En su libro Estados Mórbidos, Dresda Méndez nos abre la posibilidad de pensar el dolor corporal más allá de la individualización, pensarlo no solo desde las causantes médicas, sino como resultado de políticas y sistemas sociales que cronifican el dolor, que responsabilizan a la persona y la aíslan en su malestar; es a partir de su trabajo con mujeres con fibromialgia que Dresda nos lleva a pensar en la posibilidad de politizar dolor, de crear nuevos lenguajes y medios para pensar en nuestros dolores, a la vez que se vehiculiza la posibilidad de exigir al Estado asuma la responsabilidad de aquellas condiciones de vida que nos han empujado hacía la cronificación de nuestros dolores.
Los Estados Mórbidos son aquellos que nos quieren cansados, que nos desean enfermos, aquellos que nos imposibilitan a exigir y nos reducen a cuerpos explotables y consumidores.
Esta es la primera parte de la conversación que pudimos tener con Dresda Méndez acerca de su libro Estados Mórbidos, desgaste corporal en la vida contemporánea, el cual hace tan solo un par de meses cumplió su primer año de haber sido publicado.
La conversación arranca de un modo muy casual, y sin planearlo como tal nos dirige hacía el tema del apartado metodológico presente en el libro de Estados Mórbidos, en aquel capítulo que la autora nombra como “interludio metodológico”, este apartado destaca por construirse desde un abordaje en primera persona, desde la implicación de la autora con su propio sentir.
Dresda Méndez: A mí este apartado se me hizo importante. Este libro es resultado de mi tesis doctoral, entonces una tesis doctoral tiene su introducción, su metodología, etc., y cuando ya lo pasas a libro normalmente las propias editoriales te piden que quites la parte metodológica y que únicamente dejes la parte que es el centro de tu investigación, pero yo sí insistí con la editorial, porque creo que, como lector o lectora, y como escritora, es muy importante que la gente sepa cuál fue el proceso que hizo que ese libro saliera a la luz.
Porque cuando tú lees un libro y no sabes de dónde viene la autora se te presenta como una abstracción, entonces no sabes lo que implicó hacer este libro, ni lo que atravesó a la investigadora, ni sabes la complejidad que es armar una propia metodología. Desde el doctorado yo fui muy cuidadosa en que no fuera una metodología extractiva. Sí quería que fuera una metodología pensada en colaboración constante, de ahí que se me hace importante hablar realmente de cuál fue el proceso del uso de la fotografía. Este no fue solamente un texto que se quedó en la biblioteca, sino que se hizo un fotolibro con las fotografías que las participantes tomaron, y era importante que la gente supiera que todos los capítulos, los títulos, no fueron mis inventos, sino que fueron parte de las conversaciones que salieron con las mujeres con las que participé. Durante la escritura de la tesis, tuve un accidente, me caí y me lastimé la espalda, estuve seis meses con mucho dolor, y todo eso influye en cómo escribes, cómo piensas, cómo te acercas al dolor, cómo puedes trabajar con el dolor con otras personas, y todo esto influyó en la metodología del libro. Entonces, el interludio metodológico a mucha gente no le gusta, pero me parece importante porque así la gente conoce quién soy, cómo fue hecho este texto, y que el conocimiento no pasa de un día a otro, sino que se gesta de y entre muchas cosas, y la metodología es una de ellas.
Luis Arroyo: de hecho el interludio lo agradecí cuando lo encontré, porque era mi discusión, sobre el cómo siempre se salta la parte emocional durante la investigación, de los malestares que pueden estar atravesando en esos momentos; tú lo mencionas, y se habla mucho en investigación sobre lo situado, la perspectiva desde la cual estás ubicada para realizar la investigación, sobre lo que percibes y sientes, pero aunque es algo que se reconoce sigue siendo un tema que se evita abordar, entonces, el encontrar que es algo que tu abordas es algo que agradezco, porque también me da esa sensación de encontrar que tienes una relación distinta con las personas con las que estuviste trabajando, que no fue justamente solo llegar y tomar sus experiencias, sino el poder establecer este vínculo a partir de que el dolor nos atraviesa en distintos momentos, que todas las personas nos movemos en estos mismos sistemas.
Dresda Méndez: Sí, para mí era importante justamente eso, claramente el libro no lo esconde, yo soy feminista de profesión, o al menos, mi política de vida sí lo es, entonces para mí dejarlo claro desde el principio era importante: cómo estaba situada, cuál era mi relación con ellas, esto era fundamental, porque este libro gira a partir de la metodología, las fotografías son lo que hacen los capítulos, nada de esto hubiese salido sin la metodología, entonces para mí era como muy importante situarme como persona doliente. Lo que quiero transmitir es que en el libro se expresa un dolor físico, pero todxs somos dolientes de este sistema, este sistema nos duele y nos dolimos con el sistema. Yo lo que quería expresar es que hay enfermedades que parten del dolor que el sistema nos causa y qué maneras tenemos de dolernos mutuamente. Por eso al final de cada capítulo trato de ver cómo hay alternativas de condolernos, que es una manera de convalecer juntos de alguna manera con un sistema tan voraz y tratar mucho con respeto las historias. Tener ese respeto es importante, porque todavía, para muchas personas, trabajar con personas con discapacidad o con cualquier tipo de diversidad funcional se entiende que son sujetas, sujetos a expropiación, entonces, ¿cómo cuidamos que esas prácticas extractivistas no sean parte de nuestro trabajo? Por eso, para mí, lo metodológico era tener las cosas claras y que la gente viera cómo te acercas y posicionarte al dolor no como algo ajeno a nosotrxs, sino como el común denominador de lo que nos pasa, y como hay cuerpos que lo expresan diferente.
Luis Arroyo: me quedó muy presente el cómo la investigación es investigación-creación, dándoles el lugar de persona y no de objetos de investigación, siempre situándolas en su contexto y situación particular y reconociendo el aporte que cada persona da a la investigación, incluso el titular los capítulos a partir de frases que ellas dan, dando siempre el lugar de personas activas en su propio proceso, pero me queda la duda entre cual es la diferencia al hablar de investigación-creación e investigación colaborativa, por ejemplo.
Dresda Méndez: Investigación-creación es parte de este vocabulario que se hace en la Academia, que realmente proviene de Canadá, pero en América Latina tenemos otras formas que son muy propias: tenemos la investigación participativa y toda la escuela de Paulo Freire de investigación colaborativa. ¿Qué tiene de específico la investigación-creación? Quizá, es que es poner el elemento artístico como motor de la investigación. Normalmente había una tendencia de decir que lo artístico no era académico, entonces es una manera de que el arte también hable de lo epistemológico, y tú trabajar en esta mezcla en donde el arte también vaya dando respuestas y provocando preguntas. De ahí también que los capítulos no salieran hasta el proceso creativo fotográfico, realmente este libro proviene de ahí.
Yo tengo mi escuela de pensamiento, soy foucaultiana, en la licenciatura hice la tesis sobre Foucault, después agregué a la necropolítica,y luego fue añadiendo a autoras con los mismos intereses como Sayak Valencia y su libro Capitalismo Gore, y claro no puedes negar que la biblioteca que te formas en la cabeza es como ves el mundo. Probablemente este texto pudo haberse escrito de muchas otras formas si no fuera foucaultiana, y eso fue lo que me guio, pero también es verdad que yo no quería que mis inclinaciones filosóficas fueran las que explicarán las palabras de otras. Cuando estuve en Cuernavaca fui directora de una fundación comunitaria y la metodología de trabajo que teníamos era una metodología que se llama “ilusionismo social,” es una escuela que viene de España, pero que trabaja mucho con la teoría de la liberación, Paulo Freire, además Cuernavaca es también cuna de movimientos sociales, y mucho de ese trabajo con las comunidades es no tener conocimientos a priori, o sea no llegar con “esto lo voy a explicar con Foucault”, sino siendo un poco más abierta. De esta manera, cuando comienzo con mi investigación llegué con ellas con una propuesta sencilla: “que tomen fotografías de lo que ustedes identifican con su dolor” y les entregué las cámaras desechables para que se las llevarán y tomarán sus fotos. Yo pensé que la mayoría de las fotos que iba a encontrar iban a ser fotos del cuerpo, “me duele la pierna, me duele el estómago, la cabeza;” sin embargo, de las 150 fotografías que revelé solamente 10 son de cuerpo, las demás son de estructuras, es decir, de los relojes, de la cama, de edificios como el hospital, como el ortopedista, entonces, eso para mí rompió mucho la idea primera que tenía “van a tomar fotos del cuerpo, entonces, va a ser todo desde el cuerpo”, y ahí fue cuando empezó a salir la idea de que el que les duela el cuerpo es el resultado o consecuencia de dolores más grandes, y que reforzados con la narrativa te dabas cuenta de que hay historia detrás del dolor, y que el dolor corporal era resultado, al menos así lo interpreté yo, de esa aglomeración de muchos otros factores, y a partir de ese descubrimiento que solo se dio mediante el arte, la fotografía, fue que fui tejiendo con ellas esas cuestiones. Después sí, yo les fui dando explicación dentro de mi marco teórico. Te digo, este libro pudo haber sido cualquier otro si otra persona con otro bagaje sociológico o médico hubiese visualizado las fotografías diferente, pero resultó que yo las veo desde ahí y trato de explicar el mundo que yo veo a través de ellas desde ahí.
Luis Arroyo: con lo de las fotografías tengo en mente dos muy presentes, la de una escoba y la del reloj, que aparece en el último capítulo el de temporalidad; con el de la escoba me quedo con lo que la persona cuenta, el que a ella le gusta el hacer las labores pero que es un dolor que le impide hacer algo que por un lado se considera un deber y a la vez ese disfrute que podía obtener se corta por el dolor que le ocasiona y en el otro caso, el tiempo interiorizado con la fotografía del reloj, el cómo el tiempo cronificado me parece que lo nombras, donde el tiempo ya no es de ella sino que es el tiempo que los médicos le han puesto, que los trabajos le han impuesto, el comer a horas establecidas, el no saber en qué momento le dolerá y cortará con su día, entonces, pienso en la posibilidad de metaforizar el dolor y darle un lugar en el lenguaje, no recuerdo la frase exacta que utilizas pero es sobre como el dolor excede el lenguaje, y el lenguaje no puede aprehender la experiencia del dolor, pero que en el libro das cuenta de cómo estas mujeres lo pueden hacer por medio de otras herramientas.
Dresda Méndez: Esa es una frase muy famosa de un libro que se llama “The Body in Pain” de Elaine Scarry. Ella habla de cómo el dolor quiebra el lenguaje, donde no hay lenguaje posible que pueda expresar lo que duele, y durante mucho tiempo ese fue el enunciado para hablar del dolor. Pero es verdad que después Anne Boyer en “Desmorir” dice que el dolor es fluorescente, y cuando escuchas a una persona quejarse y hacer expresiones como ¡ah! pues ahí está el dolor en el lenguaje. Lo que pasa es que son sonidos de un cuerpo doliente que estamos acostumbrados a callar, y para mí, las fotografías y las narrativas reflejan eso. Por ejemplo, el capítulo de temporalidades, donde la participante se llevó la cámara y estaba tomando fotos de la cama y la hija estaba al lado, entonces, la hija le dijo “oye mamá, yo no sabía que esto te dolía”. Cuando me lo contó fue muy significativo porque fue pensar en que sí se puede materializar el dolor. Los objetos puedes expresar el dolor, y en este sentido, la cámara materializaba lo que Soila no podía explicar con palabras, y creo que sí, el arte me dio una herramienta y a ellas también.
Como teníamos muchas fotos y no se pueden meter todas en un texto, hicimos colectivamente un libro fotográfico que se llama “Arte de vivir con cuerpo dolorido”, que son casi las 150 fotografías que tomaron. Entonces hicimos un fotolibro y me acuerdo que en la presentación en Granada fue una de ellas, y para ella era como “este es mi dolor”, era como “nunca pensé que alguien podría entender o ver mi dolor”, porque normalmente lo viven en silencio, y porque la fibromialgia, en específico, es una enfermedad que está muy denostada dentro de los circuitos médicos y sociales, o casi desconocida en algunos casos, y para ellas significaba ser protagonistas y que alguien reconociera su dolor, y al final creo que es lo que ellas es lo único que quieren, que se reconozca su dolor
Luis Arroyo: creo que parte de la apuesta era también esa, el poder reapropiarse de la experiencia y ponerla en un discurso distinto al discurso biomédico, que el discurso biomédico es el que nos dice como nos debe de doler, cuando nos debe de doler, de qué forma nos debe de doler, como debemos de sentirnos, y que con la fibromialgia es esta cuestión en que los médicos muchas veces no creen en el dolor de la persona, creen que son otras cosas, las mandan a descansar, les dicen que solamente es estrés, que están exagerando y no se les permite realmente desarrollar un discurso de su propio sentir, y el poder o discurso médico corta con esa posibilidad, entonces, creo que el libro es también una respuesta a ese poder médico.
Dreda Méndez: Sí, o sea, sí, pero tampoco quisiera, y en alguna parte del libro lo digo, que más que ponerme en contra del sistema biomédico quiero establecer puentes, porque creo que no nos sirve de nada negar que hay un sistema biomédico, porque también sería generalizar que todas las personas que trabajan en el sistema biomédico están en contra del cuerpo de las mujeres. Entonces, creo que hay avances y al final el dilema reside en el tema de la curación. Cuando mencionas la palabra “cura” dentro del ámbito de la discapacidad y eso lo exploran autorxs como Eli Claire y Allison Kieffer, entre otrxs, que argumentan que el lenguaje de curación daña mucho a las personas con discapacidad, pero también afirman que no podemos negar que hay gente que quiere sentirse mejor. Entonces, para esa gente que quiere sentirse mejor, sin negar su discapacidad y sin adoptar el lenguaje de curación, es la que toma medicamentos también. Entonces, ponernos contra el sistema biomédico sería también criticar a la gente que busca alivio a través de los medicamentos. Yo no quiero establecer ese binarismo, quiero establecer puentes, y si algo me gustaría es que gente del sistema sanitario pudiera leer este libro, pudiera entender que hay otras maneras y acercamientos para entender el dolor.
Y es verdad que hay un sesgo para entender las enfermedades que le suceden a las mujeres. Hay pruebas, hay evidencia de que hay un sesgo médico, que el cuerpo de las mujeres no se atiende y no se investiga, eso también es verdad. Y por eso es que la fibromialgia me parece un caso interesante, ¿por qué es posible que 9 de cada 10 casos sean cuerpos de mujeres? Y que la solución sea decirles “estás cansada, no has dormido bien, estás deprimida”, que sea tan fácil el descarte, que sea bueno “vete a dormir, sé feliz, vete a yoga”, que ese sea y no se entienda o se pueda explicar más. Por eso hablo mucho de cuando el techo biomédico ha completado su explicación, la fibromialgia se vuelve especulativa. Entonces, tú puedes especular de dónde proviene, y este libro es parte de la especulación. Entonces, veo que biomédicamente ya no podemos hablar de ellos. Entonces, ¿cómo más explicamos que les siga doliendo, que sean mujeres? Y que cuando tú hablas con mujeres, que las historias que te cuenten hablen de ese dolor, que les cuestan los cuidados, la presión de la temporalidad, la presión de la productividad. ¿Cómo es que sean esos discursos? Entonces, hay otra manera de entender la fibromialgia, hay otra manera de entender el dolor, y este libro, si algo trata, es de establecer esos puentes con el sistema biomédico, que logre complementar eso.
Luis Arroyo: me quedo pensando en la alternativa de “cura” que dan, “vaya a descansar” y que en estos relatos que hacen justo el descanso a veces duele, la diversión, la distracción pueden llegar a doler, me parece que en el capítulo de “Echar pa’ lante” mencionas como la hija de una de las mujeres que entrevista le invita a un concierto y ella dice que no, y tiene toda esta culpa pensando en que quisiera ir a disfrutar pero también le pesa el ir, pensando en que si se queda puede cuidarse un poco, reponerse un poco y tener la suficiente fuerza para “echar pa’ lante” al otro día, entonces, se vuelve este absurdo en donde la cura deja de ver esta parte, cómo comentas, el discurso biomédico tiene muy armado que si corresponde, que no, que es lo que se entiende, y deja de lado todos estos discursos que se hacen desde las propias experiencias, desde la experiencia de cada persona, que es un tanto distinta, sobre los dolores que vive cada quien.
Dresda Méndez: Sí, está este capítulo donde ella dice: “¿Cómo le digo que ir a este concierto a mí me cansa? En los estudios de la discapacidad está la teoría de las cucharas. Es despertar y saber que tú tienes diez cucharas y simplemente pensar en levantarte, vestirte e ir al baño ya te gastaste cuatro. Entonces tienes el resto para el resto del día y apenas son las diez de la mañana”. Entonces, era un poco eso: “¿Cómo le digo que ir me implica nueve cucharas? Que no lo voy a disfrutar, y al mismo tiempo es mi hija, quiere hacer cosas conmigo”, y estas mujeres viven este dilema, porque al mismo tiempo siguen siendo cuidadoras, el estar enfermas no les quita de su papel de madres, de cuidadoras.
Esta otra compañera que cuidó a su madre cuando estaba enferma y ella lo expresa como: “Me duele la muerte de mi madre, me duelen los cuidados que le dí a mi madre”. Entonces, ellas no paran de cuidar, es un dolor que sigue estando ahí y como otra compañera dice: “Pienso que es hasta generacional, vi cómo mi madre lo hacía, vi cómo mi abuela lo hacía y ahora yo misma estoy con este dolor”. Entonces, hay una idea que ellas mismas están expresando, que el dolor es continuo, es constante, y por eso yo creo que es una posición muy ambigua, como la curación o la cura en esta enfermedad no es muy clara, lo que podría ser procesos confortables tampoco lo son, porque si te duele estar en la cama acostada porque te duele tu cuerpo con el roce de la cobija, entonces, lo que para mí, o nosotrxs, pensamos que es confortable no lo es para otras personas, entonces, ¿cómo podemos romper con esta normatividad que es cuidar, lo que es descansar y generar otros vocabularios para entender esa idea?
Por eso el capítulo de “echar pa’ lante” al final trata de hacer este ejercicio de decir: es que nosotros a veces pensamos que un cuerpo con discapacidad, que está sentado, relajándose, pensamos que no está haciendo nada, pero ¿cómo cambiamos el lenguaje de productividad a entender el “no está haciendo nada” a un cuerpo que no está descansando y se está recomponiendo? ¿Cómo entendemos el lenguaje diferente, cómo entendemos la productividad diferente, cómo entendemos la temporalidad diferente? Creo que también es una de las cosas que quería explorar en el libro, como los lenguajes que entendemos tienen que enfrentarse y tener cabida para entender otro tipo de productividades, otro tipo de temporalidades y como los estudios de la discapacidad nos están dando vocabularios nuevos para entender.
Luis Arroyo: retomando está cuestión de cuando vemos un cuerpo que está descansando y se asume que no hace nada, pero como comentas se está reponiendo, se está cuidado, pero también puede ser que esté doliendo, siempre hay algo que está ocurriendo, pero no se encuadra en la lógica de productividad, no está produciendo lo que se espera y por lo tanto “no hace nada” y es desechable; tenía en mente un comentario sobre la cronificación y la cura, que justamente la fibromialgia y otros dolores, se plantean como cuestiones sin cura o crónicas y por lo tanto solo hay que darles las mejores condiciones de cuidado, pero bajo los sistemas en que nos encontramos, sanitarios, laborales, educativos, etc. esa idea de darles las herramientas para cuidarles parece que no siempre es posible y mientras leía ese apartado a mí me costó mucho trabajo pensar en la cuestión corporal, entonces, con la idea del dolor me remito siempre a un cuerpo y dejo de lado la parte afectiva, cuando es cuerpo-mente en realidad, y en ese punto me acordé de los hospitales psiquiátricos y las secciones de pacientes crónicos, que son aquellos que llevan muchísimo tiempo hospitalizados y su deterioro es inmenso, entonces no se hace nada más con ellos, y parece que la alternativa médica es simplemente te alimento, te medico, y listo, entonces es lo mismo que se repite acá, la cuestión de decir es un dolor crónico es como un comodín médico.
Dresda Méndez: Sí, y ahí entra la parte de la bio-necro-política en mi texto. Lo que trato de decir en el libro es que esas enfermedades no son solamente crónicas, sino que son enfermedades cronificadas; es decir, hay una estructura que las cronifica. Eso le quita la responsabilidad al cuerpo individual y pone al cuerpo con enfermedad como parte de una cronificación colectiva y que forman un segmento de la población que está inscrita en procesos de lo que Lauren Berlant denomina como muerte lenta. Es decir, “ya están crónicos, pues dejémosle a su suerte”. Y ese segmento de la población, que ahora somos varios, vivimos en esta muerte lenta, y cuando lo entiendes así, fue importante para mí ponerlo en las estructuras de pensamiento que yo conozco que es en la bio y necro política, y por eso, Estados Mórbidos viene a sumarse a este vocabulario de esto, porque estamos viendo sociedades en donde la cronificación de las enfermedades forma parte del día a día. Estamos hablando de una categoría de gente que está realmente entre la vida y la muerte, la siguen manteniendo viva, pero con un destino de muerte lenta y por eso veía necesario nombrar la morbilidad como un sistema en específico en donde muchos estamos ya ahí o vamos a estar. Un lugar bio-necropolítico donde hay un profit, donde hay alguien que se está beneficiando de tenernos ahí constantemente enfermxs.
Por eso, cuando hablo de Estados Mórbidos digo que, por un lado, estamos viendo una dimensión que es esta parte de la cronificación y que es jugar con lo afectivo de nuestras vidas, es individualizar el dolor y autoresponsabilizarnos por ello, porque eso le quita una responsabilidad al Estado tremenda. Si a ti te dicen que es tu culpa, que si tienes colesterol es porque no comes bien, porque no haces ejercicio, porque estás deprimido, porque te falta algo siempre en tu vida y tú lo asumes como tal, entonces, no pones en dimensión que probablemente tienes colesterol alto porque estás comiendo comida chatarra, porque tienes horarios de 7 de la mañana a 8 de la noche, porque tus condiciones laborales no te permiten salir a comer bien, porque a lo mejor no tienes un horno de microondas en el lugar donde trabajas, en donde a lo mejor todo el día estás sentado en un escritorio. Entonces, el individualizarlo y autoresponsabilizarte es una manera de evitar culpabilizar y responsabilizar al sistema que te debería dar las condiciones para que tu trabajo sea en condiciones plenas. Por otro lado, Estados Mórbidos habla también de aquelloxs que se están beneficiando de que tú te desgastes; claramente, hay un sistema empresarial que disfruta, que se deleita de que su trabajador, trabajadora, esté hasta las 8 de la noche, hay un sistema farmacéutico que también está ahí constantemente viendo qué vitamínico te ofrece, qué pastilla te ofrece para que estés en ese rendimiento. Por eso yo veía necesario nombrar esta morbilidad como una condición existente en el sistema en que nos encontramos, como hay un profit con nuestros cuerpos enfermos, pero también como podemos reivindicar nuestras propias enfermedades y desde ahí construir lenguajes y construir resistencias, que a lo mejor son minúsculas y pequeñas que pasan desapercibidas ante los grandes discursos de sobrevivencia que existen, pero que son lo que nos lleva a sobrevivir de día a día. Esas pequeñas pausas que le damos al tiempo, esas pequeñas rebeldías de nuestros cuerpos, pero son los que nos llevan de día a día.
Luis Arroyo: ahorita quiero regresar al tema de la individualización de los cuidados y del malestar, pero me quedo pensando en esto del mantenernos con vida, que es un mantenernos con vida para que seamos consumidores o sigamos siendo explotados en beneficio, y en ese apartado citas a Paul B. Preciado cuando dice que ya no sabemos si es primero la depresión y después el Prozac o si es primero el Prozac y después la depresión, que es mientras más cronifiquen nuestro cuerpo, mientras más nos generen dolor, más nos enfermen, más medicamento vamos a consumir, más productos de wellness vamos a consumir de este gran mercado que existe para siempre estar bien, para ser mejores, para poder más; lo mencionas también cuando nos desvelamos por estar trabajando para poder cumplir la jornada laboral, después la jornada en casa, buscar pequeños momentos de ocio y terminamos durmiendo 4hrs, y al otro día nos llenamos de vitaminas, de bebidas energéticas, de café, para poder aguantar y repetir, y eso a la larga genera un desgaste mucho mayor que nos orilla a ser consumidores.
Dresda Méndez: Al final es que somos consumidores biomédicxs, hay todo un sistema de consumo, por ejemplo, vas a las farmacias y hay toda una sección de vitamínicos. Yo sí creo que eso es lo que se entendería del libro, lo atañó a un sistema en el que vivimos que es el capitalismo neoliberal y que se refuerza con lo que Nancy Fraser denomina como un “Capitalismo Caníbal”. Me gusta mucho esta idea de capitalismo caníbal, porque es verdad que es un sistema que se está carcomiendo, y en ese sistema estamos nosotros, y formamos parte de ese canibalismo porque nos consumimos a nosotrxs mismxs, nos desgastamos para consumirnos un poco más al día siguiente. Entonces, estamos en este circuito de explotación constante, pero que vuelvo a repetir, no es que sea nuestra culpa, es que ¿qué otras condiciones vida en este sistema tenemos para que no sea así?
Yo en lo que no quiero caer es en la responsabilización individual, quiero que nos demos cuenta de que somos parte de este sistema, pero que al mismo tiempo veamos a quién responsabilizar. Es tiempo de responsabilizar al estado, es tiempo de ver las estructuras que nos hacen enfermar, y verlo de una manera mucho más amplia. Yo lo atañó a esta enfermedad específica [fibromialgia] en un grupo de mujeres en particular, pero es que tú puedes ver el desgaste en otros tipos, y llevar la discapacidad mucho más allá del cuerpo, puedes ver el desgaste de los cerros, de los ríos, puedes ver el desgaste de los animales, ¿y cómo no decir que eso no es discapacidad? Y que ellos forman parte también de un círculo de desgaste contemporáneo, entonces, para mí la idea es entender que nuestro desgaste proviene no de nuestra culpa, sino de parte de un sistema que está constituido para la explotación del cuerpo, porque sin cuerpo no hay nada para el capitalismo.
Entonces, desde ahí viene el no individualizados y autoresponsabilizarnos, y pensar he hecho el contrario; es decir, qué herramientas tenemos para subvertir al sistema desde y con nuestros cuerpos doloridos. Yo creo que en momentos de crisis en los que estamos actualmente, en donde hay un lenguaje de discapacidad que está rondando, hay que voltear a los cuerpos con discapacidad, porque ellos siempre han sabido vivir en crisis, entonces es a ellos a los que hay voltear y pedirles “ayúdenos a sobrevivir a este sistema en crisis.” Por eso este libro pone en realce cada uno de los que llamo agenciamientos tangenciales que básicamente son formas de resistencia de los cuerpos con dolor.
Luis Arroyo: con el tema de la individualización y las rebeldías, primero con la idea individualización aparece constantemente en el libro la idea de politización, politizar los cuidados, politizar el malestar, y como todo este sistema lo que ha hecho es despolitizarlos, y creo que dejas claro en el libro como el politizar es señalar estas estructuras, estos mecanismos sociales que cronifican los cuerpos.
Dresda Méndez: Sí, hay varias maneras de politizar, pero en el caso discapacidad, cuerpos con diversidad funcional o cualquier otro tipo de discapacidad, es que la politización toma formas diferentes. Tengo un texto que se llama “Desde mi cama revuelta, cómo hacer la revolución en horizontal”[1] y hablo mucho de un artista que se llama Johanna Hedva que tiene un texto que se titula “La teoría de la mujer enferma”, y hay una parte donde dice que ella está en su cama y está doliente, porque ella también tiene dolor cronificado, y dice “yo estoy escuchando cómo están las protestas en la calle”, “¿cómo se puede lanzar un ladrillo a un aparador cuando se está desde la cama?” Y entonces claro, ¿cómo hablamos de politización de dolor, cuando la gente con dolor está acostada en la cama? Entonces, debe de haber otras formas de politización. De hecho, ese artículo habla de cómo la discapacidad tiene una conversación pendiente con el feminismo, y viceversa. Entonces, ¿cómo hacemos para cuando hablamos de politización, sea realmente interseccional? Y ¿cómo hacemos para que la gente con discapacidad sea parte de esa politización, que no sean, necesariamente, la politización en la calle? ¿Cómo reivindicamos la politización?
Este libro es una politización del dolor y que tiene que ver con encontrar otros lenguajes para nombrar lo que duele. El arte creo que ahí es una herramienta muy interesante para nombrar y ver otras maneras de politizar las cosas, y también, porque creo que la politización de los cuerpos con dolor y cuerpos con discapacidad, hablan mucho de lo que pasa en el mundo. Por ejemplo, hay un video de una entrevista que le hacen a la feminista comunitaria Lorena Cabnal que habla de cómo el capitalismo quiere a las mujeres enfermas. Dice “claro, porque una mujer enferma no tiene la energía de salir a manifestarse en las calles, nos quiere desgastadas” porque el desgaste y, yo ahí le sumo la individuación del dolor, es creer que tu dolor no resuena con ningún otro dolor del mundo -humano y más-que-humano-, hace que no encontremos puntos en común en lo que a ti te duele y en lo que a mí me duele, y parte de politizar el dolor, significa politizar el malestar del cuerpo y ampliarlo más, a un dolor social. Malestares contemporáneos en un sentido más amplio. Es también encontrar formatos de conjugación, donde nos condolemos juntos; eso lo saco de la autora mexicana Cristina Rivera Garza, que tiene un libro que se llama “Dolerse” y ella habla de eso, de cómo tu dolor se conjuga con el mío y cómo nos conjugamos juntxs, cómo nos condolemos juntos, y eso es lo que yo trato de que sea este libro, un libro de conjugaciones dolorosas y de responsabilidades compartidas.
Al final del libro, hay un apartado que me gusta mucho y se titula “Historias de sobremesa” donde habla acerca de esto, de entender que hay enfermedades que pueden o no pasarnos a todas, hablo de cómo colectivizamos las enfermedades, y de la posibilidad de dejar de verlas como “a ti te duele esto” y mejor pensar cómo le añado tu dolor al mío; cómo nos conjugamos juntxs. Para mí esa es la politización del malestar, desarrollar formas de empatía radical donde tú dolor sea mi dolor y así, encontrar maneras de condolernos juntxs y politizar colectivamente lo que nos pasa.
El libro puede conseguirse en México en la librería U-Tópicas: https://www.u-topicas.com/libro/estados-morbidos_18623
O por medio de Amazon: https://www.amazon.com.mx/Estados-m%C3%B3rbidos-Desgaste-corporal-contempor%C3%A1nea/dp/8412405595/ref=sr_1_1?crid=96O0ROC8A1H4&dib=eyJ2IjoiMSJ9.09cSBSs7xlCJczggtxKZTqbrgljNJlsP14HTQTOKQdjGjHj071QN20LucGBJIEps.vstmBDCMgSZhcdj586FzGdfKGWsycaw1Do0GP6R19Uk&dib_tag=se&keywords=dresda+mendez&qid=1710916244&sprefix=dresda+m%2Caps%2C145&sr=8-1
[1]https://www.academia.edu/111668144/_Desde_mi_cama_revuelta_Reflexiones_tullidas_para_una_revoluci%C3%B3n_en_horizontal