Comunismo de la Salud

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“La enfermedad es la única forma de vida posible en el capitalismo”, Colectivo Socialista de Pacientes

A continuación compartimos la “Introducción” del libro Health Comunism (Verso, 2022) de Beatrice Adler-Bolton y Artie Vierkant, activistas ingleses en discapacidad y por la justicia sanitaria. El libro aboga por una nueva política de izquierda destinada a cortar las relaciones estructurales entre el capital y una de sus principales herramientas de dominación y disciplinamiento: la salud. Dicho en términos guevaristas, la apuesta es cortar el cordón umbilical que ata nuestra salud física y mental a la ley del valor. Adler-Bolton y Vierkant sostienen en este sentido una perspectiva internacionalista y socialista en el marco de un programa de política sanitaria radical. De esta manera, realizan un aporte insoslayable a los movimientos de izquierda a nivel global, confluyendo asimismo con una renovada inspiración anticapitalista entre los activismos locos, discas y neurodivergentes en Reino Unido. En efecto, el comunismo de la salud encuentra ecos en los argumentos a favor de un “marxismo neurodivergente” del filósofo autista Robert Champan en Empire of normality (Pluto Press, 2023); del mismo modo que tiene resonancias con la propuesta antirracista y abolicionista carcelaria formulada por Micha Frazer-Carroll en Mad Word (Pluto Press, 2023). No es casualidad que en los tres libros se analicen con cierto detenimiento las hipótesis y las prácticas cotidianas del Colectivo Socialista de Pacientes, icónico grupo de pacientes antisistema fundado en 1970 en Alemania. En este contexto de nuevas investigaciones militantes, Health Communism examina cómo el capital ha utilizada la discapacidad, la locura y la enfermedad para producir una “clase excedente”: la clase de las mentes corporales consideradas residuales, costosas y prescindibles. Vidas inadecuadas e improductivas. Demarcar a los sanos de los insanos, al trabajador de los “no aptos” para ser explotados, a los incluidos de los expulsados, es el programa del capital para socavar la solidaridad interseccional entre las personas oprimidas y vulnerables, así como también para destinar poblaciones enteras a ser blancos de descarte, endeudamiento y desposesión. La “clase excedente” está sujeta al “abandono extractivista” del capitalismo: por un lado, es una población patologizada, criminalizada y encerrada, mientras que por el otro es un bloque de ganancias para la mercantilización farmacéutica, las industrias privadas de la salud y la cultura terapéutica. De hecho, según los autores, son los mismos gobiernos de los estados capitalistas aquellos que en ocasiones consideran a las “clases excedentes” como un gasto económico y, por tanto, una población sobrante, ajustable y desechable. Por estas razones, el desafío del libro es contribuir a las estrategias antagonistas centrándose en la lucha de la “clase excedente” contra la eugenesia capitalista. En última instancia, Adler-Bolton y Vierkant sostienen que no lograremos derrotar al capitalismo hasta que no separemos la salud del capital: la abolición del reino de la mercancía requiere la abolición del sanitarismo mercantil.

Emiliano Exposto

Texto de: Beatrice Adler-Bolton y Artie Vierkant

La salud es la vulnerabilidad del capitalismo. No hay capital sin salud; la salud es el anfitrión del capital. Y el mayor truco del capitalismo es convencernos de que existe independientemente de este control sanitario parasitario. Que es indiferente.

La salud no tiene un significado fijo. Es fluida. Bajo el capitalismo, la salud ha sido definida para encarnar muchos significados: desde la “salud” biológica e hiperindividualista que cualquier persona posee (siempre una posesión, nunca una ontología) hasta constructos a nivel de la sociedad global que intentan dar lenguaje a las oportunidades de supervivencia de ciertas poblacionales. La salud es un fenómeno vulgar. Una matriz estratificada por raza y clase que articula regímenes de escasez artificial, los cuales se cruzan constantemente. Un destino, algo hacia lo que uno siempre debe orientar su vida. Saludable física, social, económica y metafísicamente. Más que una cosa, y muchas veces difícil o imposible de describir, la salud se define por las cosas que no es. Ni cancerosos ni discapacitados, como si el estado más puro de salud fuera simplemente no existir.

La salud bajo el capitalismo es una imposibilidad. Bajo el capitalismo, para alcanzar la salud hay que trabajar, hay que ser productivo y normativo. Sólo entonces se tiene derecho a la salud que se puede comprar. Esta fantasía de la salud individual bajo las condiciones político-económicas del capitalismo, sólo existe como un estado que uno no puede ser o alcanzar, pero por el cual siempre hay que esforzarse.

El Colectivo Socialista de Pacientes (SPK por sus siglas en el idioma original) llamó a este imaginario cultural de la salud una “fantasía biológica y fascista”. Un imaginario que oscurece la verdadera y violenta arquitectura de los sistemas económicos de extracción bajo la sombra de una descripción capitalista-realista del trabajador perfecto. La fantasía biológica y fascista de la salud no es exclusiva del capitalismo, sino más bien una de las piedras angulares de una vasta red de instituciones “cuya función… es ocultar las condiciones sociales y las funciones sociales de la enfermedad”. Por esta razón, el SPK consideró que ninguna versión de la “salud” podía reasimilarse a un marco de lucha anticapitalista y proenfermedad. Si bien estamos en deuda con el trabajo del SPK, no estamos de acuerdo en este punto. Proponemos nuestra propia lectura, mediante la cual se reclama la salud no sólo para los trabajadores sino también para aquellos marcados como excedentes, para todas las personas: “comunismo de la salud”.

Al capital se le ha permitido definir los significados, términos y consecuencias de la “salud” durante bastante tiempo. En estas páginas proponemos una reevaluación radical de nuestra economía política que busca deshacer las definiciones de salud del capitalismo dejando al descubierto los supuestos violentos y “eugenésicos” en sus cimientos. Investigamos cómo el capital ejerce la salud para dividir a las poblaciones, separando a los que la merecen de los que no la merecen, a los redimibles de los irredimibles, a aquellos que se considerarían “trabajadores” de las vastas clases “excedentes”. Afirmamos que sólo rompiendo estos binarios profundamente arraigados a nivel social es posible la abolición del capitalismo. Los contornos del capitalismo se han formado en torno a la salud, hasta el punto de que parecen inextricables unos de otros. El Comunismo de la Salud pretende romper estos vínculos. Como veremos, hacerlo no sólo significa eliminar una de las principales herramientas del capital, sino también separarlo de su anfitrión.

El comunismo de la salud también intenta dar forma a una filosofía política más amplia que pueda guiar a los movimientos de izquierda que exigen estructuras de atención universal, una expansión espectacular de los apoyos al bienestar social o una medicina socializada. Han transcurrido siglos de lucha a favor y en contra de la medicina socializada. Y, sin embargo, los argumentos y tácticas de ambas partes rara vez han cambiado: una inventiva contra una reforma del seguro nacional de salud estadounidense en el siglo XXI suena muy parecida a sus predecesoras de finales del siglo XIX. Sin embargo, en este mismo período se han producido avances significativos en la relación entre salud y capital, y es crucial que nuestros movimientos puedan reconocerlos y abordarlos.

Sin embargo, es importante especificar qué entendemos por “medicina socializada” y en qué se diferencia del proyecto más amplio presentado aquí. Hay muchas definiciones contrapuestas de medicina socializada, pero generalmente se entiende que el término incorpora “una serie de características comunes”. En primer lugar, desde un punto de vista liberador, la medicina socializada se entiende principalmente como una distribución más equitativa de la atención médica o la asistencia sanitaria, en la que esta distribución deja de ser una cuestión de si la clase, las finanzas, la raza, la capacidad o el género de un individuo le impiden recibir la atención médica necesaria. En segundo lugar, se entiende que la medicina socializada es un programa asumido por el Estado y proporcionado a aquellos reconocidos dentro de sus fronteras como sus ciudadanos, aunque no siempre a aquellos que el Estado no reconoce como propios. Finalmente, a menudo se piensa en la medicina socializada como un programa estatal de bienestar que puede situarse dentro de un Estado capitalista.

Estamos en desacuerdo con estas definiciones, ya que pueden servir para limitar nuestro imaginario de lo que es posible bajo el comunismo de la salud. La distribución equitativa, o redistribución, es un objetivo importante, pero lo que es necesario es avanzar categóricamente más allá. Compartimos los sentimientos expresados por otros en las luchas internacionales por la justicia sanitaria: el comunismo sanitario significa toda la atención para todas las personas. Si bien esto a menudo se expresa a través de llamamientos a la necesidad (que “todos deben recibir la atención que necesitan”), abogamos por un enfoque más amplio. Como veremos, la determinación de la necesidad se ha inculcado dentro de la lógica capitalista. Y, de este modo, se articula con lo que describiremos como una determinación de la “carga de deuda/eugenésica” de un individuo en relación con la provisión social de atención, tratamiento o apoyo del Estado.

Nuestro proyecto aboga por una perspectiva internacionalista del comunismo de la salud. No separaremos la salud del capital luchando por reformas menores que perpetúen la segmentación y la vigilancia de las fronteras y límites estatales. Exigimos una abundancia radical de atención que deseche siglos de ideologías de austeridad, sujeción y extracción. Por lo tanto, es importante reconocer que, incluso mientras se lucha dentro de Estados Unidos por políticas como “Medicare para todos”, nuestra tarea es mucho mayor de lo que este programa podría abarcar. El desafío es la reforma total de la economía política de la salud y, con ello, la reforma total de la economía política.

Esta es la razón por la que, argumentamos, si bien muchos estados pueden tener sistemas a los que se hace referencia como “medicina socializada” (como el Servicio Nacional de Salud del Reino Unido), en realidad no existe, ni puede existir, tal sistema de medicina verdaderamente socializada al interior del estado capitalista. Quizás por eso, entre todas las socialdemocracias que han instituido alguna forma de medicina socializada, ninguna ha alcanzado el comunismo. Los países con amplios programas socializados de medicina y bienestar social mantienen habitualmente sus excedentes de población con un antagonismo manifiesto. Nuestros camaradas trans han huido del Reino Unido para continuar con su terapia hormonal, frente a las barreras artificiales impuestas por el sistema inglés de Clínicas de Identidad de Género. Nuestros camaradas discapacitados en Canadá desprecian a los políticos socialdemócratas de Estados Unidos que señalan al sistema canadiense de Medicare como una panacea que debe reproducirse, en lugar del motor de la austeridad y la represión que ellos padecen. A pesar de tener una “medicina socializada”, estas socialdemocracias siguen siendo, en el fondo, estados imperialistas y capitalistas. Como ha escrito Vicente Navarro: “El Servicio Nacional de Salud británico no es una isla socialista dentro de un estado capitalista”.

Algunos lectores pueden sorprenderse de que prestamos poca atención a la cuestión del seguro médico. Entendemos a las compañías de seguros de salud por lo que son: principalmente, son instituciones financieras, preocupadas únicamente por los pagos de los servicios prestados y por la interminable, burocrática y letal gestión del riesgo. Se podría dedicar un relato completo al estudio de estas instituciones financieras desde una perspectiva del comunismo de la salud, utilizando un análisis de la economía política de la salud. Pero nuestros movimientos no tienen tiempo para considerar retener estas instituciones. No hay lugar para ellos en la sociedad.

Algunos lectores también pueden sorprenderse al no encontrar ninguna mención de la pandemia de coronavirus en Comunismo de la salud, incluso cuando fue escrito en su agonía. Esta omisión es intencional. A pesar de todos los horrores de la pandemia, no conocemos ninguna medida adoptada durante ella por los Estados o la industria privada que no se explique en su totalidad por el marco capitalista sanitario preexistente. Si bien puede resultar tentador decir que hemos “aprendido de la pandemia”, está claro que ninguna de sus lecciones era desconocida anteriormente y no estamos convencidos de que se haya producido algún tipo de aprendizaje.

También es importante poner en primer plano por qué nuestra concepción del comunismo de la salud se refiere a muchas cosas que a menudo no se consideran componentes de la “salud”. Si bien esto se hará evidente en los primeros capítulos del libro, en los que se esboza la delimitación de las poblaciones como “excedentes” y cómo la salud ha llegado a definirse bajo y por el capital, también es necesario definir nuestro proyecto como uno que realiza intervenciones en el linaje académico sobre los llamados determinantes sociales de la salud. El concepto de “determinantes sociales de la salud” se utiliza en la literatura crítica sobre salud pública, centrándose en la amplia confluencia de factores que afectan y pueden afectar a la salud de un individuo o de una población. Los activistas han resumido mejor el significado de este término: entender la salud como algo socialmente determinado es entender que, entre otros factores, la vivienda es atención médica. También lo es la atención sanitaria con aire limpio. Estos aspectos socio-infraestructurales de la vida (no sólo la vivienda y el aire limpio, sino también los alimentos, el agua potable, el saneamiento público, el apoyo social, la ayuda a domicilio, un planeta no quemado ni destruido por el capital), tienen un impacto en la salud de un individuo y en las oportunidades de vida. Es importante destacar que esto no significa que los determinantes sociales de la salud tengan primacía sobre lo que por lo general se entiende como atención: el comunismo de la salud, como proyecto y como objetivo político, se centra por definición en ambos.

El comunismo de la salud procede a través de un intento de desenmarañar los factores estructurales que constituyen la economía política de la salud. El objetivo es proporcionar un marco para buscar mayores demandas y pensar de manera más amplia sobre cuán amplias deben ser nuestras transformaciones de la economía política si queremos derrotar al capitalismo. Si queremos ganar el comunismo de la salud, nuestros proyectos políticos deben centrarse en las poblaciones que el capital ha marcado como “excedentes”: cuerpos no deseados y descartados; cuerpos desechables que, sin embargo, se han convertido en objeto de acumulación de capital.

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