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Neurodiversidad: ¿Somos todos neurodivergentes hoy en día? (Parte 2)

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En la imagen se ve de frente a distintas personas, todas ellas diferentes unas de otras, se representa distintos sexos, géneros, tonos de piel

 John Cromby y Lucy Johnstone

La política no reconocida de la neurodiversidad

Nota del editor: Mad in the UK y Mad in America publican conjuntamente esta serie de cuatro partes sobre neurodiversidad. La serie ha sido editada por los redactores de Mad in the UK y escrita por John Cromby y Lucy Johnstone. Puede consultar la primera parte  aquí.

En el blog anterior, intentamos dar una visión general del reciente campo de la neurodiversidad, en rápida expansión, y esbozamos algunos de sus principios clave, retos y contradicciones. En este blog, examinaremos más detenidamente las experiencias que con más frecuencia se consideran ejemplos de neurodiversidad: las que reciben la etiqueta de autismo/trastorno del espectro autista: TEA; o TDAH; o a veces ambos (para los que ha surgido el término compuesto AuDHD).

En primer lugar, señalaremos que todos estos fenómenos han surgido en las sociedades capitalistas occidentales. Algunos historiadores y estudiosos sugieren que esto no es una coincidencia; la propia disciplina de la psiquiatría, sostienen, surgió como respuesta a la necesidad de barrer a las personas que eran víctimas de la creciente industrialización en los siglos XVIII y XIXth . Etiquetarlas como “enfermas” justificaba su internamiento en manicomios, lo que ayudó a aplacar la disidencia. Calificarlos de “enfermos” justificaba su internamiento en manicomios, lo que contribuyó a aplacar la disidencia ante los enormes cambios sociales (véanse aquí, aquí y aquí).

Reconocer esto no es idealizar las sociedades agrarias preindustriales, ni las culturas indígenas y no occidentales, que tienen sus propias tensiones y limitaciones características. El capitalismo fomenta la mejora de la productividad y la eficiencia y, junto con la ciencia moderna, impulsa la innovación y el desarrollo tecnológico. Muchos de los productos y tecnologías resultantes, en campos como el transporte, el saneamiento y la medicina, representan enormes avances que pueden mejorar potencialmente el bienestar de todos.

Sin embargo, en los últimos años los problemas de salud mental se han convertido en la principal fuente de discapacidad en el mundo, lo que se corresponde aproximadamente con la extensión de la industrialización. El aumento ha sido especialmente rápido en las últimas décadas bajo la forma actual de capitalismo, que los analistas denominan neoliberalismo. En el Reino Unido, el gobierno de Thatcher de 1979 fue el primero en aplicar políticas económicas y sociales neoliberales a gran escala; en Estados Unidos fue la administración Reagan de 1981.

Incluso antes del neoliberalismo, la desigualdad social bajo el capitalismo implicaba una peor salud física y mental. Pero desde que el capitalismo neoliberal ha sido adoptado -en el Reino Unido, Estados Unidos y otros países, y por partidos de todo el espectro político- ha ido acompañado de una creciente ola de miseria. Lo que puede ser bueno para la economía no es necesariamente bueno para nuestras comunidades o para la tranquilidad individual. Creemos que es imposible entender la reciente marea creciente de angustia en general, o el movimiento de la neurodiversidad en particular, sin situar estos fenómenos en el contexto más amplio de las políticas, prácticas y valores neoliberales.

Acompañando la locura en el contexto institucional (Parte 3)

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Nota editorial: El siguiente escrito es la narración de una persona profesionista de la salud mental, radicada en Ciudad de México, cuenta las experiencias que vivió a través de su paso en distintos centros de salud mental de la ciudad, durante esta narración se pretende no solo testimoniar lo acontecido dentro de dichas instituciones, sino que se cuestiona acerca de las lógicas cuerdistas que se implementan durante la formación y que determinan el actuar de las personas profesionistas en su práctica de atención.

A modo de mantener la confidencialidad se evita dar cualquier tipo de nombre o descripción de las personas involucradas durante estas narraciones. El texto se divide en 3 partes, la primera enfocándose en un hospital psiquiátrico al sur de la ciudad, la segunda sobre una comunidad terapéutica y finalmente, la tercera, en un hospital psiquiátrico (también conocido como granja) en la periferia de la ciudad; el texto busca trazar las lógicas y similitudes dentro de tres instituciones dedicadas a la atención de salud mental, denunciando prácticas basadas en la ausencia de consentimiento, sometimiento y las relaciones jerarquizadas.

Nota del autor: al momento de escribir el texto el autor se reconoce en un lugar de privilegio, sabiéndose parte de las estructuras que han sostenido dichas prácticas, a la par que se sabe atravesado por la Institución Psiquiátrica y la lógicas cuerdistas.

Para leer la primera parte puede seguir el enlace: https://madinmexico.org/acompanando-la-locura-en-el-contexto-institucional-parte-1/

Para la segunda parte: https://madinmexico.org/acompanando-la-locura-en-el-contexto-institucional-parte-2/

Neurodiversidad: ¿Qué significa exactamente? (Parte 1)

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En la imagen se ve de frente a distintas personas, todas ellas diferentes unas de otras, se representa distintos sexos, géneros, tonos de piel

 John Cromby y Lucy Johnstone

Mad in America y Mad in the UK publican conjuntamente una serie de cuatro artículos sobre neurodiversidad durante las próximas cuatro semanas. La serie ha sido editada por los redactores de Mad in the UK, y sus autores son John Cromby y Lucy Johnstone.

El artículo puede leerse en su idioma original en el siguiente enlace: https://www.madintheuk.com/2024/07/part-1-neurodiversity-what-exactly-does-it-mean/, la traducción al español fue realizada por Mad in México.

Introducción

En los últimos 25 años, la neurodiversidad ha inspirado tanto un movimiento social como un paradigma académico. En el momento de escribir estas líneas, tanto el movimiento como el paradigma siguen desarrollándose, y la gente interpreta la neurodiversidad de distintas maneras.

Algunos se alinean con la crítica al diagnóstico y consideran que la neurodiversidad ofrece una nueva vía, no médica ni patologizadora. Otros apoyan firmemente las etiquetas diagnósticas y sostienen que los diagnósticos profesionales de autismo, TDAH, etc. deberían ser más accesibles.

La neurodiversidad puede ser un nuevo paradigma inspirador, una alternativa no estigmatizadora al diagnóstico psiquiátrico que anime a las personas a aceptar la diferencia y valorar la diversidad. Otra posibilidad es que se trate simplemente de las viejas ideas disfrazadas con un nuevo lenguaje sobre la elección y el empoderamiento, rehabilitando así el pensamiento y los supuestos diagnósticos y preservando esencialmente el statu quo.

Para aumentar la complejidad, un tercer grupo emergente utiliza el movimiento de la neurodiversidad como plataforma para atacar las críticas y los detractores actuales del paradigma de diagnóstico psiquiátrico, como los que aparecen en MITUK y MIA, al mismo tiempo que afirman ser los verdaderos radicales. Y ello a pesar de que ambas partes comparten muchos puntos de vista sobre las raíces sociales y políticas de la angustia. Es un panorama confuso y en evolución. Sin embargo, dada la rapidez con la que el concepto de “neurodiversidad” se ha introducido en el lenguaje común y en los entornos clínicos, creemos que es oportuno intentar hacer un repaso de estas perspectivas influyentes pero a menudo contradictorias.

Es necesario hacer algunas advertencias. Sorprendentemente, cuestionar la idea de neurodiversidad se ha vuelto tan difícil como cuestionar las etiquetas de “esquizofrenia” o “trastorno de la personalidad”. Al hacerlo ahora, queremos dejar muy claro, en primer lugar, que cualquier cosa que digamos sobre la neurodiversidad es poco probable que se aplique a todos los usos y usuarios del término, dados los múltiples significados y posturas asociados a él. Nuestros blogs intentarán aclarar lo que consideramos que son las principales tendencias y perspectivas actuales en este campo, reconociendo al mismo tiempo que en muchos aspectos son muy diferentes en cuanto a objetivos y motivos.

En segundo lugar, respetamos y defendemos incondicionalmente el derecho personal de las personas a describir sus dificultades y diferencias de cualquier forma que les resulte útil (aunque defendemos que, en su trabajo, los clínicos tienen el deber de utilizar conceptos que, en términos convencionales, estén basados en la evidencia). Nada de lo que sigue pretende limitar o cambiar ese derecho, ni imponer alternativas.

Agradecemos las respuestas y el debate.

(Nota de los autores: Hemos indicado nuestras reservas sobre la validez de los términos diagnósticos utilizando frases como “diagnosticado como….”. )

Neurodiversidad

Se suele decir que la primera aparición de la “neurodiversidad” en una obra publicada fue la tesis de la socióloga australiana Judy Singer en 1997. En aquella época se estaban formando nuevas comunidades en línea que utilizaban el todavía novedoso Internet para comunicarse. Al darse cuenta de que estas comunidades podían hacer campaña por el cambio social, Singer dice que propuso la “neurodiversidad” como catalizador:

“Sabía lo que hacía… ‘Neuro’ era una referencia al auge de la neurociencia. Diversidad’ es un término político; se originó con el movimiento por los derechos civiles de los negros estadounidenses. Biodiversidad” también es un término político. Como palabra, “neurodiversidad” describe a toda la humanidad. Pero el movimiento de la neurodiversidad es un movimiento político para personas que quieren sus derechos humanos…. Pensé: ‘Necesitamos un término paraguas para un movimiento’. Y también percibí que éste iba a ser el último gran movimiento político identitario del siglo XX”.

La campaña de Singer tenía un objetivo concreto. Unos años antes, la psiquiatra Lorna Wing había planteado la hipótesis de la existencia de un espectro autista, similar al del Trastorno del Espectro Autista (TEA) del DSM5. En un extremo del espectro se encontraban las personas con deficiencias intelectuales graves, de las que se decía que eran autistas; en el otro extremo, las personas de “alto funcionamiento”, descritas como afectadas por el síndrome de Asperger. Este síndrome se fusionó con la categoría más amplia de TEA en el DSM 5 (2013) y la CIE 11 (2019), por lo que ya no se utiliza como diagnóstico formal, aunque a algunas personas les sigue resultando útil identificarse como “Aspies”.

Singer no sólo reconoció aspectos del “autismo de alto funcionamiento” en el comportamiento de su madre, sino que “después de que a su hija le diagnosticaran Asperger a los nueve años… empezó a reconocer ciertos rasgos en sí misma”. En consecuencia, la neurodiversidad se centró inicialmente en las personas descritas como autistas de alto funcionamiento o, como se denominaba entonces, Asperger. Aunque Singer reconocía que esto excluía a las personas con deficiencias graves, esperaba fomentar un movimiento que acabara beneficiando a todas las personas de las que se decía que tenían autismo.

El movimiento de la neurodiversidad

Neurodiversidad significa simplemente “variación en el funcionamiento neurocognitivo”. Por tanto, la neurodiversidad se refiere a un continuo que abarca, en palabras de la propia Singer, “toda la humanidad”. Al igual que la biodiversidad en la naturaleza, la neurodiversidad se considera un aspecto beneficioso y necesario de la especie humana. Pero, como explica el teórico de la neurodiversidad Nick Walker, se suele decir que esta diversidad consiste en dos grupos: las personas descritas como “neurodivergentes”, que son minoría porque “divergen de los estándares sociales dominantes de funcionamiento neurocognitivo “normal””, y la mayoría dominante que se dice que es “neurotípica”. Por tanto, el movimiento de la neurodiversidad defiende los derechos de las personas neurodivergentes, incluidas las que padecen TDAH o TEA.

La contribución fundamental de Singer a la neurodiversidad fue reconocida en 2023 con un premio del Birkbeck College de Londres y el reconocimiento de que había “cambiado la forma de pensar del mundo“. Recientemente ha sido acusada de transfobia y, posiblemente como consecuencia de ello, algunos de sus antiguos partidarios argumentan ahora que “seguir atribuyendo la creación y teorización de la neurodiversidad de forma acrítica a cualquier individuo sería, a partir de este momento, borrar a sabiendas y de forma atroz a las personas neurodivergentes de su propia historia”. Esto ha dado lugar a acusaciones y contra-acusaciones públicas indecorosas sobre la alteración de las entradas de Wikipedia, etc. Así pues, existen importantes tensiones incluso dentro de los amplios subgrupos del movimiento de la neurodiversidad.

Tanto la neurodiversidad como la neurodivergencia son conceptos amplios y flexibles que varían considerablemente en cuanto a las afecciones que incluyen. Una organización enumera “el trastorno del espectro autista (TEA), el síndrome de Tourette, el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), la dislexia y el Parkinson”. Por otro lado, una fundación del Servicio Nacional de Salud de Inglaterra sugiere “autismo, TDAH, deficit de atención, dislexia, discalculia y dispraxia”. Y en Estados Unidos, la Clínica Cleveland ofrece una variedad aún mayor de diagnósticos, como síndrome de Down, trastorno obsesivo-compulsivo, trastorno bipolar y trastorno de ansiedad social. Para ampliar aún más el concepto, se ha llegado a sugerir que la neurodiversidad englobe también a los diagnosticados con lesiones cerebrales, epilepsia, “esquizofrenia”, “trastorno de la personalidad” y demencia.

Volveremos sobre las implicaciones de este expansionismo en la Parte 2. A lo largo de esta serie de blogs utilizaremos a menudo “TDAH” y “TEA” como ejemplos de neurodivergencia, ya que se dice que son sus manifestaciones más comunes. Hasta ahora hemos definido la neurodiversidad y descrito lo que significa el movimiento de la neurodiversidad. A continuación examinaremos el paradigma de la neurodiversidad.

El paradigma de la neurodiversidad

Este término describe el trabajo de comentaristas, investigadores y académicos que creen que la diversidad cognitiva (como efecto de la neurodiversidad) es la norma de nuestra especie. Sostienen que muchas condiciones descritas como trastornos se consideran más bien diferencias neurodivergentes con aspectos potencialmente positivos. Así que los defensores de este punto de vista identifican, priorizan y promueven las experiencias y necesidades de las personas neurodivergentes, y llevan a cabo investigaciones en las que el modelo social de la discapacidad es un recurso frecuente.

El “modelo social” se refiere en realidad a un conjunto de modelos relacionados, un pequeño grupo de formas similares de conceptualizar la discapacidad (y términos relacionados como deficiencia y minusvalía). Estos modelos se denominan colectivamente “sociales” porque todos cuestionan el supuesto de que la discapacidad es simplemente médica. Sin embargo, varían ligeramente en la forma de plantear este reto. Una versión muy extendida del modelo social propone que la deficiencia es una cuestión individual y (a veces) médica. Sin embargo, la discapacidad sólo surge cuando las deficiencias individuales se encuentran con entornos discapacitantes construidos o diseñados según los supuestos neurotípicos.

A modo de ejemplo: una discapacidad puede impedir a alguien caminar debido a daños en sus nervios o músculos. Sin embargo, esa persona es discapacitada sólo en la medida en que el transporte, los edificios, etc. son inaccesibles para las personas que utilizan sillas de ruedas. Así pues, desde la perspectiva del modelo social, la discapacidad no se localiza simplemente en el individuo. Por el contrario, surge de la incapacidad de satisfacer las necesidades de quienes no forman parte de la mayoría sin discapacidad. Esta perspectiva ha permitido a los activistas de la discapacidad que tienen rasgos y condiciones diferentes forjar vínculos, fortaleciendo sus campañas.

En esta línea, la neurodiversidad trata las formas de neurodivergencia como diferencias duraderas y generalizadas del ser humano. En lugar de considerarlos trastornos médicos o psiquiátricos, que en principio podrían tratarse o resolverse, estos conjuntos de rasgos se entienden como descripciones de características más o menos estables del ser que no encajan en las normas neurotípicas.

El teórico de la neurodiversidad Nick Walker fue el primero en acuñar la expresión “paradigma de la patología” para describir el conjunto de ideas, creencias y prácticas que imponen y reproducen estas normas. En el fondo, dice Walker, el paradigma de la patología supone:

…que existe un estilo “correcto” de funcionamiento neurocognitivo humano. Las variaciones en el funcionamiento neurocognitivo que divergen sustancialmente de los estándares socialmente construidos de “normalidad” -incluidas las variaciones que constituyen el autismo- se enmarcan dentro de este paradigma como patologías médicas, como déficits, daños o “trastornos”.’

En cambio, la neurodiversidad considera que las experiencias asociadas a los diagnósticos psiquiátricos describen diferencias, no trastornos. Representan formas igualmente válidas de experimentar el mundo que no encajan en una narrativa de “cura” o “tragedia”. De nuevo, aunque los diagnósticos a los que se hace referencia con más frecuencia son el TEA o el TDAH, hay muchos otros diagnósticos potencialmente relevantes. Sea cual sea el diagnóstico que se les dé, se considera que las personas neurodivergentes poseen fortalezas únicas que no siempre son reconocidas o valoradas por la sociedad en general.

Sin embargo, muchas personas que se identifican como neurodivergentes utilizan etiquetas de diagnóstico psiquiátrico para describirse a sí mismas. Muchas de ellas no se oponen al diagnóstico psiquiátrico como tal, sino a una determinada concepción médica del diagnóstico. De hecho, ante las largas listas de espera en las clínicas de autismo y TDAH, cada vez son más los que reclaman el derecho a “autodiagnosticarse”. Además, algunas se describen a sí mismas como “discapacitadas” en un sentido que parece ir más allá del significado que el movimiento de la discapacidad da al término. Esto da lugar a debates sobre la equivalencia de los distintos tipos de “discapacidad”: la torpeza en situaciones sociales, por ejemplo, frente al uso de una silla de ruedas o la recuperación de un derrame cerebral. Hablaremos de ello con más detalle en la Parte 4.

Un punto de acuerdo entre todas las perspectivas es que las diferencias asociadas a ser neurodivergente comparten una característica importante: contradicen las normas sociales dominantes sobre cómo se espera que sintamos, pensemos, nos comportemos, nos relacionemos, trabajemos y vivamos. El niño de 6 años que sueña despierto en el colegio; el estudiante que prefiere leer a salir de fiesta; el oficinista que suele distraerse; el padre desordenado y desorganizado… todos pueden atribuir ahora estos rasgos a su neurodivergencia.

El concepto de neurodiversidad ha sido adoptado por activistas de muchos países y ha inspirado a activistas en Internet y en el mundo real. Una panorámica del impacto de la neurodiversidad en EE.UU. señala que:

Hoy en día, el término neurodiversidad arroja miles de resultados en Google Scholar. Un número creciente de universidades cuentan con iniciativas sobre neurodiversidad, normalmente centradas en alguna combinación de investigación sobre discapacidad neurológica y apoyo a un mayor acceso a la educación superior. Importantes empresas internacionales…. cuentan con “programas de contratación de la neurodiversidad” que contratan a autistas y a otras personas con discapacidades neurológicas. En diciembre de 2020, el gobierno federal estadounidense dio la bienvenida a los primeros participantes en el programa piloto Neurodiverse Federal Workforce (Thomas, 2021). Neurodiversidad…. ha entrado con fuerza en la corriente cultural dominante, y padres y profesionales se refieren al concepto con frecuencia junto a las personas autistas que lo iniciaron. Además, los propios autistas han creado una infraestructura en forma de grupos de defensa, reuniones culturales e incluso empresas orientadas a las ideas y la filosofía general del movimiento.

En el Reino Unido, la neurodiversidad se aborda en la Estrategia Nacional 2021 para las personas autistas y se incluye habitualmente en los informes oficiales sobre salud mental. Neurodivergent Labour” es “…una organización representativa y de campaña de los miembros y simpatizantes del Partido Laborista que son neurológicamente divergentes”, mientras que “Conservative Friends of Neurodiversity” es el equivalente tory[1]. La neurodiversidad fue el tema de un número especial de 2023 de The Psychologist, la revista interna de todos los psicólogos del Reino Unido. Grupos de terapeutas “neurodivergentes”, asesores, clientes y muchos otros se suman al creciente número de organizaciones, cursos de formación, empresas y negocios basados en este concepto. Clínicos de diversas procedencias, periodistas, profesores, padres y muchos otros han adoptado el lenguaje de la neurodiversidad. El “TikTok Neurodivergente” tiene miles de seguidores, mientras que en las escuelas el término se utiliza cada vez más para los niños que tienen dificultades con la lectura, la ortografía o la coordinación física, así como con la atención. Y el Real Colegio de Psiquiatría del Reino Unido (RCP) ha acogido con entusiasmo el concepto. En 2023, el RCP celebró el “Día Internacional de las Personas con Discapacidad” publicando dos blogs “que revelan cómo es trabajar en psiquiatría para una persona neurodivergente”. Su sitio web ofrece desde hace algún tiempo seminarios web educativos sobre neurodiversidad para psiquiatras, y el National Health Services (NHS) de Inglaterra ha nombrado a un antiguo presidente de la RCP primer director médico de salud mental y neurodiversidad.

Dificultades para definir la neurodiversidad

La neurodiversidad parece haberse convertido de repente en un hecho de la vida, sin el escrutinio crítico que necesita cualquier concepto o movimiento nuevo. Esto es especialmente importante porque la neurodiversidad parece ser igualmente aceptable para los activistas de izquierdas en favor de la justicia social y para los políticos y partidos de derechas, las empresas multinacionales y los funcionarios gubernamentales. La facilidad con la que se acepta la neurodiversidad en todo el panorama político indica claramente que no hay nada intrínsecamente radical o liberador en el concepto. Sin embargo, existen varios problemas asociados a los intentos de definir la neurodiversidad. A continuación resumimos estos problemas.

Significado de “Neuro-

Hemos demostrado que la neurodivergencia es un concepto inclusivo y flexible, que incluye una amplia variedad de diagnósticos y experiencias. Esto plantea algunos problemas obvios a la hora de decidir quién es, o no, neurodivergente. La diversidad, como dijo Singer, forma parte de la condición humana: en un sentido amplio, todos estamos “conectados de forma diferente”. Sin embargo, la subdivisión en “neurodivergentes” y “neurotípicos” carece por completo de base neurológica.

Por eso, el psiquiatra Sami Timimi afirma: “No me gusta la parte “neuro” de “neurodiversidad”, porque no hay pruebas de ello. Todos somos neurodiversos, así que como concepto carece de sentido biológico”. Lo mismo ocurre con los diagnósticos específicos que se consideran más comúnmente manifestaciones de neurodiversidad, el TDAH y el TEA, que se describen como “trastornos del neurodesarrollo”, aunque en la mayoría de los casos hay pocas pruebas que apoyen esta afirmación. Volveremos sobre esta cuestión en la Parte 2; por ahora, debemos preguntarnos de dónde viene la “parte neuronal” y por qué está ahí.

La “Década del Cerebro” de los años 90 fue iniciada por el Presidente de EE.UU. George Bush, y fue testigo de una inversión masiva en neurociencia en todo el mundo angloparlante. Las coloridas imágenes de los escáneres cerebrales, que parecían fotografías del propio pensamiento vivo, fueron aprovechadas y reproducidas por los medios de comunicación. Al mismo tiempo, los estudios que relacionaban zonas cerebrales concretas con capacidades o defectos particulares saltaban a las noticias casi a diario. Era el auge de la neurociencia, que, según Judy Singer, la llevó a promover el término neurodiversidad.

Singer no fue la única que se dejó influir. A medida que los efectos de la avalancha de investigaciones neurocientíficas se extendían por las universidades, se propusieron rápidamente multitud de nuevas disciplinas: neuroeconomía, neuroantropología, neuromarketing, neuropolítica, neuroderecho, neuroeducación y muchas más. En la vida cotidiana, los investigadores han asistido a una “explosión del uso y la aplicación del prefijo “neuro” a ámbitos discursivos aparentemente ilimitados”. Su hipótesis es que esto se debe al atractivo de “añadir un brillo de autoridad en virtud de sus asociaciones científicas, modernas y tecnológicas”).

En el mundo académico, la gran ola de neuroentusiasmo vino acompañada de advertencias sobre los neuromitos y la neurobabelería. Un neuromito es un malentendido cultural de la neurociencia que se utiliza para justificar acciones o políticas. En educación, por ejemplo, el neuromito de que existen preferencias cerebrales individuales por distintos estilos de aprendizaje -visual, auditivo o cinético- influyó en la forma de enseñar de algunos profesores. La creencia generalizada pero errónea de que los diagnósticos de TDAH y TEA están asociados a cambios conocidos en el neurodesarrollo (véase la Parte 2 de esta serie) podría considerarse un ejemplo contemporáneo de neuromito.

El neuro-parloteo, dicen los académicos, es cuando una descripción o explicación adquiere autoridad simplemente porque está relacionada de algún modo con la neurociencia. Puede, por ejemplo, provenir de un neurocientífico o incluir especulaciones sobre una región o sistema cerebral concreto. En 2011, la neurocientífica Susan Greenfield afirmó que los videojuegos causan demencia. Su afirmación se difundió como si fuera cierta, a pesar de que no había ninguna investigación que probara esta hipótesis.

Ahora, unos veinte años después de la Década del Cerebro, es evidente que la mayoría de las nuevas neurodisciplinas propuestas nunca llegaron a despegar o se desvanecieron rápidamente. Y, alertados de los peligros de los neuromitos, los neurocientíficos tienen hoy pocas excusas para exagerar la importancia de sus investigaciones.

Pero en la vida cotidiana -donde la jerga neuronal puede significar simplemente añadir el prefijo “neuro”- los efectos del auge de la neurociencia en los años noventa continúan aparentemente intactos. Además de la propia neurodiversidad, el movimiento ha dado lugar a términos como neuroafirmativo, neuronormas, neurotribus, neurotipos, neurokin, neurocognitivismo, neuroespía, neuroqueer e incluso neurothatcherismo.

Timimi tiene razón al cuestionar la validez del prefijo neuro. Su uso generalizado nos obliga a distinguir entre las verdades evidentes y la palabrería neuronal especulativa. Evidentemente, es cierto que cada uno de nosotros tiene un cerebro único y que algunas personas tienen verdaderas dificultades para concentrarse, relacionarse, etcétera. Estas verdades son muy distintas de las afirmaciones que implican que existen diferencias conocidas, estables y observables que explican estas dificultades en términos neurológicos y que, por tanto, validan los conceptos de neurodiversidad, trastorno del neurodesarrollo, TEA o TDAH.

Este tipo de cautela es necesaria porque, al igual que ocurre con los diagnósticos psiquiátricos en general, hay muchas afirmaciones optimistas, aunque vagas, abstractas y no confirmadas, que parecen respaldar estas afirmaciones más específicas. He aquí un ejemplo:

…aunque no existen biomarcadores precisos, hay pruebas de la existencia de complejos grupos de tendencias biológicas en la estructura y el funcionamiento que, al menos a grandes rasgos, se corresponden con una serie de formas de funcionamiento actualmente patologizadas”.

Pero, al igual que ocurre con los diagnósticos psiquiátricos en general, estas afirmaciones son rebatidas por expertos en neurociencia, psiquiatría, neuroimagen y genética, por ejemplo, que han estudiado detenidamente las pruebas de sus propias disciplinas y han llegado a conclusiones muy distintas.

Expansionismo

La falta de claridad sobre los conceptos básicos ha tenido la consecuencia previsible de un expansionismo masivo. Con el tiempo, los criterios diagnósticos tanto para el TDAH como para el TEA se han ampliado, oficial y extraoficialmente, y ahora incluyen a muchas personas que antes no habrían recibido un diagnóstico. Esto fue deliberado y se produjo tras la presión ejercida por los defensores de los derechos en EE.UU., que consideran que un diagnóstico de por vida es la clave para la asistencia sanitaria y la protección legal de la discapacidad. Se diagnosticó a muchas más personas que no tenían problemas de aprendizaje. Surgieron clínicas privadas que ofrecían evaluaciones diagnósticas y prometían una vía rápida para obtener la ayuda necesaria, que prometían se vería facilitada por un diagnóstico.

El Dr. Allen Frances, presidente del comité del DSM IV, ha expresado públicamente su pesar por la ampliación de criterios del manual de 1994, que “…contribuyó inadvertidamente a tres falsas “epidemias”: el trastorno por déficit de atención, el autismo y el trastorno bipolar infantil”. En la segunda parte de esta serie se analizarán algunas posibles razones más amplias de las “epidemias” de TDAH y TEA (el aumento del trastorno bipolar infantil es menos llamativo y más incierto). No obstante, es casi seguro que los aumentos se deban en cierta medida a la adición de criterios para los menores de 7 años como “a menudo no presta atención a los detalles o comete errores por descuido en las tareas escolares, el trabajo u otras actividades”; y “…a menudo corretea o trepa excesivamente en situaciones en las que no es apropiado”. Sería raro el niño que no se comportara a veces de esa manera.

No es de extrañar que el concepto aún más difuso de neurodivergencia también se haya ampliado, de modo que ahora incluye casi todos los comportamientos y experiencias humanas, además de su opuesto. Como muestra un breve vistazo a las numerosas comunidades de las redes sociales, se dice que los signos de neurodivergencia incluyen no concentrarse o estar demasiado concentrado; hablar demasiado o demasiado poco; compartir demasiado o demasiado poco; dificultad para cambiar de tarea o incapacidad para ceñirse a una; establecer contacto visual con demasiada frecuencia o con muy poca frecuencia; ser especialmente sensible o insensible; beber alcohol poco o demasiado; ser considerado glamuroso y sereno, o raro y caótico; perder el trabajo con regularidad, o conservarlo durante décadas; tener un rendimiento alto o bajo; tener un gran interés por el fútbol y los grupos indie, o una aversión a la cultura popular; disculparse en exceso, o ser grosero y no preocuparse por lo que piense la gente; mantener el mismo color de pelo y estilo durante años, o cambiarlo cada mes; etcétera (véase, por ejemplo, este hilo en Twitter/X).

El abanico cada vez más amplio de experiencias neurodivergentes que circulan por las redes sociales incluye también: leer demasiado, recopilar información sobre pájaros, coches, trenes o aviones, alta tolerancia al dolor, no responder con prontitud a los mensajes de texto, sentirse agotado tras una larga jornada de oficina, decir la verdad, sentirse cansado todo el tiempo, vestir colores brillantes, no gustarle las luces fluorescentes, disfrutar estando solo, inquietarse, morderse las uñas, trasnochar demasiado, preocuparse por la justicia social, no gustarle llevar calcetines, perder las llaves del coche, llegar siempre tarde, impulsividad, desplazarse por el teléfono cuando debería estar haciendo otra cosa y agitar las manos al hablar; e incluso puede explicar, según una persona inquieta, “la dificultad para encontrar un plomero”.’

También hay toda una nueva terminología para describir lo que antes se consideraban comportamientos anodinos: juguetear con el pelo es ahora “estimulación”; no gustar de la música alta es “sensibilidad sensorial”; perder los nervios puede ser un caso de “crisis autista”; el enfado al final de una relación es “disforia por sensibilidad al rechazo”; la dificultad para seguir el ritmo de las tareas diarias es “evitación patológica de la demanda”. Para complicar aún más las cosas, parece que las personas neurodivergentes, sobre todo las chicas y las mujeres, son capaces de “enmascarar” sus diferencias durante décadas convirtiéndose en personas excepcionalmente hábiles para mostrar los comportamientos opuestos; esta habilidad se convierte entonces en un signo de su “autismo”.

Otra curiosidad es que muchos de estos ejemplos parecen ir mucho más allá de las experiencias que podrían describirse principalmente como un estilo “neurocognitivo”, como en la definición seminal de neurodiversidad de Nick Walker. Más bien parecen abarcar más o menos todo el espectro de emociones y comportamientos humanos. En este contexto, Walker ha empezado a utilizar recientemente el término ‘cuerpo-mente en reconocimiento del hecho de que “la mente es un fenómeno encarnado, y que mente y encarnación están inseparablemente entrelazadas”. Sin embargo, a pesar de este camuflaje verbal, la idea central de que la neurodivergencia tiene que ver fundamentalmente con el cerebro sigue siendo fundamental.

Se puede objetar que algunos de estos ejemplos de aparente neurodivergencia son obviamente ridículos, y que los sitios oficiales son más comedidos. Sin embargo, esta objeción pasa por alto algunos puntos muy importantes: La verdad es que no hay sitios “oficiales” que, por autoridad o consenso, estén de acuerdo en definir con precisión la neurodivergencia. Tampoco existen criterios objetivos para distinguir los casos “correctos” de los “incorrectos” de neurodivergencia. Tampoco existe un consenso formal sobre cuántos rasgos o comportamientos califican a una persona como neurodivergente. Tampoco existe ninguna orientación consensuada sobre lo notables, extremos o problemáticos que deben ser estos rasgos o comportamientos para que cuenten. Y recibir un diagnóstico oficial de una de las afecciones incluidas en el término “neurodivergencia” no nos lleva más lejos, ya que esos diagnósticos, como todas las etiquetas psiquiátricas, se basan en última instancia en juicios subjetivos sobre hasta qué punto el comportamiento de alguien se desvía de una norma social determinada.

Para complicar aún más las cosas, el movimiento de la neurodiversidad defiende cada vez más el derecho de las personas a autodiagnosticarse en función de las experiencias que tengan, y les anima a que lo consideren tan válido como un diagnóstico oficial. Volveremos sobre el tema del autodiagnóstico más adelante.

Grupos excluidos

La expansión de la neurodivergencia ha provocado, paradójicamente, alienación y enfado entre los padres,  madres y cuidadores de aquellos niños identificados como autistas según los criterios anteriores del DSM, mucho más restringidos. Estos niños suelen presentar graves déficits y deficiencias que parecen ajustarse a la descripción de algún tipo de trastorno del neurodesarrollo (aunque en la actualidad se carece de pruebas médicas). De hecho, cuando Leo Kanner lo propuso inicialmente en 1943 como trastorno diferenciado, se decía que el autismo sólo se daba en personas con deficiencias intelectuales graves). La fusión de este grupo, en el DSM 5, con las presentaciones “Asperger” o “de alto funcionamiento” significa que los niños que nunca aprenden a hablar o a vivir de forma independiente se encuentran en el mismo grupo de diagnóstico que los adultos elocuentes con amigos, pareja y carreras de éxito.

Algunos estudiosos de la neurodiversidad reconocen estas diferencias: “Lo que solía denominarse síndrome de Asperger (en adelante, autismo) [es] un ejemplo de funcionamiento neurodivergente [sin] sufrimiento o discapacidad clínica inherente”. Pero, como señala el psiquiatra infantil Sami Timimi, una categoría que incluye tanto a “residentes de instituciones con un lenguaje poco funcional… como a una larga lista de grandes y buenos como Mozart, Van Gogh, Edison, Darwin y Einstein, todos los cuales, junto con muchos otros, han sido diagnosticados retrospectivamente” tiene muy poca coherencia.

El problema queda ilustrado por el creciente número de famosos con vidas aparentemente exitosas que ahora se describen a sí mismos como “autistas” o con TDAH; En el Reino Unido son Chris Packham, Anthony Hopkins, Melanie Sykes, Gary Numan, Rory Bremner, Stephen Fry, Ant McPartlin, Sheridan Smith, Sue Perkins, Jamie Oliver, Johnny Vegas y Heston Blumenthal, y en Estados Unidos Dan Ackroyd, Jerry Seinfield, Elon Musk, Courtney Love, Darryl Hannah, James Taylor, John Denver y un número creciente de otros.

La inclusión de algunos ha supuesto la exclusión de otros, a menudo los más necesitados. En palabras de un padre con dos hijos no verbales que requieren cuidados las 24 horas del día: “Los defensores de la neurodiversidad ignoran la dura realidad del autismo grave y quieren olvidarse de mis hijos y de otros como ellos….. Para ellos, el autismo es una discapacidad cruel que les altera la vida, y yo haría cualquier cosa para ayudarles a sentirse bien y darles una mejor calidad de vida”.

En respuesta a este tipo de preocupaciones, algunos padres se han movilizado para definir a los niños con autismo grave como un grupo aparte, con sus propias necesidades claramente diferenciadas. Sienten que estas necesidades son cada vez más invisibles, y que sus hijos incluso están perdiendo servicios, como consecuencia del movimiento más amplio de la neurodiversidad.

Mientras tanto, en algún lugar entre aquellos con innegables deficiencias neurológicas y los descritos como de alto funcionamiento, hay un gran número de niños aparentemente normales que no parecen aprender o comportarse como sería deseable, y adultos que luchan de diversas maneras con la vida cotidiana. El contraste entre los dos extremos del espectro en constante expansión no podría ser más pronunciado. ¿Se trata realmente del mismo tipo de fenómeno o afección, y deberían aplicarse los mismos tipos de estatus de discapacidad y ajustes?

Investigación y práctica clínica

En lo que respecta a la investigación clínica, la ausencia de una definición clara de neurodivergencia, ya sea en general o en sus versiones de TDAH o TEA, dificultará inevitablemente tanto el razonamiento como la identificación de variables y medidas. Esto repercutirá negativamente tanto en la investigación empírica como en la construcción de teorías.

Además, la visión de la neurodivergencia como “diferencia, no trastorno” puede hacer que la idea misma de muchos tipos de investigación resulte controvertida, ya que algunos consideran que la noción de “tratamiento” o “cura” tiene connotaciones eugenistas. Existe un amplio consenso en que la versión original del Análisis Conductual Aplicado (ACA) de los años sesenta, que implicaba un entrenamiento intensivo y a veces punitivo en habilidades sociales para niños gravemente autistas, era éticamente problemática. El debate se centra ahora en si cualquier tipo de Terapia Cognitivo-Conductual (TCC) es aceptable, o simplemente una forma de imponer la “normalidad” sobre las diferencias naturales. Menos conocido es el bloqueo por parte de algunos miembros de la comunidad de la neurodiversidad del estudio Spectrum 10K, una investigación a gran escala sobre el autismo con información genética que pretendía aclarar si existían subgrupos dentro del amplio espectro, alegando que el estudio no era ético. Y ello a pesar de que se aseguraba que el proyecto “…se oponía a la eugenesia o a la búsqueda de una cura para prevenir o erradicar el autismo”.

Dejando a un lado estos ejemplos concretos, la fusión de lo que parecen ser tipos de problemas muy diferentes ha creado una sospecha más general de la investigación científica y médica sobre el autismo. Esto dificultará inevitablemente los intentos de colmar las lagunas de nuestros conocimientos sobre los niños con discapacidades graves y permanentes.

Con respecto a la práctica clínica, la consecuencia más obvia de la definición laxa de neurodivergencia son las largas listas de espera de personas que desean ser evaluadas por TEA y/o TDAH. Actualmente, no es raro que te digan que tendrás que esperar 5 años para una evaluación, y sabemos de clínicas del National Health Services (NHS) con varios miles de personas esperando para ser atendidas. Es comprensible que esto provoque una gran angustia. En el Reino Unido, se ha creado un grupo de trabajo del NHS para investigar el rápido aumento de diagnósticos de TDAH y abordar las variaciones en la evaluación y la intervención.

Esto pone de manifiesto otra área de confusión. Se dice que la neurodivergencia es “diferencia, no trastorno”; se considera que estas diferencias son inmutables y para toda la vida; y la mera idea de “tratarlas” o “curarlas” resulta ofensiva para algunos. Por todo ello, el objetivo de las clínicas de TEA y TDAH no está claro. Tal vez algunos sólo quieran un diagnóstico formal que valide las dificultades, facilite el acceso al apoyo educativo, permita el acceso a prestaciones, etcétera. Si es así, apenas es necesario un servicio clínico (y no exclusivamente de diagnóstico), aunque todas las corrientes del movimiento de la neurodiversidad deploran la falta de acceso a los servicios clínicos.

Mientras tanto, las desventajas de que un niño adquiera una etiqueta como la de TDAH son cada vez más evidentes. El Dr. Allen Frances y sus colegas las resumieron  como: “bajas expectativas de profesores y padres que se convierten en profecías autocumplidas; prejuicios y estigmatización de los niños diagnosticados; los niños se aplican estereotipos a sí mismos, lo que conduce a la autoestigma y la baja autoestima; disminución de la autoeficacia; un enfoque menos eficaz y potencialmente contraeficaz de los rasgos fijos en lugar de los comportamientos; un papel más pasivo ante los problemas…. Y el riesgo de pasar por alto explicaciones contextuales, sociales y sociales, debido a la explicación engañosa que ofrece el etiquetado” Estas consecuencias se ilustrarán en la Parte 3.

Normas sociales

Parte del problema a la hora de decidir los criterios de la neurodivergencia es que se define en relación con las normas sociales; ‘desviar(se) de las normas sociales dominantes de funcionamiento neurocognitivo “normal””. Esta es una de las pocas cosas en las que todas las partes están de acuerdo. Pero también descarta la posibilidad de desarrollar criterios estables y objetivos para decidir quién es neurodivergente y quién neurotípico. Esto se debe sencillamente a que las distinciones basadas en normas sociales (1) cambiarán con el tiempo, y de una situación a otra, a medida que cambien las normas pertinentes; y (2) no cabe esperar que coincidan de forma coherente con las categorías a nivel biológico.

Se trata de un punto complejo pero importante. Como hemos visto, se dice que los rasgos asociados a la neurodivergencia son aspectos más o menos estables del individuo: por ejemplo, siempre le ha costado organizarse y, en consecuencia, siempre tiene el escritorio desordenado. Es posible -aunque improbable- que esto sea el resultado directo de diferencias neurológicas específicas en el cerebro. Esto sería más plausible si la persona tiene una afección médica confirmada, como una lesión cerebral o demencia. Es mucho menos probable si los comportamientos son simplemente, como ocurre con la mayoría de nosotros la mayor parte del tiempo, el resultado de una compleja mezcla de factores contextuales y personales. Quizá no tengamos un lugar adecuado para trabajar, tengamos demasiadas exigencias y plazos, estemos distraídos por algo en nuestra vida personal, o un centenar de posibilidades más.

Sea cual sea el motivo, la cuestión es que esta incapacidad para organizarse y ser ordenado sólo se calificará de neurodivergencia si choca con una expectativa social sobre cómo debemos comportarnos. Y puede que lo haga, pero esta expectativa fluctuará y cambiará inevitablemente: tanto de una situación a otra como con el paso del tiempo, a medida que las normas sociales sigan evolucionando.

Así que puede que siempre seamos desordenados, pero sólo en determinadas situaciones seremos también neurodivergentes. En un entorno en el que el desorden se aceptara como signo de creatividad -el estudio de un artista, por ejemplo- nuestra neurodivergencia desaparecería. Por el contrario, en un entorno estrictamente regulado y crítico para la seguridad, como un quirófano, el desorden sería un problema claro cuya explicación podría ser la neurodivergencia.

Esto es algo que reconocen los defensores de la neurodiversidad; creen que la idea de un cerebro “normal” es una construcción social (aunque, como hemos señalado, esto se contradice en cierta medida con la afirmación de que existen estructuras o funciones diferentes identificables en los cerebros de las personas neurodivergentes). Sin embargo, rara vez se discuten las consecuencias lógicas de esta creencia.

Para ampliar el argumento: si basamos los juicios sobre la neurodivergencia en las normas sociales, cualquiera de nosotros es susceptible de cambiar de estatus de “neurotípico” a “neurodivergente”, y viceversa, a medida que cambian esas normas. Y para añadir complejidad, es probable que cada uno de nosotros tenga una mezcla de rasgos o características neurotípicas y neurodivergentes. Puede que nos resulte fácil concentrarnos en nuestras tareas laborales, pero que nos dé pavor la fiesta de después del trabajo. A la inversa, puede que nos guste la música alta pero seamos incapaces de tolerar las texturas de ciertos alimentos.

En la práctica, la posesión de un único rasgo “neurodivergente” parece bastar para autodiagnosticarse dentro de la categoría. Dada la larga lista de síntomas candidatos, esto podría muy bien significar que casi todo el mundo es elegible. Una vez más, aunque nuestras preferencias, comportamientos y sensibilidades particulares permanezcan constantes, no existen normas formales, “oficiales”, acordadas o aceptadas -y, al parecer, no hay forma viable de establecer tales normas- sobre cuántos de estos rasgos hay que poseer, con qué amplitud entendemos el contexto social, qué normas son relevantes, etcétera.

Esto significa que es perfectamente posible que las personas pasen de ser “neurotípicas” a “neurodivergentes” simplemente cambiando de una situación o grupo a otro. En teoría, esto podría ocurrir varias veces al día. Es aún más probable que ocurra, por supuesto, si nos trasladamos a otra cultura. De hecho, es probable que el neuroestado de cualquier persona, si se puede decir así, esté en constante cambio. Mientras tanto, la división artificial en dos grupos puede “…fomentar una mentalidad de “nosotros contra ellos”, en la que las personas no autistas son consideradas como un enemigo opresivo”.

Todo esto plantea un profundo problema al movimiento de la neurodiversidad. La retórica sitúa a los dos grupos de neurotípicos y neurodiversos como estables y definibles. Sin embargo, evitar el “capacitismo” y “aprender a ser un verdadero aliado y a utilizar tu posición privilegiada” para “estar al lado” de las personas neurodivergentes en un compromiso de “neuroafirmación” será mucho más difícil si las condiciones pueden cambiar en cualquier momento, cuando una situación o un contexto cambiantes conviertan a la persona anteriormente neurodivergente en neurotípica, o viceversa. Definir la pertenencia a un grupo en función de normas que cambian constantemente no es una base viable para la vida cotidiana, la práctica clínica o los movimientos sociales basados en la identificación grupal.

Conclusión

Hemos argumentado que el campo emergente de la neurodiversidad está lleno de contradicciones. Muchas de ellas surgen de la naturaleza mal definida del propio concepto de neurodiversidad. Pero, como sugeriremos en blogs posteriores, estas y otras paradojas también pueden surgir de los intereses contrapuestos que operan bajo este amplio pero permeable paraguas conceptual. Algunas de las contradicciones que hemos señalado en este blog son:

Se dice que la neurodiversidad es un concepto inclusivo que se aplica a todos nosotros, pero en la práctica ha dado lugar a lo que muchos consideran una división poco útil entre neurodivergentes y neurotípicos, y a menudo se considera que estos últimos se benefician de la versión actual del pecado original, el “privilegio”. Además, son las personas con las discapacidades más graves, las que en muchos casos carecen literalmente de voz propia, las que tienen más probabilidades de verse excluidas por estos desarrollos. La inclusión se ha convertido así en una mayor marginación.

Además, la proliferación de nuevas agrupaciones e identidades puede, como comenta Sami Timimi, “crear divisiones innecesarias, erosionando la multiplicidad que conforma nuestras vidas mentales, y puede atrapar a las personas de nuevo en encasillamientos en lugar de liberarlas de los estereotipos”. Los ejemplos de Nick Walker sobre el uso correcto del lenguaje – “Mi familia neurodiversa incluye a tres neurotípicos, dos autistas y una persona con TDAH y disléxica”- parecen confirmar esta afirmación.

Al mismo tiempo, la confusión entre neurodivergencia como “diferencia” y TDAH o TEA como “trastorno” (de hecho, la palabra “trastorno” forma parte de la etiqueta diagnóstica) plantea aún más preguntas. ¿Qué debe investigar la investigación, qué deben ofrecer los servicios y si debemos investigar las causas u ofrecer tratamientos? Y si ofrecemos servicios, ¿qué afecciones incluiría el “Servicio de Neurodiversidad” y cuáles excluiría?

He aquí otra extraña paradoja. Cuantas más experiencias se engloban bajo el epígrafe de neurodivergencia, menor es el número de neurotípicos, hasta que todo el mundo es neurodivergente y volvemos al punto de partida. Lo mismo ocurre con el diagnóstico psiquiátrico en general: Cuando todo el mundo está “mentalmente enfermo”, nadie está “mentalmente enfermo”, porque un diagnóstico de “enfermedad mental” se basa en la opinión de que uno es diferente de la norma, y pronto será estadísticamente normal cumplir los criterios de al menos una “enfermedad mental”.

También merece la pena cuestionar la imagen implícita de la persona neurotípica, que aparentemente flota por la vida sin esfuerzo, con competencia y serenidad, sin perder nunca las llaves ni distraerse con el teléfono, y sabiendo siempre exactamente qué decir y hacer en cualquier situación social. ¿Quién es esta criatura extraordinaria? ¿Y cómo nos hemos dejado convencer de que debemos aspirar a estos estándares tan poco realistas, justo cuando el mundo se vuelve más exigente y difícil? No es la primera vez que nos dejamos engañar por esas imágenes -la esposa o madre perfecta, el tipo duro, etc.-, pero ésta parece ser una versión especialmente perniciosa. Sugeriremos algunas razones en blogs posteriores.

Quizá necesitemos una forma mejor, menos contradictoria, de reconocer y aceptar nuestras luchas y habilidades humanas, nuestras semejanzas y diferencias. Y quizá necesitemos reflexionar más profundamente sobre por qué es tan difícil hacerlo. Mientras tanto, parece que gran parte de esta confusión podría evitarse si abandonáramos el prefijo “neuro”. Todos somos diversos. Queremos vivir en una sociedad que nos acepte a todos. Celebremos la diversidad y seamos prudentes con la neurodiversidad para conseguirlo.

Ampliaremos estos temas en las otras tres partes de esta serie.

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[1] En referencia al partido conservador

Red Therapy. Lo personal es político

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Siluetas de una multitud, levantando los puños y agitando pancartas en señal de protesta, con el fondo de la imagen en franjas rojas.

Autores de traducción: Alfredo Aracil y Emiliano Exposto

Red Therapy fue una red contracultural inglesa de los años setentas que desarrollaba sus prácticas al interior del Big Flame, un movimiento cuyo activismo se basaba en la política de la vida cotidiana, la autogestión y en enfoques radicales en problemáticas diversas como antirracismo, alimentación y vivienda, salud mental y política sexual, cooperativas de construcción y comunicación alternativa, sindicalismo, etc.

Su archivo digital completo se puede encontrar en el siguiente link: https://www.eastlondonbigflame.org.uk/red-therapy

A continuación compartimos traducciones con información sobre Big Flame y Red Therapy

Acompañando la locura en el contexto institucional (Parte 2)

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Rostros, no definidos, de perfil, mirando hacía el lado derecho. Los rostros son de distintas tonalidades, y dan la impresión de tener una textura similar al papel arrugado

Nota editorial: El siguiente escrito es la narración de una persona profesionista de la salud mental, radicada en Ciudad de México, cuenta las experiencias que vivió a través de su paso en distintos centros de salud mental de la ciudad, durante esta narración se pretende no solo testimoniar lo acontecido dentro de dichas instituciones, sino que se cuestiona acerca de las lógicas cuerdistas que se implementan durante la formación y que determinan el actuar de las personas profesionistas en su práctica de atención.

A modo de mantener la confidencialidad se evita dar cualquier tipo de nombre o descripción de las personas involucradas durante estas narraciones. El texto se divide en 3 partes, la primera enfocándose en un hospital psiquiátrico al sur de la ciudad, la segunda sobre una comunidad terapéutica y finalmente, la tercera, en un hospital psiquiátrico (también conocido como granja) en la periferia de la ciudad; el texto busca trazar las lógicas y similitudes dentro de tres instituciones dedicadas a la atención de salud mental, denunciando prácticas basadas en la ausencia de consentimiento, sometimiento y las relaciones jerarquizadas.

Nota del autor: al momento de escribir el texto el autor se reconoce en un lugar de privilegio, sabiéndose parte de las estructuras que han sostenido dichas prácticas, a la par que se sabe atravesado por la Institución Psiquiátrica y la lógicas cuerdistas.

Para leer la primera parte puede seguir el enlace: https://madinmexico.org/acompanando-la-locura-en-el-contexto-institucional-parte-1/

Comunidad Terapéutica, la locura en el contexto de la cotidianeidad.

Al buscar distintos modos de acercarme a la locura, y a sus formas de “tratamiento”, me encontré con el modelo de la Comunidad Terapéutica y el Acompañamiento Terapéutico, una manera de abordar la locura desde una postura mucho más “humana”, desde la cercanía en el día a día, buscando de alguna manera apartarse de la rigidez de las instituciones psiquiátrica, eliminando los prejuicios y con una supuesta postura crítica frente a la medicalización.

Una vez dentro de la institución encontré con que se repetían los modos psiquiatrizantes, si bien se habían eliminado los usos de las etiquetas diagnosticas se mantenía un modelo marcadamente jerarquizado, haciendo la diferencia entre residentes y miembros del “equipo clínico”, se mantenían las reuniones clínicas en donde se discutían los “casos” a espaldas de los residentes, se hacían propuestas de intervención y tratamientos, todo esto sin la participación de aquellos que allí residían, la medicación se mantenía como eje de intervención, fue una sorpresa, por no decir una decepción, cuando dimos cuenta de que la medicación se administraba no de forma abierta y consentida, sino diluida en las bebidas o molida en los alimentos, en muchos de los casos, en los menos la mediación se administraba de forma abierta, pero nunca mencionando el porqué de las dosis o de los efectos que podían tener, todas estas acciones me parecían justificadas1 en esos momentos, ya que por medio de estas se procuraba el “bienestar” de aquellos a quienes se tenía bajo resguardo2.

Clínica Roja: psicoanálisis y comunismo, crear un espacio político. Conversación con Ian Parker

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Ian Parker es un psicoanalista británico, que ha tenido una participación central y destacada dentro del movimiento de psicología crítica, cuya extensa obra abarca 20 libros en autoría y coautoría, además de diversos artículos, su trabajo ha sido de gran influencia en distintas partes del mundo convirtiéndose en un referente al pensar los abordajes clínicos desde un marco radical.

La Clínica Roja (Red Clinic) es un colectivo de profesionistas de la salud mental comunistas, cuyo fin es la propuesta de una psicoterapia radical, cuestionando las estructuras de poder, así como la psicologización y la psiquiatrización de la vida cotidiana.

Luis Arroyo: De nuevo, muchas gracias por esta oportunidad para charlar, para empezar la conversación la primera pregunta que tengo en mente, si te parece bien, ¿Qué es la Clínica Roja? ¿Y cómo empieza ese proyecto, cuál es su misión, sus objetivos, y cómo está funcionando?

Ian Parker: la Red Clinic (Clínica Roja) fue iniciada por un pequeño grupo de activistas en Londres, uno de ellos se formó en la Clínica Tavistock, utilizando el psicoanálisis kleiniano, y el otro ha estado involucrado en luchas legales radicales, tratando de construir organizaciones activistas de apoyo legal para las personas.

Crearon la Clínica Roja hace unos dos o tres años y luego me pidieron que me uniera, entonces reunimos a un pequeño grupo de psicoanalistas en Londres, yo estoy en Manchester en el norte de Inglaterra, tenemos a alguien en la India, Sabah Siddiqi, alguien en Liubliana, alguien en Francia, es un grupo pequeño, y trabajamos por el momento a través de referencias, así que si alguien contacta con la Clínica Roja entonces vemos si hay alguien disponible y se lo referimos a ese psicoanalista;  discutimos el trabajo en reuniones de grupo de supervisión dirigidas por un psicoanalista en Londres, que también es marxista, en realidad es un psicoanalista kleiniano, lo que es muy interesante. Tenemos reuniones educativas regulares, para hablar de cuestiones de clase, cuestiones de cultura, la cuestión de la historia de las clínicas gratuitas, que fueron importantes en la propia práctica de Freud en Viena, Berlín y Budapest, para aprender sobre esas iniciativas y también discutir con colegas en diferentes partes del mundo sobre cómo practican el psicoanálisis de una manera que sea radical y que esté conectada con los movimientos políticos.

Así que estamos en una fase muy temprana de esta iniciativa, y la ponemos en marcha intentando averiguar cómo podemos hacer nuestro trabajo.

Luis Arroyo: me parece muy interesante esta mezcla de diferentes perspectivas, en primer lugar la idea de que todo empezó con una persona que tiene una formación kleiniana, pero que también hay lacanianos, es un poco raro en cierto modo pero muy interesante, porque, al menos aquí en México poner a Klein y Lacan en el mismo espacio para trabajar es un poco complicado, entonces, con eso en mente, ¿cómo se las arreglan para trabajar con todos estos antecedentes y teorías diferentes, cómo establecer un objetivo común? ¿Cómo funciona la supervisión cuando todos tienen diferentes perspectivas y teorías de fondo?

Ian Parker: Sí, es muy complicado, aquí hay una división muy fuerte entre los psicoanalistas de la IPA[1], en Gran Bretaña principalmente los kleinianos, o seguidores de Winnicott, hay divisiones muy grandes entre ellos y los lacanianos que están fuera de las principales organizaciones, pero lo que nos une en la Clínica Roja es nuestro proyecto político, por lo tanto, es la política de la misma, nos definimos como comunistas, así que la afiliación política es más importante que cualquier otra cosa, también incluimos psicoterapeutas de otras corrientes, incluso junguianos, aunque no me gustan los junguianos en absoluto, creo que tienen algo que ofrecer, y había algunos junguianos radicales en Gran Bretaña que se definían como marxistas, así que creo que tenemos que aprender de esas diferentes corrientes.

Y en relación con eso, también estamos organizando eventos educativos sobre el anarquismo, ahora hay fuertes tensiones políticas entre comunistas y anarquistas, pero creo que el anarquismo también tiene algo que ofrecer y tenemos que unirnos en un movimiento político en torno a esta cuestión de hacer que el psicoanálisis esté disponible, y hablar de las funciones políticas del psicoanálisis, como algo positivo, pero también como algo problemático, y debo decir que vengo de una tradición comunista de un tipo particular, soy trotskista pero hay otras personas involucradas en la Clínica Roja que no son trotskistas, y trabajo con mi camarada David Pavón-Cuellar que viene de una formación maoísta, así que creo que necesitamos ser capaces de trabajar juntos.

Luis Arroyo: Antes de pasar a la siguiente pregunta es curioso que menciones a Trotsky en este momento, justo tengo aquí su autobiografía, y bueno, Trotsky es una figura realmente importante aquí en México, pasó algunos años aquí, así que de alguna manera tenemos a Trotsky presente en la cultura popular, así que, estoy pensando en la política….

Ian Parker: Sólo algo sobre Trotsky; Trotsky también simpatizaba con el psicoanálisis, su hija Zina fue a un psicoanalista en Berlín, y Trotsky defendió a los psicoanalistas de los ataques de Stalin, y había muchos trotskistas que estaban involucrados en el movimiento surrealista, que también estaban muy interesados en el psicoanálisis, por lo que era más abierto al psicoanálisis que más de otras tradiciones marxistas.

Luis Arroyo: esto justo va con la pregunta que tengo en mente, estaba pensando en los objetivos o trasfondos políticos, y cuántas veces la gente piensa en el psicoanálisis como algo de las élites, de los burgueses, y cosas así, todavía ahorita cuando hablamos de psicoanálisis por lo menos aquí en México la gente piensa que es un tratamiento realmente muy caro, y que no es accesible para cualquiera, entonces ¿cómo podemos cambiar eso? ¿Cómo podemos empezar a pensar en el psicoanálisis de una manera que sea más accesible fuera de la idea de que sólo pertenece a las élites?

Ian Parker: Creo que una forma de hacerlo es desafiar la separación institucional entre psicoanalistas, psicoterapeutas y consejeros, porque sabemos que hay muchos psicoanalistas que en realidad no hacen psicoanálisis en absoluto, hacen otro tipo de trabajo de apoyo o trabajo cognitivo-conductual, de una manera muy tradicional, muy conservadora y para reforzar la individualidad, reforzar el ego, en lugar de cuestionar, en lugar de hablar desde el punto de vista del sujeto, así que tenemos ese proyecto.

Y por otro lado, hay muchos consejeros, la mayoría de la gente que hace trabajo terapéutico en Gran Bretaña se llaman a sí mismos consejeros, tienen que hacer formaciones menos costosas, formaciones de duración menor duración, es más probable que sean de clase trabajadora, es más probable que sean mujeres, que trabajen en comunidades, y muchas de esas consejeras están influenciadas por ideas psicoanalíticas y hacen psicoanálisis, hacen más psicoanálisis que algunos psicoanalistas, pero hay una especie de pirámide, de jerarquía, con los psicoanalistas en la cima, y luego los psicoterapeutas, organizaciones y consejeros en la base, así que necesitamos trabajar a través de esas divisiones y vincularnos con los consejeros y los psicoterapeutas también, y decir “bueno lo que haces, si haces trabajo psicoanalítico deberías estar con nosotros, trabajar con nosotros juntos”, así que tenemos que desafiar a las instituciones dominantes, porque esas instituciones también reproducen el privilegio de clase, encontrarás que muchos psicoanalistas son muy ricos, más de clase media, así que tenemos una pregunta sobre la inter-organización del psicoanálisis que necesitamos abordar.

Luis Arroyo: Así que de esta manera, esta lucha es una lucha de la clase obrera, donde tenemos que borrar esas divisiones y trabajar de una manera común, estoy pensando en Bakunin en el Apoyo Mutuo, esta idea del trabajo colectivo, el apoyo entre iguales, y mencionas ahora mismo que la propia institución mantiene el privilegio de clase, y me acuerdo de un libro que escribiste “Psicología como Ideología” y en el mencionas que la psicología en jerarquía está por debajo de la psiquiatría, y la psiquiatría es la que está a cargo de la forma en que pensamos, la forma en que sentimos, nuestra salud mental, y que está muy cerca de la farmacéutica y que la psicología está tratando de ponerse al día, y en algunos puntos tiene sus propios caminos, pero también está bajo la influencia de la psiquiatría.

Y en ese esquema, ¿qué papel juega el psicoanálisis? ¿Está en contra de la psiquiatría y la psicología como ideología, o participa en ella? ¿Cómo piensa el psicoanálisis en ese sentido?

Ian Parker: Creo que tenemos que ser muy claros, el psicoanálisis es una alternativa a la psiquiatría, combate la psiquiatría, y también, combate la psicología, es una alternativa a la psicología, no debe ser una forma de psicología, debe ser algo completamente diferente, y tenemos que ser capaces de abrir el potencial radical del psicoanálisis, para conectar con la lucha y experiencia colectiva.

Creo que podemos pensar en el inconsciente como algo que está fuera, eso es algo que aprendí de David Pavón-Cuellar, que el inconsciente es exterior a nosotros, está en el reino del lenguaje, en la colectividad, y es particularmente el psicoanálisis lacaniano el que enfatiza ese aspecto del inconsciente, el inconsciente no es la cosa individual dentro de la cabeza, sino que es el reino del lenguaje y de los procesos colectivos.

Entonces, el psicoanálisis tiene que combatir a la psiquiatría como una práctica médica que se preocupa de la enfermedad individual, entidades dentro de la cabeza, ahora hay un gran problema que enfrentamos en Gran Bretaña aquí, no sé si es el mismo problema en México, pero el gran problema que enfrentamos en Gran Bretaña es que muchos de los psicoanalistas vienen de la psiquiatría, y muchas de las figuras claves que están involucradas en el movimiento antipsiquiátrico son también psiquiatras, pensamos en Basaglia, era un psiquiatra, R. D. Laing, era un psiquiatra, D. Cooper, era un psiquiatra, o incluso Lacan era un psiquiatra, tenemos esta cuestión todo el tiempo que tenemos que enfrentar. Así que debemos tener muy claro que estamos en contra de la psiquiatría.

Hay otro problema y es que aquí en Gran Bretaña el movimiento antipsiquiatría ve el psicoanálisis como parte de la psiquiatría, así que la gente sospecha mucho del psicoanálisis como parte de la psiquiatría, parte del sistema opresivo, y sé que es diferente en Francia por ejemplo, donde hay una tradición de psicoanálisis radical que se opone a la psiquiatría, pero ciertamente tenemos un problema aquí, demostrar que el psicoanálisis puede ser una alternativa, y que no es parte de la psiquiatría. Creo que es otra razón para construir la Clínica Roja, para hacerla como una intervención cultural, política, que no solo está haciendo un trabajo político, sino que también está haciendo un trabajo educativo para mostrar que hay alternativas a la psiquiatría.

Luis Arroyo: Creo que aquí en México hay 2 situaciones, una es que algunas generaciones anteriores de psicoanalistas lacanianos venían del campo de la medicina y la psiquiatría, pero ahora la línea principal es que el psicoanálisis se ve como parte de la psicología, muchos psicólogos empiezan una práctica de psicoanálisis y se forman, entonces no tenemos este antecedente de psiquiatría/psicoanálisis, pero sí tenemos este antecedente de psicología/psicoanálisis.

Ian Parker: que también es un problema.

Luis Arroyo: el principal problema que empiezo a ver es que el psicoanálisis aquí en México, y tal vez en algunos otros lugares, es que haciéndose eco del discurso patologizante de la salud mental, tienen la misma idea de que la salud mental es un problema individual, que la locura es un problema individual, y empiezan a perder el foco de lo que está fuera del sujeto, y empiezan a individualizar estas situaciones, entonces de esa manera repiten una y otra vez el mismo tema, si empezamos a (sobre)medicar al individuo sólo tapamos el problema y no resolvemos nada.

Entonces, parece que al menos aquí en México, el psicoanálisis no se cuestiona sobre las disparidades económicas, sobre la desigualdad e inestabilidad de los empleos, la distribución desigual de los recursos, etc. son problemas sociales que tienen consecuencias en la salud mental de los sujetos, esos no son problemas individuales, entonces al no abordar esas situaciones parece que el psicoanálisis sigue siendo una forma de práctica individual, un discurso psicológico/patologizante.

Ian Parker: absolutamente, creo que tienes razón, gran parte de la práctica psicoanalítica es un discurso patologizante, es parte del problema, los psicoanalistas radicales son una verdadera minoría, así que tenemos un verdadero problema.

En los años 80 aquí en Gran Bretaña hubo un proyecto que empezó alrededor de una revista que se llamaba “Free Association” (Asociación Libre) y tuvieron una conferencia llamada “Psicoanálisis y la esfera pública” y eran un grupo de marxistas que creían que el psicoanálisis en Gran Bretaña estaba o a la izquierda o al centro-izquierda, y creían que podían trabajar con las instituciones psicoanalíticas y empujarlo más a la izquierda, Estuve involucrado en algunas de esas reuniones pero siempre pensé que estaban siendo demasiado optimistas y siempre estaban dispuestos a comprometerse con los kleinianos sobre formas de patología y creo que reproducen algunas de esas ideas patológicas, todavía trabajo con algunos de los camaradas del Proyecto de la Asociación Libre (Free Association) y todavía hay un Diario de la Asociación Libre (Free Association), está en línea, si lo buscas encontrarás el Diario de la Asociación Libre (Free Association), pero es muy limitado y tenemos algunos conflictos con ellos, debido a sus compromisos con las teorías psiquiátricas y psicológicas dominantes.

Luis Arroyo: entonces, de esa manera podemos empezar a pensar que el psicoanálisis per ser no es patologizante; lo patologizante está en la forma en que el psicoanálisis es enseñado y practicado por algunos analistas, pero el psicoanálisis no es como tal un discurso patologizante, ¿eso sería correcto?

Ian Parker:  Creo que es contradictorio, creo que es un problema más profundo, que es que gran parte del discurso psicoanalítico es patologizante, por lo que incluso si hablas con lacanianos aquí que piensan que son radicales, muchos de los lacanianos aquí en Gran Bretaña todavía creen en subrayar las estructuras clínicas y las divisiones entre la neurosis, la perversión y la psicosis, y eso es lo que me enseñaron en mi formación en Londres, que existen estas estructuras clínicas distintas y que la psicosis es función de la forclusión del Nombre del Padre, etc, etc. Así que es una especie de discurso normalizador aquí, dentro del psicoanálisis, incluso en el psicoanálisis radical, debemos tener mucho cuidado con eso, así que voy a decir que el psicoanálisis no es esencialmente patológico o esencialmente anti-patológico, pero hay contradicciones en todo el camino a través de él, cada punto, tenemos que trabajar para producir algo diferente con él.

Luis Arroyo: esta idea de las contradicciones que subyacen en el psicoanálisis, son realmente complicadas especialmente si se mira desde fuera del psicoanálisis, para entender lo que está pasando o lo que significan todos estos conceptos, así que cuando hablamos de salud mental, lo que la psicología y la psiquiatría están tratando de hacer es normalizar el concepto que usan, cuando la gente oye hablar de ansiedad, de depresión, incluso de esquizofrenia, la psicología y la psiquiatría, por lo menos como yo lo pienso, han estado trabajando muy cerca de la cultura dominante para la “psicologización” de todos esos conceptos, para la “psicologización” de la vida misma, pero, parece que el psicoanálisis perdió esa lucha o ni siquiera le da importancia a eso, cuando hablamos de la “Forclusión del Nombre del Padre” bueno… ese es uno de los conceptos más enigmáticos y si se lo mencionamos a la gente en la calle, seguramente la mayoría de ellos no sabrán lo que se quiere decir con eso, así que, de esa manera, creo que el psicoanálisis dio un paso atrás y dijo “bueno, no vamos a la corriente principal, vamos a mantener nuestras ideas para nosotros mismos” de una manera más subterránea, así que de esa manera, ¿cómo podemos hacer que el psicoanálisis sea más accesible a la gente? ¿Cómo podemos tomar todos esos conceptos e ideas difíciles para mostrarles que el psicoanálisis es una alternativa? Porque, tal y como yo lo entiendo, si la gente no entiende los conceptos, las ideas principales o de qué estamos hablando, tiene miedo acercarse…

Ian Parker: Sí, hay dos maneras que trato de hacerlo aquí, una es la participación en la antipsiquiatría y el movimiento de la psiquiatría democrática, tenemos una revista llamada “Asylum” (Asilo) que fue fundada por los partidarios de Basaglia en Trieste, y fue fundada en 1986 para los pacientes en las salas de hospital psiquiátrico y ahora todavía existe como una revista tiene el subtítulo de “revista para la salud mental radical” que no me gusta, no me gusta el subtítulo, pero todavía estoy involucrado en la revista y en realidad es en su mayoría muy sospechosa del psicoanálisis, y en donde la mayor parte del tiempo se ataca a la psiquiatría y la psicología, lo que creo que está bien, creo que es importante, a veces escribo muy pocos artículos para esa revista sólo señalando algunos puntos de la historia radical del psicoanálisis, sólo de una manera muy general para señalar que hay algunas cosas positivas sobre el psicoanálisis.

Y la otra es mi implicación con mi grupo político que se llama “Resistencia Anticapitalista” donde discuto con mis camaradas allí qué papel podría jugar el psicoanálisis y escribo y discuto un poco sobre psicoanálisis allí, pero tengo que hacerlo de una manera muy accesible, de una manera muy general, así que no hablo de Lacan y la forclusión del nombre del Padre o cualquiera de ese tipo de cosas, sino sobre la alienación y la angustia, la psicologización y nuestro sentido de aislamiento de los demás, y cómo el hablar de eso puede ser útil y cómo la creación de lugares donde hay gente para escuchar, escuchar a la gente hablar de la angustia también puede ser útil, por lo que de una manera muy muy simple de utilizar algunas de las ideas psicoanalíticas, pero sin evangelizar sobre el psicoanálisis, sin decirle a la gente que ahora deben ir al psicoanálisis o que deben escuchar a los psicoanalistas.

Luis Arroyo: como mencionas, con el movimiento antipsiquiatría, ¿cuál es la relación entre psicoanálisis y antipsiquiatría? Porque parece que desde finales de los 60 hasta los 70 hubo una estrecha relación entre ambos, con figuras como Basaglia, Deleuze y Guattari, Lacan, etc. pero después parece que esa relación entre psicoanálisis y antipsiquiatría se rompió y tomaron caminos separados, y ahora mismo, ¿crees que todavía es posible tener un trabajo en común, y ser psicoanalista y antipsiquiatra o es una especie de contradicción?

Ian Parker: [risas] es difícil, tienes razón, había una conexión en los años sesenta, pero siempre había una contradicción allí, por ejemplo, Guattari todavía trabajaba en un hospital psiquiátrico y usaba medicación psiquiátrica, usaba electroshock, así que usaba el aparato psiquiátrico, aunque era conocido como un antipsiquiatría, y hay un problema muchos de los antipsiquiatras todavía estaban implicados en el aparato psiquiátrico.

Luis Arroyo: Recordé que de hecho Basaglia vio la medicación como una oportunidad para liberar a la gente de los manicomios, así que es un poco interesante pensar lo que Basaglia diría hoy sobre la medicación, si pensaría en la medicación de la misma manera.

Ian Parker: creo que en el caso de Basaglia es un poco diferente porque Basaglia no simpatizaba con el psicoanálisis, y él veía la medicación como algo que estabilizaba la vida de las personas, él no veía la medicación como cura, no la veía de una manera psiquiátrica, y pienso que es verdad que algunas personas encuentran la medicación útil, este es un conflicto que tenemos en el movimiento antipsiquiátrico ahora, es que algunos de nosotros estamos realmente en contra de la medicación, y me cuento entre ellos, soy muy desconfiado de la medicación, pero, algunas personas lo encuentran útil, de la misma manera que algunas personas encuentran útil el alcohol o fumar, o encuentran otro tipo de búsqueda que yo vería como peligrosa, van a la iglesia, encuentran útil la espiritualidad, bueno, creo que estas cosas son muy problemáticas, pero, creo que tenemos que reconocer que las personas utilizan diferentes dispositivos, y lo que es importante es que sean capaces de hablar de lo que es útil acerca de estas cosas y colectivizar su experiencia para que las personas tengan más opciones sobre lo que pueden hacer para apoyarse a sí mismos.

Luis Arroyo: Con respecto a esta idea de apoyo colectivo y experiencias colectivas, recuerdo que el Orgullo Loco dio un paso realmente importante allí en Inglaterra, y que hay un movimiento realmente grande de Orgullo Loco, de hecho tengo este libro aquí mismo, sobre el desarrollo del Mad Pride en Reino Unido [Celebration of a Culture: Mad Pride], así que, bueno, vie que en Argentina hubo un día nacional anti-psicoanálisis, el día contra el psicoanálisis en Argentina, un día establecido por el movimiento loco que está en contra específicamente del psicoanálisis, están haciendo esta división entre la psiquiatría, la psicología y el psicoanálisis, pero al final vieron a los tres en la misma línea.

Entonces, según tu experiencia, ¿cuál es la relación entre el psicoanálisis y los movimientos del Orgullo Loco o los movimientos de la experiencia centrados en las propias experiencias?

Ian Parker: bueno, creo que Argentina es un caso especial, ¿no? Porque hay departamentos de psicología que están controlados por el psicoanálisis, que utilizan el psicoanálisis como parte de la psicología y lo han convertido en una visión del mundo y en un aparato de control, así que, si hubiera manifestaciones contra el psicoanálisis, creo que lo que deberíamos hacer es participar en ellas y utilizarlas como una oportunidad para hablar con la gente sobre alternativas.

Aquí el movimiento Mad Pride, creo que la mayoría de la gente en Mad Pride en Gran Bretaña desconfiaría del psicoanálisis, pero estarían abiertos a discusiones sobre ello, y debido a la historia de R.D. Laing, Guattari y ese tipo de cosas creo que sería una posibilidad para hablar con ellos, y algunas de esas personas en Mad Pride están siendo involucradas en la revista Asylum por lo que están dispuestos a discutir diferentes perspectivas.

Luis Arroyo: y con esa idea de discusión vuelvo a lo primero que me dijiste de la Clínica Roja que empezó como un grupo de activismo, entonces, ¿cuál es el papel que tiene que jugar o está jugando el psicoanálisis en el activismo de la salud mental? ¿Es una participación activa o tiene que tomar un papel más pasivo? O ¿cuál crees que es el papel que tiene que desempeñar en el activismo de la salud mental?

Ian Parker: Creo que tenemos que demostrar que estamos ahí, con la gente que está protestando contra el abuso, así que tenemos casos en Manchester de abuso dentro de las instituciones psiquiátricas en los últimos meses, y hubo protestas fuera de la biblioteca que reunió a personas del movimiento antipsiquiatría, los sobrevivientes, los usuarios de los servicios de salud mental y asistí a esas manifestaciones, teníamos que demostrar que estamos ahí, con ellos en su lucha, si queremos hacer algo, y tenemos que demostrar que estamos dispuestos a escucharles así como a participar, que no tenemos todas las respuestas y creo que tenemos que dejar claro que el psicoanálisis no es una cura para todo y que no todo el mundo necesita ir al psicoanálisis, hay muchas maneras diferentes que la gente puede encontrar para cambiar sus vidas, no sólo en el psicoanálisis, es sólo un enfoque entre muchos, y el psicoanálisis en sí es una especie de síntoma de una sociedad en la que las personas están divididas y piensan en sus problemas como problemas individuales, el psicoanálisis es una práctica individual en la que estás hablando con otra persona, por lo que en sí es un síntoma de una sociedad segregada, dividida, tenemos que encontrar maneras de construir alternativas y esas alternativas tienen que ser alternativas al psicoanálisis también.

Luis Arroyo: Perfecto, entonces, para cerrar cuando pienso en la Clínica Roja la primera idea que me viene a la mente es esta idea de llevar el psicoanálisis a toda la población, el psicoanálisis a las calles de alguna manera, aquí en México por lo menos el psicoanálisis pareciera que se encierra en su práctica privada, así que es como “no me importa lo que está pasando fuera de estas cuatro paredes” pero como me explicaste parece que estás haciendo un gran trabajo para llevar el psicoanálisis a las calles como una forma de mostrar a la gente que existe este enfoque y que es parte de las alternativas, así que estaba pensando que con todas esas diferentes procedencias de la gente que participa en la Clínica Roja, cuando alguien llega y pide empezar un proceso psicoanalítico o una psicoterapia ¿cómo deciden con quien se dirige “este va con el kleiniano, este con el junguiano y este con el lacaniano? ¿O la gente decide con cual ir?

Ian Parker: esa es una pregunta muy interesante, creo que en primer lugar debo decir que a pesar de que estamos queriendo participar en las luchas de masas el papel de la Clínica Roja es mucho más limitado, y creo que nuestro papel principal en este momento, porque somos un grupo muy pequeño de personas, nuestro papel principal es apoyar a los radicales que están dentro del sistema de salud mental, radicales que trabajan como psicoanalistas, psicoterapeutas o consejeros, para que puedan salir de su aislamiento y puedan encontrar un espacio para hacer una actividad más radical, por lo que somos una especie de grupo de apoyo, creo que principalmente para los profesionales, por lo que no estamos gastando la mayor parte de nuestra energía en los movimientos de masas, es un enfoque muy limitado, porque hay mucha gente que se forma como psicoanalista o psicoterapeuta, que se forman porque quieren ayudar a la gente, y normalmente se forman porque saben que hay algo mal en la sociedad, pero en la formación se les enseña a centrarse solo en el individuo y se les enseña a ganar su acreditación y a ser obedientes a sus maestros, normalmente a ser obedientes al analista de formación o a ser obedientes a los psiquiatras en los equipos multidisciplinares, necesitamos encontrar formas de apoyarles para que puedan desafiar a la psiquiatría dominante y desafiar al psicoanálisis dominante, eso es lo primero.

Y en segundo lugar, en respuesta a tu pregunta, cuando la gente pide ayuda no sabe la diferencia entre un lacaniano, un kleiniano y un junguiano, sólo necesita a alguien que le escuche, y creo que lo que estamos aprendiendo en la discusión dentro de la Clínica Roja es que lo más importante es que aprendamos a escuchar sin imponer interpretaciones a la gente, y si podemos aprender a hacer eso, entonces en cierto modo no importa si somos kleinianos o lacanianos o junguianos, porque no estamos usando la clínica como una arena para la propaganda, no estamos usando la clínica para hacer propaganda sobre el comunismo, y no estamos usando la clínica para hacer propaganda sobre Lacan o Klein, o Jung, sino que estamos usando la clínica como un espacio, estamos asegurando ese espacio y creo que la razón por la que necesitamos saber sobre política, es que podemos proteger ese espacio de una manera más eficiente para que la gente pueda hablar con nosotros, sin ser juzgados y sin que nosotros le digamos a la gente cómo deben pensar, sin que nosotros le digamos a la gente la razón por la que tienen problemas, no, se trata de escuchar al sujeto hablar y creo que eso puede ser hecho por cualquier tipo de practicante. Creo que realmente usamos los sistemas psicoanalíticos para ayudarnos a nosotros mismos como algún tipo de abono, ayudarnos a nosotros mismos como algún tipo de marco para dar sentido a lo que está pasando cuando estamos escuchando, no es para que podamos dar información o educación al analizante y creo que ese marco podría ser kleiniano, lacaniano, junguiano, o podría ser algún otro tipo de marco espiritual.

Lo importante es proteger el espacio para que la gente encuentre su propia verdad y diga su propia verdad, así que creo que parte de la ética de la Clínica Roja es que protegemos ese espacio y permitimos que la gente hable para que tenga más confianza y sea capaz de hablar junto a otros y con otros y formar parte de una lucha colectiva.

Luis Arroyo: No quiero quitarte más tiempo, así que sólo quiero agradecerte de nuevo esta oportunidad de hablar y sólo un comentario final es que me encanta esta idea de la Clínica Roja también de ser un espacio para enseñar a la gente cómo ser radical, y cómo desobedecer a los amos que se imponen en la formación, así que, la idea de un espacio que nos enseñe cómo desobedecer es realmente impresionante para mí, y este aspecto pedagógico crítico de la Clínica Roja es una gran sorpresa, y de nuevo muchas gracias por tu tiempo…

Haré una transcripción de la conversación y una traducción al español y me aseguraré de hacerte llegar ambas, por si quieres comprobarlo.

Ian Parker: ha sido un placer hablar contigo y seguir en contacto.

Para conocer más de esta propuesta puede visitar su página https://www.redclinic.org/


[1] International Psychoanalytical Association en inglés, Asociación Psicoanalítica Internacional 

Acompañando la locura en el contexto institucional (Parte 1)

1
Sobre una cama de hospital se ve extendida una camisa de fuerza utilizada para contener físicamente a las personas e impedirles el movimiento.

Nota editorial: El siguiente escrito es la narración de una persona profesionista de la salud mental, radicada en Ciudad de México, cuenta las experiencias que vivió a través de su paso en distintos centros de salud mental de la ciudad, durante esta narración se pretende no solo testimoniar lo acontecido dentro de dichas instituciones, sino que se cuestiona acerca de las lógicas cuerdistas que se implementan durante la formación y que determinan el actuar de las personas profesionistas en su práctica de atención.

A modo de mantener la confidencialidad se evita dar cualquier tipo de nombre o descripción de las personas involucradas durante estas narraciones. El texto se divide en 3 partes, la primera enfocándose en un hospital psiquiátrico al sur de la ciudad, la segunda sobre una comunidad terapéutica y finalmente, la tercera, en un hospital psiquiátrico (también conocido como granja) en la periferia de la ciudad; el texto busca trazar las lógicas y similitudes dentro de tres instituciones dedicadas a la atención de salud mental, denunciando prácticas basadas en la ausencia de consentimiento, sometimiento y las relaciones jerarquizadas.

Nota del autor: al momento de escribir el texto el autor se reconoce en un lugar de privilegio, sabiéndose parte de las estructuras que han sostenido dichas prácticas, a la par que se sabe atravesado por la Institución Psiquiatrica y la lógicas cuerdistas.

Acompañamiento

Durante ya algunos años he tenido la oportunidad de trabajar en torno al tema del acompañamiento en salud mental, esta experiencia se ha dado en diversos contextos y con distintos fines, sin embargo, no podría decir que el modo de intervención haya sido tan diferente sin importar el caso en donde haya tenido lugar, porque si hay algo que permanece en los distintos contextos y que, a mi experiencia, considero como eje principal de la intervención, es la primacía de la particularidad, la importancia de habilitar el espacio para el desarrollo de la experiencia subjetiva/particular de cada persona acompañada.

Los contextos en que he tenido la oportunidad de desarrollar esta práctica han sido en espacios con enfoques clínico-social y en el ámbito educativo-laboral.

Cada uno requiere de una estructura de trabajo distinta, condiciones y objetivos muy diferentes en cada área, sin embargo, en estas situaciones nos encontramos como constante con la diversidad; pero es un encuentro un tanto particular, es el contacto con la diversidad pero dentro de un espacio que apunta hacía la normatividad, con intereses adaptativo, un espacio que busca restringir aquella diversidad dentro de los conceptos de lo normal y anormal.

En todas estas situaciones nos encontrábamos dentro de espacios que no fueron pensados para el libre acceso, administrados y manejados por personal que la gran mayoría de las veces no tiene presente que todos pensamos, actuamos, nos relacionamos y entendemos de maneras distintas, resulta absurdo pensar o esperar que todos nos condujéramos de la misma manera, sin embargo, eso es lo que se espera. Cada persona se relaciona por medio de su entendimiento, de sus percepciones y de su propia historia, por lo que hay maneras de vincularse tan diversas como habemos personas; pero muchos entornos se encuentran diseñados de manera que solo admiten los modos de vincularse pactados por una supuesta mayoría, imponiendo la normatividad sobre la particularidad.

Esta normatividad se encuentra implícita en lineamientos y reglamentaciones dentro de los diferentes escenarios en donde podemos desenvolvernos y muchos de nosotros hemos sido o somos participes de esta sin estar al tanto, propiciando y manteniendo estructuras que no permiten la libre participación y que por el contrario mantienen fuera a un gran sector de las consideradas minorías; es esta normatividad introyectada la que se sostiene desde los ideales y proyectos de la Institución Psiquiátrica, el asumir la diversidad como un malestar que debe de ser medicalizado, es el cuerdismo que se hace presente sin que siquiera seamos capaces de ubicarlo y reconocerlo como tal.   

No creo que pueda hacerse una acusación a cada uno de nosotros sobre esta situación, siempre se nos ha impuesto la idea de que lo “normal” es lo “correcto”, de que la norma se encuentra siempre del lado de la razón, y que por lo tanto toda desviación de estos modos debe de ser considerada como un error; los efectos de esta situación los hemos asimilado de tal manera que hemos llegado a asumir que nuestras formas de vincularnos deben de estar regidas por estas normativas, hemos normativizado las formas de ser y estar, hemos asignado poderes a distintas Instituciones que se han tomado el derecho de decidir o determinar la manera en que debemos de relacionarnos, comunicarnos y entender, siendo una de las principales la Institución Psiquiátrica.

Poco a poco se han ido abriendo (o flexibilizando) los espacios, dando cabida a distintos grupos, permitiendo el libre acceso y uso, por lo menos a estas diferencias que pueden ser apreciadas de manera clara, a aquellas diferencias que parecen ser “innegables”, sin embargo, esta supuesta apertura a la diversidad se mantiene renuente a considerar dentro de sus espacios aquellas diferencias que no logran ser apreciadas de una manera tan evidente, aquellas que solo pueden “apreciarse” al entablar una conversación, al tener una convivencia cotidiana, aquellas que solo se hacen “evidentes” en ciertos momentos, en específico las llamadas discapacidades invisibles[1].

¿Por qué tomarme el derecho de hablar sobre el tema? primero que nada me parece importante dejar claro que no hablo a nombre de aquellas personas que presentan alguna de estas condiciones, sino que hablo a partir de mi experiencia acompañándolos, haciendo énfasis en el acompañar, no se refiere a trabajar con, ni trabajar para, ya que no se trata de asumir una posición hacía estas personas como si fueran objetos ni casos de estudio, sino que es tomar una posición de horizontalidad, de acompañar en la cotidianidad, no pretendiendo tomar un lugar protagónico.  

Considero que desde una postura de “profesionistas” de la Salud Mental no tenemos algo que enseñarles a las personas expertas por experiencia sobre lo que es la locura, lo que es vivir con ella, Asumir esa postura nos colocaría en una posición jerárquica donde somos nosotros quienes ostentamos el saber, demeritando las vivencias de las personas y sus propias construcciones de comprensión,  sin embargo, el construir y compartir esta experiencia es con la espera de que pueda ser de utilidad a aquellos que hemos decidido acompañar la locura, entender un poco más los contextos y escenarios en los que la locura hace su aparición, pensar como poder facilitar los procesos de desinstitucionalización o despsiquiatrizantes[2], y esperando que la experiencia que de esto resulte pueda darle herramientas a las personas expertas por experiencia que puedan utilizar en sus propios procesos.

Al pensar el sentido del acompañamiento, en el campo de la salud mental, tengo en mente el lugar o posición que deberá de ejercer el llamado “profesionista” o “experto” en salud mental, no aquellos que se han convertido en expertos por experiencia propia, por vivencia como usuario de estos servicios, sino, los que se han formado en universidades, los que desde un plano profesional o académico han decidido que este será su campo de trabajo.

¿Qué lugar deberán ocupar ellos entonces? No el de protagonistas, sino como acompañantes, como apoyos que deberán presentarse en el camino de la propia construcción subjetiva, aliados que busquen trazar caminos inclusivos, que permitan el libre acceso.

No podemos negar el peso histórico que se le ha dado a estos profesionistas dentro del campo de la salud mental, donde su decir o hacer es el que ha trazado la única dirección o vía posible de intervención, dejando de fuera el dicho de los propios usuarios bajo los cuales se ejercen los efectos del discurso profesional, este es un antecedente innegable, pero no por eso correcto o inmutable, ¿qué papel deberá tomarse entonces? Los profesionistas desde sus propios campos de intervención, desde su trabajo o producción deberán de asumir una postura crítica con los sistemas de intervención y control tradicionales, cuestionando la manera en que estos han ejercido su poder y los efectos que a partir de esto han creado.

Debe de reconocerse el privilegio que se les ha otorgado, ¿de qué otra manera podríamos llamarlo? ¿acaso no es un privilegio que se les otorgue mayor relevancia a lo dicho por ellos que a lo dicho por aquellos llamados locos?

Y lo mínimo que puede realizarse es ser conscientes de este privilegio y construir algo que pudiera sentar bases para una actuación en igualdad de condiciones, en sentar las bases para un trabajo en conjunto, el cual debe considerar el decir de los propios pacientes y usuarios, no es posible que exista un tratamiento si se excluye el papel de aquellos en los que se implementará.

Las instituciones psiquiátricas por sus propias características colocan una barrera en las formas de relación, en estás instituciones (aunque no dicho de manera explícita) existen jerarquías en las cuales se coloca hasta arriba el médico, especialista en psiquiatría, será este quien determine los tratamientos, las supuestas curas, e incluso quien dictamina de qué manera debe experimentar la persona sus “trastornos” o “padecimientos”… es el “especialista” y por lo tanto quien “más sabe”… es quien dirá que ocurre y que debe de ocurrir en cada caso, y es algo que debemos seguir cuestionando, para poder plantear un cambio que permita buscar y construir otras formas de acompañar la salud mental.

Un recorrido a través de las experiencias institucionales[3].

Instituciones Psiquiátricas (Hospital Héctor Tovar)

Cuando llegué a asistir a estas instituciones lo hacía como un estudiante de psicología, lo cual me colocaba en una jerarquía menor que a los psiquiatras o residentes, pero aún así éramos tomados como representantes de aquellos poderes psi, del psicólogo en estás instituciones se busca refuerce y respalde lo dicho por los psiquiatras, en el mejor de los casos se espera de la psicología, que inyecte el lado humano en las intervenciones, que tenga una escucha un poco más empática, por lo menos eso se espera, pero llegamos a comprobar que no ocurre de esa manera; mi intento de acercarme a las personas dentro estas instituciones fue desde un lugar del “no saber”[4], este acercamiento me permitía colocarme en un lugar de “ignorancia” frente a los “pacientes”[5], al plantear un abordaje desde la ignorancia cabía la posibilidad de que me preguntara (o que nos preguntáramos) ¿qué podemos decirle a otro acerca de su propio padecer? ¿acerca de su historia?, absolutamente nada, eran ellos quienes más sabían, quienes podían a nosotros decirnos algo, siempre y cuando tuviéramos la disposición de escuchar, siempre y cuando tuviéramos la paciencia y preocupación necesaria.

Dentro de este contexto institucional se dieron mis primeros acercamientos a la locura, en un ambiente que por sus mismas características generaba un distanciamiento, en el cual difícilmente podíamos apreciar el aspecto más humano, modos de interacción restringidos, particularidades limitadas, ya que ni siquiera se permitía otra vestimenta que la bata, el cabello en el caso de los hombres cortado casi a rape, siempre con el argumento de evitar piojos, pero donde claramente no se buscaba que hubieran las condiciones de higiene adecuadas, todo artículo personal estaba prohibido, en este hospital (Héctor Tovar) las internaciones eran “breves” podían ir de una semana a quince días, en casos que se considerara “necesario” podía extenderse de 1 a 3 meses, durante este tiempo fui “asignado” a un médico quien determinaba que actividades realizaría; breves entrevistas y aplicación de algunas pruebas; durante las visitas que tuvimos no hubo posibilidad de dar un verdadero seguimiento y mucho menos entablar una relación más allá de lo que determinaba nuestra actividad del día, los pacientes eran dados de alta de una semana a la otra, a la par que había nuevos ingresos, por lo que era una constante de encontrarse con caras nuevas, pero todas siempre bajo las mismas condiciones. ¿Cómo establecer un vínculo con alguien con quien apenas has podido intercambiar unas cuantas palabras?

En este medio toda interacción estaba matizada por los lineamientos institucionales, nosotros como representantes de un poder psi, que se ejercía sobre los pacientes, ¿cómo hacerlo distinto? Por medio de la escucha, por medio de prestar una atención distinta, ¿qué tan posible es esto cuando la escucha misma está condicionada por el espacio institucional?

Dentro de esta institución se busca la “homogeneización” afectiva, perceptual y conductual, que todos aquellos que han ingresado puedan acceder a un punto donde se comporten y perciban de la misma manera que los demás, que los “normales”, la búsqueda de la estandarización, la imposición de una normatividad.

¿Pero por qué medios se busca está normatividad? Por medio de terapias más asemejadas a torturas o castigos, de la sobre-medicación que genera el aletargamiento y diversos efectos secundarios, la privación y falta de estímulos.

Se busca “apaciguar” por medio de la contención física, aquella que se da cuando el paciente se encuentra agitado, inquieto o “agresivo”, esta contención consiste en amarrar las extremidades y la cintura del paciente a la cama,  impidiendo así la movilidad del paciente, está contención rara vez se aplica en solitario, si no que va acompañada de la contención “química” el dopaje excesivo, suministrar sedantes que incapacitan al paciente de realizar movimientos, en un estado de adormecimiento tal que le es imposible si quiera “molestar” por medio del discurso, el mensaje parece claro en este momento, “si no te compartas como debes (como queremos que lo hagas) serás castigado”… ¿qué ocurre con aquellos que a pesar de estas restricciones continúan manteniendo aquellas conductas tachadas de “anormales”?

Para mi sorpresa descubrí que aún eran utilizados métodos que asumía solo habían sido aplicados en los inicios de la psiquiatría, un método ahora llamado “Terapia Electro-Convulsiva” (TEC), lo que es comúnmente llamado “electroshock”, un método de tortura disfrazado de terapéutica, en mi curiosidad comencé a buscar cuales serían los “beneficios” de dicho tratamiento, contrario a lo que esperaba me encontré con que hay muchos comentarios positivos referentes a este tipo de tratamiento, comentarios sostenidos en su totalidad por algunos psiquiatra; por otro lado, no encontré un solo comentario positivo o a favor del llamado “TEC” por parte de usuarios o exusuarios de servicios de instituciones psiquiátricas, esto deja en claro que no han sido considerados para este tipo de intervenciones, que su voluntad y opinión ha sido nulificada, considerada contraria a los fines de tratamiento, nuevamente y siguiendo la tradición de la institucionalización psiquiátrica son ignoradas las voces de aquellos sobre los cuales se imponen sus métodos, sus llamadas curas.

No puedo imaginar las marcas que estás experiencias han dejado en las personas que han sido sometidas a estas intervenciones, donde la mayor de las veces ha sido en contra de la propia voluntad, intervenciones que se imponen a conveniencia de los ideales médicos, y en muchos casos incluso de los familiares que encuentran intolerable las conductas diversas, disruptivas de la cotidianidad, incomodas frente a la “razón”, ideales que prefieren la supresión de las particularidad y la imposición de la “normalidad”, así sea necesario ejercer violencia con tal de conseguirla.

Años tardé en ir reconociendo está situación, en poder empatizar realmente con aquellas personas que han sido privadas de su libertad no por un crimen, sino por un actuar, pensar, percibir o sentir de manera distinta a lo esperado socialmente, años después al encontrarme con el trabajo con la diversidad pude dar cuenta que es algo que desde la formación académica se promueve, el percibir a los pacientes reducidos a “entes clínicos”, reducirlos para poder percibirlos de forma “objetiva” pero que en este frío mirar caemos en el absurdo de mirarlos como objetos, tomando como referentes  manuales y textos que pretenden definir lo que es la “experiencia humana” reduciéndola a simples manifestaciones de sintomatológicas y del lenguaje,  anulando a la persona que los emite, se ignora su contexto, su deseo o voluntad, la formación nos dice que trabajamos “con” los pacientes, no “para” ellos, mucho menos “junto con” ellos.

Dentro de aquella experiencia vale la pena recordar el caso de un paciente con discapacidad intelectual, al cual, a pesar de los avances sobre trato discriminatorio y la Convención de Derechos se le seguía nombrando como persona con “retraso”, recuerdo que aquel paciente presentaba una discapacidad intelectual “profunda o severa”, no se había determinado si presentaba algún diagnóstico o “trastorno” que justificara su estar en una institución psiquiátrica, no lograban encontrar la forma o el modo en que pudieran comunicarse con él, ya que no poseía “uso del lenguaje” al ser incapaces de diagnosticarlo lo que uno asumiría es que no podrían ingresarlo, más esto no fue una limitante, se le ingresó en el hospital, ¿cómo justificaban esto? Con el argumento de que no había otro lugar que pudiera recibirlo, que podría representar un daño para sí y para otros, los médicos encargados determinaron que lo mejor que podría hacerse era privarlo de su libertad y someterlo a tratamiento médico, y dado que no lograron encontrar la manera de comunicarse con él se asume que todo tratamiento que se le aplicó se hizo sin su consentimiento, vale la pena recordar este caso para pensar como la Institución Psiquiátrica asimila dentro de sí a toda aquella desviación de la norma, incluso aquellas cuyos criterios diagnósticos no se ajustan a las nociones clínicas esperadas.

Una de mañana al llegar al hospital, aquel paciente se encontraba aislado, durante un tiempo se le sujetó a la cama para impedirle moverse, el motivo fue que decidió tomar sus heces y embarrarlas en las paredes, lo cual, como era de esperarse, no había resultado nada grato para el personal, ¿pero no podríamos considerar eso una manera de buscar comunicarse con los otros? De hacer notar la inconformidad, la molestia de encontrarse encerrado en un lugar que nada aporta[6], de esa forma transcurrió su tiempo en aquel hospital, medicalizado[7] de forma que no pudiera ser una “molestia” para sí mismo y para los otros, me surgen dos preguntas al recordar aquel momento ¿sería posible hablar de una doble función de la medicación, considerando que el efecto tranquilizante no solo es para quien toma el medicamento si no para facilitar la situación a quien lo suministra? Y la segunda pregunta es ¿qué hubiera pasado si en lugar de sujetar al paciente a la cama, y sobremedicarlo, el trabajo se hubiera enfocado en buscar modos de comunicación con aquel paciente, utilizando sus propios recursos, brindándole diversas herramientas y medios?

¿para quién funciona la medicación, para quién la toma o para quiénes conviven con aquella persona?

Continuando con la lógica del internamiento, el cual siguiendo sus propios argumentos, se implementa con la pretensión de eliminar posibles riesgos de un daño a sí mismo (a quien se interna) y a los demás, ¿cuál fue el motivo por el cual se internó a una persona con discapacidad intelectual?, hasta donde se tenía registrado en aquel momento no había indicios de que fuera una persona violenta o agresiva, ni para sí misma, ni para los demás, no existía evidencia de que pudiera generarse algún tipo de daño, sin embargo, se determinó que su forma de actuar, “errática”, con “limitaciones” en el entendimiento, “poca capacidad” de comunicación, etc. eran motivos suficientes para mantenerle dentro, con aquellas características se pensaba que difícilmente podría relacionarse de manera “normal” o acorde a lo esperado, ¿pero, esas habilidades de las que supuestamente carecía, las adquiriría dentro del hospital?


[1] Dentro de estas discapacidades se consideran a la discapacidad intelectual y discapacidad psicosocial, es en estas que podemos ir vislumbrando lo que llega a ser considerada como “La Locura”.

Más adelante en el trabajo se abrirán las distintas posturas referentes a la manera de nombrar la locura, y por lo tanto de nombrarse loco o loca. (discapacidad psicosocial, persona loca, usuario o exusuario, superviviente de la psiquiatría, entre otras) pero en este punto desde donde se escribe la perspectiva predominante es la del modelo de Derechos Humanos y el Modelo Social de la Discapacidad.

[2] Estos conceptos se definirán a mayor profundidad a lo largo del trabajo, de forma muy general se refieren a aquellos procesos que desde la psiquiatría se implementan sobre las personas con experiencias de locura o sufrimiento psíquico, reduciéndolas a tan solo un diagnóstico, un malestar o un síntoma, separándolas de sus condiciones de sujeto.

[3]  Al hablar de instituciones lo haré con minúsculas cuando me refiera a la institución como establecimiento, como lo son los hospitales, cuando lo escriba en mayúscula, Institución, será en referencia a las formas sociales como lo es la Institución Psiquiátrica.

[4] En donde me coloco en una posición de desconocimiento referente a los procesos de la otra persona, y es la persona quien cuenta con el saber sobre si misma, desde esta postura se busca que por medio de diversas intervenciones sea la persona quien vaya acercándose a la construcción de conocimiento de si-misma.

[5] En este punto me referiré como pacientes, ya que se encontraban dentro del contexto hospitalario, siendo este el rol que se les asignaba y bajo el cual se asumían.

[6] Me parece importante hacer esta afirmación ya que al considerar esta experiencia no podría pensar que algo pueda producirse dentro de estas instituciones que tenga un valor para los que ahí han sido encerrados, ¿qué beneficios hay de permanecer aislando, impedido de participar en comunidad y de construir un proyecto para si mismo? Sin la posibilidad de participar en los roles de intercambio que se establecen fuera de la comunidad
Incluso cuando los internamientos puedan ser planteados “breves” o de corta duración, aquellas semanas o meses dejarán marcas permanentes en las vivencias de los que la experimentaron, marcas no solo en el desarrollo de cada uno, sino signos que podrán acentuar prejuicios, generando rechazo y exclusión.

[7] ¿A quién se médica cuando se médica? Cabría recordar a Thomas Szasz quien plantea el rol del enfermo como un rol que se asume y que parte del padecer que puede sufrir cada uno, por lo que no todos los que presenten síntomas o situaciones similares padecerán o se consideraran enfermos por sí mismos.   

El medicamento en este sentido deberá de usarse para mitigar el padecer de aquel que se aqueja y se presenta frente al médico, pero nos encontramos con que no siempre sigue estas vías, el medicamento es aplicado en la psiquiatría, la más de las veces ha cumplido la función de acallar aquellos síntomas y conductas que podrían representar una molestia, no a quien las presenta, sino a quienes las perciben desde fuera, el medicamento cumple la función de apaciguar el malestar para los otros, les evita la “pena” de encontrarse con todo aquello que les incomode.

Desmedicalizar la depresión: Entrevista con Milutin Kostić

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Publicado originalmente como Demedicalizing Depression: a conversation with Milutin Kostić el 22 de Mayo 2024, puede consultarse en: https://www.madinamerica.com/2024/05/demedicalizing-depression-an-interview-with-milutin-kostic/ Traducción realizada por equipo editorial de Mad in México.

Milutin Kostić es un psiquiatra serbio en ejercicio formado en la tradición de la psiquiatría biológica que se ha convertido en una nueva figura del movimiento de psiquiatría crítica. Afiliado al Instituto de Salud Mental de Belgrado (Serbia), actualmente es becario Fulbright y trabaja junto a Lisa Cosgrove en Boston cuestionando las normas establecidas en psiquiatría y psicología.

Kostić utiliza su amplia formación y sus métodos de investigación tradicionales para cuestionar los supuestos fundamentales de su campo. Por ejemplo, Kostić critica las premisas erróneas de la investigación genética sobre la depresión, argumentando que pasan por alto la heterogeneidad de la experiencia humana. Utiliza analogías para ilustrar cómo la psiquiatría suele patologizar las emociones humanas, estableciendo paralelismos con el modo en que se malinterpretan las afecciones médicas cuando se ignora el contexto, como cuando se intenta tratar únicamente los pulmones en una sociedad invadida por la contaminación atmosférica.

También hablaremos de su último estudio, que hace hincapié en las ventajas de desmedicalizar las experiencias de depresión en lugar de recurrir rápidamente a diagnósticos y tratamientos posteriores con medicación o psicoterapia. Su investigación también arroja luz sobre los efectos de las narrativas biológicas en las perspectivas de los pacientes, las complejidades de la drogodependencia y el profundo impacto de los diagnósticos psiquiátricos en la identidad individual.

Karter: Para empezar, ¿puedes contar tu historia? ¿Cómo te formaste en psiquiatría y en la psiquiatría biológica tradicional, y cómo llegaste a verte a ti mismo más como un psiquiatra crítico?

Kostić: Me formé en la Facultad de Medicina, donde la atención se centraba por completo en los aspectos biológicos de la medicina. Las dimensiones humanística, social y filosófica estaban al margen, eran casi excepcionales. Se nos enseñaba a pensar de una manera directa de causa y efecto: esto causa aquello, y esto se trata con aquello, con muy poco énfasis en el pensamiento crítico. Por ejemplo, me parece fascinante que, durante mis seis años en la facultad de medicina, nunca oí hablar de ensayos controlados aleatorizados hasta mis estudios de doctorado. Simplemente nos decían: “Esto es bueno, usa esto”. Pero ¿cómo lo sabían? Tuve que hacer el doctorado para aprender la metodología que había detrás de tales afirmaciones.

En la facultad de medicina todo giraba en torno a los exámenes principales: anatomía, fisiología, patología, histología, etc. La atención se centraba siempre en lo que ocurre en el cuerpo. Naturalmente, cuando empecé psiquiatría, lo sentí como una extensión de este enfoque: entender lo que está mal en el cerebro, las emociones, los pensamientos. Durante mi residencia en psiquiatría, simultáneamente realicé mis estudios de doctorado, centrándome en la imagen y la genética de la depresión, intentando identificar subgrupos a través de polimorfismos para comprender mejor estas afecciones. Esto definió mis primeros siete años de formación en psiquiatría e incluso continuó después de convertirme en especialista.

Durante mis estudios de doctorado, era difícil desconectar. Estás en la zona, centrado en tu tesis y en el objetivo de obtener tu título. Esta intensa concentración a menudo suprime el pensamiento crítico. Mi primera conferencia internacional fue un punto de inflexión. Fue en Barcelona, donde asistí a varias sesiones y hojeé libros sobre psiquiatría. Uno de los libros que compré fue “La pérdida de la tristeza”, de Wakefield y Horowitz, que critica el diagnóstico del DSM.

Tras terminar mi tesis doctoral, experimenté una sensación de pérdida y confusión. Había terminado la residencia y formado una familia, así que pensé que debía seguir trabajando en genética. Incluso empecé a formar un biobanco genético en mi instituto y a establecer conexiones con otros institutos de investigación genética. Sin embargo, mi corazón no estaba en ello. Intentaba esforzarme, pero me sentía vacío.

Con el tiempo, reconocí que leer sobre genética y psiquiatría me aburría y me irritaba, a pesar de ser el tema central de mi tesis doctoral. En cambio, leer sobre los aspectos sociales y políticos de la psiquiatría me excitaba y me hacía hervir la sangre. Esta transformación fue gradual y duró aproximadamente un año. Poco a poco, hice un cambio completo, reaprendiendo muchas cosas. Empecé varios estudios alineados con mi nueva perspectiva, que me llenaban más personalmente porque eran más veraces y tenían más sentido para mí. Cuanto más tiempo pasaba en la psiquiatría biológica, más me parecía un castillo de naipes sin cimientos sólidos.

Karter: Gracias. Quiero llegar a sus estudios recientes. Pero para ahondar un poco más en la genética de la depresión, desde tu punto de vista, habiendo estado muy involucrado en ese campo, ¿crees que el principal problema de buscar polimorfismos genéticos subyacentes a la depresión se debe a la heterogeneidad de la depresión -como que el constructo es demasiado amplio e incluye a demasiadas personas con demasiados síntomas diferentes- o crees que hay problemas más fundamentales incluso con la búsqueda de causas genéticas subyacentes de la depresión?

Kostić: Hay una variedad de problemas, cada uno lo suficientemente complejo como para discutirlo durante horas. Mi principal problema es que la premisa de partida es errónea. Cuando tu premisa es errónea, no importa lo excelentes que sean tus estudios, acabarás en un desorden. Estamos comparando manzanas y naranjas, y a esto se le suele llamar la heterogeneidad de la depresión. Sin embargo, prefiero no utilizar ese término porque implica que la depresión es sólo un conjunto de tipos diferentes del mismo trastorno. En su lugar, creo que es más exacto hablar de la heterogeneidad de la experiencia humana. Las palabras tienen peso. Cuando decimos “depresión”, normalmente queremos decir “trastorno depresivo mayor”, y cuando decimos “trastorno”, implica que algo va mal en el cerebro.

Los filósofos de la medicina y los filósofos de la psiquiatría suelen enzarzarse en complejos debates, argumentando que una afección no tiene por qué ser un trastorno médico para ser significativa. Pero esto es academicismo de torre de marfil[1]. En la práctica, cuando un psiquiatra, percibido como una figura de autoridad, le dice a un paciente que tiene un trastorno, a menudo le hace creer que algo va fundamentalmente mal con su cerebro, sus niveles de serotonina o su genética. Aunque puede haber algo de verdad en esto en ciertos casos, es como decir que puede haber un problema con cualquier otra cosa: es incierto, y realmente no tenemos una idea clara.

El problema empieza con la premisa. Nos limitamos a agrupar a las personas con síntomas y preguntarles: “¿Por qué tosen?”. Es como coger a todos los que tosen y meterlos en una resonancia magnética para averiguar por qué. Pero algunas personas tosen por asma, otras por cáncer, una infección bacteriana o un tic. Algunos tosen porque el aire está contaminado. En ese caso, no hay nada malo en sus pulmones, el problema es el aire.

Seguimos asistiendo a un aumento de los diagnósticos, especialmente de trastornos como la ansiedad, la depresión y el TDAH en adultos, que existen en un continuo de normalidad. ¿Hasta qué punto debo estar concentrado? ¿Hasta qué punto debo estar triste o ansioso? Hay una campaña de concienciación sobre la salud mental, pero nadie se pregunta qué hay en el aire. ¿Por qué tose cada vez más gente? Es como si todo se achacara al cerebro. Esta es la base biológica de la medicina, y es fundamentalmente problemática.

Cuando se agrupa a personas que están tristes por diferentes motivos y se intenta encontrar una causa genética, se acaba sin nada. Es inútil. Hubo un estudio enorme de genética y neuroimagen con un millón de controles. El resumen sonaba fantástico, pero cuando lees la letra pequeña, ves los fallos. Hicieron a los participantes una pregunta vaga: “¿Ha ido alguna vez a un psiquiatra o psicólogo por nervios o algo en su vida?”. Este era el grupo de depresión, aunque la pregunta podía significar cualquier cosa. Los que dijeron que no estaban en el grupo de control. Compararon manzanas y naranjas. Incluso con una muestra tan grande, encontraron escasos resultados positivos, explicando sólo hasta el 3% de la varianza. Creo que incluso ese 3% son sólo artefactos, falsos positivos.

Pero, aunque encontraran ese 3%, no es nada. Sin embargo, es un titular asombroso en una revista importante. Ves cómo este aspecto clínico es defectuoso -necesita un millón de muestras, utiliza la mejor genética y las mejores estadísticas- y sigue sin tener valor. Es difícil decirle a la gente que todo esto no vale nada. Vale menos que una revista Cosmopolitan que compras en la calle, pero tiene tanto poder en el discurso que es ridículo.

Karter: Este es un buen punto de partida, porque esta forma de pensar sobre la depresión no sólo carece de valor desde el punto de vista científico, sino que es potencialmente perjudicial cuando la gente empieza a entender sus experiencias a través de este prisma. Quiero retomarlo porque sus dos estudios recientes abordan esta cuestión. Empecemos por el estudio sobre la percepción de los estudiantes de medicina. ¿Puede hablarnos un poco de ese estudio, por qué lo concibió y cómo se desarrolló?

Kostić: Claro. Creamos una viñeta con pacientes que mostraban síntomas de depresión, pero también incluimos algunas circunstancias sociales. Por ejemplo, una viñeta tenía un paciente con depresión cuya madre e hija también habían acudido al psiquiatra. Queríamos ver cómo influirían estos detalles añadidos en la opinión de los estudiantes sobre el tratamiento.

De este estudio, el resultado más importante, en mi opinión, vino de una pregunta básica que hicimos: “¿Cuán eficaces cree que son los antidepresivos?”. Analizamos las respuestas por año de estudio, de primero a sexto curso de medicina.

Cuando preguntamos a los estudiantes de primer curso sobre la eficacia de los antidepresivos, la calificaron justo por encima de ningún efecto, diciendo esencialmente que el efecto era modesto. Esto coincide con los metaanálisis más positivos, como el estudio de Cipriani, que también describe el efecto como modesto. Así pues, los estudiantes de primer curso básicamente acertaron.

Sin embargo, al segundo año, la eficacia percibida empezó a aumentar. Al cuarto año, su percepción había aumentado significativamente, calificando los antidepresivos de eficacia entre moderada y alta. Este cambio pone de relieve cómo la educación puede moldear y a veces distorsionar las percepciones a lo largo del tiempo.

Desde el principio de los estudios de medicina, se nos impulsa a confiar en la medicina y en los medicamentos que recetamos. Nos enseñan que lo que hacemos es intrínsecamente bueno. Creo que esta es la parte más interesante de nuestros hallazgos, porque demuestra que necesitamos una revisión completa, no sólo de la psiquiatría, sino de raíz. Tenemos que abordar la cultura, los medios de comunicación y el sistema educativo para ayudar a la gente a entender que las cosas no siempre son como las presentan. Tenemos que empezar en las facultades de medicina.

Por ejemplo, comos ha mencionado, estoy aquí con una beca Fulbright. En mi propuesta a la embajada americana, me preguntaron por mis planes de futuro. Una de las cosas que escribí fue que quiero introducir un tema en las facultades de medicina sobre el sobretratamiento y el sobrediagnóstico. Por desgracia, cuando los estudiantes llegan a medicina interna, psiquiatría o neurología, la atención se centra sobre todo en lo que se debe y se puede hacer. Casi no se hace hincapié en lo que no se debe hacer. Se da por sentado que hay que hacer algo. Esta mentalidad ha contribuido al estado actual de la psiquiatría.

Karter: Cuando hablaste de tu propia formación al principio de la entrevista, mencionaste que la forma en que se enmarcan los temas como parte del plan de estudios de la facultad de medicina hace que uno asuma de forma natural que estamos trabajando para corregir alguna patología subyacente con herramientas que creemos que podrían ayudar. Este encuadre hace que la cuestión parezca concreta, pero puede ser realmente engañoso. Es interesante que tu estudio demuestre que los estudiantes obtienen lecturas menos precisas de la investigación cuanto más aprenden.

Kostić: Sí, pero no lo están haciendo. No están leyendo la investigación, y eso es un gran problema. La investigación debería formar la medicina basada en la evidencia. En cambio, obtenemos la información de libros de texto que simplifican el mensaje.

Va a ser muy difícil contrarrestar eso porque la alternativa es mucho más complicada. Es mucho más fácil para un médico pensar: “Este paciente tiene estos síntomas, así que le recetaré este medicamento”. Es sencillo, y a los pacientes también les gusta. Se sienten tranquilos, piensan: “Este médico sabe lo que hace. Tiene el control”. Es agradable tanto para el paciente como para el médico, pero no es necesariamente bueno.

Karter: Este es un gran puente hacia el siguiente estudio, el de la espera vigilante y la despatologización. Adoctrinarse en esta forma de pensar sobre la depresión tiene consecuencias, como usted ha dicho, para los pacientes. Llegan y, porque han dado positivo -quizá con su médico de cabecera usando un PHQ-9[2] o algo así, que tiene sus propios problemas-, potencialmente cumplen los criterios para un diagnóstico de depresión. Se enteran de que tienen un trastorno y de que hay tratamientos disponibles. Esto afecta significativamente a la forma en que los pacientes piensan y entienden sus experiencias. Su estudio contempla un enfoque alternativo, utilizando un modelo que se suele ver en los estudios de diseño de tratamientos. ¿Puedes explicarnos cómo concebiste este estudio, cómo se desarrolló y qué se descubrió?

Kostić: Inicialmente, el estudio se concibió como un estudio longitudinal de pacientes con depresión para ver qué ocurre cuando no se trata. No hay muchos estudios sobre esto. Pero pronto quedó claro que no se puede simplemente no tratar a alguien que acude a ti en busca de ayuda. Así que cambiamos nuestro enfoque y decidimos decirles primero: “Quizá no tengas un trastorno”. Muchas personas creen que para validar su sufrimiento necesitan que se les diagnostique un trastorno. Pero no creo que ninguno de mis pacientes no sufra. El hecho de que no crea que muchos de ellos tengan un trastorno no tiene nada que ver con su sufrimiento.

Muy al contrario, creo que para ayudarles de verdad tenemos que entenderles como seres sociales. En la terapia cognitivo-conductual (TCC), que se utiliza en entornos psiquiátricos y se considera basada en pruebas para algunas afecciones, existe el concepto de indefensión aprendida. Esto puede ser cierto y útil para algunas personas. Algunos se quedan atrapados en estos modelos de pensamiento de indefensión, pero luego nos damos la vuelta y le decimos a un paciente que tiene un trastorno depresivo, que en realidad puede causar desesperanza. Así que estamos tratando la desesperanza por un lado, pero causándola por otro.

Nuestro enfoque consistía en decirle al paciente: “Existe la posibilidad de que no tengas un trastorno. No lo sabemos, y no intentamos diagnosticarle. Quizá haya depresión, quizá algunas personas tengan un trastorno cerebral. Lo que sé es que no sé quién tiene un trastorno cerebral, y sé que nadie más lo sabe porque sé lo que dice la ciencia: no lo sabemos. Existe la posibilidad de que no tengas un trastorno cerebral, y existe la posibilidad de que las cosas mejoren”. Esta es la base de la despatologización.

Pero, de nuevo, vinieron porque están sufriendo. No vinieron porque estuvieran aburridos. Vinieron a mí porque algo andaba mal. Vamos a darles algún consejo. No tiene por qué ser psicoterapia. No hace falta ser psicoterapeuta para dar consejos. A menudo, los mejores psicoterapeutas son un padre, un cónyuge o un amigo. Si puedes recibir apoyo de ellos, es la mejor psicoterapia del mundo. A veces, sí necesitas terapia profesional, pero no tiene por qué ser compleja. Puede ser simplemente empatía. Puede ser que alguien te escuche. Puede ser alguien que alivie tu miedo a padecer un trastorno, algo que he visto ocurrir muchas veces en mi consulta.

He visto a personas que parecen muy deprimidas y ansiosas, y cuando les digo: “Puede que sí, puede que no. Esperemos a ver qué pasa. Piensa en qué puedes cambiar en tu vida, cuáles son los problemas”, vuelven al cabo de una semana y me dicen: “Sigo sintiéndome mal por estas cosas, pero ahora es mucho más llevadero. No creo que haya nada malo en mí; solo tengo que averiguar cómo afrontar estas cosas. Ya no necesito venir aquí; sólo tengo que trabajar en toda mi vida”. Esto es algo poderoso.

El segundo aspecto era darles consejos. El tercer aspecto era que no imponíamos nada. Dijimos: “Puede que tengas depresión o puede que no. Podemos darte consejos, pero no tienes por qué aceptarlos. Tienes opciones. Si quieres medicación, puedes tomarla. Si quieres esperar a ver qué pasa, tampoco pasa nada. Los medicamentos tienen riesgos y efectos adversos, así que podemos esperar y ver”.

Algunos pacientes decían: “Doctor, es usted estupendo, pero he venido a por antidepresivos. No he venido a charlar”. Eso es válido. Si les negara la medicación, sólo aumentaría su ansiedad. Hay que abordar este aspecto en la esfera pública porque ya están muy arraigados al mensaje de que la medicación es la respuesta. Respetamos sus deseos.

La toma de decisiones compartida es extremadamente importante. No hicimos un ensayo controlado aleatorizado (ECA) porque creo que sería imposible. Estoy estudiando la forma de hacerlo porque sería el mejor enfoque. Pero es muy difícil hacer un ECA para una intervención psicológica como la espera vigilante. La gente cree que la espera vigilante significa no hacer nada, pero no es así. Este tipo de espera vigilante es imposible en el mundo actual.

Quizá era posible hace 50 o 100 años, cuando alguien venía y decía: “Me siento triste”, y tú podías decir: “Vamos a ver”. Ahora, vienen diciendo: “Doctor, tengo depresión”. El setenta por ciento de los pacientes vienen diciendo: “Tengo depresión”. Primero tenemos que despatologizar.

Me encanta la medicina basada en la evidencia. Creo que es sumamente importante aplicarla en la medida de lo posible y con la mayor frecuencia posible. Pero algunas personas malinterpretan sus aspectos y limitaciones, pensando que siempre nos da respuestas verdaderas. Y no es así. En medicina interna, se puede medir la eficacia teóricamente. En psiquiatría, con todos los impactos culturales, ni siquiera estoy seguro de que podamos hacerlo de forma válida.

Recuerdo a dos pacientes que vinieron a mí con antidepresivos. No se los receté. A veces los receto, pero muy rara vez y normalmente sólo cuando los pacientes me lo piden. Estos dos habían sido recetados por otros médicos. Uno dijo: “Doctor, tengo problemas de impotencia”. Le dije: “Sí, probablemente se deba al antidepresivo. Podemos empezar a reducirlo”. Me contestó: “No, por favor, no me lo quite. Me siento genial. No quiero volver a sentirme como antes. Sólo quería saber si se debe a eso, y si es así, me parece bien”.

El segundo paciente vino con el mismo problema, diciendo: “Doctor, tengo un problema de impotencia”. Le dije: “Probablemente se deba a esta medicación”. Él respondió: “Por favor, hay que dejar la medicación. No puedo vivir con esto”. Ambos tenían razón por sí mismos; ambos tenían su propia verdad. En estos casos no existe una verdad objetiva. Este es el problema de la medicina basada en la evidencia. Cuando analizamos los beneficios, son verdaderos para el individuo. Decir que alguien debe o no debe tomar un medicamento nos lleva a un modelo paternalista en el que pretendemos saber qué es lo mejor.

Es bueno para una persona si cree que es bueno después de analizar los riesgos y beneficios. Por eso no necesitamos un ensayo controlado aleatorizado (ECA) para la espera vigilante. La mera presentación de la opción puede funcionar. En nuestra muestra, dos tercios de los pacientes mejoraron después de tres meses sin fármacos utilizando nuestro modelo. Es una cifra bastante buena.

Karter: Siguiendo con la presentación de los riesgos y beneficios de los antidepresivos a los pacientes, has mencionado la disfunción sexual como uno de los daños potenciales de los que la gente no siempre es consciente. Otra cuestión a la que se ha prestado más atención en los últimos años son los efectos del síndrome de abstinencia tras un uso prolongado. He visto que has publicado sobre la “suicidalidad” que surge de la rápida interrupción de la Venlafaxina. ¿Podrías contarnos un poco sobre cómo hablas con los pacientes sobre los efectos de la abstinencia o la interrupción cuando están considerando comenzar a tomar un antidepresivo?

Kostić: En los entornos clínicos, a menudo no está claro por qué un paciente está empeorando. La suposición automática es que la depresión está volviendo. Eso es lo que me enseñaron en la residencia, y es lo que a menudo se sigue enseñando a los residentes. Esto es también lo que piensan muchos pacientes porque se les ha dicho que algo va mal en su cerebro y que si dejan de tomar el fármaco, las cosas empeorarán.

Una paciente vino a verme con una historia que me llamó la atención. Nunca antes había tenido ideas suicidas. Entonces, la farmacia se quedó sin su medicación y ella no la tomó durante dos o tres días. De repente, por primera vez en su vida, tuvo pensamientos suicidas, que desaparecieron cuando volvió a tomar el medicamento. Seis meses después, no tenía problemas, había ganado algo de peso y su médico decidió ajustarle la medicación.

Lo que me pareció interesante es que su psiquiatra anterior conocía los riesgos, pero no lo suficiente. Le dijo a la paciente, que tomaba 225 miligramos de venlafaxina, que tomara tres días de 150 miligramos, tres días de 75 miligramos, un día sin nada y que empezara la nueva medicación al día siguiente. Esto era demasiado rápido. La gente a menudo no se da cuenta de que puede llevar meses, a veces incluso años, dejar de tomar estos medicamentos de forma segura. Se trata de datos nuevos que muchos médicos y pacientes aún desconocen.

Justo cuando empezó a disminuir el antidepresivo, la depresión pareció volver y tuvo un intento de suicidio, al que afortunadamente sobrevivió. Ahora vamos mucho, mucho más despacio con la reducción. Hubo polifarmacia, pero la venlafaxina fue el único cambio durante este período. Uno de mis coautores, Martin Plöderl, sugirió llamarlo paradigma Desafío-Desafío-Desafío.

Lo que también es interesante, y un poco histórico pero importante, es que la primera vez que oí hablar del síndrome de abstinencia en los ISRS fue en 2019. Esto fue cuando salió la revisión sistemática de Davies y Read, mostrando que alrededor del 50% de los pacientes experimentan efectos de abstinencia, y una cuarta parte tiene efectos de abstinencia severos. Esto fue casi 30 años después de que la Fluoxetina llegara al mercado. ¿Por qué? Porque los fabricantes de medicamentos no tienen ningún incentivo monetario para estudiar esto.

En el 94, el profesor Giovanni Fava publicó sobre la posibilidad de cronicidad de la depresión con antidepresivos, pero la investigación en este campo requiere dinero y personas. A menudo depende de un pequeño número de individuos entusiastas en busca de la verdad, como los de Mad in America, mientras que el otro bando es una maquinaria de miles de personas y miles de millones de dólares. Esta es una de las razones por las que se tardó tanto en prestar atención a este tema. Afortunadamente, en los últimos cinco años se sabe más al respecto.

Me parece fascinante lo voluntariamente ciegos que podemos ser los médicos y los psiquiatras. Ahora tengo la prerrogativa de discutir siempre con mis pacientes la posibilidad de empezar sin antidepresivos. Creo que hacer menos es a menudo mejor que hacer algo innecesario. Pero presento las opciones a mis pacientes y respeto sus decisiones. Cuando quieren probar la medicación, les digo: “Vale, pero que sepan esto: puede causar adicción o síndrome de abstinencia. Si llegamos a eso, téngalo en cuenta para no utilizarlo durante demasiado tiempo si no es necesario. Si decides dejarlo y vuelven los sentimientos negativos, puede que sea el síndrome de abstinencia y no que vuelva la depresión.”

Todo esto lleva su tiempo, lo cual es un problema cuando tienes 30 pacientes esperando. Es mucho más fácil y rápido decir: “Aquí tienes el medicamento; tómalo tres veces al día”. Pero ese enfoque es peor. Tenemos que complicar las cosas, y esto nunca es fácil.

Karter: He oído expresar -quizá una postura bastante cínica- a algunos psiquiatras, especialmente en Twitter y en otros lugares, que proporcionar un consentimiento plenamente informado sobre la limitada eficacia de los antidepresivos y el potencial de daño podría reducir el efecto placebo y, por tanto, el potencial curativo para el paciente. Me gustaría escuchar tu respuesta a esta perspectiva.

Kostić: Como has dicho, es una visión cínica, y se alinea con la práctica de infravalorar los daños y sobrevalorar los beneficios. Cuando pensamos en la toma de decisiones compartida, nos planteamos si un fármaco es bueno, malo o cómo va a curar. Si le digo a un paciente que tiene un trastorno, por supuesto, pensará que necesita un fármaco. Pero esta premisa inicial es potencialmente muy errónea.

Si se mantiene al paciente en la oscuridad para preservar el efecto placebo, se le está tratando basándose en una premisa potencialmente falsa. Si se le dice al paciente que podría no tener un trastorno, el potencial curativo o el efecto placebo se vuelven menos cruciales porque no se le está patologizando innecesariamente. Se trata de una cuestión moral. ¿Tengo derecho a decirle a mi paciente que su carcinoma es maligno cuando podría ser benigno? No. Tengo que decirle las posibilidades. No decimos a los pacientes que van a morir si podrían no hacerlo; les presentamos las posibilidades.

Hemos decidido tratar los síntomas como trastornos, pero puede que no tengas un trastorno. Quizá solo estés triste o tengas miedo porque la vida es complicada.

Comprendo los retos en casos extremos, como la psicosis o la demencia, en los que la toma de decisiones compartida puede resultar difícil. Estos temas se debaten a menudo en plataformas como Mad in America, y aunque no siempre estoy de acuerdo, respeto la necesidad de estas conversaciones. Debemos recordar los peligros de decidir demasiado rápido que alguien no puede tomar decisiones por sí mismo. Sin embargo, hay casos en los que los pacientes tienen dificultades para tomar decisiones, y deberíamos centrarnos más en su cumplimiento. En estos casos o diagnósticos concretos, entiendo un poco el concepto.

Karter: Para terminar, me gustaría hablar un poco de tu futuro. Me pregunto si podrías compartir un poco sobre lo que tú y la Dra. Cosgrove están trabajando para su Fulbright. Antes has mencionado lo que esperas conseguir con ello, pero ¿podrías decirnos algo más sobre hacia dónde ves su trabajo en los próximos años?

Kostić: Bueno, uno de mis objetivos es escribir un libro. Utilizando mi enfoque de toma de decisiones compartida con los pacientes, he adquirido mucha práctica explicando asuntos complejos en términos comprensibles. Me enrollo, como puede ver, y hablo mucho, pero intento que sea comprensible para que más o menos cualquiera pueda entenderlo. Quiero utilizar esta habilidad -o talento, o como quieran llamarlo- para escribir un libro para las masas sobre la conexión entre identidad y desorden.

Cuando decimos a un paciente que padece un trastorno, cambia su identidad y la forma en que se percibe a sí mismo. Quiero explorar esto utilizando varios ejemplos: depresión y ansiedad, TDAH y autismo en adultos, adicción y disforia de género. Cada uno de ellos presenta diferentes aspectos de la interacción entre identidad y trastorno.

En el caso de la depresión y la ansiedad, se trata de un proceso descendente. El mensaje procede de las empresas farmacéuticas, los medios de comunicación y el estamento médico, que dicen a los pacientes que padecen un trastorno, haciéndoles creer que tienen un cerebro defectuoso. En el caso del TDAH y el autismo en adultos, es fascinante porque es un proceso más ascendente, que se origina en las redes sociales y los círculos filosóficos de la neurodiversidad. Estos conceptos ganan tracción en la esfera pública, presionando a los gremios médicos para que se adapten. Y, por supuesto, los gremios y las empresas farmacéuticas están ansiosos por cumplir porque hay ganancias monetarias de por medio.

En la adicción, vemos la formación directa de la identidad. Te pones delante de un grupo y dices: “Soy Kostić, y soy adicto al azúcar”, y esto se convierte en parte de tu identidad para ayudarte a entender y combatir el problema. Creo que este enfoque tiene sus méritos. No digo que siempre sea malo; intento entenderlo desde todos los ángulos.

El cuarto tema es la disforia de género, antes conocida como trastorno de identidad de género. Junto con el trastorno de identidad disociativo, es uno de los pocos trastornos en los que se cuestiona la propia identidad. Esto plantea preguntas y respuestas totalmente diferentes. Se trata de un tema en el que estoy profundamente interesada, y me estoy acercando al final de mi trabajo sobre él. Espero que se publique, pero me sentí obligado a escribirlo y darlo a conocer por mí mismo.

Con Lisa, estamos trabajando en varias cosas. He mencionado la Zuranolona, un nuevo fármaco para la depresión posparto. Hay algunos defectos obvios en la forma en que se presenta y comercializa, y queremos abordar esta cuestión. También hemos terminado una crítica del trastorno de duelo prolongado y la patologización del duelo.

Como ya he mencionado, estoy profundizando en la toma de decisiones compartida, no sólo sobre la elección de fármacos, sino sobre el propio trastorno. Lo uno sin lo otro es inútil. También tengo previsto escribir sobre la brecha fisiológica, un concepto teórico que cuestiona la utilidad de la investigación biológica en psiquiatría.

En medicina tradicional, sabemos cómo funcionan fisiológicamente los pulmones normales y podemos compararlos con los pulmones patológicos. Pero en psiquiatría, comparamos a las personas etiquetadas como “deprimidas” con las que no tienen problemas, lo cual es ilógico. Para entender la patología, deberíamos comparar la depresión con la tristeza. Pero no conocemos la base fisiológica de la tristeza, así que cualquier diferencia que encontremos se considera un marcador patológico de la depresión, lo cual no es exacto. Este descuido en el razonamiento es asombroso.

Cuando vuelva a Serbia, pienso hacer un estudio con Lisa sobre nuestras nociones de las drogas en función de su designación como medicamentos. Esto es importante porque muchas drogas como los psicodélicos, la marihuana y el MDMA, que eran drogas callejeras hace 20 años, se están convirtiendo ahora en medicamentos. Tenemos algunas ideas de cuestionarios para entender la relación de la gente con este cambio. Creo que es muy importante.

Personalmente, estoy a favor de la legalización de todas las drogas. Creo que es una postura moral. Políticamente, los ejemplos demuestran que no debería tener efectos sociales negativos masivos. Pero esto no significa que crea que las drogas son buenas. Todas las drogas pueden ser perjudiciales. El alcohol es una droga legal y puede ser perjudicial. Lo reconocemos con los límites de edad, etc. Es importante que la gente entienda los riesgos y tenga un miedo sano a la droga.

Creo que la designación de una sustancia como medicina disminuye este miedo porque hay un sesgo en el que las drogas callejeras se ven como peligrosas, pero la medicina se ve como buena. Si tomo marihuana para colocarme, es mi elección. Pero si digo que estoy tratando mi ansiedad con ella, puede que empiece a consumirla todos los días, pasando de quererla a necesitarla. Es una premisa peligrosa. Esto también se aplica al MDMA y a los psicodélicos. Creo que deberían ser legales, y la gente debería tener derecho a decidir por sí misma. Sin embargo, preferiría que se despenalizaran en lugar de que se medicalizaran porque el potencial de uso indebido es mayor con la medicalización. Este es otro estudio que espero con interés.


[1] Frase para hacer referencia a una Academia alejada de la gente, donde las problemáticas se abordan como algo lejano o ajeno.

[2] Test que consiste en 9 ítems para evaluar síntomas asociados con la depresión, tomando como base los criterios establecidos por el DSM-IV

Estados Mórbidos, desgaste corporal en la vida contemporánea. Conversación con Dresda E. Méndez de la Brena (Parte 2)

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En su libro Estados Mórbidos, Dresda Méndez nos abre la posibilidad de pensar el dolor corporal más allá de la individualización, pensarlo no solo desde las causantes médicas, sino como resultado de políticas y sistemas sociales que cronifican el dolor, que responsabilizan a la persona y la aíslan en su malestar; es a partir de su trabajo con mujeres con fibromialgia que Dresda nos lleva a pensar en la posibilidad de politizar dolor, de crear nuevos lenguajes y medios para pensar en nuestros dolores, a la vez que se vehiculiza la posibilidad de exigir al Estado asuma la responsabilidad de aquellas condiciones de vida que nos han empujado hacía la cronificación de nuestros dolores.

Los Estados Mórbidos son aquellos que nos quieren cansados, que nos desean enfermos, aquellos que nos imposibilitan a exigir y nos reducen a cuerpos explotables y consumidores.

Esta es la segunda parte de la conversación que pudimos tener con Dresda Méndez acerca de su libro Estados Mórbidos, desgaste corporal en la vida contemporánea, el cual hace tan solo un par de meses cumplió su primer año de haber sido publicado.

Puede acceder a la primera parte de la entrevista en este enlace: https://madinmexico.org/estados-morbidos-desgaste-corporal-en-la-vida-contemporanea-conversacion-con-dresda-e-mendez-de-la-brena-parte-1/

Luis Arroyo: creo que va muy de la mano con la idea de que la individualización de los malestares es también un acto de violencia, que es algo que comentabas, el culpabilizar a la persona de las dolencias, de los malestares cuando hay todo un sistema que obliga a llevar esa vida.

Dresda Méndez: Clara Valverde, que es una autora que yo menciono en mi libro, nos habla de este concepto denominado verbicidio que es aquel que utiliza el lenguaje médico, que individualiza, que responsabiliza y que de alguna manera te hace sentir completamente responsable de tu condición enferma; y para mí no hay mayor oportunidad que la experiencia de las mujeres participantes en el libro para encontrar maneras de romper con esos lenguajes médicos y empezar a crear lenguajes corporales propios.

Por eso creo que mi libro, y los de otras compañeras y compañeros que están escribiendo desde los estudios sobre discapacidad en español, son muy importantes, porque normalmente la mayoría de los conceptos y teorías que tenemos son de origen anglosajón – estudios crip, disability studies –  y gran parte de lo que se convirtió en el ethos político de mi libro era encontrar vocabularios propios situados, desde el lenguaje castellano, para nombrar los dolores que pasan en los países que hablan español desde nuestros propios acentos, y que respondan a circunstancias que nos pasan.

Y, quizá, es una de las críticas que podría hacer de mi propio libro, que sigue utilizando muchas citas de autoras que escriben en inglés, pero escribir es también hacerlo con nuestras propias limitantes, pero sí creo que se pueden construir cosas sobre el andiamaje teórico ya existente y estoy segura que en América Latina tenemos otra manera de entender y nombrar la discapacidad, que no tiene nada que pedirle a la experiecia de los estudios de la discapacidad ingleses.

En América Latina tenemos una relación con discapacidad todo el tiempo, constantemente. Por ejemplo, sal al metro, ve a la calle y ve a la persona que no tiene piernas, que no tiene brazos, que está pidiendo dinero en la calle porque no tiene acceso a lo básico indispesable. Es decir, tenemos maneras propias de abordar la discapacidad física-biológica, pero también social la cual está inducida por el gobierno, que no garantiza servicios de salud que atiendan a las personas que padecen algún malestar. El gobierno descapacita, es descapacitante. La autora Jasbir Puar lo habla desde lo que está pasando en Gaza, en Palestina, y desde ahí saca el concepto del derecho a mutilar, pero en México tenemos una experiencia similar de muerte lenta, entonces, ¿Cóomo encontramos vocabularios que también hablen de la experiencia que pasa aquí?. Los estudios de discapacidad y las teorías tullidas en español están comenzando a crear gramáticas y vocabularios propios que hablan de lo que nos está pasando y, al hacerlo, politizan el dolor.

Luis Arroyo: Si, justo tenemos todas esas influencias y exigencias del Norte Global, que finalmente se ven reflejados en los procesos de escritura, de investigación y producción de conocimiento, que a veces pareciera solo es válido si se hace desde esos parámetros.

Dresda Méndez: Sí, porque lo que tiene la academia, desafortunadamente, es que si quieres acreditarte sabes que tienes que citar lo que es canón, porque tienes que ser  parte de una conversación más amplia. Pero también es verdad, por ejemplo, que hay movimientos desde la academia y movimientos activistas que piensan en descolonizar el Syllabus. Esto incluye, dejar de citar tanto a Donnay Haraway – ya ella no necesita tantas citas,  no le haces un favor si la sigues poniendo como parte de los textos- y mejor ponerla en el pie de página y citar en el texto otras personas; escritoras de color que tienen otros conceptos, a veces, muchas más ricos e identitarios. Al final seguimos privilegiando a la académica blanca y no a la autora de color que tiene otra manera de entender que es el conocimiento situado través de sus políticas de locación.

Entonces, también la manera en que citamos los textos tiene mucho que ver en cómo vamos ayudando a (des)colonizar el pensamiento en los estudios de la discapacidad. Entonces encontremos otras autoras, otras técnicas (#citaatuabuela), otros formatos de citación y reconocimiento. Por eso me gusta mucho el concepto de “vivir a destiempo”, que viene en mi libro, porque es un concepto muy específico, de un cuerpo con una experiencia muy particular que habla de una experiencia que no tienen en inglés.

Luis Arroyo: justo ahora, con la idea de destiempo, creo que es una palabra con la que es muy fácil identificarse, porque creo que es imposible pensar que todas o todos no hayamos vivido a destiempo en algún momento, siempre nos encontramos con un montón de exigencias, y simplemente no logra coincidir con el momento de vida en el que nos encontramos.

Al leerlo lo pensaba en relación el pequeño que tenemos en casa, que tiene ya 3 años, donde sus tiempos y sus ritmos son infinitamente distintos a las exigencias que hay, pero nosotros tenemos que cuidar nuestros tiempos, los de él, y también cuidar los tiempos que se nos exigen, y claro que a los sistemas sociales en los que nos encontramos no siempre les importa, no les importa el cansancio que se pueda tener, el tiempo que se dedica a cuidar a las infancias, a jugar con ellas, etc. y continúan las exigencias de cumplimiento.

Entonces, claro que uno a veces se encuentra a destiempo, no precisamente por alguna cuestión de enfermedad, sino por las propias condiciones de vida en que nos movemos, que no es posible encuadrarlas a las exigencias que vienen de fuera.

Dresda Méndez: Si, por eso a mí destiempo me gusta, porque destiempo es algo que entendemos, porque lo hemos vivido en distintas cuestiones, ésta idea de siempre llegar tarde, de que nunca nos alcanza el tiempo. Destiempo es un vocabulario que logramos entender, y cuando mi participante lo dijo, pensé en que la sabiduría de los cuerpos con discapacidad es algo que no estamos llegando a entender, porque esos cuerpos resignifican el lenguaje y ponen la experiencia ordinaria de un cuerpo con dolor como otra manera de estar en el mundo.  Ella decía “siempre vivo a destiempo” y yo pensaba “pues claro, nosotros también, lo que pasa es que tú lo nombras desde una realidad cotidiana que te pasa por el cuerpo y yo lo veo tan revelador porque no padezco los impedimientos que vienen con ese destiempo”. Hay que reivindicar esas palabras, esos estados corporales y esas temporalidades que solo entendemos cuando nos vemos en condición de ver que vivimos diferentes tiempos.

Luis Arroyo: y que a veces pareciera que solo se nos da la posibilidad de estar a destiempo cuando ocurre alguna tragedia, alguna calamidad, y se exige que después nos repongamos y retomemos, pero hay gente que se encuentra en esa condición día a día, que no le es posible “salir” de esa situación.

Dresda Méndez: Por eso es que el COVID fue tan revelador en muchos aspectos, porque significó muchas cosas para el mundo. ¿Cuándo el mundo pudo parar? Cuando los que tienen cuerpos normativos, en posiciones normativas, deciden que es necesario porque  hay potencialidad de que ellos enfermen, de que ellos se infecten, de que a ellos les pase algo, es ahí donde para el mundo. El mundo se dio cuenta de que se necesitan otros tipo de asistencias para ir a reuniones, otros horarios, otrs recursos mentales – emocionales. Pero en ese formato de mundo es en el que han vivido muchas personas desde siempre.

Entonces, el COVID significó que la posibilidad de enfermar tiene clase social y que es normativa, por un lado, pero también que sí es posible parar y acomodar el mundo en formatos más accesibles y que tenemos la capacidad de adaptarnos. Ya vimos que es posible salir de catástrofes, pero también vimos que en esos escenarios de catástrofe sigue habiendo gente desechable, con trabajos precarios, y que esa gente la condenamos a muerte lenta.

Hay un grupo en Rusia, The Dead Party, que durante los tiempos de COVID hizo un performance donde repartidores de comida rápida se vestían como calaveras e iban por la ciudad entregando pizzas, con una leyenda que decía “necro entrega de la muerte”, como una forma de reflexionar sobre la gente que es desechable, que vive en muerte social, en muerte lenta, y que se necesita que haya gente desechable para que otros sobrevivan. Este análisis necropolitico está en mi libro: necesitamos cuerpos enfermos, el sistema necesita cuerpos enfermos para sobrevivir, el capitalismo necesita gente que se desgaste, gente que se canse, para poder sobrevivir como sistema.

Luis Arroyo: y que en alguna parte también mencionas, que no solo es el uso del cuerpo como físico, sino también la cuestión mental, emocional, y haces referencia a Byung-Chul Han, comentando que el lo aborda en psicopolítica, pero que ya lo habían dicho antes las feministas, que más bien él vino a plantearlo, en otros términos, y que no es solo que no tengamos tiempo para hacer cosas, sino que emocionalmente hay un desgaste, la atención se encuentra difusa pensando en cómo obtener tiempos de ocio al mismo momento que nos preocupamos pensando en cómo sobrevivir.

Y regresando al tema del COVID, me recuerda aquellos videos de gente famosa pidiéndole a la gente que se quede en casa, pero lanzando esos mensajes desde mansiones, con grandes jardines, con albercas, y que la respuesta era “me dicen que me quede en casa, pero debo asegurar la renta, no tengo la comida segura, debo pagar escuelas, etc., no me puedo quedar solo aquí” y aunque ese encierro podía haber sido tomado como un descanso implicó también ese desgaste emocional de estar pensando en cómo tener que seguir produciendo.

Dresda Méndez: De entrada Byung-Chul Han, tiene una mania de no citar a nadie, como si su conocimiento viniera solo, lo que se me hace una práctica muy perversa, que se le permite a los grandes autores y grandes académicos. Hace unos meses vimos, por ejemplo,  la destitución de la directora -mujer de color – de la Universidad de Harvard[1], pero el académico John Comaroff, antropólogo acusado de acoso sexual por sus alumnas sigue ahí, apoyado por otros académicos y académicas. El privilegio de ser académico y escritor sigue siendo apabullante y esto también desgasta los cuerpos de las mujeres.

El desgaste es corporal, pero es también de la psique, y por eso los Estados Mórbidos tienen como componente principal entender que el racismo cansa, el machismo desgasta, la discriminación desgasta, el Estado enferma. Justo veía en la mañana un reportaje sobre la falta de medicamentos en el país, que es de la más alta en los últimos 10-15 años, eso es Estados Mórbidos, eso es necropolítica, eso es dejar morir a la gente intencionalmente, dejarla morir paulatinamente. Por eso retomo mucho el concepto de capitalismo gore, de la autora Sayak Valencia. Lo gore no tiene que ser exclusivamente manifestado en actos espectaculares de violencia, sino que está presente en discursos tan minúsculos e insignificantes. No tener acceso a salud pública de calidad, no tener acceso a medicamentos es una política que decide quien tene derecho a vivir, que la vida de unos va a ser lo que nos va a hacer vivir a otros. Para mí eso es el Estado Mórbido y lo que llamó morbopolíticas, es decir,  situar la enfermedad y la muerte como parte de un vocabulario cotidiano de desgaste. Entonces, para mí, situar la morbopolítica y los Estados Mórbidos en la conversación de los estudios críticos de la discapacidad es uno de los aportes de mi libro. Una manera de entender qué le pasa a nuestros cuerpos en el mundo contemporáneo.

Luis Arroyo: Para continuar con lo último que comentas, al pensar como desde un sistema patriarcal, a un hombre blanco, de cierta edad, de cierta clase social, se le permiten ciertas cosas, como lo que mencionas con Byung-Chul Han, con el tema de Harvard, y al pensarlo en relación con las enfermedades, es más fácil que si un hombre llega quejándose al hospital se le tome como algo de gravedad a si una mujer llega quejándose al hospital por lo mismo tienden a ocurrir cosas como “seguro está cansada, solo es estrés”, e incluso se llega a retratar muy bien en los memes, donde a manera de broma se hace un comparativo en cómo se enferma un hombre, como se enferma una mujer; en donde una gripa leve en un hombre se retrata en “me siento mal, necesito que me cuiden”, mientras que en la mujer se maneja que aguanta, que no ocurre nada, niega el malestar, e incluso a la mujer se le exige que mantenga no solo el cuidado de si misma, si no de los demás, y todo esto minimiza el padecer, los malestares y dolores.

Dresda Méndez: No quiero caer en el discurso de feminismo clase media que habla de un patriarcado de manera homogénea. Creo que hablar de hombres y privilegios es hablar también de una matriz de opresión que afecta a los hombres de formas muy específicas. En esta idea, no es lo mismo el hombre que se enferma siendo blanco, que trabaja en una oficina y tiene acceso a seguro médico, a cómo enferma un hombre racializado y precarizado. Es decir, las escalas de privilegios son diferentes. En Estados Mórbidos yo estoy hablando de estos cuerpos precarizados, esos cuerpos que entienden la enfermedad de manera diferente y que son cubiertos por las instituciones de manera diferente. Cuerpos que están en la intemperie social y política, puestos ahí para que mueran.

Luis Arroyo: Tengo un par de preguntas más, pudieran parecer un poco raras en este momento porque eran más bien introductorias, pero retomando esto último, al hablar de un cuerpo enfermo, me pregunto, ¿cómo llegaste al tema de la fibromialgia? ¿qué te hizo voltear hacia allá?

Dresda Méndez: Yo estaba trabajando en Morelos, era directora de una fundación, y me dí cuenta que me faltaban ciertas terminologías y herramientas para hacer mi trabajo, entonces, apliqué a una beca para hacer máster en género y me fui a España y Holanda. Estando allá decidí hacer una tesis intergeneracional sobre historias de familia, un poco para unirnos en un momento de mucho dolor emocional – la muerte de una de mis tías -, y elegí hacer una tesis sobre historias familiares aldedeor de la menstruación, es decir, qué historias, mitos y realidades de la menstruación nos habíamos transmitido, y entre esas historias, el dolor era una de ellas.  Entonces, me quedé con esa idea del dolor, y cuando me fui a España al doctorado empecé a buscar historias de endometriosis, que me fueron llevando a la fibromialgia. Un síndrome que no tiene un origen orgánico claro, y cuyas sintomatologías son variadas, pero el dolor cronificado es una constante; un dolor que afecta mayoritariamente a cuerpos de mujer.

Luis Arroyo: y finalmente la última pregunta, que en realidad iba a ser la primera, ¿qué son los Estados Mórbidos?

Dresda Méndez: Los Estados Mórbidos son un concepto, una herramienta teórica como resultado de muchas conversaciones que se insertan en una torrente filosófica que se adscriben a los estudios biopolíticos y los estudios necropolíticos, desde Foucault, Achille Mbembe, pasando por Margrit Shildrick, Jasbir Puar, Sayak Valencia, Clara Valverde, López-Petit, que son los y las autoras con quienes estoy dialogando constantemente.

Estados Mórbidos es mi manera de entender la situación de desgaste y morbilidad contemporánea y que señala a este gran bloque de la población que está en constante estado de enfermedad. Estados Mórbidos es un proceso que tiene dos dimensiones: Estados Mórbidos (con mayúscula) y estados mórbidos (con minúscula). Cuando hablo de un estado de morbilidad (un estado mórbido con minúscula) me refiero a la individualización, la autoresponsabilización de la enfermedad, de un estado personal, de una serie de estructuras que juegan con nuestros regímenes afectivos, es decir, esta idea de “si tienes depresión es porque tú no vas al psicólogo”, darle paso al poder terapéutico que nos menciona Santiago López-Petit, ese de “es porque no lees libros de autoayuda, porque no comes adecuadamente”. Esta parte perversa de responsabilizar individualmente el desgaste, la enfermedad y, a partir de ahí, hacer un sesgo en lo que es la responsabilidad del Estado, porque cuando individualizas, la enfermedad se vuelve un átomo y no se entiende como parte de una estructura que te hace enfermar.

Y, por otro lado, cuando hablo de Estados Mórbidos (con mayúscula) me refiero a la necroadministración y necromanejo de la enfermedad, es decir, esas estructuras de poder que no solamente sostienen la enfermedad, sino que se deleitan con la enfermedad porque sacan provecho de ella, haciendo de la  enfermedad  un beneficio para el capital.

Trato de conjugar estas dos vertientes a través de este concepto y esto me ayuda a identificar los problemas de desgaste contemporáneo al cual nos enfrentamos, que si bien en este trabajo está plasmado en una enfermedad especifica que es la fibromialgia, creo que es un concepto que puede ser aplicable para entender, por ejemplo, el desabastecimiento de los medicamentos, para entender las políticas precarias de las jornadas laborales, el COVID Largo (Long-COVID) y la serie de sistemas de desgaste. Es un concepto que ayuda a entender como hay que poner atención a los cuerpos enfermos, pero también es un concepto que no se quiere quedar únicamente en esta crítica, sino que permita ver la potencialidad de los cuerpos con dolor.

Por eso en la introducción menciono como hay cuerpos que desde el mismo corazón de los Estados Mórbidos encuentran quiebres, y por eso en cada capítulo de este libro distingo formas de resistencia provenientes de cuerpos con dolor que, a diferencia de muchos actos de resistencia mayúsculos, son en cambio minúsculos, a veces imperceptibles, pero ahí están y es nuestro labor entenderlos, y ver de qué manera podemos aprender de ellos para una sobrevivencia colectiva.

En estos tiempo que hablamos de Antropoceno, de estados de crisis, de catástrofe, es el momento de voltear a los estudios de la discapacidad, a los cuerpos que siempre han vivido en crisis y han sobrevivido, porque ahí está la sabiduría para sacarnos de los mundos dañados que hemos construido, y de manera específica, creo que Estados Mórbidos es un concepto teórico que puede ser clave para darle nombre a los sistemas complejos que nos hacen enfermar y posibilitan nuestro desgaste. Esa es la contribución que quiero hacer a los estudios de la discapacidad, y Estados Mórbidos es un concepto que me permite ponerle nombre especifico a una condición de constante de desgaste ejercida sobre nuestros cuerpos.

El libro puede conseguirse en México en la librería U-Tópicas: https://www.u-topicas.com/libro/estados-morbidos_18623

O por medio de Amazon:

https://www.amazon.com.mx/Estados-m%C3%B3rbidos-Desgaste-corporal-contempor%C3%A1nea/dp/8412405595/ref=sr_1_1?crid=96O0ROC8A1H4&dib=eyJ2IjoiMSJ9.09cSBSs7xlCJczggtxKZTqbrgljNJlsP14HTQTOKQdjGjHj071QN20LucGBJIEps.vstmBDCMgSZhcdj586FzGdfKGWsycaw1Do0GP6R19Uk&dib_tag=se&keywords=dresda+mendez&qid=1710916244&sprefix=dresda+m%2Caps%2C145&sr=8-1

[1] Claudine Gay

Descifrando el éxito terapéutico: Estrategias de un psicoterapeuta experto

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El artículo se publicó originalmente en Mad in America https://www.madinamerica.com/2024/05/decoding-therapeutic-success-strategies-of-an-expert-psychotherapist/ la traducción fue realizada por el equipo editorial de Mad in México.

La investigación sobre un psicoterapeuta experto demostró colaboración, seguridad emocional, exploración significativa y capacidad de respuesta a las necesidades de los clientes.

No todos los psicoterapeutas son igual de eficaces, por lo que determinar qué hace que ciertos terapeutas sean más eficaces que otros es esencial para mejorar la experiencia de los clientes con la psicoterapia. Un estudio publicado recientemente en Counselling and Psychotherapy Research examinó el comportamiento de una psicoterapeuta muy eficaz en las primeras sesiones con sus clientes. Los análisis cualitativos de las sesiones grabadas mostraron que esta psicoterapeuta actuaba de formas con sus clientes para promover su sentido de agencia y la colaboración entre ellos, apoyar su exploración de experiencias significativas y crear un clima de seguridad emocional.

Estos resultados respaldan el papel central de la relación terapéutica y la importancia de la capacidad de respuesta de los terapeutas a las necesidades de los clientes, y sugieren competencias para la formación de los terapeutas.

Los investigadores, dirigidos por Sílvia Caçado, del Instituto Universitario de Lisboa, Portugal, se describieron a sí mismos como centrados en la persona y existencialistas en su orientación terapéutica, informados por los factores comunes de la terapia eficaz en todas las orientaciones. Hablaron de varias cualidades de los psicoterapeutas eficaces, tal y como se definen en la literatura. Estas cualidades iban desde la valoración de su desarrollo personal y profesional mediante el aprendizaje continuo y la retroalimentación hasta la mejora de la motivación y la esperanza de cambio de los clientes, guiándoles para que aumenten su autoconciencia.

Señalan:

“Sin embargo, hasta la fecha, hay poca investigación empírica centrada en el estudio de las acciones clínicas concretas de los terapeutas altamente eficaces en las primeras etapas de la terapia. La literatura identifica estas primeras fases como momentos cruciales para establecer buenos resultados próximos, como la alianza terapéutica y la introducción de expectativas sobre el cambio.
El objetivo de este estudio era identificar los aspectos más destacados de la realización de las primeras sesiones de psicoterapia por parte de un terapeuta altamente eficaz. Las preguntas específicas fueron las siguientes (a) ¿Qué actividades terapéuticas practica este terapeuta altamente eficaz en las tres primeras sesiones iniciales con estos clientes de buenos resultados? (b) ¿Cómo parecen contribuir estas actividades terapéuticas al éxito de estas intervenciones psicológicas?”.


 Los investigadores seleccionaron a una psicoterapeuta experta de un centro de asesoramiento de una universidad británica basándose en sus resultados clínicos superiores a los de sus colegas y no en la reputación de otros terapeutas, como se hace a veces en los estudios sobre terapeutas expertos. Las grabaciones de las tres primeras sesiones se tomaron de dos clientes que obtuvieron los mejores resultados de su casuística, ambos jóvenes universitarios con depresión.

Para estudiar las acciones de la terapeuta durante la sesión de forma inductiva y contextualizada, los investigadores emplearon un método constructivista de teoría fundamentada para analizar cualitativamente las grabaciones de las sesiones. Las sesiones se transcribieron y codificaron para identificar las estrategias clínicas de la terapeuta mediante el análisis de sus comportamientos e intenciones terapéuticas. La codificación comenzó en un nivel básico analizando las transcripciones línea por línea y, a continuación, mediante la comparación constante de estos códigos, condujo a categorías más centradas y de orden superior hasta que alcanzaron la saturación o cuando el análisis posterior de los datos no produjo nuevas categorías.

Para mantener la reflexividad durante el análisis, los investigadores intentaron poner entre paréntesis sus suposiciones sobre la terapia. Una vez finalizado el análisis, los investigadores llegaron a tres dominios generales de la estrategia clínica del terapeuta, que incluían 12 categorías. Se incluyeron citas de las transcripciones para resaltar estas categorías. Entre ellas, las siguientes:

“Promover el sentido de agencia de los clientes y la naturaleza colaborativa del proceso terapéutico”.

La terapeuta utilizó preguntas abiertas y el diálogo para animar a sus clientes a reflexionar sobre sí mismos, su visión del mundo y sus ambiciones. Les animaba a verse a sí mismos como competentes para afrontar los retos de la vida reflexionando sobre cómo se las habían arreglado bien antes y los recursos psicológicos que habían demostrado. De forma a veces sutil, comunicaba su interés por cómo entendían sus problemas y centraba las voces de sus clientes asegurándose de que fueran ellos quienes dirigieran en última instancia el tratamiento y de que las perspectivas de ella fueran tentativas a su acuerdo.

Al intentar continuamente aclarar y reevaluar los objetivos de los clientes para la terapia, la terapeuta animó a los clientes a expresar sus necesidades y a centrar sus sesiones en ellas. Al negociar y formular conjuntamente las expectativas de la terapia con los clientes, la terapeuta parecía fomentar un sentimiento de reciprocidad entre ella y sus clientes. A menudo se meta-comunicaba sobre sus intenciones respecto a diversos comportamientos y las dificultades relacionales que experimentaban entre ellos en las sesiones.

“Apoyar la exploración de contenidos significativos por parte de los clientes, equilibrando responsablemente entre el seguimiento de los clientes y la introducción de nuevas dimensiones”.

La terapeuta intentaba mantenerse cerca de las narrativas de sus clientes, centrándose en sus experiencias internas de episodios específicos y alejando su atención de las abstracciones sobre estas narrativas y lo que podrían significar. Sus formulaciones clínicas solían ser abiertas. Cuando los pacientes tenían problemas para permanecer en su experiencia, les guiaba de forma más directa, por ejemplo, pidiéndoles que eligieran una etiqueta para un sentimiento en un caso concreto.

La terapeuta era sensible a diversas señales de los clientes durante la sesión, tanto verbales como no verbales, y las señalaba en ocasiones para destacar posibles preocupaciones pertinentes que el cliente aún no había expresado directamente. Intentó aclarar los distintos patrones relevantes que observó en los relatos de los clientes, ya fueran conflictos, patrones interpersonales o estilos de afrontamiento. Estas aclaraciones tentativas parecían resaltar aspectos problemáticos de las experiencias de los clientes, lo que podía conducir a un mayor procesamiento por parte del cliente. La terapeuta también ofrecía interpretaciones a las narrativas de sus clientes, a veces desafiándolas, pero en última instancia estaba atenta a las reacciones de sus clientes para considerar cómo aterrizaban.

“Crear un clima de seguridad emocional basado en la presencia empática, la autenticidad y la consideración positiva”.

La terapeuta utilizó indicios sutiles para comunicar su presencia atenta a los clientes, ya fuera mediante expresiones breves (por ejemplo, “mhmm”) o reflejando las propias palabras de los clientes para validar sus experiencias. Ocasionalmente, como señal de su presencia auténtica, la terapeuta revelaba al cliente su experiencia interna de la sesión para ayudar a interpretar las experiencias del cliente que resonaban con ella.

A través de reflexiones e inferencias, expresó empatía y validó las experiencias de los clientes, lo que condujo a una sintonía entre ella y sus clientes, como lo demuestra la confirmación por parte de éstos de sus aclaraciones y la rapidez con la que se turnaban en el diálogo. Tales acciones parecían cultivar un entorno emocionalmente seguro que llevaba a los clientes a explorar sus problemas en las sesiones con mayor profundidad.

A continuación, los investigadores analizaron cómo se relacionan estos ámbitos y categorías con los hallazgos de la literatura sobre psicoterapia. En particular, se centraron en la importancia de que los terapeutas promovieran la capacidad de acción de los clientes, ayudándoles a explorar sus experiencias de forma significativa y respondiendo adecuadamente para saber si debían guiar o seguir durante determinados momentos de la sesión. Hablaron de cómo la presencia terapéutica se notaba en las acciones de la terapeuta, a veces no verbales, así como en su empatía corporal, que, al sintonizar con su propia experiencia interna, le permitía empatizar con los clientes y comunicárselo.

Basándose en estos resultados, los investigadores sugirieron:

“…Las tres dimensiones principales y sus subcategorías pueden considerarse como una lista de comprobación para los terapeutas en formación. Es decir, los terapeutas en formación pueden observar (o escuchar) sus sesiones de terapia para evaluar si estas competencias están presentes en su intervención terapéutica con los clientes. Esta parte específica de la formación se centra en las primeras sesiones. El mismo procedimiento puede ser aplicado por terapeutas más experimentados”.

Las conclusiones de este estudio reflejan otras investigaciones sobre terapeutas eficaces. Esto es especialmente cierto en lo que respecta a la importancia de cultivar una buena relación terapéutica con los clientes, que consideran que esta relación es una parte significativa de su experiencia de tratamiento.

Los terapeutas eficaces desarrollan habilidades interpersonales en su profesión, a menudo enraizadas en su desarrollo relacional personal. En estudios metaanalíticos recientes, se observó que la capacidad de los terapeutas para formar alianzas de trabajo positivas con sus clientes estaba relacionada con unos resultados de tratamiento más satisfactorios. Los terapeutas empáticos, especialmente cuando son valorados por sus clientes, tenían más probabilidades de obtener mejores resultados clínicos.

La investigación sobre las preocupaciones existenciales y la eficacia del terapeuta muestra que los terapeutas con clientes que desarrollaron un mayor sentido de la vida a través de un fuerte vínculo terapéutico demostraron mejores resultados clínicos. Además, los terapeutas informaron de que cuanto más en contacto estaban con sus propias preocupaciones existenciales, más capaces eran de responder adecuadamente a las preocupaciones existenciales de los clientes.

Existen claras limitaciones en el análisis de un terapeuta y dos de sus casos, incluida la generalizabilidad de tales hallazgos a díadas terapéuticas (terapeuta-cliente) que difieren en las presentaciones diagnósticas y con importantes diferencias en el posicionamiento social. Sin embargo, esta investigación sugiere que los terapeutas de todas las orientaciones podrían aprender a ser más colaboradores con sus clientes y proporcionarles las condiciones necesarias para realizar el difícil trabajo de la terapia.