Nota editorial: El siguiente escrito es la narración de una persona profesionista de la salud mental, radicada en Ciudad de México, cuenta las experiencias que vivió a través de su paso en distintos centros de salud mental de la ciudad, durante esta narración se pretende no solo testimoniar lo acontecido dentro de dichas instituciones, sino que se cuestiona acerca de las lógicas cuerdistas que se implementan durante la formación y que determinan el actuar de las personas profesionistas en su práctica de atención.

A modo de mantener la confidencialidad se evita dar cualquier tipo de nombre o descripción de las personas involucradas durante estas narraciones. El texto se divide en 3 partes, la primera enfocándose en un hospital psiquiátrico al sur de la ciudad, la segunda sobre una comunidad terapéutica y finalmente, la tercera, en un hospital psiquiátrico (también conocido como granja) en la periferia de la ciudad; el texto busca trazar las lógicas y similitudes dentro de tres instituciones dedicadas a la atención de salud mental, denunciando prácticas basadas en la ausencia de consentimiento, sometimiento y las relaciones jerarquizadas.

Nota del autor: al momento de escribir el texto el autor se reconoce en un lugar de privilegio, sabiéndose parte de las estructuras que han sostenido dichas prácticas, a la par que se sabe atravesado por la Institución Psiquiátrica y la lógicas cuerdistas.

Para leer la primera parte puede seguir el enlace: https://madinmexico.org/acompanando-la-locura-en-el-contexto-institucional-parte-1/

Para la segunda parte: https://madinmexico.org/acompanando-la-locura-en-el-contexto-institucional-parte-2/

Samuel Ramírez Moreno (Asilo Psiquiátrico, tipo granja)

Al terminar mi tiempo dentro de la comunidad terapéutica continúe buscando diversos modos de abordar la locura, pero ahora desde una perspectiva distinta, con la idea del acompañamiento terapéutico en mente, encausado a propuestas de inclusión, fue en esta búsqueda que me encontré con un taller de arte dentro de una institución psiquiátrica-hospitalaria, un taller centrado en las artes y con una perspectiva construida desde el acompañamiento.

El taller tenía lugar una vez a la semana en el Hospital Psiquiátrico “Samuel Ramírez Moreno”, un hospital que se encuentra hacía las afueras de la ciudad, en la primera que tuvimos me encontré con un lugar muy distinto a lo que pensaba, algo que jamás hubiera nombrado hospital.

Aquel lugar era más parecido a aquello que se conoce como “granjas”, la entrada custodiada por policías, cuya laborar se encontraba más enfocada en no permitir la salida que permitir los ingresos, en la entrada revisaron nuestras identificaciones y un breve proceso de registro nos concedieron el acceso. Una vez dentro mi sorpresa fue ver grandes extensiones de terreno, algunas cubiertas de pasto y otras tan solo de tierra, al voltear se podía ver un pasillo que llegaba directo a un edificio que se notaba descuidado y dentro de esta imagen lo primero que pude ver al entrar era a uno de aquellos usuarios que habitaban dentro de este lugar, recostado boca abajo en el pasto, nadie parecía darle importancia, a la distancia se alcanzaban a ver las manchas de suciedad y el desgaste de sus ropas, de forma repentina se levantó y se puso de rodillas, se bajó la parte delantera de los pantalones, no llevaba ropa interior, y sin hacer mayores movimientos comenzó a orinar ahí mismo, al terminar se volvió a recostar boca abajo, nadie dio importancia a este evento que acababa de ocurrir frente a nosotros, al parecer era una de las escenas cotidianas dentro de aquel lugar.

Recorrimos el lugar en busca del sitio donde nos instalaríamos para trabajar, nos recibió la psicóloga que cubría el turno de los fines de semana, nos llevó hasta la zona de ingresos temporales o urgencias, aquellos pacientes que debido a alguna crisis habían sido trasladados al hospital con la finalidad de “estabilizarlos” y ser dados de alta en tan solo un par de semanas, ahí pasamos nuestra primer sesión; un cuarto grande con varias camas a lo largo, los pacientes tan solo en batas y con calzado sin agujetas, fuera de esto no tenían otra posesión en aquellos cuartos, camas cubiertas con colchonetas, pero sin sabanas, a la entrada una enfermera y un policía[1] que se encargaban de mantener el orden dentro de esta habitación.

La única condición que tenían los pacientes para participar en el taller es que fuera de manera voluntaria, por lo que se hizo la invitación, y poco a poco algunos interesados se fueron acercando, entre aquellos que nos acompañaron durante esta sesión hubo un paciente que nos dio una gran sorpresa, ya que nos demostró que tenía muchas habilidades en el dibujo, al hablar con el durante el taller nos contó que desde hace varios años se dedicaba a hacer graffiti[2].

Al terminar la sesión recorrimos el hospital, un lugar mucho más amplio de lo que pensaba de inicio, grandes extensiones de espacio abierto, sin embargo tan solo estaban cubiertas por pasto y huecos de tierra, entre estos espacios había pasillos cubiertos por un techo, que conectaban los distintos edificios y dormitorios que conformaban el hospital, ocasionalmente veíamos algunos pacientes deambular por estos espacios, todos en las mismas condiciones, un pants y sudadera de color azul, en malas condiciones, desgastado, sucio, como si esa misma fuera condición del uniforme impuesto, algunos pacientes tan solo con los pantalones, pudimos ingresar a los dormitorios, donde vimos que las condiciones no eran más alentadores, sino por el contrario, más deprimentes, pisos sucios, manchas de orina tanto seca como fresca, se mezclaban olores de orina, sudor, y mugre, las camas repartidas a lo largo y ancho del cuarto, algunas con colchonetas de plástico, desgastadas casi sin relleno, algunas otras tan solo en los resortes de las camas, en la mayoría de los cuartos los baños se encontraban clausurados, por lo que debían de ir a los baños comunes, cuyas condiciones no eran mejores, los pisos manchados, mojados y cubiertos de tierra, no había agua en los lavabos, mucho menos jabón.

El hospital se dividía en secciones, el área de urgencia en la que los pacientes tan solo ingresaban por temporadas cortas, 3 semanas a lo mucho, con el fin de estabilizarse y ser “contenidos”, hasta que pudieran reestablecerse de las crisis que los aquejaban, o que aquejabas a sus cercanos, las instalaciones de esta sección eran las más nuevas del hospital y por lo tanto las que se encontraban en mejor estado, al momento de pensar esto me viene la pregunta, ¿por qué reservar las instalaciones con mejores condiciones para aquellos cuya estancia es temporal?, realmente dudo mucho que les tuvieran una mayor estima, incluso el trato del personal hacía ellos era el mismo, pero, tal vez abusando de los supuestos, llego a pensar que aquellos que salían eran los que podían dar testimonio de las condiciones a que son sometidos, y por lo tanto conviene que tengan la mejor imagen posible, aunque está hubiera estado muy lejos de ser ideal.

La segunda sección era para aquellos que permanecían en internamiento y tenían algún tipo de orden judicial para permanecer ahí, aquellos que habían cometido algún crimen, pero por la condición que presentaban no podían permanecer en una institución penal y habían sido asignados no solo a cumplir su condena en este lugar, sino a permanecer básicamente de por vida. El acceso a esta sección se encontraba restringido, a diferencia de las otras áreas del hospital esta se encontraba bardeada[3], por lo que solo podía cruzarse por un portón, el cual estaba custodiado por un guardia que no permitía ni acceso o salida.

La tercer sección, era el área “original” del hospital, aquellos pacientes que ingresaron hace años, se comentó que incluso muchos de ellos eran “herencia” de la Castañeda, la cual el cerrar tuvo que buscar asilo para aquellos quienes la albergaban, estos pacientes ingresaron al hospital, sin posibilidad de salir, no había algún plan de trabajo para con ellos, ni hablar del objetivo de que pudieran retomar sus vidas fuera de este lugar, vidas que fuera ya no existían, pacientes la mayoría de ellos de la 3era edad, se notaban los efectos no solo del tiempo, sino del encierro, dificultades para poder comunicarse, muchos de ellos ya “incapaces” de poder expresarse, recurriendo a gestos, muecas, ruidos, personas de la 3era edad que eran tratados como niños en edad preescolar, al igual que con aquellos otros residentes del lugar la vestimenta era la misma, aquel uniforme tan mal trecho e incompleto. Los pacientes que se encontraban en esta sección no contaban ya con la posibilidad de poder armar una vida fuera, su vida transcurría en el interior de aquel hospital, este hospital que los albergaba desde hace años se había transformado en lo más cercano a un hogar que podrían tener, ¿qué motivos los había llevado a ese encierro? No sé sabía, y al parecer poco importaba, no había testigos, ni siquiera expedientes que pudieran dar alguna pista, incluso ellos mismos parecían ignorarlo; muchos de los que se encontraban en esta sección había entrado cuando jóvenes, lo que hace sorprendente el darse cuenta de que en el transcurso de su vida han estado más tiempo dentro de aquel hospital que el tiempo que pudieron vivir fuera, tiempo que les fue arrebatado y no podrá recuperarse, una vida que transcurrió y acabará dentro de aquellas paredes.

 Regresamos para la segunda sesión, nos dirigimos directo al área de emergencia había algunos pacientes de la vez anterior, otros ya habían sido dados de alta, al ver esto se replanteó la finalidad del taller, pensado que debería mantenerse constancia durante estas, considerando también el beneficio que este taller pudiera dar a los pacientes que ahí permanecían, por lo que se decidió que a partir de la siguiente sesión se trabajaría con los pacientes de la tercer sección, los pacientes de “internamiento prolongado” (por no decir permanente), sin embargo, se hizo la invitación a que los pacientes del área de corta estancia nos acompañaran si así lo deseaban.

En esa misma sesión dimos cuenta de que había dos pacientes que se encontraban “sujetos” a sus camas, por no decir amarrados, uno de ellos nos comentaron agredió al personal de enfermería y seguridad, por lo que la situación  se tornó violenta y tuvieron que contenerlo no solo físicamente, sino que se encontraba fuertemente sedado, por lo que no respondía cuando se le hablaba, aquella persona había participado en la sesión la semana anterior y no había dado indicio alguno de un comportamiento de ese tipo, sino por el contrario, se mostraba como una persona bastante calmada; la otra persona que se encontraba amarrada en cama, había sido aquel chico que nos sorprendió con sus dibujos la vez anterior, se encontraba despierto cuando llegamos y fue él quien nos contó que solicitó lo sujetaran a la cama, ya que se sentía ansioso y le preocupaba reaccionar de una forma inadecuada, esto le generaba temor y no deseaba que lo desamarraran, al hablar con él le comentamos que podíamos estar en la sesión y que si lo requería podía retirarse sin que hubiera problema alguno, esto le convenció y decidió participar, a partir de ese momento se convirtió en un participante frecuente.

Para la tercera sesión que tuvimos iniciaríamos el trabajo con los pacientes de “internamiento prolongado”, por lo que sería una experiencia diferente a las dos anteriores que habíamos tenido, al llegar al hospital acudimos primero a la sección de urgencia, aún permanecía aquel paciente que nos había sorprendido, se notaba contento con poder acompañarnos durante el día, junto con ellos recorrimos el hospital hasta llegar al lugar donde tendríamos el taller.

Durante las sesiones que siguieron a esta fue una grata sorpresa ver el efecto que iba teniendo en los pacientes que nos acompañaban, al inicio tan solo hacían algunos trazos, con dificultades sostenían los materiales, sin lograr dar formas, sin embargo, con el tiempo pudieron ir siguiendo de mejor manera las indicaciones que nos daba el profesor, haciendo un mayor uso de materiales y técnicas, pero más importante, podían ir dando forma a ideas y expresiones, lograban ir representando en la imagen, poner formas e ideas, esto nos comprobaba que lo que se necesitaba era que se les diera un lugar, un lugar donde se posibilitara la comunicación, pero sobretodo donde se sintieran que eran tomados en cuenta que aquello que podían decir o expresar era de importancia, lo que este taller y estas sesiones nos demostraron fue lo necesario que era brindar de un espacio de atención, de respeto, pero más que nada de dignidad a los otros.

El objetivo final de este taller, en cuanto a producción se refería, era la creación de un mural que estaría dentro del hospital; en este mural podrían colaborar todos, pero en especial aquellos que estuvieran en “internamiento prolongado”, sería una manera en la que ellos podrían hacer propio aquel lugar en el que debían de permanecer, un lugar que a pesar de los años se mantenía ajeno, con un trato distante y frío, la idea de apropiarlo sería una forma de hacer que una parte de ese lugar les perteneciera y no como había sido hasta ahora, en donde ellos le pertenecen a aquel lugar. Este objetivo no pudo llegar a cumplirse debido a cambios políticos que hubo dentro del hospital, por lo que el permiso no nos fue concedido.

Dentro de las situaciones que en este hospital sucedieron una de las que más logro recordar es la relación que pudo establecerse con el paciente que hacía los “gaffitis”, estuvo participando de manera constante en todas las sesiones y recibía frecuentes visitas por parte de su padre, durante el tiempo que pudimos compartir alcanzó a contarme detalles de su vida, entre los cuales se encontraba el que tenía un esposa y un hijo, preocupado de que lo que a él le ocurriera pudiera pasarle a su hijo , pero con toda la convicción de que podría encontrar un modo de “reponerse” y poder trabajar, su participación en las sesiones fue cada vez más activa.

Siempre al finalizar nos acompañaba hasta la puerta, y durante el camino platicábamos sobre lo que hacía antes de haber sido ingresado al hospital y lo que planeaba hacer al salir, al llegar a la salida se despedía siempre quedando de que nos veríamos la siguiente semana; uno de esos fines nos informó que saldría dado de alta, ese día iría su padre por él, llegó el momento y caminamos hacía la salida platicando como era de manera habitual, la diferencia es que al llegar a la puerta ahora quien se despedía era él, su padre estaba del otro lado esperándolo con un cambio de ropa, se despidió y salió, yo me quedé dentro del hospital, alguno de los guardias que se encontraba ahí a manera de broma alcanzó a decirme “¿cambiaron lugares? ¿Ahora él se va y tú te quedas?” fue una extraña sensación la que me llegó en ese momento, por un lado el gusto de ver que por fin aquella persona podría retomar sus vida fuera de ese lugar, pero por otro saber que tal vez no nos volveríamos a encontrar.

Fueron un par de años los que transcurrieron de aquel último día a mi regreso a ese mismo hospital, nuevamente se presentó la oportunidad de participar en un taller de arte dentro de las instalaciones, ahora asistiríamos dos días a la semana, entre semana, esto me daba la oportunidad de ver las diferentes dinámicas que habría según los tiempos y horarios, teniendo presente que el tiempo ya había pasado y que forzosamente tendría que haber habido un cambio, tal vez no generado por los pacientes o el personal, sino por la exigencia misma del tiempo.

Fue mi sorpresa que antes de llegar pude enterarme de que había habido una fuerte inversión de recursos para el hospital, mi interés y curiosidad aumentaron, ¿en que se habrán utilizado aquellos recursos? ¿qué cambios se habrán generado?

Llegamos al hospital y desde el primer momento pude apreciar las mejoras en algunos de los edificios de las instalaciones, edificios nuevos y equipados, los cuales nos informaron que serían utilizados para la consulta externa, la cual no se había implementado aún, ¿si está era la inversión que había para un proyecto aún en desarrollo, que inversión se habrá destinado para la base de aquel hospital?, iniciamos ahora el recorrido del lugar, acompañados del psicólogo asignado al turno de la tarde durante la semana, quien nos fue explicando los modos de operar ahí dentro, recorríamos el lugar y poco a poco mi sorpresa fue cambiando, dándome cuenta de que aquel lugar seguía en las mismas condiciones, terrenos extensos de pasto y tierra, edificios desgastados, dormitorios sucios con poco o nulo mobiliario, el mobiliario que ahí había se notaba descuidado, posiblemente tan viejo como las paredes del lugar, los uniformes y vestimenta de los pacientes era la misma de la última vez, era claro que de aquella inversión nada había sido asignada a los pacientes que ahí veían sus vidas transcurrir, toda inversión se asignó a aquella parte del hospital que sería utilizada para recibir a aquellos que saldrían ese mismo día, que no permanecerían dentro más que unas horas a lo mucho… es curioso pensar, que estas personas se llevarían la mejor impresión de aquel lugar, la inversión destinada únicamente a esa fachada.

Aquel psicólogo nos dio el recorrido, gustoso de contarnos las anécdotas de lo que ahí transcurría, una celda abandonada y destruida en medio del terreno vacío, celda que en un tiempo fue habitada por un paciente sumamente violento, esto en la descripción que el psicólogo nos daba, paciente acusado de haber atentado en contra de algún expresidente, durante este recorrido y anécdotas podía notar el orgullo del psicólogo, orgullo de ser parte de la historia de aquel lugar, orgullo de ser el guardián de aquellas historias, el guardián de aquellas “verdades” que transcurrían dentro del hospital, llegamos a los dormitorios, y fue una amarga sorpresa la que pude llevarme, al reconocer las caras de algunos de los pacientes que ahí se encontraban, pensar que pasaron los años y pude estar fuera continuando con mi vida, mientras ellos ahí dentro tan solo envejecieron, entre las caras que recordaba busque la de algunos de los pacientes de mayor edad, y no pude encontrarlos, la idea de que tal vez habían dejado el hospital comenzó a darme vueltas, pero lo más seguro es que no lo hayan dejado en vida.

Pacientes con ropas sucias, con poco aliño, se llenaban los dormitorios con el olor del sudor y la suciedad, se acercaban a pedirnos alguna moneda para comprar un cigarro, para comprar un café, muchos de ellos de tan sólo con un gesto, con muecas, con la imposibilidad de recurrir a un lenguaje verbal en el que pudieran articular sus necesidades, sus deseos, aquel psicólogo sintiéndose en confianza, nos lanzó un juicio en una supuesta confidencialidad, que dejaba apreciar no solo su postura frente a aquellos pacientes, sino la postura misma de aquel lugar… “aquí vemos que Darwin tenía razón”…  frase dura, prejuiciosa, la cual busca marcar la diferencia ya no sólo entre aquellos que ahí habitan y aquellos que ahí laboran, marca una diferencia que va más allá, entre lo normal y lo anormal… entre la cultura y lo salvaje, sujetos que parecieran ser considerados fuera de todo marco social-cultural, ¿si esta es la aseveración de un supuesto profesionista de la salud mental, que podemos esperar del medio social? ¿si es la misma institución la que con su discurso e intervenciones los excluye, los marginaliza, que esperanza hay?

Nos presentamos para la siguiente sesión, nos escoltan hacía el auditorio que utilizaremos durante este tiempo, un auditorio que al igual que la mayoría del hospital parece no haber pasado por remodelaciones, manteniendo una imagen que hace pensar en el momento en que este hospital se inauguró en 1967, un auditorio con ventanas tapadas y una luz blanca que apenas iluminaba, dando la impresión de que se encontraba nublado en todo momento, la sillas estaban corridas para permitirnos movernos en el centro del salón, una tarima al fondo y en una de las paredes se encontraba el retrato del Dr. Samuel Ramírez Moreno, aquel doctor que “importó” la terapia de electroshock a México, fue bajo la vista de aquel médico que llevamos a cabo nuestras sesiones semanales.

Al igual que la vez anterior se decidió que trabajaríamos con los pacientes de estancia prolongada, el motivo, el mismo que la vez pasada, cabe destacar que en está ocasión el grupo y el objetivo eran totalmente diferentes, por lo que el haber coincidió en el misma población de trabajo en ambas ocasiones se debe a dos factores, a mi entender, por parte del hospital estos pacientes permanecen olvidados, inactivos, por lo que cualquier cosa que se les pueda poner a hacer resulta “provechoso”, como si por este medio el hospital se quitará una presión, una estorbo, por otro lado, en ambas ocasiones fue por iniciativa del grupo el trabajo con este sector de la población, interés motivado posiblemente por el estado de abandono en que se encontraban, una especie de simpatía que se movió dentro de los organizadores, simpatía que pudiera llegar incluso a rayar en la lástima, ¿pero cómo no sentirse de esa manera ante tal grado de abandono? Abandono generado por aquella misma institución cuyo fin era el de “rehabilitar” y velar por el cuidado de la salud de aquellos que se encuentran dentro de sus paredes.

Estuvimos trabajando dos veces a la semana con aquellos pacientes, durante las visitas que tuvimos no pude dar cuenta del trabajo de otros “profesionistas”, tan solo aquel psicólogo que nos dio la bienvenida y quien era “encargado” de apoyarnos, vale la pena recalcar el entrecomillado de encargado, ya que su función fue únicamente asegurarse de que tuviéramos el espacio disponible, cosa necesaria durante las primeras sesiones pero una vez que nuestro trabajo se hizo constante ya no era necesario el permiso previo, recuerdo como aquel psicólogo permanecía de pie a la entrada de aquel auditorio, viendo como se realizaban las actividades pero sin participar en ellas, ocasionalmente intercambiaba algunas palabras con nosotros y con los pacientes que pasaban a su lado.

Su actitud inicial era crítica, no porque cuestionara la funcionalidad de las actividades que realizábamos, sino porque parecía intrigado por nuestro interés por participar y trabajar con aquellas personas, conforme pasó el tiempo esa actitud fue dando pie a una aparente curiosidad, siempre atento a lo que hacíamos y decíamos, al trato que le dábamos a quienes se encontraban ahí, tal vez las actividades no fueran nada nuevo o nada distinto a algo que se hubiera hecho antes, pero había una actitud diferente en el trato, en la manera en que los participantes se relacionaban entre sí, por unas cuantas horas a la semana se borraba la distinción de quien era paciente y quien no, distinción que se nos recordaba con el uso obligatorio de las batas blancas, recuerdo como al paso de las sesiones comenzamos a notar algo distinto, que tal vez no podíamos apreciar de manera concreta, pero había algo diferente a comparación con la primer sesión, no solo en los pacientes, sino también en nosotros, incluso en aquel psicólogo que fungió las primeras veces como guardia.

Al concluir las sesiones los pacientes habían hecho algunos objetos que les permitirían adornar sus “cuartos”, esos cuartos compartidos, donde el único espacio privado son esas camas de colchonetas delgadas y desgastadas, simples objetos que añadían un valor mucho mayor a esos espacios, el valor de la propiedad, de saber que algo dentro de ese estéril y olvidado espacio, les pertenecía a ellos.

Por nuestra parte pudimos dar cuenta de que no siempre es necesario un complicado trabajo de intervención, que aquellas impresiones teóricas, intervenciones e interpretaciones clínicas no siempre tienen lugar en la práctica, que no siempre hacen faltas propuestas complejas o demasiado elaboradas; pero que la base de todo trabajo debe ser la escucha, una escucha empática, en donde se respete y se le dé un lugar a otros, otros considerados como personas no como objetos de estudio, que el valor de este trabajo fue el aporte humano a una institución que de otro modo solo está construida por objetos, al dotar de humanidad a los otros podemos pensar en ir restableciendo aquella libertad que les fue arrebatada, una libertad que, aunque de manera momentánea, admitirá las distintas formas de ser y estar en el mundo.

Y no menos importante fue el efecto que este tiempo tuvo en aquel psicólogo que nos estuvo acompañando, aquel psicólogo que al iniciar se relacionaba desde una postura distante, fría, como un supuesto experto incapaz de conectar con la parte humana, relacionándose solo con descripciones teóricas ya anticuadas, al pasar las sesiones esa crítica y posterior curiosidad que lo acompañó, se fue transformando en una reflexión propia, en donde lo comenzamos a ver relacionarse de manera más empática con aquellos a quienes de inicio parecía juzgar. Está situación me hace pensar que aquel efecto de las instituciones psiquiátricas no solo se aprecia en los pacientes que la habitan, sino que es algo que va permeando la manera de entender y de conducirse de los mismos que ahí laboran, por lo que esta manera de entendimiento y abordaje se continúa reproduciendo, pero también pudimos dar cuenta que un poco de empatía, que un trato humano, puede comenzar a germinar pequeños cambios.


[1] A diferencia de otros espacios aquí llamaba la atención la presencia de la policía no solo en las entradas del hospital, si no custodiando los diferentes pabellones y salas, en un doble ejercicio de control y vigilancia.

[2] Parece un dato irrelevante, pero me es importante mencionarlo porque a pesar de la perspectiva “más abierta” que tenía el equipo que organizaba el taller se seguía manteniendo ese prejuicio referente a los pacientes internados en el hospital, donde no se “esperaba nada de ellos” y que hubiera aparecido alguien que demostrará todo lo contrario a ese prejuicio ocasionó todo un movimiento en como estaba constituido el taller, ahora aparecía la pregunta ¿qué podemos aportarle a alguien que tiene mucha más experiencia que nosotros en este tema?, esto permitió que este paciente tomara un rol de co-tallerista, apoyándonos tanto a nosotros como a sus compañeros.

[3] Una institución dentro de otra.

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