Publicado el 18 de Julio del 2016 por resistenciaanimal.noblogs.org, con Giuseppe Bucalo, traducción del italiano al español realizada por Mad in México.
Nota editorial: Esta ponencia impartida por Giuseppe Bucalo nos resulta de gran interés, y nos parece necesaria el compartirla, ya que de manera muy clara el autor nos deja ver los cruces que se establecen entre la psiquiatría y las lógicas de opresión animal, trazando el modo en que ambas instituciones buscan reforzar los medios de control, por medio de los abusos y la opresión con tal de mantener una supuesta noción de normalidad, a partir de este texto nos podemos preguntar si es que hay diferencia entre aquellas prácticas que despojan a los animales no humanos de sus entornos y de sus comportamientos en función del beneficio humano y las prácticas coercitivas de la psiquiatría, incluso cuando estas se proponen como medio de sostener un bienestar común.
Texto del taller celebrado durante el XI Encuentro de Liberación Animal (2015). La transcripción contiene la ponencia de Giuseppe Bucalo y el debate posterior.
La locura y la resistencia como variables anárquicas que perturban los juegos de una supuesta normalidad: como gestos originales y constitutivos, como factor imprevisible, como nivel precategorial que permanece ajeno a la historia, pero que al mismo tiempo la establece y la hace posible. Las razones del paradigma productivo, complejo y jerárquico requieren la preparación del individuo para la funcionalidad. Declinaciones y conexiones entre pedagogía social y domesticación, entre segregación y contención dirigidas a lo que perturba y compromete la fluidez de lo ordinario.
A: Este taller surge de algunas reflexiones, desarrolladas junto con algunos compañeros de Turín y Módena, sobre la conexión entre la antipsiquiatría y el antiespecismo, en particular sobre las similitudes e intersecciones entre la antipsiquiatría y la resistencia animal. Hoy vamos a abrir un debate sobre estas conexiones -que quizás a primera vista pueda parecer arriesgado- y lo haremos con Giuseppe Bucalo, que viene de Messina y trabaja en el campo de la antipsiquiatría desde 1986, autor también de algunos libros (entre ellos “Dietro ogni scemo c’è un villaggio”, 1990 o “DI(zion)ARIO antipsichiatrico“, 1997), a quien cederemos el micrófono dentro de unos minutos.
Además de haber escrito otros libros importantes, cuyos detalles también se pueden encontrar en la web, Giuseppe Bucalo ha llevado a cabo innumerables iniciativas. La primera fue la desarrollada en su pueblo natal, Furci Siculo, donde consiguió crear una red de unos 2.000 paisanos que asumieron las vidas y experiencias de los llamados locos, compartiendo sus problemas, apoyándoles y devolviéndoles consideración, dignidad y sentido a sus vidas.
Para empezar, podríamos utilizar las propias palabras del libro “DI(zion)ARIO antipsiquiatría“, una especie de diario, donde Giuseppe escribe: “La antipsiquiatría es un testimonio de la experiencia de la locura. No se plantea el problema de interpretarla, transformarla, curarla. Este testigo reconoce y respeta su verdad y echa una mano, si puede, a la persona que pretende afrontarla o realizarla. A su manera“.
Con las mismas características, también en el proyecto Resistencia se intenta ponerse del lado, más que dirigir, a todos aquellos animales que actúan por su propia libertad y que llevan a cabo una revuelta, una huida, un intento de vida diferente. A su manera.
Solidarizarse e intentar traducir su protesta al lenguaje de la política humana. La intención es abandonar o erosionar el enfoque paternalista, cuando no pietista, predominante y casi incuestionado en el campo del bienestar animal y dejar de considerar a los animales no humanos como “los sin voz”, seres indefensos o incapaces que hay que proteger y salvaguardar, tratando en cambio de devolverles el estatus de sujetos que resisten e intentan autodeterminar sus vidas, con sus malestares y deseos. Como también se ha hecho en el campo antipsiquiátrico o en otras categorías como las infancias o con las personas privadas de su libertad, estamos empezando a ser testigos y a reconocer finalmente la capacidad de disenso y resistencia incluso en los animales. Y esto creemos que tiene un profundo valor político, el valor político de la rebelión contra el único papel que los humanos podemos imaginar para ellos (convertirse en alimento, vestido, entretenimiento).
También existe una cierta similitud entre ciertas formas de animalismo (el asistencialista o reformista) y la llamada psiquiatría alternativa, ambas representadas precisamente por esa acción paternalista que sólo deja en un segundo plano a los verdaderos sujetos, convirtiéndolos en beneficiarios pasivos de la llamada “buena conciencia animal” y de la “buena conciencia psiquiátrica”. Una buena conciencia que las más de las veces demuestra una incapacidad para captar realmente los mensajes que surgen de esas experiencias o una voluntad de ni siquiera escucharlos.
Del mismo modo que hoy en día la psiquiatría alternativa ya no encierra a los locos en manicomios, sino que los vigila las 24 horas del día en cooperativas sociales, hogares familiares, o incluso (y aquí vuelvo a utilizar las palabras de Giuseppe) “los expone como actores/usuarios involuntarios a la mirada compasiva y lastimera de cualquier público de teatro“, en el ámbito de los derechos de los animales se proclama que uno de los posibles objetivos debería ser garantizar un sofá para cada perro o se ponen en marcha proyectos muy cuestionables como “Link Italia”.
En la página web de Link Italia se puede leer: “Una asociación de profesionales que desde 2009 ha asumido la carga de compensar las graves carencias científicas, culturales y sociales sobre la correlación (Link) entre el maltrato de los animales y la violencia interpersonal, la desviación, la delincuencia en nuestro país. En este proyecto, en la práctica, los estudiosos y profesionales, además de catalogar y sintetizar cada desviación humana, cuentan, a la americana, con la ayuda de los cuerpos forestales, la policía, incluso el FBI y, por supuesto, la psiquiatría.
Al igual que otros proyectos que se ocupan de la violencia contra las mujeres, Link Italia aboga por penas severas para la violencia y el maltrato de animales, habla de víctimas que deben ser protegidas y de autores que deben ser castigados de la forma más ejemplar posible. La cura para los actos criminales en detrimento de los animales, para Link Italia, parece ser la represión despiadada posibilitada por un control capilar e invasivo, recurriendo a ciencias como la victimología, las ciencias de la investigación y, obviamente, la psiquiatría. Desgraciadamente, en el ámbito de los derechos de los animales, hay mucha confusión, y Link Italia es un buen ejemplo, este tipo de proyecto tiene mucho atractivo. Lo absurdo es que en el fondo hablan de liberación animal, es decir, de abrir las jaulas, invocando una dura represión, es decir, de cerrarlas y tirar la llave.
Volviendo a otras posibles conexiones, podemos ver cómo los llamados locos y los animales rebeldes son en muchos aspectos especulares: ambos son considerados portadores de desviación, de una peligrosidad social, así como de una individualidad que no se ajusta (a la cultura dominante imperante). Ambos son sedados, normalizados, curados, contenidos e invariablemente devueltos a los límites de la docilidad y la normalidad social. Los pacientes psiquiátricos han visto sus vidas devastadas por la psiquiatría y muchos de ellos incluso la han perdido, como fue el caso de Andrea Soldi[1], el pasado agosto en Turín, por mencionar sólo un caso reciente.
Para los animales desviados, los que se rebelan, perder la vida es la norma: la mayoría de las veces, de hecho, son sacrificados. Siempre usamos la palabra sacrificar y no matar, igual que se derriba un obstáculo, se elimina algo que se ha atascado en un mecanismo ordenado que, por el contrario, siempre querría que fueran mansos y pasivos, que incluso querría que fueran eficientes y felices contribuyentes a la productividad social humana.
Sin olvidar que, a partir de las condiciones comunes de coacción y encierro, tanto en los locos como los animales, se desarrollan comportamientos estereotipados y autodestructivos, que podemos reconocer muy sencillamente como síntomas comunes de rechazo y disidencia. Pero la disidencia, como bien sabemos, siempre se ha considerado un trastorno antisocial que se patologiza automáticamente. Los pobres, los anarquistas, los homosexuales han sido psicologizados esencialmente porque, con respecto a ellos, se desencadena automáticamente la vocación estructural y social de hacer de su porte político algo invisible, marginal, minoritario.
Es mucho más cómodo para todos no reconocerlo, eliminarlo, ridiculizarlo o tratarlo como una enfermedad de la que se puede curar. Esto es precisamente lo que ocurre con las desviaciones humanas y animales. Si a esto añadimos que sabemos muy poco, o casi nada, de los animales, salvo lo necesario para disciplinarlos o regimentarlos, comprenderemos fácilmente por qué los episodios de resistencia animal no se ven o se interpretan mal. Además, lo que parece una imposibilidad ontológica no es más que el resultado de la enorme desproporción de fuerzas: en los campos de concentración o en los manicomios es tan difícil rebelarse como en una granja o en un matadero.
Para concluir, podemos reiterar que el especismo, así como la psiquiatría, son construcciones predominantemente históricas, culturales y políticas que son cualquier cosa menos neutrales y desinteresadas, profundamente arraigadas en nosotros y que, a lo largo de los siglos, han construido un terreno de separación, marginación y eliminación de todos aquellos elementos considerados indignos de consideración moral, no conformistas, desviados, asociales, marginales e improductivos. La psiquiatría, al igual que el especismo, de hecho, actúa como cobertura ideológica para justificar una teoría jerarquizadora que opera a través de herramientas eficaces para marginar y neutralizar, así como para mantener bajo control, aquellas experiencias y comportamientos que, de diversas formas y a distintos niveles, socavan el orden social (productivo, económico, mental y familiar) en el que vivimos.
Como escribimos en la presentación de este taller, y como Joseph también está “contando por ahí” en sus muchas conferencias, necesitamos absolutamente diferentes narrativas, constituir otra historia, verla e imaginarla. Y de otra gramática para contarla.
Cuando Giorgio Antonucci llegó al manicomio de Imola, utilizó a propósito la palabra liberación para las presas del infame pabellón 14, consideradas las más agitadas. Y consiguió liberarlas. Esta es otra razón por la que, entre las luchas hermanas, entre los fructíferos lazos y extensiones para el antiespecismo, creemos que el movimiento antipsiquiátrico está correctamente situado. Confiamos en que, en la misma medida, el movimiento de Liberación Animal también pueda situarse para la antipsiquiatría.
Por lo tanto, paso el micrófono a Giuseppe que nos contará historias de locura extraordinaria y, después de él, a los compañeros de Turín y Módena, los creadores de este taller, para luego continuar con el debate.
B: En primer lugar, me gustaría pedirte un poco de piedad conmigo porque me encuentro por primera vez haciendo esta especie de vuelo pindárico para buscar conexiones entre estas dos cuestiones. Conozco la cuestión animal muy, muy de lejos, aunque tengo amigos que tienen intereses similares a los tuyos, y hasta ahora nunca me había encontrado reflexionando sobre esto. En estos dos días aquí en el Encuentro, he intentado escuchar y comprender, pero, aunque en mi campo siempre intento ser muy preciso (hasta el punto de corregir con un lápiz rojo a quien se equivoca en un término), para ustedes aquí seguramente seré algo impreciso y por eso les pido un poco de comprensión.
Por mi parte, les prometo la misma comprensión intentando ser menos prolijo de lo que suelo ser, es decir, intentando evitar lo que a veces puede parecer más un tratamiento sanitario obligatorio que una conferencia de la que se puede salir. Pero no garantizo nada. Entonces quizá algunos de ustedes me enseñen a utilizar las palabras adecuadas, porque las palabras son importantes. En mi campo las palabras son esenciales, definitivas, y sólo son palabras. En el campo psiquiátrico no hay nada que no sean exclusivamente palabras o definición: porque no hay sustancia, no hay enfermedad y no hay cura. Todo se apoya en palabras.
Como ignorante impreciso, cuando A me invitó a esta reunión, empecé a pensar en ello porque creo que en nuestros dos campos intentamos refutar lo existente. Probablemente trabajamos, como tú, para ir más allá de obvio. Muchas cosas son obvias. Yo, como buen no animalista, obviamente comparto toda una serie de obviedades sobre los animales que son probablemente las mismas obviedades que mucha gente comparte sobre los psiquiatras. Obviedades que llevamos años intentando derribar; y entonces me vinieron a la mente varios paralelismos que son mucho más terrenales que los mencionados por A (pero éstos también estimularon nuevas reflexiones).
El primer paralelismo que se me ocurre, de nuevo como ignorante y carnívoro, además -ni siquiera podría hacer esta elección que quizás sería importante que todos hiciéramos- es que la mayoría de nosotros consideramos a los animales seres sin alma, sin subjetividad y por tanto utilizables, en todos los sentidos, como objetos. Y mira que lo mismo ocurre con los pacientes psiquiátricos que, a pesar de ser seres humanos vivos y bípedos, en algún momento pasan al ámbito de lo infrahumano, objeto o animal.
No en vano se suele decir que los pacientes psiquiátricos se mueven por instinto como los animales, que no son racionales porque han perdido la razón, que no tienen mente. Y un ser humano sin mente, sin razón, ya no es un ser humano. Lo que siempre se ha hecho con los pacientes psiquiátricos es lo que se ha hecho con los animales, es decir, la experimentación. Se nos dice que la experimentación con animales sirve para encontrar soluciones para los humanos, igual que se nos dice que la experimentación con pacientes psiquiátricos sirve para encontrar soluciones.
Pero el verdadero problema al que siempre se han enfrentado las realidades sociales y los gobiernos es el del control. Toda la experimentación psiquiátrica, toda, ha servido para proporcionar estrategias y herramientas de control social sobre los individuos. Todas las terapias psiquiátricas son utilizadas sistemáticamente por regímenes que controlan a los individuos, todos. Y se da la paradoja de que se puede utilizar el Haldol, que es un psicofármaco de liberación prolongada, como forma de tortura contra los disidentes en los gulags rusos y también utilizado para Andrea Soldi. Andrea Soldi murió por no tomar una dosis de Haldol.
Ahora, no se entiende según qué lógica una inyección dada a Andrea Soldi es una cura y dada a un disidente ruso es una tortura. En realidad, no es más que tortura, aunque las multinacionales farmacéuticas la justifiquen de otra manera. En realidad, la lógica de su utilización es la misma. Luego está la experimentación, la clásica.
Como bien saben, la medicina ansía disponer de un número ilimitado de conejillos que pueda utilizar a su antojo. En el antiguo manicomio de Milán, en el sótano, hay trozos de seres humanos momificados vivos para probar el proceso de momificación. Los manicomios, al igual que los orfanatos, se habían convertido en lugares para experimentar con todo tipo de terapias baratas.
Básicamente tenemos el mismo principio: puedo hacerlo porque ya no tengo un ser humano delante. Puedo experimentar con animales porque no reconozco en ellos el principio subjetivo de racionalidad, y también puedo hacerlo con pacientes psiquiátricos por la misma razón.
El especismo y la psiquiatría ciertamente tienen puntos que son similares como la domesticación, mencionada por A, que en psiquiatría se llama rehabilitación psiquiátrica. En psiquiatría la palabra “rehabilitación” suena mucho mejor, parece un término médico, una acción que alguien realiza para ayudar a recuperar las capacidades perdidas, pero en realidad es la misma práctica: se doméstica, en el
sentido literal de la palabra, a aquel individuo que se comporta de forma desordenada y crea problemas a causa de este desorden. Me gustaría subrayar que en la antipsiquiatría, por el contrario, no se intenta inventar una terapia diferente para las llamadas enfermedades mentales. La antipsiquiatría, tal y como nosotros la practicamos y entendemos (aunque encontrará a otros que la entienden de forma diferente), no es una teoría ni una ciencia. Nuestra experiencia es la de unas pocas personas que simplemente intentan hacer posible que otras personas, tratadas como enfermos mentales, puedan existir y puedan realizar sus ideas, sus pensamientos permitiéndoles tratar diferentes problemas de la forma que consideren oportuna con total libertad, como se nos concede más o menos a cada uno de nosotros.
Solemos decir que los pacientes psiquiátricos no son personas que tienen problemas, sino que son personas que crean problemas. Por eso también se parecen mucho a los animales no humanos -con los que usted trata- cuando desobedecen o se rebelan. El problema entonces no es tener un problema en el cerebro, sino crear problemas por ser quién eres, por lo que dices y por lo que piensas. La psiquiatría, cualquier psiquiatría -no hay psiquiatrías buenas o malas en este sentido- ha hecho y hace este trabajo de mistificación absoluta, total, por el que el pensamiento humano, el comportamiento y las reacciones humanos se toman en consideración no tanto porque puedan ser lícitos o ilícitos, morales o inmorales, correctos o incorrectos, aceptables o inaceptables, sino sólo como enfermedades o síntomas de enfermedad. Ahora te das cuenta de que este tipo de teoría es arbitraria porque permite un control absoluto sobre toda una serie de comportamientos y permite una serie de acciones violentas sin revelarlas como lo que son. Thomas Szasz decía que el diagnóstico de una enfermedad mental, es decir, definir un pensamiento o un comportamiento como una enfermedad mental, no nos dice nada sobre ese comportamiento o ese pensamiento, no nos ayuda a comprender nada más, pero nos autoriza a actuar.
Así que, si no se llama enfermo mental a Andrea Soldi, si no lo es, lo que se le ha hecho sería obviamente y para todos, no sólo para los antipsiquiatras, un asesinato. Probablemente premeditado o preintencionado, pero seguiría siendo asesinato. Por otro lado, el debate que aún se mantiene sobre el caso de Andrea Soldi se ha centrado en la forma errónea de llevar a cabo un acto médico y en que el personal sanitario no estaba suficientemente preparado. Ese acto de sujetar por la fuerza a una persona, según el debate en curso, no es violencia, no es secuestro, sino sólo un acto médico. En el caso de Soldi, estamos hablando simplemente de negligencia, de inexperiencia, de alguien que tuvo que hacer un trabajo que no sabía hacer. Esto es lo que le pasa y a todos nos parece evidente. Si quitáramos la enfermedad mental, si
Andrea Soldi no hubiera sido considerado un enfermo mental, cualquiera de nosotros pensaría que fue un asesinato y ya está. Ni siquiera habría discusión.
En este caso, sin embargo, no se habla de asesinato, como en el caso de Franco Mastrogiovanni, que estuvo atado a su cama durante 87 horas. En este caso, por pura casualidad, existe una película que recoge toda la agonía de Franco desde el primer momento en que fue atado a esa cama hasta el último momento en que expiró. Aunque existe esta película, ayer mismo se celebró una nueva vista en el juicio de apelación y de nuevo ayer los abogados declararon que, viendo esas imágenes, no vieron a un hombre de 70 años atado a la cama y dejado allí sin agua ni comida durante 87 horas, sino sólo a un enfermo mental que estaba agitado y que, por lo tanto, la decisión de atarlo fue la correcta.
Incluso hoy en día, seguimos viendo debates bastante acalorados sobre si la contención utilizada en psiquiatría es permisible o no. Nunca ha habido debates sobre si sujetar o no a una persona mayor, o una infancia. Ni siquiera nos planteamos el problema porque sería obvio no sujetarlos. En psiquiatría, lo que es obvio con respecto a cualquier ser humano, para un ciudadano, ya no lo es para los pacientes psiquiátricos.
La hija de Giuseppe Casu, que también murió atado a la cama en el psiquiátrico de Cagliari, invitada a hablar en uno de nuestros encuentros en Sicilia, cuenta que entró en el psiquiátrico, vio a su padre atado (a diferencia de la familia de Mastrogiovanni, a la que se lo impidieron) y recuerda también que su padre le pidió que se lo llevara. ¡Ella le dejó allí! Y su padre murió al cabo de siete días. Admite, con toda sinceridad, que pensó en una razón justa para la contención de su padre: tal vez se había agitado, tal vez se había puesto nervioso. Si hubiera sido su hijo, si hubiera ocurrido en otro pabellón, al menos habría protestado. De hecho, admite que en ese momento se sintió inconscientemente condicionada por las prácticas psiquiátricas. Cuando Grazia Serra, la sobrina de Mastrogiovanni, dijo que esos pabellones deberían tener las puertas abiertas, yo repliqué que los pabellones psiquiátricos no deberían existir en absoluto y que nadie debería ser llevado allí contra su voluntad, porque puedo asegurarle que aunque estuvieran abiertos o con paredes de cristal, la mayoría de nosotros no protestaríamos de todos modos.
El problema no es que se cierren y se hagan invisibles, el problema es que no entramos en los psiquiátricos, no queremos entrar en ellos y no queremos verlos.
Todo lo que ha surgido en términos de crítica a la psiquiatría siempre ha surgido por instigación de alguien que ha estado en ella, ya sea porque fue víctima o porque trabajó en ella, mientras que la gente corriente no suele entrar en los psiquiátricos hoy en día, al igual que no entraba en los manicomios ayer.
La historia del asilo es entonces paradigmático de lo que es nuestra realidad: la psiquiatría es la mano armada de cada uno de nosotros, de todos los que nos sentimos normales, y actúa para defender nuestra normalidad, nuestro orden mental y social. Luego a muchos de nosotros, incluso en el campo de la antipsiquiatría, nos gusta retratarnos en una realidad más apropiada. En realidad, la psiquiatría existe y funciona no sólo por el poder que le da la ley, sino también por el consentimiento que le damos.
Jamás se nos ocurriría desatar espontánea e instintivamente a alguien en un pabellón. Tendríamos la reacción que tuve yo, en una experiencia de hace unos 25 años que todavía llevo conmigo, cuando un señor sardo[2], en el patio del hospital psiquiátrico de Mesina, nada más verme (yo era entonces muy joven, una época de la que tengo nostalgia, pero también era muy tonto) se acercó a mí y, como primera cosa, probablemente pensó: “Te sientes alternativo y libertario, tienes el pelo largo, vienes aquí y quieres ser un libertador”. Entonces me dio una de esas enseñanzas que siempre recordaré, porque mostró toda mi escasez, toda mi miseria y todas mis limitaciones. Estaba atado con las manos a la espalda y en aquel patio sólo estábamos él y yo. Cruzó todo el patio, se paró frente a mí y me dijo: “Desátame” y luego me miró. Me quedé petrificado, yo que había dicho que era anarquista, que era libertario, me quedé petrificado. Y en esos diez segundos pensé: “Le desato y me ataca. Si está atado es que es violento”. Ni siquiera me dio tiempo a pensar o a tomar una decisión. Se marchó y me dio la prueba, aunque no la necesitaba, de que a pesar de toda mi formación, de mi sensibilidad, no era diferente de aquellos médicos, de aquellos enfermeros, de aquellos barrotes que le encarcelaron, porque yo también, como todos ellos, no le habría desatado, ese no habría sido mi primer acto. Me di cuenta después, conociéndole, porque con el tiempo nos hicimos amigos, de que lo había hecho a propósito. Ni siquiera quería que lo desataran, sino simplemente demostrarme, como intentaba hacer con todos, que éramos, sin excepción, parte integrante de esa cosa informe, de esa galera que es el prejuicio psiquiátrico.
Teníamos la ilusión de que el manicomio consistía en esas paredes, esos psiquiatras, esos barrotes. En realidad, el manicomio lo formamos todos nosotros. A otro señor, en Mesina, le practicaban el shock insulínico, que consistía en la experiencia de que te cogieran todas las mañanas, te pusieran en una camilla, te pusieran en coma con insulina y luego te despertaran. Me contó que vivía con una angustia terrible porque despertarse cada día significaba todo esto. Así que se escapaba del manicomio y su padre lo volvía a traer, y si no era su padre era su hermano o su amigo, porque todo el mundo fuera estaba convencido de que era allí donde debía estar, porque era allí donde lo trataban. Así que no es sólo el manicomio el que es un lugar cerrado, no es sólo el psiquiatra el que cierra, sino que es sobre todo lo que está fuera lo que cierra toda . El manicomio estaba cerrado desde fuera, desde nosotros, los de fuera, que solíamos encerrar a la gente. Si no lo entendemos, volveremos a hacerlo.
De hecho, hemos conseguido confiar la superación del asilo precisamente a los psiquiatras. ¿Lo entienden? Dijimos: la psiquiatría necesita el asilo, luego decidimos que el asilo ya no era la respuesta correcta porque la Organización Mundial de la Salud había decretado que no era correcto, ¿así que decidimos que había que superarlo y quién le encomendamos la tarea? ¡A los psiquiatras! Recuerdo que en los años en que sólo hablábamos de manicomios, había estos psiquiatras, que habían dirigido manicomios hasta el día anterior, a los que se invitaba a conferencias para que nos dijeran cómo superarlos, como si ellos no tuvieran nada que ver.
He oído hablar de los manicomios como de los campos[3] [de concentración], pero nunca he visto ningún Nuremberg, nunca he visto ningún juicio en el que se juzgue a los médicos y enfermeras que trabajaron. Todos los médicos que trabajaron en manicomios llegaron a ser catedráticos, enseñaron en universidades y siguen enseñando a la gente que quiere licenciarse en psiquiatría. En aquella época yo decía “dejemos de llamarles campos, dejemos esta pantomima porque nosotros creamos este sistema, porque nos sirvió”. En un momento dado se volvió demasiado sucio también porque un médico, un tipo llamado Basaglia, llega a un hospital y empieza a sentirse un poco incómodo consigo mismo y no queriendo ser cómplice de lo que encuentra, lo denuncia. Pero él estaba dentro, nosotros estábamos fuera y hacíamos como que no nos enterábamos.
Creo que también es importante recordar que mientras existieron los manicomios, nunca hubo asociación de familiares. No había ninguna asociación de familiares en Italia. Ninguna. Sólo después de que se cerraran los manicomios y se diera el alta a las personas, muchas de ellas incluso de un día para otro, llegaron las reacciones de los familiares. Inmediatamente después. Y entonces uno se pregunta por qué, antes, ninguno de ellos se daba cuenta de dónde estaban sus familiares y qué era el asilo. ¿Ninguno de ellos lo sabía? ¿Eran todos inconscientes?
Esta es la falsa conciencia que tenemos todos, nadie excluido. Una vez estaba en Turín dando una conferencia y estaba hablando de esto y una chica se levantó y me dijo que yo tenía razón porque eran sus vecinos los que llamaban a los psiquiatras. Porque ellos, los psiquiatras, no tienen ningún deseo, ninguna voluntad, normalmente, de salir de sus consultas y venir a tu casa y si pudieran lo evitarían encantados. Vienen porque les llaman los familiares o los vecinos.
Precisamente por eso, nuestra experiencia en la pequeña ciudad de Furci Siculo se centró sobre todo en intentar detener el Tratamiento Sanitario Obligatorio. En dos años, conseguimos pararlas todas y lo hicimos precisamente porque ya nadie llamaba a los psiquiatras. Ni a nosotros como antipsiquiatras, sino a la gente del país. Principalmente, y aquí debo corregir a, fue mi madre mucho más que yo, porque ella, a diferencia de mí, es una persona integrada en el tejido social del país.
Ahora, tarde, reconozco cómo muchos de nosotros hemos estado secuestrados en el sistema educativo que, si bien nos hace muy inteligentes y nos permite saber muchas cosas, también nos hace perder las raíces con los lugares en los que vivimos. Eso también nos pasó a nosotros: fuimos a estudiar, a hacer prácticas dentro de un manicomio y volvimos a nuestro país con la pretensión de saber y poder enseñar cómo tratar a los psiquiatras, qué estaba bien y qué no. Pero hablábamos y ¡nadie nos entendía! Hablábamos de liberación, de derechos, de sujetos. Siempre digo, bromeando un poco, que, en Sicilia, en mi país, la idea de que existe un “sujeto” no es un hecho. Más bien, aquí existe una “mente colectiva”, y en las muchas ciudades que existen por todas partes en Italia y particularmente en Sicilia (no en las realidades desarticuladas de las grandes ciudades). Así, por ejemplo, si hablas de derechos subjetivos, te responden: ¡¿cuándo los han tenido?! Así que nos ayudó mucho, a la hora de gestionar las distintas situaciones que queríamos resolver, utilizar a nuestras madres.
Entonces ideamos una estratagema experimental muy interesante, basada en el hecho de que cuando alguien tenía que ser ingresado en psiquiatría, tenía que haber una especie de juicio colectivo que confirmara que estaba enfermo y, en consecuencia, que la privación de su libertad podía estar justificada. Si todo el mundo estaba en desacuerdo, se convertía en una especie de pecado contra toda la comunidad coger a uno de sus miembros y encerrarlo en algún sitio. Así que se necesitaba unanimidad.
Entonces, ¿qué ocurría normalmente cuando había confinamiento forzoso? Que independientemente de lo que uno hiciera o dejara de hacer, y esto sigue siendo así hoy en día, eran los rumores sobre uno hacía o dejaba de hacer los que tenían más valor a la hora de determinar tu incautación/condena. Si un rumor que decía “es malo, lo está rompiendo todo” llegaba a nuestro alcalde (que era médico, por
cierto), es decir, a la persona que debía autorizar la Tratamientos Sanitarios Forzosos, se intentaba que otros rumores entraran en el circuito social con el objetivo de definir lo que estaba ocurriendo de forma alternativa. Por poner un ejemplo: si corría el rumor de que había un loco que lo destrozaba todo y atacaba a su madre, entraba en el pueblo otro rumor que decía, por ejemplo, que no se trataba de una persona violenta, sino simplemente de alguien que había sido torturado por su madre durante muchos años. Estos rumores se sumaban al primero con vida propia, por lo que el alcalde se enfrentaba a dos opciones: ¿hay que castigarlo o es una víctima? En este impasse, ocurrió que el alcalde no firmó la autorización para el Tratamiento Sanitario Forzoso, porque sintió la necesidad moral, antes de excluir a uno de sus ciudadanos de la comunidad, de aclarar qué era lo correcto. Este impasse no fue creado por, sino por nuestras madres que, de comadre a comadre, pasaban una historia diferente para definir a esta persona de otra manera.
Cuidado porque en la psiquiatría es cuestión de definición: si crees que se trata de una pobre víctima de su familia, que para el tráfico o tira cosas por el balcón, la justificas, la toleras; si, por el contrario, crees que no tiene razón, entonces la psiquiatrizas. Este mecanismo bloqueó toda una serie de actos, hasta que el alcalde decidió hacer una cosa experimental con nosotros: (quizá la única que se ha hecho en toda Italia y que ya no se hace, por desgracia) antes de decidirse por cualquier Tratamiento Sanitario Forzoso nos llamaba y nos pedía nuestra versión. Y hacíamos experimentos muy interesantes, por ejemplo, haciendo trampas e inventando cosas de la nada. Así, si se informaba al alcalde de que un joven se había vuelto loco, había tirado cosas a sus compañeros de trabajo y andaba por ahí descontrolado, lo buscábamos, no lo encontrábamos porque se había vuelto loco, volvíamos al alcalde y le decíamos que nos habíamos encontrado con él y que estaba perfectamente tranquilo y que, por lo tanto, no había motivo para el Tratamiento Sanitario Forzoso. Todo era falso, porque ni siquiera le habíamos visto, pero así se dejaba al chico en paz. A otro chico tampoco lo hospitalizaron nunca, lo dejaron en libertad de movimientos y encontró sus propias referencias. Entre ellas, la principal era la panadería. Desde entonces, cuando me preguntan qué instalaciones podrían ser alternativas a la psiquiatría, sugiero las panaderías. ¿Por qué panaderías? En mi pueblo, la panadería era el único establecimiento social abierto toda la noche. Este chico no dormía por la noche y su madre estaba muy preocupada. Estábamos muy molestos porque íbamos detrás de él y tampoco dormíamos, pero llegó un momento en que encontró la panadería abierta, entró, encontró a unos chicos horneando y no les molestó. Se sentaba allí y viendo el pan hacerse se relajaba (parece que la panadería tiene este efecto (y creo que todos los que tienen desviaciones psicológicas pueden dar muchas explicaciones a esto). Por cierto, la panadería era un sitio acogedor y podía estar allí tranquilamente todo el tiempo que quisiera. Su madre estaba tranquila, dormíamos y simplemente todo funcionaba.
En Bolonia, otra señora me dio otra interpretación antipsiquiátrica. Me dijo que sufría de ansiedad y ataques de pánico y que el único lugar donde podía estar tranquila eran las iglesias. Sólo que las iglesias, confírmame si sigue siendo así, cierran a las seis de la tarde y por eso ella volvía a entrar en pánico. Así que sugerí a mis camaradas antipsiquiatras de Bolonia que hicieran campaña para mantener las iglesias abiertas todo el día.
Las cosas que hace la gente para relajarse no son las que propone la psiquiatría. De alguna manera hemos intentado escuchar a la gente a partir del conflicto que nos plantean, de las ideas que tienen, y siempre hemos intentado, a partir de ahí, abordar los problemas reales, que no son los que solemos imaginar. Otro ejemplo: la gente de las estaciones. No me pregunten por qué, pero casi en todas las estaciones del año hay un tipo con auriculares paseando solo y a menudo oigo que el chico está sufriendo, que está enfermo. Pero ¿por qué está enfermo? ¿Está sangrando? ¿Está llorando, está diciendo algo? Aquí hemos sustituido, en parte debido a la psiquiatría, la idea de estar enfermo por conceptos que realmente enferman. Porque alguien que permanece 12 horas bajo la lluvia puede no sentirse enfermo. Sin duda somos nosotros los que nos sentimos enfermos si nuestro padre, nuestro hijo, nuestro hermano hace lo mismo. A menudo tergiversamos el concepto de enfermedad, de estar enfermo, y nos sentimos autorizados a forzar la libertad y las elecciones de los demás, hasta llegar a paradojas dramáticas. Porque no es que obliguemos como imaginamos que obliga la mala psiquiatría -por cierto, la mala psiquiatría obliga paradójicamente mucho menos que la psiquiatría basagliana, que en cambio es buena-, que ordena “quédate quieto, no molestes, te hospitalizo” y se detiene ahí.
Obliga la psiquiatría basagliana a forzar un cambio en toda tu vida, ¡en toda! Sobre con quién andas, cómo administras tu dinero, dónde te alojas, qué cine ves, qué novia tienes. La buena psiquiatría controla tu vida en totalidad. Cuando en Trieste dicen que tienen un servicio abierto las 24 horas del día, me horrorizo y me estremezco porque si te controlan las 24 horas del día, significa que no tienes ni un solo momento sin control, no tienes la posibilidad de vivir un momento erótico sin control, de tener un dolor de cabeza propio. En todo momento, tienes a alguien a tu lado que te reeduca, que te devuelve a la razón.
El gran problema real (que creo que es análogo a los actos de resistencia animal a la domesticación) es que nuestra obsesión es hacer entrar en razón a la gente, incluso cuando sus razonamientos o su comportamiento no ponen en peligro a nadie. Es decir, intentamos cambiar a las personas incluso cuando sus ideas simplemente no coinciden, no se ajustan a las nuestras, y por tanto las consideramos negativas. Otro ejemplo: uno de los dos hermanos neocatecumenales sicilianos (los neocatecumenales son una de las muchas corrientes de la religión católica y entre las muchas afirmaciones retoma el lema franciscano que predica vivir en la pobreza; incluso en el budismo se dice lo mismo: si no estuviéramos tan atados a las cosas, seríamos ciertamente más felices y libres de ataduras inútiles) que se llamaba Alessandro (ya ha muerto), se había tomado muy en serio estas reglas religiosas, así que lo dejó todo, se quitó los zapatos y dio la vuelta al mundo durante algún tiempo. En un momento dado, por una razón que desconocemos (seguramente debió de ser por voluntad divina y no por la nuestra), se detuvo en nuestra primera casa, fundada en 2000, a la que llamamos “Casa de Hilde”. Este nombre viene de una canción de De Gregori, de 1978 creo, donde cuenta la historia de Hilde, una señora extravagante que se aloja en los Alpes y toca la cítara, que en un momento dado acoge a dos personas, un padre y un hijo contrabandistas de diamantes. Se quedan en casa de Hilde hasta el día en que llegan los aduaneros, que les seguían la pista, pero sólo estaban interesados en recuperar los diamantes. No los encuentran porque Hilde los ha escondido para salvar a los contrabandistas.
Nuestra casa nació con el mismo propósito, como refugio para forajidos, no necesariamente forajidos criminales, sino al margen de las leyes normales. Uno de los hermanos llega a casa de Hilde sin zapatos. ¿Y qué hacemos? Intentamos convencerle de que se ponga los zapatos, pero sin conseguirlo en ese momento (aunque se los pondrá, más adelante) porque se niega rotundamente y lo hace con argumentos más que válidos y justos. Cuando el hermano se entera de que el otro está en casa de Hilde, se catapulta hacia nosotros y nos dice: “¡Pues entonces admitámoslo!”. Le miro y no lo entiendo. Tal vez podría entender esta petición en los días en que Alexander estaba fuera en el frío, descalzo, sin dinero, comiendo de la basura, pero ¿ahora? Se quedaba con nosotros, tenía un techo y una comida caliente. Estaba a salvo, ¿por qué darle cobijo ahora? Entonces concertamos una cita con los dos hermanos. El primero nos explicó que teníamos que hospitalizar a Alessandro porque si seguíamos con la idea de que estaba bien vivir así nunca tendría una pensión, una familia, un hogar. Estaba muy preocupado por él y por su futuro. Alessandro, por su parte, estaba preocupado por su hermano de la misma manera porque pensaba que, teniendo trabajo, casa, coche y tantas otras cosas, había perdido su alma. ¿Cuál fue nuestra respuesta? Les dijimos a los dos: “Tienen dos visiones diferentes de la vida, puede que hayan tomado decisiones diferentes, pero ¿por qué uno tiene que estar loco y el otro no? Sigan el camino que les parezca correcto”. Cuando su hermano se marchó, Alessandro nos contó otra historia que me parece emblemática y que también orientó nuestra forma de evaluar los problemas: él y su hermano siempre habían tenido enfrentamientos, incluso una vez se habían peleado por un terreno que compartían en el que querían cultivar un huerto. El hermano quería cultivarlo con todas las de la ley, seguir las estaciones, las lunas, etc. Alessandro decía que no había que hacer nada y que Dios lo proveería todo (era franciscano, por lo que creía que nadie debía interferir en el orden natural y que todo vendría por sí mismo). Tras constantes discusiones, Alessandro propuso a su hermano dividir el campo por la mitad. Cada uno cultivaría su huerto como prefiriera. Alessandro obtiene coliflores pequeñas mientras que su hermano obtiene coliflores de medio kilo. Cuando llegaron al mercado, Alessandro vendió todas sus coliflores porque eran más aprovechables mientras que las de su hermano estaban todas sin vender.
Alessandro le dijo entonces a su hermano: “¿Ves que confiar en Dios es lo correcto? Así pues, el problema no es quién tiene razón y quién no, sino el hecho de que debemos dejar que la gente pueda cultivar su propio huerto como haya decidido hacerlo. La antipsiquiatría no es una manera diferente definir las cosas, es simplemente intentar dar a la gente la oportunidad de poder definirse como quiera y de poder practicar lo que haya decidido. Eso es lo fundamental. En nuestro campo, y creo que también en el suyo, lo fundamental está ahí: el reconocimiento de la subjetividad de cada ser, de cada individuo y su responsabilidad por lo que hace…”. y lo que piensa. Este concepto es más fundamental que cualquier cosa práctica que uno haga.
La gran revolución que hemos hecho en nuestro país es decir que la enfermedad mental no existe. Esto no es un eslogan, sino algo que destruye y anula todo lo que inevitablemente se desarrolla tras un diagnóstico de enfermedad. De hecho, creo que éste es el único campo en el que, aún hoy, se pueden encontrar médicos que intervienen diciendo que la enfermedad mental existe sólo porque es funcional que exista. Para que entiendan lo importantes que son las palabras y la forma en que definimos las cosas, siempre les cuento la historia de un joven que estuvo hospitalizado en Roma y que nos contó que en la sala del hospital donde estaba internado, el médico jefe imponía a todos los pacientes una especie de juego autoritario: cuando tomaban la medicación tenían que repetir “esta es la terapia”. Los pacientes internos eran “obligados” a hacerlo y las enfermeras les “obligaban” a su vez a hacerlo. Este chico, que era una persona especialmente aguda, decidió pedirle a la enfermera una variación. Preguntó: “ya que me obligan a hacer esto y no puedo hacer otra cosa porque aquí en la sala estoy encerrado, ¿puedo al menos decir otra cosa, algo mío?”. Le respondieron que podía decir lo que quisiera, siempre y cuando no perdiera más tiempo; “bueno, entonces diré ‘esta es la mierda y me la llevo'”. A las enfermeras también les pareció bien y a partir de entonces todo el mundo en esa sala empezó a decir “esto es la mierda” con una sensación de liberación que sólo alguien que ha estado en psiquiatría puede entender porque por fin puedes decir exactamente cómo son las cosas: esto no medicina sino mierda, tú no eres un médico sino un torturador, esto no es una sala sino una prisión. Parece la libertad de un frailecillo, pero en cambio es algo fundamental. Tan fundamental que cuando el médico jefe se enteró, no se río de ello. El chico estaba encerrado, atado a la cama y sedado porque había intentado hacer algo revolucionario.
La psiquiatría no se basa en la solidez de sus afirmaciones ni en la ciencia. Se basa en nuestro consenso. Lo que hemos experimentado como red antipsiquiatría en los últimos 30 años es significativo. Nos hemos dado cuenta de que somos extremadamente peligrosos para la psiquiatría, aunque no vayamos a punta de pistola ni derribemos las puertas de los pabellones, y ni siquiera ataquemos a los psiquiatras, porque nuestro movimiento está formado exclusivamente -y se rodea de- personas que no dan ningún crédito, ningún valor a lo que hacen, a lo que dicen, a lo que piensan los psiquiatras. Esta actitud nuestra les resulta intolerable. También tenemos lugares de recepción donde, no sólo los psiquiatras no son bienvenidos, sino que ni siquiera pueden entrar. No pueden hablar con nadie que no quiera hacerlo.
Desgraciadamente, y esto es intolerable, también nos hemos dado cuenta de que en otros lugares existe un consenso que les refuerza. Ahora trabajamos no tanto (o no sólo) para ir contra la psiquiatría, sino para prescindir de ella. La diferencia entre nuestro grupo y otros es que nosotros, el principio, no nos propusimos “educar a las masas” ni denunciar la psiquiatría, sino demostrarnos a nosotros mismos y a los demás que es posible prescindir de ella. Entre otras cosas porque nos dimos cuenta de que todos sus instigadores, así que nos dijimos: empecemos por no utilizarla más. Si tenemos un conflicto, lo resolvemos. Lo llamamos conflicto, no enfermedad. Reto a cualquiera a que decida, en los distintos tipos de conflicto que se pueden desencadenar, cuál es el comportamiento correcto o más importante. Lo hemos comprobado muchas veces. Tomemos el caso de una convivencia entre dos personas: la primera dice que su trabajo, su misión, es salvar el mundo y que sólo puede salvar el mundo si permanece en una determinada posición por la noche con la luz encendida dentro de su habitación; la segunda duerme en la misma habitación y tiene que madrugar todos los días para ir a trabajar. Surge un conflicto entre el que tiene que salvar el mundo de esta manera y el que tiene que dormir y luego ir a trabajar. Así que reto a cualquiera a que decida si es más importante quedarse con la luz encendida todas las noches para salvar el mundo o levantarse todas las mañanas para ir a trabajar, o qué es más loco, digámoslo así.
Siempre hemos dicho a todo el mundo que no nos interesa definir qué es enfermo y qué no lo es, sólo hay posturas e ideas diferentes y, en nuestra opinión, todo el mundo debería tener las mismas posibilidades de poder vivir como prefiera. Lo que llevamos años promoviendo es la separación consensuada entre las personas y sus familias. Porque lo trágico es que cuando la gente no se bien, automáticamente entra en conflicto, pero entonces la gente no puede separarse. Preferimos que una hija, un hijo, estén encerrados antes que aceptar que puedan estar haciendo su vida aunque sea de una manera diferente a como lo habríamos hecho nosotros. Preferimos destruir su vida. En cambio, tenemos que acostumbrarnos a separar, porque no es necesario vender ideas de uno u otro. El conflicto que surge entre que yo tenga que salvar el mundo y tú tengas que dormir, ¿por qué tiene que convertirse en que yo te proteja para dejarte libre para ir a trabajar? ¿Por qué tiene que convertirse en una condena para mí?
Por eso todo nuestro trabajo actual es hacer posible las separaciones, sin entrar a investigar ni juzgar quién es Caín y quién no. Ten en cuenta que la mayoría de la gente que acogemos, te lo puedo asegurar, son racistas, machistas. No es que los locos sean más avanzados o sean revolucionarios. Estamos hechos de la misma cultura. Lo único que hacemos es reclamar para ellos el derecho a existir independientemente de que piensen o se comporten como nosotros queremos. Por eso hemos creado una red de apoyo que no pretende interpretar, como mencionaba A en el pasaje que citaba, no pretende curar, ni siquiera normalizar. Pretendemos ofrecer la posibilidad de utilizar recursos objetivos (comer, dormir, asearse) que permitan que la gente busque, que experimente su propio camino, que también puede ser el psiquiátrico, si así lo decide. Nunca nos metemos en medio y respetamos las decisiones que se toman, simplemente intentamos hacerlas posibles porque, en la vida cotidiana, queremos intentar poner en práctica la idea de que todo el mundo es un sujeto, un ser humano. Creemos que lo que uno piensa no es un delirio, sino su propio pensamiento y prestamos mucha atención cuando alguien dice que está sufriendo, pero también intentamos comprender si está sufriendo por lo que siente y no por las personas que ve sufrir por su culpa. Para mí, el sufrimiento, como la alegría, debe ser expresado por la persona que lo experimenta. Si está expresando su idea, ¿con qué criterio puedo decir que está sufriendo? Paradójicamente, la gente normal sufre más cuando se siente frustrada porque no puede realizar sus ideas. Todos sufrimos por ideas que no podemos realizar, lo que no significa que no debamos seguir teniendo esas ideas.
Así es la vida. En las experiencias de todos nosotros puede haber sufrimiento y alegría. La misma experiencia puede llevarnos al cielo un día y al infierno al siguiente. No aceptamos la idea de que las personas que han sido diagnosticadas como enfermos mentales no sean necesariamente personas que sufren, o que sufran de forma diferente o más que el resto de nosotros. Todos los pacientes psiquiátricos, sin embargo, sufren una cosa segura: sufren por ser tratados como enfermos mentales. Porque reto a cada uno de ustedes a vivir siquiera cinco minutos así. Algunos de nosotros lo hemos experimentado, en pequeña medida, quizá en casa, cuando, por ejemplo, nuestros padres no reconocían el valor de lo que teníamos que decir o sentir. Los pacientes psiquiátricos lo experimentan toda su vida: tienen licencia para estar locos y cualquiera puede decirles lo que tienen o no tienen que hacer, su palabra y lo que oyen ya no vale nada y no tiene valor para nadie.
Concluyo con la historia de un señor toscano para ayudarles a entender nuestro trabajo y lo que se entiende por atención antipsiquiátrica. Fui a una conferencia en Toscana y a menudo escucho experiencias esclarecedoras. Un joven interviene y nos cuenta la historia de su tío, que ahora está muy bien. Naturalmente le pregunto por qué está, ahora bien: ¿han acertado con la terapia? ¿Han encontrado la que le ayuda? Y me responde que no. Simplemente, desde hace dos años, después de pasar tanto tiempo entrando y saliendo de manicomios y pabellones psiquiátricos, ha conseguido evitar nuevas hospitalizaciones simplemente porque ha encontrado un grupo de personas con las que va por ahí resucitando a los muertos en los cementerios. Esto es la antipsiquiatría. Es la búsqueda del sentido. Los que tienen ideas minoritarias saben lo importante que es compartirlas con alguien. Esto es también lo que devuelve su idea al reino de las posibilidades humanas. Si, por el contrario, te aíslas, sólo queda tu idea y estás condenado a la exclusión.
Y eso es exactamente lo que haces con todos los que quieres excluir. Con los locos lo haces sistemáticamente mientras niegas simultáneamente que lo haces. Porque entonces lo trágico, en esta mistificación total que es la psiquiatría, es que después de haber sido violado, encarcelado y que le hayan destrozado la vida a uno, también hay que dar las gracias. Esto es para que te hagas una idea de las reacciones de estas personas de las que, en el ámbito psiquiátrico, se dice que son peligrosas, cuando en mi opinión son mucho menos peligrosas de lo que realmente deberían ser. Y, por cierto, si ponemos todo en el campo, son los trabajadores psiquiátricos los que son definitivamente peligrosos. De hecho, sostengo que, si sus teorías se aplicaran a los psiquiatras, en el momento en que un estudiante de medicina declarara que quiere especializarse en psiquiatría, habría que encerrarlo. Porque seguramente se convertirá en una persona peligrosa, ¡socialmente muy peligrosa! La psiquiatría tiene muchos más crímenes, muchos más crímenes atroces y muertes en su conciencia en 100 años que sus usuarios. Y así, siguiéramos la misma lógica, que si el esquizofrénico X en Bérgamo mata a un hombre todos los esquizofrénicos son peligrosos, entonces por las mismas razones también deberíamos poder decir que porque el Dr. Cota en Turín dio descargas eléctricas a los testículos de personas en manicomios o Freeman practicó lobotomías a miles de personas en América , cada psiquiatra y toda la categoría de psiquiatras es socialmente peligrosa. Nunca lo hemos hecho, porque siempre hemos mantenido que la responsabilidad es individual. No está claro por qué se puede hacer en psiquiatría.
Tenemos cientos de personas que han sido destruidas simplemente porque se les dice que podrían haber realizado un determinado acto que en realidad nunca realizaron. Porque están en esa categoría, están marcados, incluso hoy. A las personas que tenemos a nuestro cuidado y que tienen este diagnóstico en la piel, se les dice, incluso sobre el más insignificante de los actos, que podría haberse convertido en algo muy diferente. ¿Según qué principio? Porque dicen que son ‘esquizofrénicos’ cualquier acción podría ser síntoma de acciones peores. Todos nosotros, por desgracia, solemos razonar con este tipo de categorización. Por eso, tener gente corriente en nuestro grupo, ni técnicos, ni médicos, ni psicólogos, ni enfermeros, sino sólo dentistas, amas de casa, estudiantes de filosofía, significa utilizar la psiquiatría e intentar vivir y afrontar los conflictos. Porque necesitamos respuestas concretas. Discutimos las motivaciones, las necesidades e intentemos llegar a un acuerdo.
En Calabria me dijeron: “Sí, hablas bien, pero en mi bloque de apartamentos mi vecino siempre caga delante de mí puerta”. Intenté encontrar una posible explicación y descubrí que en ciertas culturas cagar delante de la puerta era un signo de buena suerte, porque significaba alejar a los malos espíritus de tu casa. Esta podría ser una posible interpretación, pero en general evitamos tenerla en cuenta. Lo dijimos en nuestro país y 3 de cada 5 personas decidieron no denunciar al que se cagaba delante de su puerta. Dijeron “vale”, me alegro de este acto de consideración por tu parte, pero caga en otro sitio”. Simplemente discutiéndolo dejamos claro que ese acto no se hizo en señal de falta de respeto, sino que podría haber tenido otro significado. Podemos discutirlo, en definitiva. Otro chico que tenemos en acogida salía a menudo a comer y estaba convencido de que le querían en una panadería. En realidad, le tenían miedo, así que le daban directamente un bocadillo. En cambio, un día le dieron un limón para intentar ahuyentarlo y él salió al día siguiente con un cuchillo de cocina para pelar el limón. En la panadería, afortunadamente, en lugar de hacer lo que suele hacer todo el mundo y llamar a la policía, nos llamaron a nosotros. Entonces intentamos explicarles todo, pero también cómo todo el incidente no era más que una fuente de prejuicios. El chico había hecho algo completamente sensato, hecho por otra persona habría parecido muy normal. Fuimos a ver al chico y le explicamos que en realidad tenían miedo en la panadería y por eso no volvió a ir allí. El asunto simplemente terminó ahí en lugar de convertirse en una denuncia por amenazas o quién sabe qué más.
Los prejuicios que todos tenemos son muy fuertes. ¿Cómo intentamos afrontarlo? Tratamos el conflicto sin llegar a decir que hay un loco. En lugar de eso, vamos a ver cómo se ha desarrollado el asunto y lo hacemos, es decir, gente corriente tratando con otra gente corriente, con el resultado, por malo que sea, de que todo el mundo tenga menos miedo y sea más acogedor, por bueno que sea de no dejar entrar a nadie en el circuito psiquiátrico. Porque el principal problema no es tanto sacar a la gente, sino asegurarse de que no entra en el circuito psiquiátrico. Y la gente no entra en este circuito si nos negamos a actuar como amortiguadores, si nos negamos a ser los instigadores, si conseguimos hacernos cargo de los conflictos.
Como he dicho antes, hacer antipsiquiatría no es resolver problemas, como pensaba cuando era joven. Pensaba que bastaba con conocer a la gente, hablar con ellos y que serían felices. Tenemos que aceptar que tenemos que complicarnos un poco la vida porque eso es lo que puede significar no destruírsela a los demás. Si la gente está en la psiquiatría, se lo repito, es sólo por nuestra idea del orden, del orden moral, del orden familiar. La única razón es la sensación de desorden que nos crean a los llamados normales. Si no dejamos de ser los instigadores, es completamente inútil hablar de antipsiquiatría o luchar contra la psiquiatría.
La única manera, la más honesta, es intentar vivir con este desorden. Creo que en tu campo es más o menos lo mismo, si no hay un sistema legislativo no puedes imponer comportamientos e ideas, sino que tienes que construirlos en la práctica diaria. Nosotros intentamos hacer eso en pequeño, junto con otras muchas cosas que hoy no voy a contar porque les prometí destruirlos sólo a medias, precisamente eso: prescindir nosotros mismos de la psiquiatría. Y empezando por nosotros, ofrecemos a muchos otros la posibilidad de ser apoyados en este camino en un intento de prescindir, como concepto y como práctica. Tratamos de no aplicar conceptos psiquiátricos a las personas que tenemos enfrente, no las consideramos enfermas, no juzgamos lo que nos dicen como delirios, algunas ideas las compartimos otras no, pero les damos absoluto respeto por lo que sienten, lo que quieren decir y lo que quieren ser. No nos permitimos interpretar o encontrar significados que contradigan lo que expresan porque de todos modos eso no sería más que una forma tortuosa y mistificadora de hacer psiquiatría.
[1] Andrea Soldi falleció el 5 de agosto de 2015, a los 45 años, en el transcurso de un Tratamiento Sanitario Obligatorio que fue realizado de forma ilegal e inapropiada por el personal interviniente. Soldi, tras ser llevado al suelo violentamente, fue esposado con los brazos a la espalda y mantenido en boca abajo durante un tiempo prolongado, a pesar de presentar signos de asfixia, fue trasladado en la misma posición en ambulancia, ya inconsciente, donde moriría asfixiado poco después.
[2] Proveniente de Cerdeña
[3] El autor usa el término lager, el cual proviene del alemán lagern el cual significa almacenar o que algo está almacenado, en este sentido el término lager ha sido llegado para hacer referencia a los campos de concentración o exterminio.