Cuando los medios de comunicación masivos ponen en su agenda a los “problemas de salud mental” suelen reclamar la importancia de hablar de estos temas para que dejen de ser “tabú”. También destacan la importancia de darle visibilidad a estos supuestos problemas para que disminuya el estigma y la soledad que supuestamente cargan quienes padecen estos problemas. Es natural, y se menciona en pocas ocasiones, que existan sobrados motivos para tener miedo a dar testimonio en primera persona sobre el padecimiento de problemas de salud mental. Suele explicarse que la estigmatización por problemas de salud mental, causa estos miedos. Suponemos que esta explicación resulta bastante lineal y simplista.
¿Podremos animarnos a ver que las lobotomías, no son tratamientos de la salud mental sino castigos? ¿Podremos considerar la posibilidad de ver al electroshock como un castigo, en lugar de una terapia electro-convulsiva? ¿Podremos entender porque en varios países del mundo se considera tortura a las llamadas habitaciones de contención psiquiátrica? Es natural sentir miedo, pánico o terror ante la remota o cercana posibilidad de que nos sometan a estas prácticas violentas, que se intentan legitimar como tratamientos en salud mental. Por todo esto queremos reflexionar en torno al terrorismo, específicamente el terrorismo de la normalidad, de la cordura y la salud mental.
Es natural y esperable que las personas que han sobrevivido a estás practicas no quieran hablar de sus experiencias porque implica remover un pasado doloroso para enfrentar un presente que no ofrece justicia para reparar el daño perpetrado por los tratamientos compulsivos, violentos, invasivos y de choque contra la diversidad psicosocial. Quienes hemos sobrevivido, sabemos que nuestros torturadores y sus cómplices caminan por la calle libremente gozando del prestigio social que les brinda su imagen de profesional de la salud mental. Cuando mencionamos la violencia psiquiátrica, psicológica o terapéutica, se nos mira como si estuviéramos exagerando y se nos recuerda que no todos los terapeutas son iguales. Se nos dirá que estamos atravesando un trauma y deberíamos pedir ayuda en la salud mental comunitaria, pero no se nos reconocerá que estamos denunciando a determinados tratamientos como atentados criminales de organizaciones terroristas.
Pero, aunque se nos señale que estamos exagerando, mostraremos algunas características del sistema de salud mental, que si bien podría describirse como una corporación, se trata de una organización terrorista. Toda organización terrorista es sofisticada y responde a una doctrina manifiesta en una moral y un programa o plan de acción. Como primera medida hay que describir que las organizaciones terroristas de salud mental operan tanto en el ámbito público como privado alcanzando altas esferas del poder político, por ejemplo en la promoción de leyes, aprobación de presupuestos y tráfico de influencias. Solo por poner un ejemplo histórico para que se comprenda porque definimos al sistema de salud mental como una organización terrorista, basta con señalar que el médico terrorista portugués Antonio Monis recibió un premio Nobel por crear el método de tortura de la lobotomía.
Se podrá acusar seguramente que esta visión es “paranoide”, pero esa acusación no es más que una de las sofisticadas tácticas para infundir el terror en la población. Justamente quienes suponen que este texto es una expresión paranoide, no pueden más que invalidar y descalificar aquellas expresiones que pretenden erradicar de la especie humana.
Muchísimas de las personas que se definen como sobrevivientes de la salud mental, por poner un ejemplo, viven con muchísimos miedos a volver a caer en las prácticas invasivas y violentas que los agentes de salud mental denominan tratamientos. Por poner otro ejemplo diremos que tanto el diagnóstico, el tratamiento como la definición de un “brote psicótico” o “crisis de salud mental” pretenden darle una gravedad extrema a esos acontecimientos de forma tal que la población busque evitar por todos los medios atravesar un brote psicótico o una crisis de salud mental. Buscan con técnicas de manipulación psicológica que la población tenga miedo de enloquecer. El paliativo ante estos terrores resulta ser el creciente consumo de psicofármacos.
El terrorismo de la cordura ha logrado que toda la población mundial desee ser normal. Las prácticas a las que se somete a las personas locas, son peores que a las que se somete a las personas criminales, porque éstas nunca acceden a la justicia o a un abogado defensor. Se sabe: los agentes terroristas de salud mental son fiscales, jueces y verdugos en la oscuridad del consultorio. Además, es natural que la población sienta terror ante la posibilidad de ser estigmatizada como enferma mental o trastornada. Por otro lado, sabiendo las aberraciones que suceden al interior de un loquero, ¿Quién querría exponerse a un secuestro en un psiquiátrico sin un abogado defensor?
La cara del terrorismo puede ser inocente, fraternal e inofensiva. Allí radica el éxito de estas organizaciones terroristas. Han logrado hacer creer a la población que solo son profesionales de la salud que tienen buenas intenciones. Por poner un ejemplo, Rodolfo Liceaga, un psiquiatra terrorista goza de todos los privilegios sociales y camina libremente por las calles argentinas habiendo torturado a pacientes en la clínica CEPSA, sin que nadie lo haya acusado en la justicia por mala praxis.
Finalmente, diremos que no queremos venganza ni justicia porque la justicia implica negociar con los agentes de salud mental y la venganza relacionarse con ellos. Y nosotras, no nos relacionamos con terroristas.
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