología de saberes. Hoy es un día para visibilizar las vastas producciones de conocimientos, saberes y tecnologías de las personas trans* en distintos campos o áreas de investigación. Las personas trans* pueden hablar de muchas cosas más que sólo la cuestión del género, porque como bien señalas, es más productivo enunciarte desde la intersección con otras vivencias, dar cuenta de las diversas conjugaciones en una vida.
F: – Sí, dar cuenta de que existimos. Hay mucha gente que nos quisiera muertas, empobrecidas o encerradas. Eso lo vemos todos los días, porque aparecer como una desea tiene sus costos.
O: – Te agradezco que en esta interlocución, diálogo, nos provoques esas posibilidades. Pensando justo en los costos energéticos, en los tiempos, me gustaría preguntarte, para ir concluyendo este encuentro, si hay algo que gustes compartir, algo más por anotar ahora.
F: – Me quedé pensando en esto que me preguntabas sobre la lentitud. Ahí hay algo a seguir recuperando, los espacios, como este, donde podemos conversar sin tanta presión del reloj, pensar en voz alta, esto que desde las comunidades neurodivergentes llamamos apoyo mutuo, que traemos de las prácticas libertarias.
Me pasa con el taller de teoría crip, esta palabra que hemos decidido no traducir, dejarla abierta a sus transducciones posibles y no cerrarla a una, porque puede dar cuenta de muchas experiencias y corporalidades. Y para atravesar esa multiplicidad heterogénea necesitamos tiempo. Ese tiempo tan particular y extraño que es la escucha.
Nos pasa en los talleres, te decía, donde nos juntamos una vez al mes, que empezó siendo un taller de estudio de la obra de Robert McRuer, pero que con el tiempo se convirtió en una instancia de apoyo mutuo. El tiempo de la escucha produce comunidades de cuidado. Es necesario hacernos de esos tiempos para repararnos. Venimos con muchas heridas abiertas, por eso decimos “decir crip con el corazón en la mano”. Por eso, en mi caso particular, habito la academia de forma incómoda, aunque reivindico esa misma incomodidad porque sigue siendo para mí una instancia de pensamiento. Dar importancia epistémica a la incomodidad, a la lentitud y al apoyo, y poder construir otras instancias epistemológicas tiene que ver con eso que mencionas, la ecología de los saberes. Incluso, con una ecología de la atención, porque nuestra atención está bajo estado de asedio, esa voluntad de que no durmamos ni soñemos, que nos conformemos. El tiempo lento, desfasado, es una instancia de resistencia.
Te agradezco a vos y al equipo por esta hermosa conversación que seguramente me hará seguir pensando muchas de las cosas en las que vengo preocupada y atenta.
O: – Muchas gracias a tí. Que sea el primero de muchos encuentros más.