Por: John Cromby y Lucy Johnstone, PsyD
El texto original en inglés fue publicado el 05 de Agosto del 2024 en el sitio de Mad in the UK, y puede consultarse en el siguiente enlace Part 4: Neurodiversity: New Paradigm or Trojan Horse, la traducción se realizó por parte de Mad in México.
Nota editorial: Mad in the UK y Mad in America publican conjuntamente esta serie de cuatro partes sobre neurodiversidad. La serie ha sido editada por los redactores de Mad in the UK y escrita por John Cromby y Lucy Johnstone (la tercera parte ha sido escrita por un colaborador anónimo).
Esta es la cuarta y última parte de nuestra serie de blogs sobre neurodiversidad. En la Parte 1 esbozamos la historia del movimiento de la neurodiversidad, junto con algunas de sus implicaciones, limitaciones y contradicciones. En la Parte 2, sugerimos que el rápido aumento de los diagnósticos más comúnmente asociados con la neurodiversidad, el TDAH y el TEA, pueden entenderse como consecuencias del neoliberalismo, tanto en términos de los comportamientos específicos así descritos como de su posterior mercantilización y comercialización. A continuación, la Parte 3 mostró los efectos tan perjudiciales que el concepto de neurodivergencia y los diagnósticos asociados pueden tener en la práctica clínica, incluida la limitación del trabajo terapéutico a la afirmación de identidades.
En la cuarta parte, examinaremos las implicaciones de las distintas corrientes del movimiento de la neurodiversidad para el paradigma médico del sufrimiento, una narrativa que, desde el punto de vista de Mad in the World, ha fracasado y debe ser sustituida. ¿Hasta qué punto ofrece el concepto de neurodiversidad un camino nuevo, inclusivo y no patologizador, como pretendían algunos (incluida la fundadora del movimiento, Judy Singer)? Para ello, se abordarán las afirmaciones de una parte del movimiento de la neurodiversidad, según la cual las críticas del tipo de las que a menudo acoge Mad in the World son “reaccionarias y anticuadas”, y se basan en posiciones de extrema derecha, supremacistas y capacitistas.
Recordamos a las personas lectoras que respetamos y defendemos incondicionalmente el derecho personal de cada personas a describir sus dificultades y diferencias de cualquier forma que consideren útil (aunque defendemos que los clínicos tienen el deber de utilizar conceptos que, en términos convencionales, estén basados en la evidencia). Aunque nuestra postura hacia la neurodiversidad y los conceptos asociados sigue siendo crítica, nada de lo que sigue limita o cambia ese derecho personal, ni impone alternativas.
Neurodiversidad y diagnóstico psiquiátrico
Como hemos visto, la relación entre el paradigma médico/diagnóstico y el paradigma de la neurodiversidad es confusa y contradictoria. El propio término neurodiversidad, tal y como fue propuesto originalmente por Judy Singer, pretendía abarcar a todo el mundo y, de este modo, despatologizar nuestras variaciones individuales naturales. En este sentido, la “neurodivergencia” no implica necesariamente ningún tipo de trastorno, enfermedad o discapacidad, sólo “diferencias” de algún tipo.
En este contexto, algunas partes del movimiento de la neurodiversidad adoptan una perspectiva acrítica o neutral sobre la validez de los diagnósticos psiquiátricos, como el TEA y el TDAH, respaldados por afirmaciones infundadas sobre factores causales biológicos y genéticos.
Otros que se describen a sí mismos como neurodivergentes consideran que estos términos indican identidades: el tipo de persona que eres, no el tipo de “trastorno” que padeces, y como tal, exentos de las críticas dirigidas a otras etiquetas psiquiátricas. Algunos investigadores tanto de la psicología crítica como de los estudios sobre la discapacidad apoyan estas decisiones esencialmente arbitrarias, aunque cuestionan la patologización y la discriminación en general.
Aún más preocupante es la posibilidad de que esta tendencia se exporte a culturas no occidentales, como ha ocurrido con el modelo de diagnóstico del muy criticado Movimiento para la Salud Mental Global. Esto parece ser una posibilidad real, aunque de momento no generalizada, como se comenta aquí. Por ejemplo, este vídeo de la India anima a la gente a celebrar el “Día del Orgullo de la Neurodiversidad”, y existe un Centro de Estudios de la Neurodiversidad de reciente creación cerca de Delhi. No disponemos de espacio para debatir estos avances en profundidad, por lo que queremos dejar claro que, en nuestra opinión, plantean serios interrogantes y preocupaciones.
Paralelamente, se argumenta que las personas diagnosticadas o que se identifican con TEA, TDAH o AuDHD son discapacitadas, aunque no padezcan trastornos o enfermedades, y tienen derecho a recibir las ayudas y adaptaciones adecuadas.
Todo esto se combina para crear una de las contradicciones centrales del movimiento de la neurodiversidad: que los credos fundamentales de no patologización y aceptación han contribuido en la práctica a un aumento masivo del etiquetado diagnóstico.
A continuación, trataremos de desentrañar algunos de los problemas que esto genera, haciendo especial hincapié en su relación con el modelo de diagnóstico del sufrimiento. Consideraremos las consecuencias del diagnóstico como forma de identidad social, de la neurodivergencia como forma de discapacidad y del autodiagnóstico.
Las consecuencias del “diagnóstico como identidad”.
El replanteamiento del diagnóstico como identidad en algunas partes del movimiento de la neurodiversidad lleva a insistir en un lenguaje que da prioridad a la identidad: una “persona autista” en lugar de “una persona con autismo”. Lo confuso es que esto suele ir acompañado del deseo de obtener un diagnóstico oficial, aunque la persona no considere el autismo o el TDAH como un “trastorno”, porque es la puerta de entrada a los ajustes que se consideran necesarios para que una persona neurodivergente viva en un mundo neurotípico.
Esta caza de la confirmación médica suele ir acompañada de una perspectiva consumista de la asistencia sanitaria que considera la adquisición del diagnóstico deseado como un derecho, y no como una opinión experta que puede o no considerarse aplicable en un caso determinado. Las consecuencias para la evaluación y la terapia se describieron en la Parte 3.
Al mismo tiempo, la frecuente fusión de la etiqueta como trastorno con la etiqueta como identidad refuerza la creencia de que un diagnóstico oficial es más o menos irrelevante para saber si realmente eres una persona autista o una persona con TDAH. Si eres así, sólo tú puedes saber si el concepto encaja. Así pues, la atribución no especializada de estas identidades por TikTok, o por un misterioso proceso de reconocimiento de tu “neurocuerpo”, es tan válida, o más, que una opinión profesional. Esta convicción, como hemos visto, puede llevarnos a buscar un profesional dispuesto a confirmar nuestra creencia.
La fusión de “trastorno” con “identidad” se ve favorecida por el hecho de que, a pesar de las largas listas de criterios, los diagnósticos psiquiátricos como el TEA y el TDAH se basan en última instancia en juicios subjetivos (del clínico) sobre experiencias subjetivas (del cliente), y no en biomarcadores, porque no los hay. Como resultado, no hay una forma fácil o definitiva de resistirse a la expansión del número de personas que se dice que son neurodivergentes.
Esta fusión tiene otras consecuencias indeseables, algunas de las cuales ya hemos comentado. Una etiqueta que tiene la autoridad de un diagnóstico médico y, al mismo tiempo, se experimenta como una especie de identidad valorada, es extraordinariamente poderosa, más que las etiquetas diagnósticas como bipolar, depresión mayor, etcétera. Al menos en teoría, es posible recuperarse de una enfermedad, si así se entiende. Pero no es posible “recuperarse” de una identidad o de ser un determinado tipo de persona. Las implicaciones para la intervención terapéutica se trataron en el blog anterior. Si los “síntomas” son al mismo tiempo una expresión de tu “yo auténtico”, entonces el cambio no sólo es imposible sino indeseable, y cualquier sugerencia en sentido contrario es probable que sea vista o sentida como ofensiva, opresiva o algo peor.
Quizá la consecuencia más inesperada -y, desde nuestro punto de vista, lamentable- de la fusión de la etiqueta como condición médica con la etiqueta como identidad sea la reformulación y reivindicación de algunos de los diagnósticos psiquiátricos más controvertidos y estigmatizantes mediante un lenguaje que da prioridad a la identidad. Por ejemplo, algunos que afirman estar en la primera línea progresista del movimiento de la neurodiversidad sostienen que deberíamos volver a hablar de “esquizofrénicos”. El razonamiento es que, desde la perspectiva de la neurodiversidad, “esquizofrenia” no se refiere ni a los síntomas de una enfermedad ni a las reacciones a circunstancias tóxicas y acontecimientos vitales. En su lugar, describe una “neurominoría” específica, un tipo particular de persona. Al igual que hay autistas, también hay esquizofrénicos cuyas experiencias de sufrimiento son en realidad “…una forma natural de las personas esquizofrénicas de desarrollarse y quizás de responder a su entorno”.
Esto implica que el concepto de “esquizofrenia” es, en contra de décadas de críticas y de las admisiones de los propios miembros del comité del DSM, una forma fiable y válida de categorizar a un determinado grupo de personas. Al mismo tiempo, reproduce el dañino mito de que la “esquizofrenia” describe una forma permanente y de por vida de experimentar el mundo. Lo mismo ocurre con los intentos de reformular otras etiquetas diagnósticas como “identidades”, incluida la más polémica, el “trastorno límite de la personalidad”, que, según se sugiere, puede “desestigmatizarse” a través del “feminismo neuroqueer“.
Es probable que esto tenga una serie de consecuencias poco útiles. En primer lugar, al ocultar las conexiones entre las experiencias de las personas y sus relaciones y entornos (haciendo hincapié, en cambio, en una trayectoria de desarrollo supuestamente “natural”) se invalidarán algunas de las formas en que las personas (incluidos los colaboradores de Mad in the World) atribuyen significado a su sufrimiento. En segundo lugar, este énfasis en el “desarrollo natural” aumenta el riesgo de que las personas de comunidades empobrecidas y marginadas, o con antecedentes traumáticos, atribuyan sus dificultades a la biología o la genética y no a circunstancias tóxicas. En tercer lugar, existe el riesgo de reavivar estereotipos prejuiciosos según los cuales las altas tasas de diagnóstico entre las minorías étnicas, las personas pobres y las mujeres reflejan una susceptibilidad constitucional a la locura, en lugar de ser el resultado de mayores abusos, explotación, penurias y discriminación. De este modo, se refuerzan las nociones psiquiátricas del sufrimiento, en detrimento de las explicaciones sociales, biográficas y ambientales.
Los veteranos de las campañas contra las etiquetas psiquiátricas peyorativas y sin base científica que en su día se consideraron “el corazón de la psiquiatría” se horrorizarán ante el intento de recuperar términos como “esquizofrénico” (un término prohibido por la mayoría de las directrices de los medios de comunicación) bajo la apariencia de una política progresista de neurodiversidad.
Las consecuencias de la “neurodivergencia como discapacidad
Como vimos en la Parte 1, el movimiento de la neurodiversidad se alinea con el modelo social de la discapacidad. Este modelo propone que, aunque la deficiencia es una cuestión individual y (a veces) médica, la discapacidad sólo surge cuando las deficiencias individuales se encuentran con entornos discapacitantes. Así, una persona a la que le cuesta caminar porque tiene dañados los músculos, es discapacitada sólo en la medida en que el transporte, los edificios, etc. son inaccesibles para las personas que utilizan sillas de ruedas. La discapacidad, por tanto, no se localiza simplemente en el individuo, sino que surge de los fallos a la hora de acomodar las necesidades de quienes no forman parte de la mayoría no discapacitada.
Desde el principio, feministas discapacitadas como Jenny Morris y Susan Wendell mostraron su preocupación por el modelo. Sugirieron que reproduce un estereotipo masculino de fuerza e independencia, ignora la enfermedad y, al considerar únicamente la interacción cuerpo-entorno, excluye el cuerpo físico, carnoso y real. Más recientemente, Tom Shakespeare, destacado especialista en discapacidades, ha afirmado que el modelo se ha ido aplicando de forma cada vez más rígida con el paso de los años y que ya ha dejado de ser útil. No obstante, sigue siendo importante e influyente.
Como hemos visto, muchas personas que se identifican como neurodivergentes quieren un diagnóstico formal para conseguir adaptaciones (en la escuela, en la universidad, en el trabajo). Algunos de ellos se autoidentifican como discapacitados, una categoría que, como la propia neurodivergencia, es extremadamente heterogénea. Las discapacidades pueden afectar a funciones corporales como la movilidad, la destreza o la capacidad sensorial. Algunas personas tienen discapacidades “invisibles”, o que fluctúan y cambian, mientras que otras son permanentemente incapaces de caminar o de cuidar físicamente de sí mismas, y estarán discapacitadas en casi cualquier entorno imaginable. Las discapacidades pueden ser transitorias, estáticas, recidivantes o progresivas; pueden surgir solas o en conjunción con otros acontecimientos relacionados con la salud; y pueden afectar tanto al funcionamiento físico como al mental.
Esta heterogeneidad dificulta la generalización. No obstante, parece que la neurodiversidad puede diferir de muchas otras categorías de discapacidad. La torpeza en situaciones sociales o la dificultad para priorizar las tareas cotidianas, por ejemplo, ¿deberían considerarse “discapacidad” en el mismo sentido que utilizar una silla de ruedas, recuperarse de un derrame cerebral o tener cambios de humor extremos?
Estas cuestiones surgen porque, como hemos visto, la definición de neurodivergencia se basa totalmente en normas sociales. El modelo social sitúa la deficiencia en el cuerpo, y cualquier discapacidad consecuente es el resultado del encuentro del cuerpo con el entorno. Pero en la gran mayoría de los casos de neurodivergencia -en particular, en las personas diagnosticadas de TEA o TDAH- no existe una deficiencia corporal identificable. El diagnóstico se basa en gran medida en autoinformes, por lo que sólo puede basarse en normas sociales.
En cierto sentido, esto no es nada nuevo: nunca ha habido correlatos biológicos consistentes para estas y otras afecciones psiquiátricas. Pero históricamente se han considerado principalmente enfermedades o trastornos médicos. Sin embargo, como casos de neurodivergencia, son principalmente discapacidades, aunque también diferencias, no trastornos. Estos cambios, del trastorno a la discapacidad y de ésta a la diferencia, acentúan aún más la dependencia de las normas sociales porque, por el camino, parece desaparecer incluso la expectativa de que debe existir una alteración corporal.
Por ejemplo, la Parte 3 de esta serie de blogs describía a personas competentes y con habilidades sociales que adquirían diagnósticos como el TEA, a pesar de que los criterios diagnósticos especifican una marcada deficiencia funcional, basándose en que su capacidad para “enmascarar” oculta por completo su funcionamiento deficiente. Esto ilustra cómo, en lugar de limitarse a aplicar el modelo social de la discapacidad, la neurodiversidad lo modifica haciendo que la deficiencia sea opcional. Además, es probable que esto ocurra incluso cuando se utilizan otras versiones del modelo social. Así pues, las consecuencias negativas de la exclusión del cuerpo físico, señaladas por las críticas feministas al modelo social, parecen aplicarse con más fuerza aún a la neurodiversidad.
Otra complicación es el riesgo siempre presente de mostrar “capacitismo”, por ejemplo, dando a entender que las limitaciones corporales que se dice que están asociadas a la neurodivergencia son un signo de inferioridad con respecto a una persona “neurotípica”. Pero esto va acompañado del mensaje de que la neurodivergencia puede, al mismo tiempo, significar que las personas son discapacitadas y, por lo tanto, necesitan un trato especial. Después de todo, como señalamos en la Parte 1, la “T” con la que empiezan tanto el TDAH como el TEA significa “trastorno”. Esta complicación pone de relieve un contraste fundamental entre el movimiento de la neurodiversidad y otros movimientos sociales que Tom Shakespeare resumió de forma muy sucinta:
“Es más difícil celebrar la discapacidad que la negritud, el orgullo gay o el hecho de ser mujer. El “orgullo de la discapacidad” es problemático, porque la discapacidad es difícil de recuperar como concepto, ya que se refiere o bien a la limitación y la incapacidad, o bien a la opresión y la exclusión, o bien a ambas cosas”.
Este dilema se hace especialmente evidente en relación con las personas con discapacidad intelectual grave y/o profunda que también se describen como autistas. Este grupo es discapacitado según cualquier estándar aceptado. ¿Lo reconocemos y aceptamos que, en algunos casos, el modelo de “neurodivergencia como diferencia individual” no encaja? ¿O lo negamos y, como resultado, corremos el riesgo de no satisfacer las necesidades reales de apoyo de estas personas y sus cuidadores?
El panorama se ensombrece aún más con la propuesta del psicólogo e investigador de la neurodiversidad Steven Kapp de que el movimiento se amplíe para incluir a personas con enfermedades crónicas como la esclerosis múltiple, deficiencias sensoriales como la ceguera y los efectos de la epilepsia o los traumatismos craneoencefálicos. La propuesta se basa en el hecho de que, al igual que otros diagnósticos ya considerados parte del movimiento, “divergente de los estándares sociales dominantes de funcionamiento neurocognitivo “normal””.
Pocos negarían que se trata de dificultades graves, pero no está nada claro que pertenezcan a la misma categoría que los que luchan con la amplia gama de dificultades cotidianas ahora subsumidas bajo las categorías de neurodivergencia, TEA y TDAH. Parece totalmente posible que el principal beneficio de incluir estas afecciones como casos de neurodivergencia no sea para los individuos afectados (entre otras cosas porque, una vez concebidas como neurodivergencia, las dificultades de las personas podrían replantearse como expresiones de su naturaleza intrínseca y, por tanto, no aptas para la intervención). En cambio, el principal beneficio sería para el propio movimiento de la neurodiversidad, que ganaría credibilidad, fuerza e influencia al aliarse con estos grupos.
Al igual que su perspectiva sobre el diagnóstico, la perspectiva de la neurodiversidad sobre la discapacidad es confusa y desorientadora. Por un lado, los profesores se quejan de que gran parte de sus alumnos necesitan ahora adaptaciones que van desde tiempo extra para realizar los deberes hasta programas informáticos que realizan automáticamente tareas académicas básicas como la composición de frases, la estructuración de ensayos, etc., basándose en la neurodivergencia. Por otra parte, la idea de que el autismo asociado a discapacidades intelectuales graves es sólo otra forma de ser humano está, según algunos médicos y padres, limitando el apoyo y los recursos para los más necesitados. Ambos resultados son problemáticos.
Las consecuencias del autodiagnóstico
Ante las largas listas de espera, existe una tendencia creciente a “autodiagnosticarse”, a menudo tras haber buscado en Google o visto un vídeo de TikTok. A menudo se afirma que esta práctica es “tan válida” como un diagnóstico oficial:
“Podemos confiar en que nos conocemos a nosotros mismos, investigamos y nos autodiagnosticamos con plena conciencia de lo que significa ser autista”.
Para ser claros, sin embargo, describir esto como autodiagnóstico es en realidad un mal uso del lenguaje porque:
“El “diagnóstico” es una conclusión que sigue a un examen médico realizado por un profesional cualificado. Las personas [no profesionistas] pueden aplicar etiquetas psiquiátricas a su experiencia antes o incluso en ausencia de cualquier consulta profesional, pero esas etiquetas carecen de valor formal”.
Como dice este autor, un término mejor sería “autoidentificación” con un determinado conjunto de criterios, lo que, por supuesto, puede tranquilizar, aunque sólo sea al principio.
Una vez más, existe una profunda confusión y ambivalencia acerca de si la neurodivergencia y el autismo se consideran un trastorno/condición médica o una identidad. Está claro que utilizar el lenguaje del “diagnóstico” para ambos fines no ayuda. De hecho, hay muchos términos no médicos que han surgido como formas de agrupar a las personas que tienen experiencias similares con el mundo: “persona altamente sensible / HSP[1]” es uno, al igual que los signos astrológicos, o tipos de personalidad como extrovertido, “INTJ”[2] o empático. En la infancia de los años 60, 70 y 80, los jóvenes “encontraban su tribu” identificándose como hippies, mods[3], góticos, emos o punks.
Muchas personas han encontrado útiles estos términos y otros similares, tengan o no base científica. Sin embargo, el poder social de la medicina y la psiquiatría hace que no tengan la misma autoridad que un diagnóstico. Puede que por este motivo muchos miembros del movimiento de la neurodiversidad prefieran el término “diagnóstico”, aunque a menudo se niegue su significado convencional de enfermedad/trastorno.
Desde un punto de vista profesional, la buena práctica sugeriría que respetamos, pero no necesariamente estamos de acuerdo, con el autodiagnóstico: pero como se ilustra en el blog anterior, cada vez es más difícil resistirse a la exigencia de que el autodiagnóstico se considere automáticamente cualificado para recibir un diagnóstico formal si eso es lo que se desea.
El paradigma de la neurodiversidad como “liberación colectiva
Pasemos ahora a un aspecto emergente del movimiento de la neurodiversidad que, en cierto modo, se opone directamente a muchos otros usos del concepto de neurodiversidad (aunque, como veremos, no a la psiquiatría). Esta vertiente del movimiento, aun pretendiendo ser crítica con ellas, mantiene una relación especialmente cordial con las categorías diagnósticas de la psiquiatría. A continuación, situaremos más ampliamente este aspecto del movimiento. En primer lugar, lo ilustraremos principalmente a través de los escritos del profesor de filosofía británico Robert Chapman, que se autodefine como “orgullosamente neurodivergente y discapacitado”. El libro de Chapman Empire of Normality (Imperio de la normalidad), publicado en 2023, está siendo aclamado en algunos círculos como “un texto seminal instantáneo”, y sus ideas son alabadas por algunos comentaristas y académicos, así como por los grupos de usuarios de servicios/supervivientes a los que Chapman apoya (en términos generales, aquellos que desean mantener el papel del modelo de diagnóstico del sufrimiento). Entre los influyentes partidarios de Chapman se encuentra el Dr. Awais Aftab, psiquiatra estadounidense de alto nivel, tenaz defensor de la psiquiatría y antiguo oponente de la labor del MIA, como su denuncia de los defectuosos ensayos de antidepresivos STAR*D.
Un tema destacado de los escritos de Chapman es que el trabajo del tipo representado por muchos colaboradores de MIA y MITUK forma parte de un movimiento “reaccionario y anticuado” que debe ser desechado en favor de la “liberación colectiva” prometida por “una política más radical de la neurodiversidad”. Según Chapman, el grupo de críticos contemporáneos “blancos, ricos y sanos” que desafían el paradigma del diagnóstico representa un movimiento regresivo y potencialmente siniestro con vínculos con la extrema derecha e incluso con la supremacía blanca. Se dice que el efecto -de hecho, quizá el objetivo- de su trabajo es afianzar normas y sistemas opresivos, en detrimento de los discapacitados, para mantener su propio poder e influencia. La invención del propio Chapman, el “marxismo neurodivergente”, se propone en cambio como el camino verdaderamente radical a seguir.
Los argumentos de Chapman en el libro y los artículos relacionados son complejos y a menudo confusos, pero pueden resumirse como sigue:
“La “antipsiquiatría” (que para Chapman incluye a muchos críticos pasados y presentes de la psiquiatría, se describan o no de esta manera) se basa supuestamente en la premisa de que cambiar el lenguaje del diagnóstico disolverá mágicamente los problemas de la psiquiatría. Como consecuencia, no establece ningún vínculo con contextos sociales/políticos más amplios; niega la realidad del sufrimiento de las personas; y está impulsado por y reproduce ideologías de extrema derecha y la opresión de las personas marginadas. Los principales autores actuales de estas actitudes y prácticas reprobables son frecuentemente nombrados como la Red de Psiquiatría Crítica del Reino Unido, y específicamente Joanna Moncrieff; James Davies; Sami Timimi; Lucy Johnstone; Peter Kinderman; y Mad in America, “una popular publicación online estrechamente alineada con los líderes de la psiquiatría crítica“.
Esta descripción está tan lejos de la verdad que se necesitan frecuentes tergiversaciones para darle siquiera un barniz de verosimilitud. La principal estrategia de Chapman consiste en afirmar, repetida y falsamente, que todos estos críticos son “szaszianos”, es decir, seguidores ciegos de los valores y la política libertaria de derechas del psiquiatra estadounidense Thomas Szasz, cuyo trabajo se describe como el de situar a los “enfermos mentales” como malhechores que se han inventado su sufrimiento, que no merecen ayudas sociales, etcétera*. Este tema central aparece con frecuencia en su forma más cruda en las acusaciones en las redes sociales de Chapman y sus aliados, que están convirtiendo “Szasziano” en un término de abuso.
Como parte de esta estrategia, Chapman cita erróneamente trabajos de críticos. Por ejemplo, en un artículo publicado en forma revisada** en la revista Philosophy, Psychiatry and Psychology (de la que el Dr. Aftab es editor) Chapman se refiere al sitio web de la Red de Psiquiatría Crítica del Reino Unido de la siguiente manera:
“La Red de Psiquiatría Crítica comenzó en el Reino Unido en 1999…… En 2019, Middleton y Moncrieff, los entonces copresidentes de la red, fueron capaces de describir la psiquiatría crítica como un “movimiento” global basado en la filosofía de Szasz (Middleton y Moncrieff, 2019).”
Sin embargo, el artículo de Middleton y Moncrieff que cita Chapman dice en realidad lo contrario:
“La Red de Psiquiatría Crítica (CPN) comenzó en el Reino Unido, pero ahora se extiende por todo el mundo. Da cabida a una amplia gama de opiniones en lugar de pretender hablar con una sola voz.”
Hay otras tergiversaciones y distorsiones de este tipo en la obra de Chapman. Más adelante, el mismo artículo afirma
“Aunque diferentes críticos se dirigen a diferentes grupos, la marginación de grupos relevantes… es una característica de la posición teórica crítica, no un error… Los supuestos szaszianos… [son] epistémicamente perjudiciales para las personas que se desvían de las normas de discapacidad, sexo, raza y género.”
Y la preimpresión del artículo de Chapman, aún disponible en Internet, afirma:
“Tal vez algunos críticos estarían contentos de comprometerse a reforzar la opresión de algunas minorías con el fin de liberar potencialmente a algunas personas con sufrimiento mental (pero) la política reaccionaria de Szasz es… reproducida en la psiquiatría crítica contemporánea.”
El artículo aporta “pruebas” de esta supuestamente placentera persecución de grupos minoritarios oprimidos en forma de una grave y extensa tergiversación del trabajo de Lucy Johnstone, James Davies, Joanna Moncrieff, Sami Timimi y otros.
Uno de los aspectos más desconcertantes de esta vertiente de la neurodiversidad es el solapamiento de sus argumentos con los de aquellos que están siendo desestimados y ridiculizados. Por ejemplo, Chapman afirma que “el szaszianismo se está generalizando en el Reino Unido a través del PTMF”. Sin embargo, el PTMF (Power Threat Meaning Framework por sus siglas en inglés, el Esquema de Significación de las Amenazas de Poder: una alternativa conceptual al diagnóstico psiquiátrico que ha recibido un amplio reconocimiento) ni habla de Szasz ni respalda su política. Sin embargo, el PTMF se adelanta a muchas de las críticas de Chapman al capitalismo y se basa en el argumento no szasziano de que el sufrimiento real de las personas debe entenderse y abordarse dentro de sus circunstancias sociales y políticas. La diferencia es que ni el PTMF ni el extenso trabajo de los “antipsiquiatras” ven la respuesta en lo que un crítico británico ha denominado la “neuroficación de la vida cotidiana”.
La influencia de la política de la identidad en el movimiento de la neurodiversidad hace que la determinación de imponer a los críticos británicos una identidad que han rechazado explícitamente resulte un tanto paradójica. Pero tiene sentido una vez que nos damos cuenta de que Chapman está haciendo en realidad un juicio moral que sigue vagamente esta forma conceptual:
“Todos quienes que rechazan el sufrimiento mental como enfermedad son “antipsiquiatras”, por lo que deben ser “szaszianos”. Todos los szaszianos son malos: probablemente eugenistas, sin duda capacitistas, tal vez incluso fascistas. Como tales, son indignos de respeto, por lo que no es necesario un verdadero compromiso con ellos ni con su trabajo.”
Esta moralización subyace en el reciente blog de Chapman para la cuenta Substack del Dr. Awais Aftab, en el que se afirma que el crítico británico Dr. James Davies, autor de los libros Cracked y Sedated, es una figura destacada en una “guerra contra los discapacitados”, a pesar de que lleva más de una década siendo activista en favor de los derechos de las personas con discapacidad por intervenciones psiquiátricas. Chapman hace denodados intentos por justificar esta calumnia, e incluso consigue incluir una referencia a Hitler (basándose en una reseña favorable de uno de los libros de Davies en un periódico británico “famoso por haber apoyado a Hitler en los años treinta”). Se acusa a Davies de “colaborar con el diputado conservador Danny Kruger… [que] se encuentra en el extremo más a la derecha del Partido Conservador e incluso ha sido descrito recientemente como “el peligroso salvador del nacionalismo británico””.
La verdad, mucho menos dramática, es que Davies y sus colegas han colaborado con un grupo multipartidista de parlamentarios británicos: APPG (All-Party Parlamentary Group, por sus siglas en inglés). Por definición, los APPG incluyen a políticos de todo el espectro político que se reúnen para abordar cuestiones concretas de interés, en este caso, la necesidad de actuar sobre los determinantes sociales de los problemas de salud mental y de apoyar a las personas con discapacidad por intervenciones psiquiátricas. Así pues, una importante victoria de la política no partidista ha sido distorsionada por Chapman para convertirla en un ataque personal, en beneficio de nadie, especialmente de quienes más necesitan las intervenciones sociales y el apoyo por discapacidad. Y, lo que es más revelador, Aftab utilizó sus poderes de “moderador” como propietario del blog para bloquear cualquier comentario que corrigiera estas mentiras.
Quizás más en serio, una reciente reseña de uno de nosotros (JC) muestra cómo el libro de Chapman Empire of Normality (Imperio de la Normalidad) omite elementos importantes del contexto histórico; hace afirmaciones de gran alcance sobre la base de poca o ninguna evidencia; y presenta, como si fueran definitivos, análisis históricos que son contradichos por otras historias bien consideradas. Como se pregunta en la reseña:
“¿Por qué los argumentos de Empire of Normality parecen requerir distorsiones de las pruebas? ¿Sugieren los defectos de Empire of Normality una debilidad fundamental en la postura de la neurodiversidad? ¿Son las tergiversaciones de Chapman calculadas y deliberadas, o descuidadas y accidentales?.”
Baste un ejemplo de esta pobre erudición. El libro de Chapman intenta culpar a la “antipsiquiatría” de las consecuencias sociales adversas (falta de vivienda, consumo de drogas y aumento de las tasas de encarcelamiento) que, en Estados Unidos, coincidieron con el cierre de grandes manicomios y hospitales a partir de principios de la década de 1960. Empire of Normality concluye su breve descripción de los cierres afirmando que:
“La ideología szasziana resultó ser útil para la clase dominante en lugar de ayudar a resistir al sistema dominante.”
De hecho, los llamados antipsiquiatras tuvieron poca o ninguna influencia en el proceso de desinstitucionalización, que -a pesar de las deficiencias de algunos de los “cuidados” alternativos prestados- fue acogido con satisfacción por todo el espectro político como el anuncio de un tratamiento más ilustrado. El historiador Michael Staub ofrece un relato más convincente al mostrar cómo, a mediados de la década de 1980, cuando las políticas económicas neoliberales del presidente Reagan provocaron un aumento del número de personas sin hogar en Estados Unidos, se culpó estratégicamente a la “antipsiquiatría”. Irónicamente, la versión de la historia de Chapman reproduce acríticamente un mito infundado urdido por los asesores del presidente Reagan a mediados de la década de 1980, un mito diseñado para ocultar los efectos perjudiciales de las decisiones políticas neoliberales.
Para una descripción más detallada del libro de Chapman y sus afirmaciones, remitimos a los lectores a la reseña. A continuación, podrán juzgar hasta qué punto el libro cumple el objetivo de Chapman de demostrar que:
“…algunas formas de resistencia (de personas ricas, blancas y sin discapacidades) a la creciente patologización del cerebro/mente pueden deberse en parte a la necesidad de preservar el marco supremacista de los cerebros/mentes blancos como superiores y puros.”
Llamativamente, Chapman omite cualquier mención a los supervivientes y antiguos usuarios de servicios psiquiátricos del grupo maligno de los szaszianos. Esto es muy extraño porque miles de ellos en todo el mundo, incluidos los que presentan y escriben para los afiliados de Mad in the World, no sólo rechazan las nociones psiquiátricas del sufrimiento como enfermedad, sino que son aliados de la “antipsiquiatría” (tal y como la define Chapman) y contribuyen a ella. También son líderes del cambio por derecho propio. Presumiblemente, reconocer su existencia estropearía la imagen de Chapman de un grupo formado únicamente por profesionales “privilegiados” que describen a los usuarios de los servicios como “víctimas crédulas... a las que se ha engañado haciéndoles creer que están enfermas por los “mitos” o “mentiras” inventados por la psiquiatría o las empresas farmacéuticas“. Por el contrario, sugerimos que los supervivientes de la psiquiatría son muy capaces de tomar sus propias decisiones sobre cómo entender su sufrimiento, y de evitar a cualquiera que los vea de esta manera condescendiente.
Para que quede claro, los críticos del Reino Unido no apoyan el tipo de política identitaria que utiliza atribuciones como “reaccionario” o “blanco, rico, capacitado” tanto para eludir como para sustituir argumentos y pruebas reales. En cualquier caso, los miembros del grupo de críticos del Reino Unido -no todos blancos y ninguno especialmente rico (de hecho, algunos proceden de entornos desfavorecidos o de la clase trabajadora)- viven con discapacidades como artritis grave, Parkinson y un tumor cerebral inoperable. No mencionamos esto para reducir el debate al plano personal, sino para poner de relieve la barata instrumentalización del (presunto) privilegio del que dependen los argumentos de Chapman. Esta tendencia alcanza su punto álgido en la cuenta X (Twitter) de Chapman:
10.8.22 La mayoría son liberales de clase alta que no entienden lo que significan palabras como “capacitista”. Algunos parecen pensar que es una palabra inventada por los izquierdistas para desprestigiarlos, o que sólo debería utilizarse para describir a las personas que son abiertamente eugenistas, en lugar de ser el núcleo de su ideología.
31.7.22 Estoy señalando que la CPN [Red de Psiquiatría Crítica] y ciertos miembros han estado sirviendo de plataforma y legitimando a los teóricos de la conspiración de extrema derecha durante años, invitándoles a dar charlas en universidades, etc. Ahora estamos viendo los efectos de eso. Y los trolls de extrema derecha acosan a cualquiera que lo señale.
27.3.23 A pesar de sus diferencias, creo que las respuestas szaszianas y fascistas a la salud mental comparten una fantasía subyacente del mundo en el que los enfermos mentales o los discapacitados ya no existen. Una pretende erradicarnos literalmente mientras que la otra pretende erradicar todos los conceptos que nos reconocen.
En las universidades neoliberales de hoy en día, las marcas personales y las carreras académicas están determinadas en gran medida por la competencia. Actualmente, a medida que la narrativa psiquiátrica se tambalea, se abren nuevas oportunidades de mercado, y las marcas con un envoltorio radical -como el “marxismo neurodivergente”- pueden lograr una penetración considerable en el mercado, aunque el producto real sea más de lo mismo. Pero si la nueva marca sigue validando diagnósticos psiquiátricos o supuestos de enfermedad, como hace Chapman, su efecto general será mantener las relaciones de poder existentes. El marxismo neurodivergente es un ejemplo de rebelión mercantilizada y recuperada, que mantiene ingenuamente la misma mistificación que fomenta el neoliberalismo.
¿Qué importancia tiene esta nueva corriente de activismo en favor de la neurodiversidad?
Por lo general, es mejor ignorar las distorsiones transparentes y los ataques personales como los descritos anteriormente. Les hemos dado espacio en este blog sólo porque parecen estar ganando tracción: como dijimos, Chapman no es el único que promueve estas críticas y otras voces han empezado a hacerse eco de estos mensajes engañosos.
Como era de esperar, esto incluye a Aftab (15.4.23 “@DrRJChapman revela brillantemente… la naturaleza neo-szasziana de gran parte del discurso “crítico” contemporáneo del Reino Unido”). Del mismo modo, el profesor de filosofía británico Alastair Morgan publicó un artículo (de nuevo en Philosophy, Psychiatry and Psychology) en el que afirmaba que “El PTMF[4] despliega una crítica ampliamente szasziana del concepto de enfermedad mental”. Un investigador, Núñez de Prado-Gordillo, también recoge el tema y cita a Lucy Johnstone, Peter Kinderman, Joanna Moncrieff y John Read en apoyo de su afirmación de que ha habido “un resurgimiento de las críticas de Szasz… de larga data contra la medicalización del sufrimiento mental”. Un ejemplo primario son los puntos de vista de la llamada “psiquiatría crítica” que han ganado creciente popularidad en los últimos años’. Y el libro de Micha Frazer-Carroll de 2023 Mad World advierte sobre el peligro totalmente ficticio que suponen los profesionales que “siguen la tradición del antipsiquiatra de derechas Thomas Szasz” y dictan “cómo deben entenderse a sí mismos los locos/enfermos mentales”.
Se trata de una curiosa inversión de la situación real, en la que es la psiquiatría la que impone rutinariamente su forma de entender a las personas. Los “antipsiquiatras” y grupos afines como “Un trastorno para todos”[5] apoyan plenamente el derecho de las personas a tomar sus propias decisiones de comprensión, incluidas las médicas. El verdadero problema es que a la mayoría de la gente no se le ofrece esta opción.
Como afirma con frecuencia Robert Whitaker, fundador de Mad in the World: la narrativa psiquiátrica ha fracasado. Y hoy en día, no es necesario haber leído a Szasz para darse cuenta de ello. El estudio de temas tan variados como la sociología, la criminología, la historia, la antropología, la literatura, los estudios sobre el trauma o la biología de los sistemas de desarrollo bien podría llevarnos a la misma conclusión, al igual que el trabajo de los contemporáneos (de izquierdas) de Szasz, Laing, Foucault y Goffman, por no mencionar la experiencia vivida al recibir intervenciones psiquiátricas. De hecho, el cuestionamiento de la noción de sufrimiento como enfermedad cerebral o mental se remonta al menos a los inicios de la psiquiatría moderna. Del mismo modo, las interpretaciones no médicas del sufrimiento (por ejemplo, como posesión de espíritus, visiones místicas, consecuencia de un trauma o signo de desalineación con la familia o la comunidad) prevalecían mucho antes de que Szasz empezara a escribir. Y en cualquier caso, como han aclarado con frecuencia los críticos británicos, el interés por las ideas de Szasz no implica en modo alguno la aceptación de su política extremista.
Naturalmente, los actuales “antipsiquiatras” del Reino Unido han hecho todo lo posible por ocultar sus convicciones políticas de extrema derecha trabajando en el sector público durante décadas y haciendo campaña a favor de una mejor atención de la salud mental y de una sociedad más justa, inclusiva e igualitaria, a menudo enfrentándose a una oposición considerable y a amenazas a sus carreras. Pero ¿quizás se trate de otra forma de “enmascaramiento”? Dejamos que los lectores decidan.
Si juntamos todo esto, parece que estamos asistiendo a una creciente reacción violenta justo cuando la hegemonía del modelo de diagnóstico se está desmoronando. Los lectores de Mad in the World están muy familiarizados con admisiones procedentes del corazón del establishment psiquiátrico como que “no hay razón para creer que el DSM-5 sea seguro o científicamente sólido“; y que los sistemas diagnósticos actuales son “totalmente erróneos, una absoluta pesadilla científica”. Este es, sin duda, un momento crítico en la historia de la psiquiatría.
En este momento, la visión original de Judy Singer sobre el movimiento de la neurodiversidad -que dejaba claro que se trata de “política, no ciencia, el nombre de un movimiento de justicia social, no un diagnóstico”- tenía cierto potencial para sustituir la patologización por algo más inclusivo. Sin embargo, en cualquier momento de crisis hay quienes están interesados en el statu quo. Y así llegó esta versión contemporánea de la neurodiversidad, retocada ahora como una versión actualizada del paradigma médico fracasado, aunque revestida de un falso radicalismo por la política de la identidad.
De este modo, la individualización del sufrimiento se está arraigando cada vez más, a medida que las redes sociales difunden esta versión del evangelio de la neurodiversidad más allá de las paredes de las clínicas. Como dice un comentarista, el concepto “se ha bastardeado, tergiversado y vuelto a meter bajo el paraguas psiquiátrico para dañar y oprimir a todo el mundo, cuando se suponía que tenía que proteger a todo el mundo”.
La neurodiversidad ha sido muy bien acogida por voces del establishment psiquiátrico como Aftab, por instituciones como los principales partidos políticos del Reino Unido y por grandes empresas, departamentos gubernamentales y servicios sanitarios: todas ellas respuestas que demuestran claramente las limitaciones del reto que plantea el movimiento. Analizaremos esta cuestión más a fondo en nuestra última sección.
Neoliberalismo, neurodiversidad y diagnóstico psiquiátrico
En esta sección retomamos una cuestión que introdujimos en la Parte 2 de esta serie de blogs: las formas en gran medida no reconocidas en las que el movimiento de la neurodiversidad refleja, encarna o promulga preceptos y características neoliberales.
El concepto de neurodiversidad gana credibilidad gracias al prefijo “neuro-“. Al mismo tiempo, asociar la diversidad con el cerebro de esta manera individualiza y descontextualiza las circunstancias personales, sociales, materiales y políticas de forma aún más eficaz que el modelo médico de la psiquiatría. Es más, la promoción y valorización de las neuroidentidades, como todas las políticas de identidad, desvía la atención de las estructuras sociales desiguales y las prácticas asociadas, como la psiquiatría, que sostienen el neoliberalismo. En lugar de ello, se nos anima a creer que el sufrimiento está provocado principalmente por cerebros defectuosos (malinterpretados como sistemas mayoritariamente cerrados en lugar de masivamente abiertos). Y vestir todo esto con el lenguaje de la autodeterminación y los derechos del consumidor enfatiza otra preocupación central del neoliberalismo: la elección individual. Concebida de esta manera, la neurodiversidad nos divide aún más en grupos minoritarios que compiten entre sí, destrozando la solidaridad al individualizar y despolitizar las luchas humanas compartidas.
La prominencia dentro del movimiento de la neurodiversidad de las dos “superetiquetas” de TEA y TDAH consolida aún más estos problemas, sobre todo cuando se dice que describen un tipo de persona en lugar de una afección. En psiquiatría, quizá el paralelismo más cercano sea el “trastorno de la personalidad”, que también confiere un juicio duradero no sólo sobre lo que sientes o haces, sino sobre quién o qué eres. Irónicamente, algunos de los que más se oponen a etiquetas como “trastorno límite de la personalidad” son también los que más claman por el reconocimiento del TEA y el TDAH como alternativas. Las implicaciones podrían ser menos condenatorias -como hemos visto, las etiquetas neurodivergentes pueden experimentarse como potenciadoras y liberadoras-, pero muchas de las desventajas son las mismas.
En cualquier caso, un examen más detenido de algunas de las características que atraen estas etiquetas revela claramente sus supuestos neoliberales profundamente arraigados. En particular, como observa Tony Attwood (una “autoridad mundial en Asperger”), las personas así diagnosticadas “suelen ser conocidas por ser directas, decir lo que piensan, ser honestas y decididas y tener un fuerte sentido de la justicia social”.
Como ejemplo, un artículo de un influyente sitio web describe una característica esencial del “autismo” con la siguiente cita:
“Tengo un gran sentido de la justicia y la equidad. Si encuentro una causa que me interese, buscaré una solución con un nivel de concentración y pasión superior al que cabría esperar de la mayoría de las personas neurotípicas y lucharé por lo que es justo con todo lo que soy…. También tengo un fuerte sentido de lo que está bien y lo que está mal, y este sentido tiende a guiarme a lo largo de mi vida’.
El mismo artículo revelador, que enumera las “10 cosas más importantes” de ser TEA (se dice que todas ellas son reconocibles por “cualquier persona del espectro”) también cita a alguien que expresa la opinión de que:
“No presto mucha atención a muchas de las cosas que parecen tan importantes para las personas neurotípicas. No me importa si eres gordo, flaco, rico o pobre. Me da igual el coche que conduzcas o la casa en la que vivas. Si me gustas, me gustas porque eres amable y me haces sentir feliz. No te juzgaré por la ropa que lleves o el trabajo que tengas. No me importa si tienes un mal día con el pelo o si soy tu único amigo. De hecho, lo más probable es que ni siquiera me fije en esas cosas. Las expectativas sociales no me importan, así que no te juzgaré, igual que espero que tú no me juzgues a mí”.
Admiramos sinceramente la independencia mental de esta persona. El escritor ha encontrado la manera de desechar todos los mensajes y valores neoliberales fundamentales relacionados con la apariencia, las posesiones, la competitividad, los logros y las comparaciones de estatus. Nos gustaría que estas actitudes se celebraran como la norma, en lugar de tener que ser archivadas como “neurodivergentes”, mientras que el mundo “neurotípico” continúa sin ser cuestionado. En cambio, estas experiencias requieren descontextualización e individualización, para que nuestro sufrimiento recién redefinido pueda vendérsenos de nuevo junto con soluciones mercantilizadas: medicamentos psiquiátricos, clínicas privadas, libros de autoayuda y todo lo demás. Y cuando éstas fracasen -como parece inevitable, ya que no abordan las causas profundas-, siempre habrá otra solución parecida a la vuelta de la esquina.
En el mundo revuelto, despiadadamente competitivo, individualizado e individualizador del neoliberalismo, valores como la amabilidad, la cooperación y la equidad están tan reñidos con las normas sociales dominantes que pueden considerarse síntomas de un “trastorno”. Esto es profundamente deprimente, pero no sorprendente. Si hubiera un término que resumiera la antítesis del neoliberalismo, sería justicia social: no es de extrañar que haya que patologizarla. Mientras tanto, la implacable autovigilancia va camino de alcanzar el estatus de diagnóstico, discapacidad o neurodivergencia para todos nosotros, y muchos ya están haciendo cola para adoptarla voluntariamente.
Conclusión
Para terminar, nos gustaría repetir que muchas personas han acogido de buena fe el paradigma de la neurodiversidad. Comprendemos que aprecien su potencial, al menos tal y como se concibió en un principio, para la despatologización y la aceptación de la diferencia. Estas cosas son muy necesarias en nuestro mundo plagado de conflictos.
También estamos de acuerdo con muchos de los cambios que defiende el paradigma, como los entornos educativos y laborales que se adaptan a los diferentes estilos y preferencias de aprendizaje. Pero no creemos que estos cambios deban justificarse alegando neurodivergencia, con todos los problemas que ello conlleva. Lo que es bueno para las personas identificadas como neurodivergentes suele ser bueno para todos.
Para entender cómo se han agriado los potenciales positivos de la neurodiversidad, hemos sugerido en estos blogs que el desarrollo y el uso del concepto de neurodiversidad han sido profundamente moldeados por las fuerzas del neoliberalismo. En última instancia, esto ha saboteado las intenciones benignas del movimiento, tal y como advirtió en repetidas ocasiones su fundadora, Judy Singer. Por eso no queremos que este concepto se extienda de forma acrítica a culturas no occidentales, donde podría reproducir y reforzar el daño ya causado por la exportación del modelo de diagnóstico. En palabras de James Davies, el movimiento de la neurodiversidad “no ha conducido a una organización colectiva espontánea contra las causas sistémicas, como algunos prometieron, sino a una involución gradual hacia el ‘yoísmo’, las políticas de identidad aisladas, el abatimiento y el pesimismo. Necesitamos más acción, no etiquetas“.
Además, y de especial relevancia para los lectores de MIA/MITUK[6], una corriente minoritaria dentro del movimiento de la neurodiversidad ha utilizado cínicamente el concepto como arma para desacreditar los importantes objetivos y logros de los críticos británicos contemporáneos de la psiquiatría. Mientras que muchos de los que se describen a sí mismos como neurodivergentes tienen un deseo genuino de despatologizar, esta minoría ruidosa -apoyada con entusiasmo por aliados de la psiquiatría- ha montado una campaña sostenida para desprestigiar y distorsionar el trabajo de muchas de las personas, tanto profesionales como antiguos o actuales usuarios de los servicios, que están en el centro de los esfuerzos de Mad in the World.
Se trata de una profunda ironía, ya que los promotores más destacados del movimiento de la neurodiversidad se ven a sí mismos como desafiantes de izquierdas del statu quo, defendiendo las causas de los grupos marginados. Por el contrario, hemos demostrado que corren el riesgo de sustituir las formas de opresión existentes por nuevas versiones “neuro”, que descontextualizan e individualizan las luchas de las personas con la misma eficacia que siempre lo ha hecho la psiquiatría. A pesar de que se diga lo contrario, los “neurotipos” no son más que otra forma de decir “categorías diagnósticas”; “cerebros con conexiones diferentes” es el nuevo “desequilibrio químico”. Lo último que necesitamos es un nuevo término que, al igual que “enfermedad mental”, oculte y mistifique los vínculos entre el abuso, la explotación y la opresión y sus consecuencias humanas demasiado reales.
Las preguntas importantes de la prueba son: ¿Quién gana dinero con esto? ¿El poder de quién se está reforzando? ¿Y qué es lo que no estamos abordando mientras esto nos distrae? La neurodiversidad, un término diseñado para promover la aceptación, se ha convertido en un poderoso factor de división. La creencia de que el mundo está dividido en dos tipos de personas fundamentalmente diferentes, una condenada a malinterpretar y oprimir a la otra, es tan destructiva como cualquier otro binario. La “liberación colectiva” no se conseguirá reintroduciendo los principios que sustentan la práctica diagnóstica.
No esperamos que todo el mundo esté de acuerdo con este análisis, pero sí creemos que es fundamental y urgente que Mad in the World sea consciente de que el paradigma de la neurodiversidad puede ser un caballo de Troya.
Bibliografía
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* Aunque no disponemos de espacio para extendernos en este aspecto, el legado de Szasz no puede reducirse fácilmente a “izquierda” o “derecha”, sobre todo en el Reino Unido, donde la relativa ausencia de políticas libertarias significa que la defensa de Szasz de la libertad personal y los derechos individuales puede alinearlo con la izquierda. En Estados Unidos, donde el libertarismo está más arraigado, Szasz se alinea de forma más coherente con la derecha debido a su énfasis en los individuos más que en los colectivos.
** El artículo de Robert Chapman ‘A Critique of Critical Psychiatry’ para la revista Philosophy, Psychiatry and Psychology apareció en línea como preprint en 2022. Sus caracterizaciones erróneas del trabajo de los críticos del Reino Unido fueron tan pronunciadas, y los insultos personales tan extremos, que algunos se vieron obligados a buscar asesoramiento legal. El editor de la revista exigió revisiones sustanciales antes de publicar la versión final en 2023. Por lo que sabemos, el preprint sigue estando disponible a través de la página Researchgate de Chapman.
[1] High Sensitive Person (en inglés)
[2] Introvert, Intuitive, Thinking Judgement (en inglés) lo cual se traduciría a Introvertida, Intuitiva, Pensamiento y Juicio, como adjetivos utilizados para definir el tipo de personalidad.
[3] Modernistas
[4] Power Threat Meaning Framework
[5] A Disorder 4 Everyone
[6] Mad in America, Mad in the Uk, y en general para lectores de Mad in the World.