El paradigma en salud occidental ha ido de la salud pública a la salud comunitaria. Por tanto, avala o promueve acciones que responden a las propuestas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) discutidas desde la Conferencia de Alma Ata (1978) hasta nuestros días. Pero, particularmente por lo que hace a Latinoamérica, involucra también a la desmanicomialización propuesta por la Declaración de Caracas (1990) y surgida de la “Conferencia de Reestructuración de la Atención Psiquiátrica en América Latina” en Caracas, Venezuela, organizada por la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y otras entidades. Al margen de los avances que pudiera reportar esta última plataforma, por mi parte yo me sumo a la crítica que se le hace a la desmanicomialización, sobre atomizar el manicomio en lugar de lograr un cierre efectivo de instituciones.
Por su parte México, mediante la reforma de 2022 a la Ley General de Salud, reinició lo que hasta ahora parece una inconclusa reforma en salud mental. Entre otras cuestiones, se supone que planea redirigir los esfuerzos institucionales a la prestación de “servicios en la comunidad”. Este proceso de transición legal y social, en determinados aspectos, atiende a la Convención sobre Derechos de las Personas con Discapacidad como marco legal para un discurso sobre derechos humanos en salud mental y vida en comunidad.
Así pues, mientras algunos se cuestionan o abogan sobre los servicios en cuestión, por mi parte considero relevante reflexionar sobre cómo son o serán las comunidades, aquellas que son o serán las receptoras de los servicios bajo el formato de comunitarios.
Para esta reflexión, tomo como antecedente, por ejemplo, que en los años 80´s el movimiento de antipsiquiatría de profesionales en la región, en voz de Sylvia Marcos en México, consideró como alternativa al enfoque biologicista psiquiátrico, el revalorizar la medicina tradicional indoamericana asumiendo que las comunidades indígenas “tramitaban simbólicamente las conductas atípicas (que en Occidente pasarían por enfermedades mentales) sin recurrir a la exclusión, mucho menos al encierro”[1]. Sería interesante revisitar las bases o fuentes para esa propuesta y saber bajo qué condiciones o circunstancias operaba ese supuesto paradigma. O bien, si ya entonces existía algún parámetro dentro del cual fuese aceptable imponer sanciones o consecuencias al juicio sobre la conducta de una persona en cuestión, tal y como ha sido y sigue siendo, en el mundo en general con respecto a la conducta de mujeres que no se someten a la heteronorma patriarcal o destacan por alguna razón no deseada en el seno de su sociedad.
Para tener un referente en esta reflexión, tomo como base el documental sobre Rita Patiño y Juanita Osorio que dirige Santiago Esteinou. El cine documental mexicano goza de reconocimiento internacional, ya sea por introducir narrativa de ficción o por el empeño en recoger nuestra compleja realidad social. Ambas facetas se integran en perfecta mixtura en “Mukí Sopalírili Aligué Gawichí Nirúgame” La mujer de estrellas y montañas. Bajo ese extenso título que recoge y honra la lengua rarómari[2], el documental fue estrenado en abril de este año y es descrito en su ficha técnica oficial[3] de la siguiente forma:
“(E)ste documental cuenta la historia de Rita, una mujer rarómari, que abandonó su pequeña comunidad en la Sierra Tarahumara y emprendió un viaje hasta Kansas, donde fue detenida e internada en un hospital psiquiátrico, en contra de su voluntad, por 12 años, sin que las autoridades del hospital pudieran determinar quién era esta mujer, de dónde venía o qué idioma hablaba”
Pero si bien, la producción desarrolla una historia que transcurre entre Kansas en Estados Unidos, la sierra de Chihuahua y su capital del mismo nombre, también traza con eficacia un puente narrativo entre tres puntos: Los años de internamiento forzado con la sumisión química de Rita (1983- 1995). La vida que luego comparte por más de veinte años, con Juanita Osorio, su sobrina (1995-2023) y también, da voz a testigos de los motivos que tiene Rita para emprender su viaje. En particular, da cuenta de cómo Juanita fue contactada por las autoridades del estado de Chihuahua para que “se haga cargo” de su tía Rita bajo una lógica familiarista que incluso hoy pervive en la reforma legal de salud mental en México y que es muy acomodaticia para las autoridades incluidas las de salud o de seguridad social, pues deja en la familia, la responsabilidad de una (des)institucionalización que, en México, aún ahora y en particular con la reforma legislativa antes mencionada, recae siempre en “quién le toca”, que no es otra que las mujeres de cada familia que requiera esos supuestos servicios.
Y es que, según la línea argumental con la que se compromete el documental, parece quedar claro que los motivos de Juanita son lo que nuestra visión occidental identificaría con una ética del cuidado y narra en el documental como, por cuestiones de su vida doméstica, Juanita decide dejar la ciudad de Chihuahua y se traslada junto a Rita al entresijo de las cañadas y asentamientos en que están desperdigados los recuerdos y motivos de Rita para emprender el recorrido aquél que le deviene en encierro forzado.
La decisión de Juanita es maravillosa para el espectador pues la producción del documental las acompaña en este nuevo viaje y ellas dos, dejan la gris capital para moverse libres en la sierra de Chihuahua, la cual se nos regala en la fotografía de Axel Pedraza y cuya poética acompaña la forma en que el documental recrea el recorrido que en los años 80´s llevó a una joven Rita desde lo alto de la sierra, a recorrer la distancia que hay entre Cerocahui, Chihuahua hasta Manter, Kansas; y cuando, sin compañía, realiza un trayecto que abarca montañas y cruza el enorme desierto que hace de frontera entre los territorios de México y Estados Unidos de América.
Si bien el documental destina una importante porción de tiempo en pantalla a dar cuenta de la violencia psiquiátrica a que es sometida Rita, el documental también se deja llevar a la Sierra y a la intimidad de la relación entre sobrina y tía, donde Juanita nos muestra que cuida a Rita sí, por ser su tía, pero que en esa decisión tienen relevancia su pertenencia a la cultura indígena esa, que junto con la lengua rarómari comparten. Ellas son parte de una comunidad, de un universo en sí mismo. Universo al que ellas regresan luego de las aventuras que cada una, juntas o por separado, tienen fuera de esa comunidad.
Ahora bien ¿Qué impulsa a Rita en ese camino hasta el manicomio de Kansas? El documental explora con distintas técnicas las probables explicaciones y acompaña a Rita ya en su vejez, en su retorno a la vida en los alrededores del serrano Cerocahui. Ciertamente son devastadores e indignantes los aspectos que rodean al internamiento y las posteriores negligencias institucionales en ambos lados de la frontera; pero me resulta inmensamente más doloroso, caer en la cuenta del acumulado de motivos personales que en su momento tuvo Rita para irse tan lejos como sus pies ligeros[4] se lo permitieron. A Rita la expulsa una comunidad que, sin necesidad de barreras físicas, le impone con efectividad, barreras actitudinales.
La historia de Rita y Juanita nos dejan en claro que nunca, bajo ningún esencialismo, se debe idealizar a ninguna comunidad. Esto lo digo, porque la historia de solidaridad y soledad de ambas mujeres permite poner imagen a distintos aspectos deficitarios hoy en México, o al menos así nos atrevemos a sugerirlo a partir de lo narrado en el documental.
Por un lado, plantea retos a la creación y funcionamiento de un sistema nacional de cuidados, que sea respetuoso con los usos y costumbres pero que, desde ese respeto, impulse una desfeminización de los cuidados[5],incluidos los que se relacionan directamente con la gestión de la salud mental. Ese sistema de cuidados tendría que garantizar servicios comunitarios con pertinencia lingüística y cultural.
Todo esto, sumado a cuestiones más específicas de los retos sobre salud mental: La desinstitucionalización de quienes ya fueron sometidos a internamientos de cualquier tipo, la desfamiliarización y en este aspecto, los retos implican cerrar la vía que permite abusos intrafamiliares, pero también la indolencia con la que autoridades dejan a las familias sin apoyos para gestionar sus obligaciones económicas o legales, en particular en casos como el de Rita, cuestiones transfronterizas.
No me refiero sólo a apoyos económicos, se requiere trabajo social especializado e instancias que emitan regulación que identifique la calidad, aceptabilidad y disponibilidad de estos servicios comunitarios incluyendo la especialización en servicios de apoyo de toma de decisiones jurídicas a que se refiere el artículo 12 de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad y que volviendo al ejemplo que nos presenta Rita, deben también tener la posibilidad de atender el pluralismo jurídico de un país tan diverso como el nuestro.
Esto es, no se trata sólo de tomar decisiones con respecto a las autoridades integrantes del Estado mexicano, deben comprender el apoyo en los casos que involucren a autoridades tradicionales para evitar abusos y expulsiones como la de Rita, que ejemplifica como en la comunidad hay actos de autoridad inefables.
En otros lugares y espacios he hablado o escrito sobre la sutil diferenciación entre psiquiatrización formal e informal. La primera obviamente es la que ejerce el psistema y sus vínculos con el complejo industrial farmacéutico. El otro, es aquél que se ejerce y acontece en nuestras comunidades y/o entornos familiares incluso en ausencia de diagnóstico o interacciones formales con el sector salud del área de psiquiatría. Nuestras comunidades y entornos familiares no están ajenos a reproducir las violencias manicomiales en su interior, ahí en la interacción cotidiana, en el corazón de lo doméstico.
Sabemos que, en la cultura occidental (en particular con influencia judeocristiana) la noción de peligrosidad y rechazo en contra de quienes transitamos por estados alterados de consciencia atravesados o quienes viven con sufrimiento psíquico, es milenaria. Se le mira desde épocas tempranas con el señalamiento de aquellos endemoniados bíblicos sujetos primero de exorcismo, luego de víctimas de los primeros alienistas o más contemporáneamente, de psiquiatras; pero siempre, en contextos mediados por técnicas de sometimiento físico y a partir del siglo pasado, víctimas de sometimiento químico.
Bueno, pues la historia más íntima de Rita es esclarecedora: Nos demuestra que ella, ahí en su comunidad indígena se le fijó una etiqueta de peligrosidad que justificó el rechazo de la propia comunidad y permitió violencias múltiples de género, incluida quitarle la posibilidad de maternar, de dar y recibir cuidados en una relación materno-filial. A Rita se le acusa de bruja y de abuso de sustancias como el bacanori o bakánow. Así con sus entrevistas, el documental va develando cómo se dio el fenómeno de exclusión en esta comunidad indígena con tanta eficiencia como sucede en comunidades de otro tipo. Unas y otras no están ajenas a reproducir las violencias que identificamos como manicomiales en su interior, ahí en la interacción cotidiana, en el corazón de lo doméstico.
El artículo 23 de la mencionada Convención sobre discapacidad, establece a cargo de los Estados parte, la obligación de prestar apoyos en todas las cuestiones relacionadas con la familia y la maternidad. La desinstitucionalización de mujeres como Rita, implica garantizar las condiciones para restablecer el vínculo materno-filial siempre pero con mayor razón cuando la separación se forzó en un contexto de rechazo y violencia a la diversidad humana que representamos tanto las personas que viven con sufrimiento psíquico, como las que transitamos estados alterados de consciencia. Estos no son retos menores para los sistemas local y nacional de cuidados.
Las experiencias de señalamiento, etiquetado y violencia que vivió Rita fueron producto de concepciones sobre la diversidad. Si bien ocurre en un contexto de comunidad indígena, podemos describir que obedece a una psiquiatrización informal el tipo de violencia que impulsa a Rita el abandonar la muy precaria seguridad que le daba la montaña. Se sabe expulsada, se sabe paria y en esa condición vulnerable, se aleja sin poder prever que su recorrido la llevará a un lugar que la expone a conocer la psiquiatrización formal, ahora sí mediante el internamiento y la sumisión química administrados por profesionales de la salud.
Durante su estancia en Kansas, la intervención judicial y del sector salud son ajenos a cualquier sensibilidad o respeto a su pertenencia étnico-lingüística y cultural. La tragedia de Rita ahora sometida al internamiento y al panóptico permanente en Kansas o luego, a la amplia negligencia de las autoridades mexicanas, nos deja una última reflexión. ¿Cómo podría responder cualquier prestador de servicios a nuestras particularidades culturales? Esta globalización no debería tener tan sencillo el manosear la cosmovisión[6] de las comunidades y pueblos indígenas con excusa de servicios de salud mental sean centralizados o comunitarios. Primero porque, el documental da cuenta que en esas comunidades también se etiqueta y excluye con motivos o criterios que, si bien distintos a la racionalidad psiquiátrica occidental, cuentan con similares resultados adversos.
Segundo, porque aún quienes nuestro sistema de creencias ya no obedece en su total medida a la pertenencia de una comunidad indígena, a través de nuestras abuelas y abuelos aún reservamos cierta influencia en nuestras creencias y cuidados de salud.
La coloniedad en los servicios y clasificaciones del entramado psiquiátrico[7], suma racismo a la ecuación y ese es el riesgo de no guardar la debida reflexión y planeación en los supuestos servicios de salud comunitaria. En México, debemos poner atención, respeto y empatía en la mirada personal e institucional a las mujeres que, como Rita, son violentadas en la familia y la comunidad, pues esa violencia les expone a ser sometidas por otros, y desde ese lugar de violencia se les medica forzadamente y se les imponen daños iatrogénicos, pues el modelo médico hegemónico se permite intervenir impunemente en su desprecio por la cosmovisión de los pueblos y comunidades indígenas.
En ese orden de ideas, no creo que hoy los servicios de salud mental tengan la capacidad institucional y la toma de consciencia del racismo y el colonialismo de sus propios servicios; de ahí que no se dejen guiar por las autoridades del INALI o del INPI, que atienden la política pública y coordinación con las autoridades indígenas. Tal vez, mientras eso suceda, puedan encontrar las propias comunidades cómo lidiar con sus propias formas de exclusión antes de caer de lleno en las manos de la psiquiatrización formal, hoy las prácticas del sector salud son reacias a actuar con empatía y respeto a las diferencias culturales de migrantes, refugiados, tanto como lo es con respecto a las comunidades y pueblos indígenas que habitan nuestro país.
En el caso de las comunidades rarómaris de la Sierra Tarahumara no deberíamos considerar irrelevante el que, desde su cosmovisión, ellos consideran que fueron creados por Dioses y que los cabochis – todos los no rarómaris- fuimos creados por el diablo; pues las relaciones asimétricas entre la sociedad rarámuri y la sociedad mestiza para ellos se explican y enuncian desde esta diferencia de orígenes. Teniendo la medicina y en particular la psiquiatría un componente de ejercicio de poder, esa premisa importa, además a la hora de pretender que los servicios a la comunidad en salud mental sean prestados por cabochis.
Sumado a lo anterior, siempre se debe tener en claro la obligación de las autoridades de salud de respetar y dar relevancia a su medicina tradicional y a la preponderancia que tiene cada especialista, pues “Los trastornos comunes son tratados a nivel doméstico, en tanto que las enfermedades más serias requieren de la atención de un especialista. Entre estos últimos encontramos al sipáame o raspador, quien cura por medio de la raspa del jícuri y el bakánow; el owirúame que cura por succión; el onéame que sana a través de los sueños; y el wanáame quien también succiona el mal.” [8] Así entonces, los cobachi de la planificación en salud tendrían que entender que, para el rarómari, la atención por sus especialistas es la culturalmente pertinente y no es, como para los cabochi, una simple “alternativa. (falta la comilla de cierre)
Si recordamos que Rita fue acusada de abuso del bacanori, entonces podemos aclarar que, conforme la cultura rarómari, en estos casos se debe recibir atención por parte de un Sipáame que es el especialista de lo sagrado (,)encargado de recuperar un alewá o un alma, raptada por bakanoa[9]. Luego entonces, un médico psiquiatra cabochi (incluso asistido por un intérprete) no podría considerarse como intervención con pertinencia cultural. Respetar la cultura de la comunidad rarómari impone tener presente la especificidad de conocimientos o la sabiduría que se debe poseer para comprender las energías del alewá invocadas en una fiesta de curación comunitaria[10], lo contrario es renovar el colonialismo.
Sin embargo, en todo momento cabe tener la duda de si en el caso de mujeres expulsadas basta o no, un tratamiento con pertinencia cultural; o bien, resulte que para expulsiones femeninas, el retorno deba esperar para cuando, ya envejecidas, no sean vistas como indómitas por su comunidad o familia. Pues, volviendo a la historia de Rita, aunque no podemos especular qué condiciones hubiera tenido un temprano retorno, es realmente conmovedor ver cómo el documental de Santiago Esteinou hila para nosotros muy fino, hila hermoso y lo hace para mostrarnos una Rita que, ni dopada por drogas psiquiátricas en el hospital de Kansas, deja de atender la cosmovisión de su comunidad; ella cumple con los rituales que le fueron trasmitidos: Aplanar la tierra, danzar en el patio para que el Riablo “se quede ahí abajo”[11]. Rita baila porque cumple su deber como rarómari, baila para evitar que el mundo se muera[12].
Rita cumple con los rituales que aún en el encierro manicomial le permiten encontrar sentido. Rita, aún encerrada y drogada, danza. De esa magnitud es la fuerza que mueve a Rita. Ella, sea entonces encerrada o luego libre, canta las canciones sobre los difuntos. En su encierro, no olvida que las y los rarómaris fueron paridos por los Dioses creadores del mundo. Años de violencia y sometimiento químico, nunca bastaron hacerla olvidar que ella también parió un Dios y que ella, un día regresaría a su lugar entre las estrellas para ser ella, una con los Dioses[13].
Sobre la autora:
Cecilia Guillén, militante y crítica del feminismo Loco, es además una abogada especializada en derechos humanos y discapacidad, con especial énfasis en derecho a la no discriminación. Fue investigadora para la Suprema Corte de Justicia de la Nación y actualmente coordina En Primera Persona, A.C.
[1] Dosil Mancilla, F. J. (2019). La locura como acción política. El movimiento antipsiquiátrico en México. Revista Electrónica De Psicología Iztacala, 22(1). Recuperado a partir de https://revistas.unam.mx/index.php/repi/article/view/69164
[2] A partir de aquí usaremos la denominación de rarómari que usa el documental para referirse a los integrantes de la etnia a que pertenece la comunidad documentada y a la variante lingüística desde la que se traducen diálogos al español en ese documento cinematográfico.
[3] Mukí Sopalírili Aligué Gawichí Nirúgame La mujer de estrellas y montañas (The Woman of Stars and Mountains). Tipo de producción/Type of Production Documental/Documentary. Año de producción/Production Year 2022. País/Country México. Duración/Running time
100 min.
[4] Rarámuri, significa corredores a pie; proviene de las raíces: rara (pie) y muri (correr).
[5] Por desfeminización de los cuidados, nos referimos al compromiso de revertir la percepción social (y sus consecuencias económicas) sobre el rol social que se le ha atribuido como natural e inmanente a la mujer en relación al cuidado a otras personas y como se convierte en una tarea no remunerada que se ven obligadas a cubrir.
[6] La cosmovisión indígena es un conjunto de creencias, valores y perspectivas que forman la base de la comprensión del mundo por parte de las comunidades indígenas. Estas cosmovisiones milenarias son únicas para cada cultura y están arraigadas en una profunda conexión con la naturaleza, el territorio ancestral y sus manifestaciones de espiritualidad. Han resistido a la intervención y contacto con otras culturas fruto del colonialismo y la globalización.
[7]Se refiere a las lógicas coloniales y de dominación que se replican en los servicios y clasificaciones donde se imponen ciertas lógicas dominantes sobre otras creencias o contextos.
[8] Ver https://www.gob.mx/inpi/articulos/etnografia-del-pueblo-tarahumara-raramuri
[9] Ver https://plantas-sagradas-americas.net/programa/bakanoa-planta-sagrada-raramuri-usos-representaciones-practicas-rituales/
[10] Ver https://www.youtube.com/watch?v=__U2gj-7OPc (alrededor del minuto).
[11] No confundir con el diablo. Riablo es el nombre que aparece en estudios etnográficos y textos de divulgación. Ver https://www.youtube.com/watch?v=__U2gj-7OPc y también se sugiere: https://www.academia.edu/9843038/Los_hijos_de_Riosi_y_Riablo_fiestas_grandes_y_resistencia_cultural_en_una_comunidad_tarahumara_de_la_barranca
[12] Ver: https://arqueologiamexicana.mx/mexico-antiguo/yumari-el-espacio-de-reciprocidad-raramuri
[13] Anirúame, historias de los tarahumaras de los tiempos antiguos, es una recopilación literaria de Enrique Alberto Servín Herrera. En la página web de Scrib puede descargar dicho libro en versión PDF, pero debe pagar. El Link es el siguiente: https://es.scribd.com/document/437148330/Aniruame
Existe una versión en lengua rarámuri a partir de esta versión en español.
o tiene o hay