Siempre hemos pensado que los libros llegan en el momento justo, cuando algo en nosotrxs se ha abierto para recibir lo que, en aquellas páginas, se ha escrito, y este libro es la clara muestra de ello. Desde hace poco más de un año nos encontramos en una contingencia sanitaria, una pandemia que nos ha llevado a “guardarnos”, a mantenernos en un encierro relativamente opcional, situación que ha llamado la atención sobre los efectos de este encierro prolongado. Hemos dado cuenta de planteamientos de supuestxs especialistas y expertxs sobre los efectos que esto podría tener en la salud mental colectiva; depresiones y angustias es lo que más frecuente se menciona, pareciera que, de un momento a otro, un tema que ha sido históricamente olvidado o ignorado (porque ha sido calculada, con detenimiento, la ausencia y omisión estatal ante esta distribución desigual de la vulnerabilidad) por las agendas públicas se torna relevante, surge una supuesta urgencia por intervenir, pero ¿qué opciones nos dan? Las mismas de siempre: tratamientos farmacológicos, intervenciones institucionalizadas, por no decir “institucionalizantes”. Supuestas alternativas que no son sino el reciclaje de un modelo que se ha perpetuado a lo largo de las décadas, donde lo único que ha cambiado es el nombre de los medicamentos y los tratamientos. ¿Cómo se piensa que una alternativa que, hemos constatado, no ha servido funcionará ahora que la demanda por la atención parece será mayor? Pregunta que, parece, nuestros llamadxs expertxs prefieren evadir. Teniendo esto presente es que podemos enfocarnos en lo que el libro de Agustín nos presenta, una alternativa, , una propuesta construida desde nuestras particularidades y desde nuestra relación con nos-otrxs, considerando los vínculos que se construyen dentro de las comunidades. Este texto nos lleva a encontrarnos con una propuesta que va más allá de los muros de las instituciones manicomiales, más allá de los modelos hospitalocéntricos, una propuesta que pone verdaderamente los servicios de salud mental al servicio de la población y no en contra.

Estas propuestas solo podrán ponerse en marcha si damos cuenta y cuestionamos nuestra “Condición Colonial”, aquella que nos impuso una normatividad basada en los estándares occidentales, eurocéntricos y ahora fuertemente marcados por el Norte Global, desde donde importamos aquellas propuestas de intervención “novedosas”. En el caso de México, en particular podemos dar cuenta de esta imposición colonial en nuestro sistema de salud mental desde el establecimiento del primer hospital para “dementes”: el Hospital San Hipólito fundado por Fray Bernardino Álvarez en 1566. Siglos después, en 1910, se inaugura el infame hospital “La Castañeda” durante el Porfiriato, inspirado en los aportes franceses. Y en épocas más actuales, en Ciudad de México, tenemos al Hospital “Fray Bernardino”, el cual retoma su nombre de aquel fraile que inició la tradición manicomial en nuestro país y en América. En un rápido recuento de estos servicios, damos cuenta de que los modos y los abordajes siempre han sido importados, modelos hospitalarios basados en los asilos europeos, comunidades terapéuticas que se han intentado replicar con el ejemplo de Basaglia en Trieste o de Laing en Inglaterra, pero al buscar más de cerca, damos cuenta de que no hay propuestas que se hayan construido tomando en cuenta nuestro contexto, nuestros rasgos y particularidades.

Ejedesencuadrá apunta a la construcción de una vía propia, de una propuesta naciente de su propio contexto, de sus propias comunidades y relaciones. Desde un primer momento, este libro nos lleva a cuestionar, no ya la supuesta normalidad, sino la normopatía imperante, aquella que se nos impone y bajo la cual se nos juzga y categoriza, aquella que limita la libertad de ser y busca poner un freno a la diversidad que nos caracteriza. Este cuestionamiento, con el que Agustín arranca su obra, resulta no solo esclarecedor, sino motivante; nos llena con el impulso y la certeza de que un cambio es posible, de que las alternativas están limitadas en parte por nuestra creatividad, y que mientras haya cuestionamiento y esfuerzo será posible la construcción de nuevas vías.

La lectura nos va llevando a lo largo de un texto sumamente bien documentado, no solo con planteamientos teóricos, sino con conversaciones y experiencias propias de Agustín, las cuales resultan gratas de conocer y que nos dan el ejemplo de su trabajo; uno que sale de las comodidades de un consultorio o de detrás de un escritorio, un trabajo que se lanza a los sitios, a las comunidades y se construye con las experiencias y vivencias de quienes la integran, de un trabajo que desemboca a una propuesta clinitaria, término que refiere al punto de encuentro entre la clínica y la comunidad, hacía lo comunitario, la socialización de los afectos y de los pesares, la posibilidad de vincularse a lo comunitario, y de encontrarnos con otrxs.

Clinitaria, concepto que permanece rondándonos, una idea que nos obliga a pensar en nuestro contexto mexicano. ¿Será posible replicar aquella experiencia?, ¿cómo podemos aterrizarla en nuestra propia situación?, categoría que nos presenta una alternativa de abordaje respecto a una sociedad en donde predomina el bienestar individual sobre el colectivo, donde no importa que pase con lxs vecinxs mientras que unx encuentre bien…

Avanzando en el texto se nos llama a reflexionar acerca de las situaciones de desigualdad y el rechazo que hay frente a las diferencias, a la segregación y la devaluación de aquello que consideramos distinto, aquello que nos es ajeno, que tachamos de raro, de incómodo, por no decir anormal. Toda diferencia parece ser devaluada. ¿Cómo se traduce esto en nuestros servicios de salud mental? En relaciones de autoritarismo y desprecio, en una minusvalía hacia quienes buscan apoyo en estos servicios y solo encuentran la descalificación de sus sentires y sus situaciones, la frialdad del trato hospitalario que nos recibe con una pastilla, cuando tal vez lo que buscamos sea el contacto con alguien, cuando lo que buscamos es sentirnos acompañadxs, saber que no estamos solxs, pero este trato desconsiderado.

Finalmente, el libro de Agustín, nos lleva no solo a recorrer el abordaje de la salud mental desde la crítica institucional hacia la propuesta de una intervención comunitaria, sino al cuestionarnos cual es nuestro papel dentro de estos modelos, cuál es el rol que podemos desempeñar y de qué manera podemos hacerlo. Este libro no solo se nos presenta como una herramienta teórica, sino como un  compañero, un libro que nos apapacha[1], que a la par que nos obliga a cuestionarnos, nos da un panorama de lo posible, nos impulsa a cuestionarnos y reconocernos, a inventar e imaginar posibles alternativas.

En este sentido, es un libro que nos libera.

Por lo que es momento identificar de dónde venimos y hacia dónde queremos llegar; reconocer que un sistema basado en el encierro, en la sobremedicación y en la negación de la diversidad, no ha hecho más que perpetuar las desigualdades y los prejuicios. Es momento de asumirnos como valiosxs por el simple hecho de ser, de exigir ese reconocimiento y hacerlo valer en los servicios que se nos presentan. Durante más de un año todxs hemos sido víctimas del encierro prolongado, tomemos ese aprendizaje y démosle uso, reconozcamos que esa no es más una alternativa, que no es un tratamiento y mucho menos una “cura”. Las alternativas deberán de darse fuera de los muros, en la comunidad, como parte de lo colectivo, valoremos aquellos otros saberes, aquellos que se han descalificado por no ser proveniente de la academia, aquellos saberes que se dan en los barrios, en las calles, aquellos que han pasado de una generación a otra y reconozcamos que son parte de nuestra historia, de nuestro ser, de nuestra cultura, y démosles el valor que se merecen. Pero, sobretodo, tengamos presente aquello que Agustín bellamente nos presenta a lo largo del libro y que se concreta en una frase que le tomamos prestada: “la liberación, también nos libera”, porque solo podremos ser libres cuanto todxs lo sean.

SinColectivo[2]

Ciudad de México, Mayo 2021


[1] Utilizando este mexicanismo para referirnxs a abrazar o en un sentido metafórico “acariciar el alma”, decimos mexicanismo metafórico, porque, si bien, esta palabra proviene del náhuatl “papatzoa” o “patzoa” que se traduciría como apretar, la idea de que apapachar se ha romantizado y ha impregnado el vocabulario y el imaginario mexicano.

[2] Escrito por Luis Arroyo Lynn, revisado por todxs miembros de SinColectivo.

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