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Antipsiquiatría y Resistencia Animal (1era Parte)

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Publicado el 18 de Julio del 2016 por resistenciaanimal.noblogs.org, con Giuseppe Bucalo, traducción del italiano al español realizada por Mad in México.

Nota editorial: Esta ponencia impartida por Giuseppe Bucalo nos resulta de gran interés, y nos parece necesaria el compartirla, ya que de manera muy clara el autor nos deja ver los cruces que se establecen entre la psiquiatría y las lógicas de opresión animal, trazando el modo en que ambas instituciones buscan reforzar los medios de control, por medio de los abusos y la opresión con tal de mantener una supuesta noción de normalidad, a partir de este texto nos podemos preguntar si es que hay diferencia entre aquellas prácticas que despojan a los animales no humanos de sus entornos y de sus comportamientos en función del beneficio humano y las prácticas coercitivas de la psiquiatría, incluso cuando estas se proponen como medio de sostener un bienestar común.

Texto del taller celebrado durante el XI Encuentro de Liberación Animal (2015). La transcripción contiene la ponencia de Giuseppe Bucalo y el debate posterior.

La locura y la resistencia como variables anárquicas que perturban los juegos de una supuesta normalidad: como gestos originales y constitutivos, como factor imprevisible, como nivel precategorial que permanece ajeno a la historia, pero que al mismo tiempo la establece y la hace posible. Las razones del paradigma productivo, complejo y jerárquico requieren la preparación del individuo para la funcionalidad. Declinaciones y conexiones entre pedagogía social y domesticación, entre segregación y contención dirigidas a lo que perturba y compromete la fluidez de lo ordinario.

A: Este taller surge de algunas reflexiones, desarrolladas junto con algunos compañeros de Turín y Módena, sobre la conexión entre la antipsiquiatría y el antiespecismo, en particular sobre las similitudes e intersecciones entre la antipsiquiatría y la resistencia animal. Hoy vamos a abrir un debate sobre estas conexiones -que quizás a primera vista pueda parecer arriesgado- y lo haremos con Giuseppe Bucalo, que viene de Messina y trabaja en el campo de la antipsiquiatría desde 1986, autor también de algunos libros (entre ellos “Dietro ogni scemo c’è un villaggio”, 1990 o “DI(zion)ARIO antipsichiatrico“, 1997), a quien cederemos el micrófono dentro de unos minutos.

Además de haber escrito otros libros importantes, cuyos detalles también se pueden encontrar en la web, Giuseppe Bucalo ha llevado a cabo innumerables iniciativas. La primera fue la desarrollada en su pueblo natal, Furci Siculo, donde consiguió crear una red de unos 2.000 paisanos que asumieron las vidas y experiencias de los llamados locos, compartiendo sus problemas, apoyándoles y devolviéndoles consideración, dignidad y sentido a sus vidas.

Para empezar, podríamos utilizar las propias palabras del libro “DI(zion)ARIO antipsiquiatría“, una especie de diario, donde Giuseppe escribe: “La antipsiquiatría es un testimonio de la experiencia de la locura. No se plantea el problema de interpretarla, transformarla, curarla. Este testigo reconoce y respeta su verdad y echa una mano, si puede, a la persona que pretende afrontarla o realizarla. A su manera“.

Con las mismas características, también en el proyecto Resistencia se intenta ponerse del lado, más que dirigir, a todos aquellos animales que actúan por su propia libertad y que llevan a cabo una revuelta, una huida, un intento de vida diferente. A su manera.

Solidarizarse e intentar traducir su protesta al lenguaje de la política humana. La intención es abandonar o erosionar el enfoque paternalista, cuando no pietista, predominante y casi incuestionado en el campo del bienestar animal y dejar de considerar a los animales no humanos como “los sin voz”, seres indefensos o incapaces que hay que proteger y salvaguardar, tratando en cambio de devolverles el estatus de sujetos que resisten e intentan autodeterminar sus vidas, con sus malestares y deseos. Como también se ha hecho en el campo antipsiquiátrico o en otras categorías como las infancias o con las personas privadas de su libertad, estamos empezando a ser testigos y a reconocer finalmente la capacidad de disenso y resistencia incluso en los animales. Y esto creemos que tiene un profundo valor político, el valor político de la rebelión contra el único papel que los humanos podemos imaginar para ellos (convertirse en alimento, vestido, entretenimiento).

También existe una cierta similitud entre ciertas formas de animalismo (el asistencialista o reformista) y la llamada psiquiatría alternativa, ambas representadas precisamente por esa acción paternalista que sólo deja en un segundo plano a los verdaderos sujetos, convirtiéndolos en beneficiarios pasivos de la llamada “buena conciencia animal” y de la “buena conciencia psiquiátrica”. Una buena conciencia que las más de las veces demuestra una incapacidad para captar realmente los mensajes que surgen de esas experiencias o una voluntad de ni siquiera escucharlos.

Del mismo modo que hoy en día la psiquiatría alternativa ya no encierra a los locos en manicomios, sino que los vigila las 24 horas del día en cooperativas sociales, hogares familiares, o incluso (y aquí vuelvo a utilizar las palabras de Giuseppe) “los expone como actores/usuarios involuntarios a la mirada compasiva y lastimera de cualquier público de teatro“, en el ámbito de los derechos de los animales se proclama que uno de los posibles objetivos debería ser garantizar un sofá para cada perro o se ponen en marcha proyectos muy cuestionables como “Link Italia”.

En la página web de Link Italia se puede leer: “Una asociación de profesionales que desde 2009 ha asumido la carga de compensar las graves carencias científicas, culturales y sociales sobre la correlación (Link) entre el maltrato de los animales y la violencia interpersonal, la desviación, la delincuencia en nuestro país. En este proyecto, en la práctica, los estudiosos y profesionales, además de catalogar y sintetizar cada desviación humana, cuentan, a la americana, con la ayuda de los cuerpos forestales, la policía, incluso el FBI y, por supuesto, la psiquiatría.

Al igual que otros proyectos que se ocupan de la violencia contra las mujeres, Link Italia aboga por penas severas para la violencia y el maltrato de animales, habla de víctimas que deben ser protegidas y de autores que deben ser castigados de la forma más ejemplar posible. La cura para los actos criminales en detrimento de los animales, para Link Italia, parece ser la represión despiadada posibilitada por un control capilar e invasivo, recurriendo a ciencias como la victimología, las ciencias de la investigación y, obviamente, la psiquiatría. Desgraciadamente, en el ámbito de los derechos de los animales, hay mucha confusión, y Link Italia es un buen ejemplo, este tipo de proyecto tiene mucho atractivo. Lo absurdo es que en el fondo hablan de liberación animal, es decir, de abrir las jaulas, invocando una dura represión, es decir, de cerrarlas y tirar la llave.

Volviendo a otras posibles conexiones, podemos ver cómo los llamados locos y los animales rebeldes son en muchos aspectos especulares: ambos son considerados portadores de desviación, de una peligrosidad social, así como de una individualidad que no se ajusta (a la cultura dominante imperante). Ambos son sedados, normalizados, curados, contenidos e invariablemente devueltos a los límites de la docilidad y la normalidad social. Los pacientes psiquiátricos han visto sus vidas devastadas por la psiquiatría y muchos de ellos incluso la han perdido, como fue el caso de Andrea Soldi[1], el pasado agosto en Turín, por mencionar sólo un caso reciente.

Para los animales desviados, los que se rebelan, perder la vida es la norma: la mayoría de las veces, de hecho, son sacrificados. Siempre usamos la palabra sacrificar y no matar, igual que se derriba un obstáculo, se elimina algo que se ha atascado en un mecanismo ordenado que, por el contrario, siempre querría que fueran mansos y pasivos, que incluso querría que fueran eficientes y felices contribuyentes a la productividad social humana.

Sin olvidar que, a partir de las condiciones comunes de coacción y encierro, tanto en los locos como los animales, se desarrollan comportamientos estereotipados y autodestructivos, que podemos reconocer muy sencillamente como síntomas comunes de rechazo y disidencia. Pero la disidencia, como bien sabemos, siempre se ha considerado un trastorno antisocial que se patologiza automáticamente. Los pobres, los anarquistas, los homosexuales han sido psicologizados esencialmente porque, con respecto a ellos, se desencadena automáticamente la vocación estructural y social de hacer de su porte político algo invisible, marginal, minoritario.

Es mucho más cómodo para todos no reconocerlo, eliminarlo, ridiculizarlo o tratarlo como una enfermedad de la que se puede curar. Esto es precisamente lo que ocurre con las desviaciones humanas y animales. Si a esto añadimos que sabemos muy poco, o casi nada, de los animales, salvo lo necesario para disciplinarlos o regimentarlos, comprenderemos fácilmente por qué los episodios de resistencia animal no se ven o se interpretan mal. Además, lo que parece una imposibilidad ontológica no es más que el resultado de la enorme desproporción de fuerzas: en los campos de concentración o en los manicomios es tan difícil rebelarse como en una granja o en un matadero.

Para concluir, podemos reiterar que el especismo, así como la psiquiatría, son construcciones predominantemente históricas, culturales y políticas que son cualquier cosa menos neutrales y desinteresadas, profundamente arraigadas en nosotros y que, a lo largo de los siglos, han construido un terreno de separación, marginación y eliminación de todos aquellos elementos considerados indignos de consideración moral, no conformistas, desviados, asociales, marginales e improductivos. La psiquiatría, al igual que el especismo, de hecho, actúa como cobertura ideológica para justificar una teoría jerarquizadora que opera a través de herramientas eficaces para marginar y neutralizar, así como para mantener bajo control, aquellas experiencias y comportamientos que, de diversas formas y a distintos niveles, socavan el orden social (productivo, económico, mental y familiar) en el que vivimos.

Como escribimos en la presentación de este taller, y como Joseph también está “contando por ahí” en sus muchas conferencias, necesitamos absolutamente diferentes narrativas, constituir otra historia, verla e imaginarla. Y de otra gramática para contarla.

Cuando Giorgio Antonucci llegó al manicomio de Imola, utilizó a propósito la palabra liberación para las presas del infame pabellón 14, consideradas las más agitadas. Y consiguió liberarlas. Esta es otra razón por la que, entre las luchas hermanas, entre los fructíferos lazos y extensiones para el antiespecismo, creemos que el movimiento antipsiquiátrico está correctamente situado. Confiamos en que, en la misma medida, el movimiento de Liberación Animal también pueda situarse para la antipsiquiatría.

Por lo tanto, paso el micrófono a Giuseppe que nos contará historias de locura extraordinaria y, después de él, a los compañeros de Turín y Módena, los creadores de este taller, para luego continuar con el debate.

B: En primer lugar, me gustaría pedirte un poco de piedad conmigo porque me encuentro por primera vez haciendo esta especie de vuelo pindárico para buscar conexiones entre estas dos cuestiones. Conozco la cuestión animal muy, muy de lejos, aunque tengo amigos que tienen intereses similares a los tuyos, y hasta ahora nunca me había encontrado reflexionando sobre esto. En estos dos días aquí en el Encuentro, he intentado escuchar y comprender, pero, aunque en mi campo siempre intento ser muy preciso (hasta el punto de corregir con un lápiz rojo a quien se equivoca en un término), para ustedes aquí seguramente seré algo impreciso y por eso les pido un poco de comprensión.

Por mi parte, les prometo la misma comprensión intentando ser menos prolijo de lo que suelo ser, es decir, intentando evitar lo que a veces puede parecer más un tratamiento sanitario obligatorio que una conferencia de la que se puede salir. Pero no garantizo nada. Entonces quizá algunos de ustedes me enseñen a utilizar las palabras adecuadas, porque las palabras son importantes. En mi campo las palabras son esenciales, definitivas, y sólo son palabras. En el campo psiquiátrico no hay nada que no sean exclusivamente palabras o definición: porque no hay sustancia, no hay enfermedad y no hay cura. Todo se apoya en palabras.

Como ignorante impreciso, cuando A me invitó a esta reunión, empecé a pensar en ello porque creo que en nuestros dos campos intentamos refutar lo existente. Probablemente trabajamos, como tú, para ir más allá de obvio. Muchas cosas son obvias. Yo, como buen no animalista, obviamente comparto toda una serie de obviedades sobre los animales que son probablemente las mismas obviedades que mucha gente comparte sobre los psiquiatras. Obviedades que llevamos años intentando derribar; y entonces me vinieron a la mente varios paralelismos que son mucho más terrenales que los mencionados por A (pero éstos también estimularon nuevas reflexiones).

El primer paralelismo que se me ocurre, de nuevo como ignorante y carnívoro, además -ni siquiera podría hacer esta elección que quizás sería importante que todos hiciéramos- es que la mayoría de nosotros consideramos a los animales seres sin alma, sin subjetividad y por tanto utilizables, en todos los sentidos, como objetos. Y mira que lo mismo ocurre con los pacientes psiquiátricos que, a pesar de ser seres humanos vivos y bípedos, en algún momento pasan al ámbito de lo infrahumano, objeto o animal.

No en vano se suele decir que los pacientes psiquiátricos se mueven por instinto como los animales, que no son racionales porque han perdido la razón, que no tienen mente. Y un ser humano sin mente, sin razón, ya no es un ser humano. Lo que siempre se ha hecho con los pacientes psiquiátricos es lo que se ha hecho con los animales, es decir, la experimentación. Se nos dice que la experimentación con animales sirve para encontrar soluciones para los humanos, igual que se nos dice que la experimentación con pacientes psiquiátricos sirve para encontrar soluciones.

Pero el verdadero problema al que siempre se han enfrentado las realidades sociales y los gobiernos es el del control. Toda la experimentación psiquiátrica, toda, ha servido para proporcionar estrategias y herramientas de control social sobre los individuos. Todas las terapias psiquiátricas son utilizadas sistemáticamente por regímenes que controlan a los individuos, todos. Y se da la paradoja de que se puede utilizar el Haldol, que es un psicofármaco de liberación prolongada, como forma de tortura contra los disidentes en los gulags rusos y también utilizado para Andrea Soldi. Andrea Soldi murió por no tomar una dosis de Haldol.

Ahora, no se entiende según qué lógica una inyección dada a Andrea Soldi es una cura y dada a un disidente ruso es una tortura. En realidad, no es más que tortura, aunque las multinacionales farmacéuticas la justifiquen de otra manera. En realidad, la lógica de su utilización es la misma. Luego está la experimentación, la clásica.

Como bien saben, la medicina ansía disponer de un número ilimitado de conejillos que pueda utilizar a su antojo. En el antiguo manicomio de Milán, en el sótano, hay trozos de seres humanos momificados vivos para probar el proceso de momificación. Los manicomios, al igual que los orfanatos, se habían convertido en lugares para experimentar con todo tipo de terapias baratas.

Básicamente tenemos el mismo principio: puedo hacerlo porque ya no tengo un ser humano delante. Puedo experimentar con animales porque no reconozco en ellos el principio subjetivo de racionalidad, y también puedo hacerlo con pacientes psiquiátricos por la misma razón.

El especismo y la psiquiatría ciertamente tienen puntos que son similares como la domesticación, mencionada por A, que en psiquiatría se llama rehabilitación psiquiátrica. En psiquiatría la palabra “rehabilitación” suena mucho mejor, parece un término médico, una acción que alguien realiza para ayudar a recuperar las capacidades perdidas, pero en realidad es la misma práctica: se doméstica, en el

sentido literal de la palabra, a aquel individuo que se comporta de forma desordenada y crea problemas a causa de este desorden. Me gustaría subrayar que en la antipsiquiatría, por el contrario, no se intenta inventar una terapia diferente para las llamadas enfermedades mentales. La antipsiquiatría, tal y como nosotros la practicamos y entendemos (aunque encontrará a otros que la entienden de forma diferente), no es una teoría ni una ciencia. Nuestra experiencia es la de unas pocas personas que simplemente intentan hacer posible que otras personas, tratadas como enfermos mentales, puedan existir y puedan realizar sus ideas, sus pensamientos permitiéndoles tratar diferentes problemas de la forma que consideren oportuna con total libertad, como se nos concede más o menos a cada uno de nosotros.

Solemos decir que los pacientes psiquiátricos no son personas que tienen problemas, sino que son personas que crean problemas. Por eso también se parecen mucho a los animales no humanos -con los que usted trata- cuando desobedecen o se rebelan. El problema entonces no es tener un problema en el cerebro, sino crear problemas por ser quién eres, por lo que dices y por lo que piensas. La psiquiatría, cualquier psiquiatría -no hay psiquiatrías buenas o malas en este sentido- ha hecho y hace este trabajo de mistificación absoluta, total, por el que el pensamiento humano, el comportamiento y las reacciones humanos se toman en consideración no tanto porque puedan ser lícitos o ilícitos, morales o inmorales, correctos o incorrectos, aceptables o inaceptables, sino sólo como enfermedades o síntomas de enfermedad. Ahora te das cuenta de que este tipo de teoría es arbitraria porque permite un control absoluto sobre toda una serie de comportamientos y permite una serie de acciones violentas sin revelarlas como lo que son. Thomas Szasz decía que el diagnóstico de una enfermedad mental, es decir, definir un pensamiento o un comportamiento como una enfermedad mental, no nos dice nada sobre ese comportamiento o ese pensamiento, no nos ayuda a comprender nada más, pero nos autoriza a actuar.

Así que, si no se llama enfermo mental a Andrea Soldi, si no lo es, lo que se le ha hecho sería obviamente y para todos, no sólo para los antipsiquiatras, un asesinato. Probablemente premeditado o preintencionado, pero seguiría siendo asesinato. Por otro lado, el debate que aún se mantiene sobre el caso de Andrea Soldi se ha centrado en la forma errónea de llevar a cabo un acto médico y en que el personal sanitario no estaba suficientemente preparado. Ese acto de sujetar por la fuerza a una persona, según el debate en curso, no es violencia, no es secuestro, sino sólo un acto médico. En el caso de Soldi, estamos hablando simplemente de negligencia, de inexperiencia, de alguien que tuvo que hacer un trabajo que no sabía hacer. Esto es lo que le pasa y a todos nos parece evidente. Si quitáramos la enfermedad mental, si

Andrea Soldi no hubiera sido considerado un enfermo mental, cualquiera de nosotros pensaría que fue un asesinato y ya está. Ni siquiera habría discusión.

En este caso, sin embargo, no se habla de asesinato, como en el caso de Franco Mastrogiovanni, que estuvo atado a su cama durante 87 horas. En este caso, por pura casualidad, existe una película que recoge toda la agonía de Franco desde el primer momento en que fue atado a esa cama hasta el último momento en que expiró. Aunque existe esta película, ayer mismo se celebró una nueva vista en el juicio de apelación y de nuevo ayer los abogados declararon que, viendo esas imágenes, no vieron a un hombre de 70 años atado a la cama y dejado allí sin agua ni comida durante 87 horas, sino sólo a un enfermo mental que estaba agitado y que, por lo tanto, la decisión de atarlo fue la correcta.

Incluso hoy en día, seguimos viendo debates bastante acalorados sobre si la contención utilizada en psiquiatría es permisible o no. Nunca ha habido debates sobre si sujetar o no a una persona mayor, o una infancia. Ni siquiera nos planteamos el problema porque sería obvio no sujetarlos. En psiquiatría, lo que es obvio con respecto a cualquier ser humano, para un ciudadano, ya no lo es para los pacientes psiquiátricos.

La hija de Giuseppe Casu, que también murió atado a la cama en el psiquiátrico de Cagliari, invitada a hablar en uno de nuestros encuentros en Sicilia, cuenta que entró en el psiquiátrico, vio a su padre atado (a diferencia de la familia de Mastrogiovanni, a la que se lo impidieron) y recuerda también que su padre le pidió que se lo llevara. ¡Ella le dejó allí! Y su padre murió al cabo de siete días. Admite, con toda sinceridad, que pensó en una razón justa para la contención de su padre: tal vez se había agitado, tal vez se había puesto nervioso. Si hubiera sido su hijo, si hubiera ocurrido en otro pabellón, al menos habría protestado. De hecho, admite que en ese momento se sintió inconscientemente condicionada por las prácticas psiquiátricas. Cuando Grazia Serra, la sobrina de Mastrogiovanni, dijo que esos pabellones deberían tener las puertas abiertas, yo repliqué que los pabellones psiquiátricos no deberían existir en absoluto y que nadie debería ser llevado allí contra su voluntad, porque puedo asegurarle que aunque estuvieran abiertos o con paredes de cristal, la mayoría de nosotros no protestaríamos de todos modos.

El problema no es que se cierren y se hagan invisibles, el problema es que no entramos en los psiquiátricos, no queremos entrar en ellos y no queremos verlos.

Todo lo que ha surgido en términos de crítica a la psiquiatría siempre ha surgido por instigación de alguien que ha estado en ella, ya sea porque fue víctima o porque trabajó en ella, mientras que la gente corriente no suele entrar en los psiquiátricos hoy en día, al igual que no entraba en los manicomios ayer.

La historia del asilo es entonces paradigmático de lo que es nuestra realidad: la psiquiatría es la mano armada de cada uno de nosotros, de todos los que nos sentimos normales, y actúa para defender nuestra normalidad, nuestro orden mental y social. Luego a muchos de nosotros, incluso en el campo de la antipsiquiatría, nos gusta retratarnos en una realidad más apropiada. En realidad, la psiquiatría existe y funciona no sólo por el poder que le da la ley, sino también por el consentimiento que le damos.

Jamás se nos ocurriría desatar espontánea e instintivamente a alguien en un pabellón. Tendríamos la reacción que tuve yo, en una experiencia de hace unos 25 años que todavía llevo conmigo, cuando un señor sardo[2], en el patio del hospital psiquiátrico de Mesina, nada más verme (yo era entonces muy joven, una época de la que tengo nostalgia, pero también era muy tonto) se acercó a mí y, como primera cosa, probablemente pensó: “Te sientes alternativo y libertario, tienes el pelo largo, vienes aquí y quieres ser un libertador”. Entonces me dio una de esas enseñanzas que siempre recordaré, porque mostró toda mi escasez, toda mi miseria y todas mis limitaciones. Estaba atado con las manos a la espalda y en aquel patio sólo estábamos él y yo. Cruzó todo el patio, se paró frente a mí y me dijo: “Desátame” y luego me miró. Me quedé petrificado, yo que había dicho que era anarquista, que era libertario, me quedé petrificado. Y en esos diez segundos pensé: “Le desato y me ataca. Si está atado es que es violento”. Ni siquiera me dio tiempo a pensar o a tomar una decisión. Se marchó y me dio la prueba, aunque no la necesitaba, de que a pesar de toda mi formación, de mi sensibilidad, no era diferente de aquellos médicos, de aquellos enfermeros, de aquellos barrotes que le encarcelaron, porque yo también, como todos ellos, no le habría desatado, ese no habría sido mi primer acto. Me di cuenta después, conociéndole, porque con el tiempo nos hicimos amigos, de que lo había hecho a propósito. Ni siquiera quería que lo desataran, sino simplemente demostrarme, como intentaba hacer con todos, que éramos, sin excepción, parte integrante de esa cosa informe, de esa galera que es el prejuicio psiquiátrico.

Teníamos la ilusión de que el manicomio consistía en esas paredes, esos psiquiatras, esos barrotes. En realidad, el manicomio lo formamos todos nosotros. A otro señor, en Mesina, le practicaban el shock insulínico, que consistía en la experiencia de que te cogieran todas las mañanas, te pusieran en una camilla, te pusieran en coma con insulina y luego te despertaran. Me contó que vivía con una angustia terrible porque despertarse cada día significaba todo esto. Así que se escapaba del manicomio y su padre lo volvía a traer, y si no era su padre era su hermano o su amigo, porque todo el mundo fuera estaba convencido de que era allí donde debía estar, porque era allí donde lo trataban. Así que no es sólo el manicomio el que es un lugar cerrado, no es sólo el psiquiatra el que cierra, sino que es sobre todo lo que está fuera lo que cierra toda . El manicomio estaba cerrado desde fuera, desde nosotros, los de fuera, que solíamos encerrar a la gente. Si no lo entendemos, volveremos a hacerlo.

De hecho, hemos conseguido confiar la superación del asilo precisamente a los psiquiatras. ¿Lo entienden? Dijimos: la psiquiatría necesita el asilo, luego decidimos que el asilo ya no era la respuesta correcta porque la Organización Mundial de la Salud había decretado que no era correcto, ¿así que decidimos que había que superarlo y quién le encomendamos la tarea? ¡A los psiquiatras! Recuerdo que en los años en que sólo hablábamos de manicomios, había estos psiquiatras, que habían dirigido manicomios hasta el día anterior, a los que se invitaba a conferencias para que nos dijeran cómo superarlos, como si ellos no tuvieran nada que ver.

He oído hablar de los manicomios como de los campos[3] [de concentración], pero nunca he visto ningún Nuremberg, nunca he visto ningún juicio en el que se juzgue a los médicos y enfermeras que trabajaron. Todos los médicos que trabajaron en manicomios llegaron a ser catedráticos, enseñaron en universidades y siguen enseñando a la gente que quiere licenciarse en psiquiatría. En aquella época yo decía “dejemos de llamarles campos, dejemos esta pantomima porque nosotros creamos este sistema, porque nos sirvió”. En un momento dado se volvió demasiado sucio también porque un médico, un tipo llamado Basaglia, llega a un hospital y empieza a sentirse un poco incómodo consigo mismo y no queriendo ser cómplice de lo que encuentra, lo denuncia. Pero él estaba dentro, nosotros estábamos fuera y hacíamos como que no nos enterábamos.

Creo que también es importante recordar que mientras existieron los manicomios, nunca hubo asociación de familiares. No había ninguna asociación de familiares en Italia. Ninguna. Sólo después de que se cerraran los manicomios y se diera el alta a las personas, muchas de ellas incluso de un día para otro, llegaron las reacciones de los familiares. Inmediatamente después. Y entonces uno se pregunta por qué, antes, ninguno de ellos se daba cuenta de dónde estaban sus familiares y qué era el asilo. ¿Ninguno de ellos lo sabía? ¿Eran todos inconscientes?

Esta es la falsa conciencia que tenemos todos, nadie excluido. Una vez estaba en Turín dando una conferencia y estaba hablando de esto y una chica se levantó y me dijo que yo tenía razón porque eran sus vecinos los que llamaban a los psiquiatras. Porque ellos, los psiquiatras, no tienen ningún deseo, ninguna voluntad, normalmente, de salir de sus consultas y venir a tu casa y si pudieran lo evitarían encantados. Vienen porque les llaman los familiares o los vecinos.

Precisamente por eso, nuestra experiencia en la pequeña ciudad de Furci Siculo se centró sobre todo en intentar detener el Tratamiento Sanitario Obligatorio. En dos años, conseguimos pararlas todas y lo hicimos precisamente porque ya nadie llamaba a los psiquiatras. Ni a nosotros como antipsiquiatras, sino a la gente del país. Principalmente, y aquí debo corregir a, fue mi madre mucho más que yo, porque ella, a diferencia de mí, es una persona integrada en el tejido social del país.

Ahora, tarde, reconozco cómo muchos de nosotros hemos estado secuestrados en el sistema educativo que, si bien nos hace muy inteligentes y nos permite saber muchas cosas, también nos hace perder las raíces con los lugares en los que vivimos. Eso también nos pasó a nosotros: fuimos a estudiar, a hacer prácticas dentro de un manicomio y volvimos a nuestro país con la pretensión de saber y poder enseñar cómo tratar a los psiquiatras, qué estaba bien y qué no. Pero hablábamos y ¡nadie nos entendía! Hablábamos de liberación, de derechos, de sujetos. Siempre digo, bromeando un poco, que, en Sicilia, en mi país, la idea de que existe un “sujeto” no es un hecho. Más bien, aquí existe una “mente colectiva”, y en las muchas ciudades que existen por todas partes en Italia y particularmente en Sicilia (no en las realidades desarticuladas de las grandes ciudades). Así, por ejemplo, si hablas de derechos subjetivos, te responden: ¡¿cuándo los han tenido?! Así que nos ayudó mucho, a la hora de gestionar las distintas situaciones que queríamos resolver, utilizar a nuestras madres.  

Entonces ideamos una estratagema experimental muy interesante, basada en el hecho de que cuando alguien tenía que ser ingresado en psiquiatría, tenía que haber una especie de juicio colectivo que confirmara que estaba enfermo y, en consecuencia, que la privación de su libertad podía estar justificada. Si todo el mundo estaba en desacuerdo, se convertía en una especie de pecado contra toda la comunidad coger a uno de sus miembros y encerrarlo en algún sitio. Así que se necesitaba unanimidad.

Entonces, ¿qué ocurría normalmente cuando había confinamiento forzoso? Que independientemente de lo que uno hiciera o dejara de hacer, y esto sigue siendo así hoy en día, eran los rumores sobre uno hacía o dejaba de hacer los que tenían más valor a la hora de determinar tu incautación/condena. Si un rumor que decía “es malo, lo está rompiendo todo” llegaba a nuestro alcalde (que era médico, por

cierto), es decir, a la persona que debía autorizar la Tratamientos Sanitarios Forzosos, se intentaba que otros rumores entraran en el circuito social con el objetivo de definir lo que estaba ocurriendo de forma alternativa. Por poner un ejemplo: si corría el rumor de que había un loco que lo destrozaba todo y atacaba a su madre, entraba en el pueblo otro rumor que decía, por ejemplo, que no se trataba de una persona violenta, sino simplemente de alguien que había sido torturado por su madre durante muchos años. Estos rumores se sumaban al primero con vida propia, por lo que el alcalde se enfrentaba a dos opciones: ¿hay que castigarlo o es una víctima? En este impasse, ocurrió que el alcalde no firmó la autorización para el Tratamiento Sanitario Forzoso, porque sintió la necesidad moral, antes de excluir a uno de sus ciudadanos de la comunidad, de aclarar qué era lo correcto. Este impasse no fue creado por, sino por nuestras madres que, de comadre a comadre, pasaban una historia diferente para definir a esta persona de otra manera.

Cuidado porque en la psiquiatría es cuestión de definición: si crees que se trata de una pobre víctima de su familia, que para el tráfico o tira cosas por el balcón, la justificas, la toleras; si, por el contrario, crees que no tiene razón, entonces la psiquiatrizas. Este mecanismo bloqueó toda una serie de actos, hasta que el alcalde decidió hacer una cosa experimental con nosotros: (quizá la única que se ha hecho en toda Italia y que ya no se hace, por desgracia) antes de decidirse por cualquier Tratamiento Sanitario Forzoso nos llamaba y nos pedía nuestra versión. Y hacíamos experimentos muy interesantes, por ejemplo, haciendo trampas e inventando cosas de la nada. Así, si se informaba al alcalde de que un joven se había vuelto loco, había tirado cosas a sus compañeros de trabajo y andaba por ahí descontrolado, lo buscábamos, no lo encontrábamos porque se había vuelto loco, volvíamos al alcalde y le decíamos que nos habíamos encontrado con él y que estaba perfectamente tranquilo y que, por lo tanto, no había motivo para el Tratamiento Sanitario Forzoso. Todo era falso, porque ni siquiera le habíamos visto, pero así se dejaba al chico en paz. A otro chico tampoco lo hospitalizaron nunca, lo dejaron en libertad de movimientos y encontró sus propias referencias. Entre ellas, la principal era la panadería. Desde entonces, cuando me preguntan qué instalaciones podrían ser alternativas a la psiquiatría, sugiero las panaderías. ¿Por qué panaderías? En mi pueblo, la panadería era el único establecimiento social abierto toda la noche. Este chico no dormía por la noche y su madre estaba muy preocupada. Estábamos muy molestos porque íbamos detrás de él y tampoco dormíamos, pero llegó un momento en que encontró la panadería abierta, entró, encontró a unos chicos horneando y no les molestó. Se sentaba allí y viendo el pan hacerse se relajaba (parece que la panadería tiene este efecto (y creo que todos los que tienen desviaciones psicológicas pueden dar muchas explicaciones a esto). Por cierto, la panadería era un sitio acogedor y podía estar allí tranquilamente todo el tiempo que quisiera. Su madre estaba tranquila, dormíamos y simplemente todo funcionaba.

En Bolonia, otra señora me dio otra interpretación antipsiquiátrica. Me dijo que sufría de ansiedad y ataques de pánico y que el único lugar donde podía estar tranquila eran las iglesias. Sólo que las iglesias, confírmame si sigue siendo así, cierran a las seis de la tarde y por eso ella volvía a entrar en pánico. Así que sugerí a mis camaradas antipsiquiatras de Bolonia que hicieran campaña para mantener las iglesias abiertas todo el día.

Las cosas que hace la gente para relajarse no son las que propone la psiquiatría. De alguna manera hemos intentado escuchar a la gente a partir del conflicto que nos plantean, de las ideas que tienen, y siempre hemos intentado, a partir de ahí, abordar los problemas reales, que no son los que solemos imaginar. Otro ejemplo: la gente de las estaciones. No me pregunten por qué, pero casi en todas las estaciones del año hay un tipo con auriculares paseando solo y a menudo oigo que el chico está sufriendo, que está enfermo. Pero ¿por qué está enfermo? ¿Está sangrando? ¿Está llorando, está diciendo algo? Aquí hemos sustituido, en parte debido a la psiquiatría, la idea de estar enfermo por conceptos que realmente enferman. Porque alguien que permanece 12 horas bajo la lluvia puede no sentirse enfermo. Sin duda somos nosotros los que nos sentimos enfermos si nuestro padre, nuestro hijo, nuestro hermano hace lo mismo. A menudo tergiversamos el concepto de enfermedad, de estar enfermo, y nos sentimos autorizados a forzar la libertad y las elecciones de los demás, hasta llegar a paradojas dramáticas. Porque no es que obliguemos como imaginamos que obliga la mala psiquiatría -por cierto, la mala psiquiatría obliga paradójicamente mucho menos que la psiquiatría basagliana, que en cambio es buena-, que ordena “quédate quieto, no molestes, te hospitalizo” y se detiene ahí.

Obliga la psiquiatría basagliana a forzar un cambio en toda tu vida, ¡en toda! Sobre con quién andas, cómo administras tu dinero, dónde te alojas, qué cine ves, qué novia tienes. La buena psiquiatría controla tu vida en totalidad. Cuando en Trieste dicen que tienen un servicio abierto las 24 horas del día, me horrorizo y me estremezco porque si te controlan las 24 horas del día, significa que no tienes ni un solo momento sin control, no tienes la posibilidad de vivir un momento erótico sin control, de tener un dolor de cabeza propio. En todo momento, tienes a alguien a tu lado que te reeduca, que te devuelve a la razón.

El gran problema real (que creo que es análogo a los actos de resistencia animal a la domesticación) es que nuestra obsesión es hacer entrar en razón a la gente, incluso cuando sus razonamientos o su comportamiento no ponen en peligro a nadie. Es decir, intentamos cambiar a las personas incluso cuando sus ideas simplemente no coinciden, no se ajustan a las nuestras, y por tanto las consideramos negativas. Otro ejemplo: uno de los dos hermanos neocatecumenales sicilianos (los neocatecumenales son una de las muchas corrientes de la religión católica y entre las muchas afirmaciones retoma el lema franciscano que predica vivir en la pobreza; incluso en el budismo se dice lo mismo: si no estuviéramos tan atados a las cosas, seríamos ciertamente más felices y libres de ataduras inútiles) que se llamaba Alessandro (ya ha muerto), se había tomado muy en serio estas reglas religiosas, así que lo dejó todo, se quitó los zapatos y dio la vuelta al mundo durante algún tiempo. En un momento dado, por una razón que desconocemos (seguramente debió de ser por voluntad divina y no por la nuestra), se detuvo en nuestra primera casa, fundada en 2000, a la que llamamos “Casa de Hilde”. Este nombre viene de una canción de De Gregori, de 1978 creo, donde cuenta la historia de Hilde, una señora extravagante que se aloja en los Alpes y toca la cítara, que en un momento dado acoge a dos personas, un padre y un hijo contrabandistas de diamantes. Se quedan en casa de Hilde hasta el día en que llegan los aduaneros, que les seguían la pista, pero sólo estaban interesados en recuperar los diamantes. No los encuentran porque Hilde los ha escondido para salvar a los contrabandistas.

Nuestra casa nació con el mismo propósito, como refugio para forajidos, no necesariamente forajidos criminales, sino al margen de las leyes normales. Uno de los hermanos llega a casa de Hilde sin zapatos. ¿Y qué hacemos? Intentamos convencerle de que se ponga los zapatos, pero sin conseguirlo en ese momento (aunque se los pondrá, más adelante) porque se niega rotundamente y lo hace con argumentos más que válidos y justos. Cuando el hermano se entera de que el otro está en casa de Hilde, se catapulta hacia nosotros y nos dice: “¡Pues entonces admitámoslo!”. Le miro y no lo entiendo. Tal vez podría entender esta petición en los días en que Alexander estaba fuera en el frío, descalzo, sin dinero, comiendo de la basura, pero ¿ahora? Se quedaba con nosotros, tenía un techo y una comida caliente. Estaba a salvo, ¿por qué darle cobijo ahora? Entonces concertamos una cita con los dos hermanos. El primero nos explicó que teníamos que hospitalizar a Alessandro porque si seguíamos con la idea de que estaba bien vivir así nunca tendría una pensión, una familia, un hogar. Estaba muy preocupado por él y por su futuro. Alessandro, por su parte, estaba preocupado por su hermano de la misma manera porque pensaba que, teniendo trabajo, casa, coche y tantas otras cosas, había perdido su alma. ¿Cuál fue nuestra respuesta? Les dijimos a los dos: “Tienen dos visiones diferentes de la vida, puede que hayan tomado decisiones diferentes, pero ¿por qué uno tiene que estar loco y el otro no? Sigan el camino que les parezca correcto”. Cuando su hermano se marchó, Alessandro nos contó otra historia que me parece emblemática y que también orientó nuestra forma de evaluar los problemas: él y su hermano siempre habían tenido enfrentamientos, incluso una vez se habían peleado por un terreno que compartían en el que querían cultivar un huerto. El hermano quería cultivarlo con todas las de la ley, seguir las estaciones, las lunas, etc. Alessandro decía que no había que hacer nada y que Dios lo proveería todo (era franciscano, por lo que creía que nadie debía interferir en el orden natural y que todo vendría por sí mismo). Tras constantes discusiones, Alessandro propuso a su hermano dividir el campo por la mitad. Cada uno cultivaría su huerto como prefiriera. Alessandro obtiene coliflores pequeñas mientras que su hermano obtiene coliflores de medio kilo. Cuando llegaron al mercado, Alessandro vendió todas sus coliflores porque eran más aprovechables mientras que las de su hermano estaban todas sin vender.

Alessandro le dijo entonces a su hermano: “¿Ves que confiar en Dios es lo correcto? Así pues, el problema no es quién tiene razón y quién no, sino el hecho de que debemos dejar que la gente pueda cultivar su propio huerto como haya decidido hacerlo. La antipsiquiatría no es una manera diferente definir las cosas, es simplemente intentar dar a la gente la oportunidad de poder definirse como quiera y de poder practicar lo que haya decidido. Eso es lo fundamental. En nuestro campo, y creo que también en el suyo, lo fundamental está ahí: el reconocimiento de la subjetividad de cada ser, de cada individuo y su responsabilidad por lo que hace…”. y lo que piensa. Este concepto es más fundamental que cualquier cosa práctica que uno haga.

La gran revolución que hemos hecho en nuestro país es decir que la enfermedad mental no existe. Esto no es un eslogan, sino algo que destruye y anula todo lo que inevitablemente se desarrolla tras un diagnóstico de enfermedad. De hecho, creo que éste es el único campo en el que, aún hoy, se pueden encontrar médicos que intervienen diciendo que la enfermedad mental existe sólo porque es funcional que exista. Para que entiendan lo importantes que son las palabras y la forma en que definimos las cosas, siempre les cuento la historia de un joven que estuvo hospitalizado en Roma y que nos contó que en la sala del hospital donde estaba internado, el médico jefe imponía a todos los pacientes una especie de juego autoritario: cuando tomaban la medicación tenían que repetir “esta es la terapia”. Los pacientes internos eran “obligados” a hacerlo y las enfermeras les “obligaban” a su vez a hacerlo. Este chico, que era una persona especialmente aguda, decidió pedirle a la enfermera una variación. Preguntó: “ya que me obligan a hacer esto y no puedo hacer otra cosa porque aquí en la sala estoy encerrado, ¿puedo al menos decir otra cosa, algo mío?”. Le respondieron que podía decir lo que quisiera, siempre y cuando no perdiera más tiempo; “bueno, entonces diré ‘esta es la mierda y me la llevo'”. A las enfermeras también les pareció bien y a partir de entonces todo el mundo en esa sala empezó a decir “esto es la mierda” con una sensación de liberación que sólo alguien que ha estado en psiquiatría puede entender porque por fin puedes decir exactamente cómo son las cosas: esto no medicina sino mierda, tú no eres un médico sino un torturador, esto no es una sala sino una prisión. Parece la libertad de un frailecillo, pero en cambio es algo fundamental. Tan fundamental que cuando el médico jefe se enteró, no se río de ello. El chico estaba encerrado, atado a la cama y sedado porque había intentado hacer algo revolucionario.

La psiquiatría no se basa en la solidez de sus afirmaciones ni en la ciencia. Se basa en nuestro consenso. Lo que hemos experimentado como red antipsiquiatría en los últimos 30 años es significativo. Nos hemos dado cuenta de que somos extremadamente peligrosos para la psiquiatría, aunque no vayamos a punta de pistola ni derribemos las puertas de los pabellones, y ni siquiera ataquemos a los psiquiatras, porque nuestro movimiento está formado exclusivamente -y se rodea de- personas que no dan ningún crédito, ningún valor a lo que hacen, a lo que dicen, a lo que piensan los psiquiatras. Esta actitud nuestra les resulta intolerable. También tenemos lugares de recepción donde, no sólo los psiquiatras no son bienvenidos, sino que ni siquiera pueden entrar. No pueden hablar con nadie que no quiera hacerlo.

Desgraciadamente, y esto es intolerable, también nos hemos dado cuenta de que en otros lugares existe un consenso que les refuerza. Ahora trabajamos no tanto (o no sólo) para ir contra la psiquiatría, sino para prescindir de ella. La diferencia entre nuestro grupo y otros es que nosotros, el principio, no nos propusimos “educar a las masas” ni denunciar la psiquiatría, sino demostrarnos a nosotros mismos y a los demás que es posible prescindir de ella. Entre otras cosas porque nos dimos cuenta de que todos sus instigadores, así que nos dijimos: empecemos por no utilizarla más. Si tenemos un conflicto, lo resolvemos. Lo llamamos conflicto, no enfermedad. Reto a cualquiera a que decida, en los distintos tipos de conflicto que se pueden desencadenar, cuál es el comportamiento correcto o más importante. Lo hemos comprobado muchas veces. Tomemos el caso de una convivencia entre dos personas: la primera dice que su trabajo, su misión, es salvar el mundo y que sólo puede salvar el mundo si permanece en una determinada posición por la noche con la luz encendida dentro de su habitación; la segunda duerme en la misma habitación y tiene que madrugar todos los días para ir a trabajar. Surge un conflicto entre el que tiene que salvar el mundo de esta manera y el que tiene que dormir y luego ir a trabajar. Así que reto a cualquiera a que decida si es más importante quedarse con la luz encendida todas las noches para salvar el mundo o levantarse todas las mañanas para ir a trabajar, o qué es más loco, digámoslo así.

Siempre hemos dicho a todo el mundo que no nos interesa definir qué es enfermo y qué no lo es, sólo hay posturas e ideas diferentes y, en nuestra opinión, todo el mundo debería tener las mismas posibilidades de poder vivir como prefiera. Lo que llevamos años promoviendo es la separación consensuada entre las personas y sus familias. Porque lo trágico es que cuando la gente no se bien, automáticamente entra en conflicto, pero entonces la gente no puede separarse. Preferimos que una hija, un hijo, estén encerrados antes que aceptar que puedan estar haciendo su vida aunque sea de una manera diferente a como lo habríamos hecho nosotros. Preferimos destruir su vida. En cambio, tenemos que acostumbrarnos a separar, porque no es necesario vender ideas de uno u otro. El conflicto que surge entre que yo tenga que salvar el mundo y tú tengas que dormir, ¿por qué tiene que convertirse en que yo te proteja para dejarte libre para ir a trabajar? ¿Por qué tiene que convertirse en una condena para mí?

Por eso todo nuestro trabajo actual es hacer posible las separaciones, sin entrar a investigar ni juzgar quién es Caín y quién no. Ten en cuenta que la mayoría de la gente que acogemos, te lo puedo asegurar, son racistas, machistas. No es que los locos sean más avanzados o sean revolucionarios. Estamos hechos de la misma cultura. Lo único que hacemos es reclamar para ellos el derecho a existir independientemente de que piensen o se comporten como nosotros queremos. Por eso hemos creado una red de apoyo que no pretende interpretar, como mencionaba A en el pasaje que citaba, no pretende curar, ni siquiera normalizar. Pretendemos ofrecer la posibilidad de utilizar recursos objetivos (comer, dormir, asearse) que permitan que la gente busque, que experimente su propio camino, que también puede ser el psiquiátrico, si así lo decide. Nunca nos metemos en medio y respetamos las decisiones que se toman, simplemente intentamos hacerlas posibles porque, en la vida cotidiana, queremos intentar poner en práctica la idea de que todo el mundo es un sujeto, un ser humano. Creemos que lo que uno piensa no es un delirio, sino su propio pensamiento y prestamos mucha atención cuando alguien dice que está sufriendo, pero también intentamos comprender si está sufriendo por lo que siente y no por las personas que ve sufrir por su culpa. Para mí, el sufrimiento, como la alegría, debe ser expresado por la persona que lo experimenta. Si está expresando su idea, ¿con qué criterio puedo decir que está sufriendo? Paradójicamente, la gente normal sufre más cuando se siente frustrada porque no puede realizar sus ideas. Todos sufrimos por ideas que no podemos realizar, lo que no significa que no debamos seguir teniendo esas ideas.

Así es la vida. En las experiencias de todos nosotros puede haber sufrimiento y alegría. La misma experiencia puede llevarnos al cielo un día y al infierno al siguiente. No aceptamos la idea de que las personas que han sido diagnosticadas como enfermos mentales no sean necesariamente personas que sufren, o que sufran de forma diferente o más que el resto de nosotros. Todos los pacientes psiquiátricos, sin embargo, sufren una cosa segura: sufren por ser tratados como enfermos mentales. Porque reto a cada uno de ustedes a vivir siquiera cinco minutos así. Algunos de nosotros lo hemos experimentado, en pequeña medida, quizá en casa, cuando, por ejemplo, nuestros padres no reconocían el valor de lo que teníamos que decir o sentir. Los pacientes psiquiátricos lo experimentan toda su vida: tienen licencia para estar locos y cualquiera puede decirles lo que tienen o no tienen que hacer, su palabra y lo que oyen ya no vale nada y no tiene valor para nadie.

Concluyo con la historia de un señor toscano para ayudarles a entender nuestro trabajo y lo que se entiende por atención antipsiquiátrica. Fui a una conferencia en Toscana y a menudo escucho experiencias esclarecedoras. Un joven interviene y nos cuenta la historia de su tío, que ahora está muy bien. Naturalmente le pregunto por qué está, ahora bien: ¿han acertado con la terapia? ¿Han encontrado la que le ayuda? Y me responde que no. Simplemente, desde hace dos años, después de pasar tanto tiempo entrando y saliendo de manicomios y pabellones psiquiátricos, ha conseguido evitar nuevas hospitalizaciones simplemente porque ha encontrado un grupo de personas con las que va por ahí resucitando a los muertos en los cementerios. Esto es la antipsiquiatría. Es la búsqueda del sentido. Los que tienen ideas minoritarias saben lo importante que es compartirlas con alguien. Esto es también lo que devuelve su idea al reino de las posibilidades humanas. Si, por el contrario, te aíslas, sólo queda tu idea y estás condenado a la exclusión.

Y eso es exactamente lo que haces con todos los que quieres excluir. Con los locos lo haces sistemáticamente mientras niegas simultáneamente que lo haces. Porque entonces lo trágico, en esta mistificación total que es la psiquiatría, es que después de haber sido violado, encarcelado y que le hayan destrozado la vida a uno, también hay que dar las gracias. Esto es para que te hagas una idea de las reacciones de estas personas de las que, en el ámbito psiquiátrico, se dice que son peligrosas, cuando en mi opinión son mucho menos peligrosas de lo que realmente deberían ser. Y, por cierto, si ponemos todo en el campo, son los trabajadores psiquiátricos los que son definitivamente peligrosos. De hecho, sostengo que, si sus teorías se aplicaran a los psiquiatras, en el momento en que un estudiante de medicina declarara que quiere especializarse en psiquiatría, habría que encerrarlo. Porque seguramente se convertirá en una persona peligrosa, ¡socialmente muy peligrosa! La psiquiatría tiene muchos más crímenes, muchos más crímenes atroces y muertes en su conciencia en 100 años que sus usuarios. Y así, siguiéramos la misma lógica, que si el esquizofrénico X en Bérgamo mata a un hombre todos los esquizofrénicos son peligrosos, entonces por las mismas razones también deberíamos poder decir que porque el Dr. Cota en Turín dio descargas eléctricas a los testículos de personas en manicomios o Freeman practicó lobotomías a miles de personas en América , cada psiquiatra y toda la categoría de psiquiatras es socialmente peligrosa. Nunca lo hemos hecho, porque siempre hemos mantenido que la responsabilidad es individual. No está claro por qué se puede hacer en psiquiatría.

Tenemos cientos de personas que han sido destruidas simplemente porque se les dice que podrían haber realizado un determinado acto que en realidad nunca realizaron. Porque están en esa categoría, están marcados, incluso hoy. A las personas que tenemos a nuestro cuidado y que tienen este diagnóstico en la piel, se les dice, incluso sobre el más insignificante de los actos, que podría haberse convertido en algo muy diferente. ¿Según qué principio? Porque dicen que son ‘esquizofrénicos’ cualquier acción podría ser síntoma de acciones peores. Todos nosotros, por desgracia, solemos razonar con este tipo de categorización. Por eso, tener gente corriente en nuestro grupo, ni técnicos, ni médicos, ni psicólogos, ni enfermeros, sino sólo dentistas, amas de casa, estudiantes de filosofía, significa utilizar la psiquiatría e intentar vivir y afrontar los conflictos. Porque necesitamos respuestas concretas. Discutimos las motivaciones, las necesidades e intentemos llegar a un acuerdo.

En Calabria me dijeron: “Sí, hablas bien, pero en mi bloque de apartamentos mi vecino siempre caga delante de mí puerta”. Intenté encontrar una posible explicación y descubrí que en ciertas culturas cagar delante de la puerta era un signo de buena suerte, porque significaba alejar a los malos espíritus de tu casa. Esta podría ser una posible interpretación, pero en general evitamos tenerla en cuenta. Lo dijimos en nuestro país y 3 de cada 5 personas decidieron no denunciar al que se cagaba delante de su puerta. Dijeron “vale”, me alegro de este acto de consideración por tu parte, pero caga en otro sitio”. Simplemente discutiéndolo dejamos claro que ese acto no se hizo en señal de falta de respeto, sino que podría haber tenido otro significado. Podemos discutirlo, en definitiva. Otro chico que tenemos en acogida salía a menudo a comer y estaba convencido de que le querían en una panadería. En realidad, le tenían miedo, así que le daban directamente un bocadillo. En cambio, un día le dieron un limón para intentar ahuyentarlo y él salió al día siguiente con un cuchillo de cocina para pelar el limón. En la panadería, afortunadamente, en lugar de hacer lo que suele hacer todo el mundo y llamar a la policía, nos llamaron a nosotros. Entonces intentamos explicarles todo, pero también cómo todo el incidente no era más que una fuente de prejuicios. El chico había hecho algo completamente sensato, hecho por otra persona habría parecido muy normal. Fuimos a ver al chico y le explicamos que en realidad tenían miedo en la panadería y por eso no volvió a ir allí. El asunto simplemente terminó ahí en lugar de convertirse en una denuncia por amenazas o quién sabe qué más.

Los prejuicios que todos tenemos son muy fuertes. ¿Cómo intentamos afrontarlo? Tratamos el conflicto sin llegar a decir que hay un loco. En lugar de eso, vamos a ver cómo se ha desarrollado el asunto y lo hacemos, es decir, gente corriente tratando con otra gente corriente, con el resultado, por malo que sea, de que todo el mundo tenga menos miedo y sea más acogedor, por bueno que sea de no dejar entrar a nadie en el circuito psiquiátrico. Porque el principal problema no es tanto sacar a la gente, sino asegurarse de que no entra en el circuito psiquiátrico. Y la gente no entra en este circuito si nos negamos a actuar como amortiguadores, si nos negamos a ser los instigadores, si conseguimos hacernos cargo de los conflictos.

Como he dicho antes, hacer antipsiquiatría no es resolver problemas, como pensaba cuando era joven. Pensaba que bastaba con conocer a la gente, hablar con ellos y que serían felices. Tenemos que aceptar que tenemos que complicarnos un poco la vida porque eso es lo que puede significar no destruírsela a los demás. Si la gente está en la psiquiatría, se lo repito, es sólo por nuestra idea del orden, del orden moral, del orden familiar. La única razón es la sensación de desorden que nos crean a los llamados normales. Si no dejamos de ser los instigadores, es completamente inútil hablar de antipsiquiatría o luchar contra la psiquiatría.

La única manera, la más honesta, es intentar vivir con este desorden. Creo que en tu campo es más o menos lo mismo, si no hay un sistema legislativo no puedes imponer comportamientos e ideas, sino que tienes que construirlos en la práctica diaria. Nosotros intentamos hacer eso en pequeño, junto con otras muchas cosas que hoy no voy a contar porque les prometí destruirlos sólo a medias, precisamente eso: prescindir nosotros mismos de la psiquiatría. Y empezando por nosotros, ofrecemos a muchos otros la posibilidad de ser apoyados en este camino en un intento de prescindir, como concepto y como práctica. Tratamos de no aplicar conceptos psiquiátricos a las personas que tenemos enfrente, no las consideramos enfermas, no juzgamos lo que nos dicen como delirios, algunas ideas las compartimos otras no, pero les damos absoluto respeto por lo que sienten, lo que quieren decir y lo que quieren ser. No nos permitimos interpretar o encontrar significados que contradigan lo que expresan porque de todos modos eso no sería más que una forma tortuosa y mistificadora de hacer psiquiatría.


[1] Andrea Soldi falleció el 5 de agosto de 2015, a los 45 años, en el transcurso de un Tratamiento Sanitario Obligatorio que fue realizado de forma ilegal e inapropiada por el personal interviniente. Soldi, tras ser llevado al suelo violentamente, fue esposado con los brazos a la espalda y mantenido en boca abajo durante un tiempo prolongado, a pesar de presentar signos de asfixia, fue trasladado en la misma posición en ambulancia, ya inconsciente, donde moriría asfixiado poco después.

[2] Proveniente de Cerdeña

[3] El autor usa el término lager, el cual proviene del alemán lagern el cual significa almacenar o que algo está almacenado, en este sentido el término lager ha sido llegado para hacer referencia a los campos de concentración o exterminio.

La Utopía de la Realidad

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La imagen de un grillete a contra luz, se encuentra tirado, abierto, dejando indicar que fue usado y después abandonado

Nota editorial: como propuesta de Mad in México buscamos retomar textos de gran valor histórico, cuyos aportes para pensar las nociones de salud mental, locura o malestar son de suma importancia; para de esta propuesta es el poder poner en circulación nuevamente dichos textos, ya que la gran mayoría se encuentran fuera de edición, no se cuenta con la distribución suficiente o representan un costo excesivo para una gran parte de la población; nuestro objetivo es el poder acercar dichos materiales a personas con interés en el tema, ya sea de manera profesional o no, recomendamos que la lectura de estos textos siempre se realice de manera contextualizada, es decir, tomando en cuenta el año y en el momento en el que fueron escritos o enunciados, además de tomar una postura crítica frente a dichos textos, sin importar el peso histórico de las personas autoras.

Este artículo surgió como respuesta a un cuestionario que Franco Basaglia recibió en el año 1972, enviado por el prof. Christian Müller, Director del “Hospital de Cery”, Lausana, Suiza. La intención de su encuesta era recoger las opiniones de los siete psiquiatras considerados por Müller como los más representativos del mundo occidental, acerca de la organización de un servicio psiquiátrico ideal para una abstracta población de 100.000 habitantes. Las respuestas obtenidas iban a ser publicadas en la revista “Psiquiatría Social” de Suiza. No se incluye el cuestionario porque el sentido del mismo queda explicitado a lo largo del artículo y además porque, precisamente, Basaglia lo rechazó, tanto en su construcción como en su objetivo, tomando lo que él consideró el eje de la problemática para definir su posición. Este articulo fue publicado por primera ves in “Schweizer Archiv fur Neurologie, Neurochirugie und Psychiatrie” ( 114, 1974 ) y en Italia en el libro de Franco Basaglia y Franca Ongaro Basaglia “Crimini di pace. Ricerche sugli intellettuali e i tecnici come addetti all’oppressione” ( Einaudi 1975), y en la más reciente antología de obras de Basaglia “L’utopia della realtà” ( Einaudi 2005). Fue también publicado en la antología “La institución en la picota” (Franco Basaglia y Franca Ongaro Basaglia, Editorial Enquadre, Buenos Aires, 1974) traducido por Maria Elena Petrilli y Mauro Rossetti. ( nota de Maria Grazia Giannichedda ).

El cuestionario parte, según mi impresión, de una premisa contradictoria implícita en la primera pregunta, que contiene en sí misma la calidad o la naturaleza de las respuestas que provoca.

El pedido de formular una hipótesis utópica (La organización de un servicio psiquiátrico para una abstracta población de 100.000 habitantes) precisando contemporáneamente los límites o los confines de la realidad en la que la utopía debe ser circunscripta (en un país occidental europeo o americano) significa proponer o aceptar un discurso puramente ideológico donde la utopía, la hipótesis, en vez de servir a la transformación de la realidad, está determinada o neutralizada por ella. El “mundo occidental” contiene tantas o tales contradicciones primarias o secundarias que no se puede hipotetizar una población tomada como muestra, sin precisar si se refiere a una zona subdesarrollada, a una en vías de industrialización o, aún más, a una zona donde exista un estado de bienestar económico generalizado. Sin estas referencias, no se puede más que proponer una hipótesis “técnica” que responda a las exigencias del técnico y no a las del enfermo, como  resultado  de  una  abstracción  nunca  probada en el terreno concreto de las necesidades, que es donde una organización sanitaria debería responder.

Probablemente éste sea el error primero del cuestionario: pensar que una organización sanitaria psiquiátrica hoy, en una sociedad en transformación, es un mundo cerrado que puede continuar renovándose sólo con la ideología técnico-científica de quien la administra.

“Realidad” y “utopía”, en nuestro contexto social, no son términos contradictorios, tesis para producir una nueva, sucesiva realidad que realice e incorpore parte de la utopía. Ellas son reducidas a términos complementarios mediante los cuales son proyectadas a esferas de acción separadas, de tal forma que una pueda traducirse sin contradicciones en la otra. “Realidad” y “utopía” existen ambas como caras sólo aparentemente diferentes de la ideología que es una falsa utopía realizada sólo en beneficio de la clase dominante. La “realidad” en la que vivimos es ella misma una ideología, en el sentido de que no corresponde a lo concreto, a lo prácticamente verdadero, sino que es el producto de medidas tomadas por la clase dominante en nombre de la comunidad. Y, como estas medidas no corresponden a las exigencias de la comunidad sino a las de la clase dominante que las impone, ellas actúan como instrumentos de dominación. De la misma manera en que la utopía, como elemento contradictorio de la realidad que no puede revelar sus contradicciones porque no quiere transformarlas, se traduce en la ideología de una transformación, realizable en tanto que sea usada como instrumento de dominación.

En este sentido, en nuestro contexto social, determinado por una lógica económica a la que están subordinadas todas las relaciones y las reglas de la vida, no existe ni la realidad como expresión de lo prácticamente verdadero donde verificar las hipótesis como respuestas alternativas a las necesidades, ni la utopía como elemento hipotético que trascienda la realidad para transformarla. La utopía sólo podrá existir en el momento en que el hombre haya podido liberarse de la esclavitud de la ideología para poder expresar sus propias necesidades en una realidad que por esto se revele constantemente contradictoria o tal que contenga los elementos que consientan su superación y transformación. Sólo entonces se podrá hablar de realidad como de lo prácticamente verdadero y de utopía como del elemento prefigurante de la posibilidad de una transformación real de este prácticamente verdadero.

Sentada esta premisa de carácter teórico, intentaré ahora entrar en los problemas propuestos por el cuestionario, usando críticamente los términos realidad y utopía como se los entiende en este contexto, con el intento de aclarar la imposibilidad práctica de responder en una realidad como la del mundo occidental europeo o americano, a las necesidades de la comunidad a través de la organización abstracta de un sistema sanitario prácticamente irrealizable.

¿Se puede pensar en organizar un área hipotética según nuestra propia filosofía política o técnica, si este área hipotetizada está inserta en una esfera político-económica bien determinada, que no deja espacio ni a las contradicciones ni a la utopía, si no es en la medida en que logro transformarlas en ideologías? ¿Cómo hipotetizar un servicio de asistencia psiquiátrica si no es como respuesta a las necesidades específicas que se revelan en la realidad? ¿Cómo hipotetizar las necesidades a las que deberemos responder, si no es transfiriendo al área de la abstracción total (que no es, como vimos, área de la utopía) el conocimiento que tenemos de las necesidades que nacen de nuestra realidad? ¿Y qué conocimiento real tenemos de estas necesidades, si hasta ahora la única respuesta fue el manicomio y la segregación?

Cuando se nos pide organizar un servicio sanitario (en nuestro caso psiquiátrico), la dificultad está en poder encontrar respuestas concretas a las preguntas concretas que provienen de la realidad concreta en la que se opera. Pero las respuestas concernientes a la realidad deberían trascenderla (a través del elemento utópico), intentando transformarla. En este sentido, al hipotetizar una organización sanitaria se corre el riesgo de caer en dos errores opuestos: por un lado, el de proponer respuestas que van más allá del nivel de la realidad en que se encuentran las necesidades, creando otras a través de la producción de nuevas realidades ideológicas donde las medidas adoptadas están prontas a responder; por el otro, el de quedar tan adheridos a la realidad, como para proponer respuestas cerradas en la misma lógica que produce el problema que se quiere enfrentar. En ambos casos la realidad queda inmodificada y las respuestas se limitan a definir y a circunscribir la problemática de cada sector específico.

En el terreno de la asistencia, en el primer caso se crearán nuevos servicios que, en vez de hacer frente a las necesidades implícitas de la enfermedad a curar, crearán nuevas formas aún no codificadas, por lo que los servicios proyectados serán la adecuada respuesta ideológico-real. La hipótesis propuesta no nace como respuesta directa a las necesidades registradas, sino como evolución de un pensamiento científico que se desarrolla siguiendo la propia lógica, junto a la lógica económica del área en que opera. De este modo prefigura ideológicamente la realidad a la que se propone responder, creando necesidades artificiales u ocultando las necesidades reales. Los servicios psiquiátricos de carácter preventivo, así como se proyectan y actúan hoy, quedan insertos en la lógica económica que ha respondido a la enfermedad mental con la segregación. La enfermedad es incurable o incomprensible; el síntoma principal es la peligrosidad y la obscenidad, por lo tanto la única respuesta científica es el manicomio donde tutelarla y controlarla. Este axioma coincide, sin embargo, con lo otro en él implícito: la norma está representada por la eficiencia o la productividad; quien no responde a estos requisitos tiene que encontrar su ubicación en un espacio en que no entorpezca el “ritmo” social. En este sentido ciencia y política económica van de la mano, confirmando la primera los límites de norma más adecuados o útiles a la segunda. La ciencia sirve de esta manera para conformar una diversidad patológica que viene instrumentalizada según las exigencias del orden público o del desarrollo económico, cumpliendo su función de control social.

Por otro lado, ¿cómo se justificaría el hecho de que sólo quien no tiene poder económico termina en las redes de las instituciones públicas, donde la enfermedad en vez de ser curada es convertida la mayor parte de las veces en irreversible? El enfermo que puede manejar sus propios disturbios queda, aún en la enfermedad, inserto en el proceso productivo (como sujeto-objeto de un particular ciclo económico tal como el de las casas de cura o de los médicos privados); conserva entonces casi intacto su rol social. No es por lo tanto sólo la enfermedad lo que reduce al internado en nuestros asilos a lo que es, sino la internación o el pertenecer a una clase de origen antes de esta internación.

Conservando estos presupuestos, los servicios de carácter preventivo que no llevan a la transformación del manicomio o de la lógica de la exclusión en ellos implícita, son la demostración práctica de la dilatación del campo de la enfermedad más que de su empequeñecimiento, luego del tratamiento. Ellos no responden al problema de la enfermedad mental, sino que absorben, en el campo de la enfermedad, comportamientos que antes no eran incluidos (ver por ejemplo todas las desviaciones antes aceptadas y ahora definidas como anormales, como enfermedad). La utopía-ideología, en este caso, no hace más que confirmar en un nivel distinto la codificación de diversidad, sin mutar la naturaleza o la función dentro del juego social.

En cambio, el caso de adhesión total a la realidad, sin que elementos utópicos intervengan para transformarla, corresponde a la construcción de estructuras sanitarias técnicamente más eficientes, que obviamente conservan intacta la lógica en que está inserta la enfermedad, su definición y codificación, así como la naturaleza de las medidas hasta ahora tomadas para responderle. Por demasiado “realismo” se siguen dando sólo respuestas compatibles con el escepticismo hacia la enfermedad implícito en la estructura de los asilos; o sea, se siguen dando respuestas negativas o reductivas que se limitan a confirmar la negatividad de la realidad, en la que la utopía no se afirma o no sirve para transformar la lógica en la que ella se sostiene.

Lo que debe transformarse para poder transformar prácticamente las instituciones o servicios psiquiátricos (como por otra parte todas las instituciones sociales), es la relación entre ciudadano y sociedad, en la que se inserta la relación entre salud y enfermedad. O sea reconocer como primer acto que la estrategia, la finalidad primera de toda acción, es el hombre, sus necesidades y su vida dentro de una colectividad que se transforma para alcanzar la satisfacción de estas necesidades y la realización de esta vida para todos. Aquí está el significado de la necesidad de una toma de conciencia política en cada acción técnica. Esto significa entender que el valor del hombre, sano o enfermo, va más allá del valor de la salud o de la enfermedad; que la enfermedad, como toda otra contradicción humana, puede ser usada como instrumento de liberación o de dominio; que lo que determina el significado y la evolución de cada acción es el valor que se reconoce al hombre y el uso que se le quiere dar, de lo que se deduce el uso que se hará de su salud y de su enfermedad; que en base al distinto valor y uso del hombre, salud y enfermedad adquieren un valor absoluto ( una positiva y la otra negativa) como expresión de la inclusión del sano y de exclusión del enfermo con respecto a la norma; o un valor relativo, en cuanto acontecimientos, experiencias y contradicciones de la vida que transcurre entre salud y enfermedad. Cuando el valor es el hombre, la enfermedad no puede representar la norma ya que la condición humana es la de estar permanentemente entre salud y enfermedad.

Si el valor primario es el hombre, el disminuido, el inválido, el ineficiente no son los elementos negativos de un engranaje que debe, a pesar de todo, proceder en un solo sentido, sino que forman parte de los sujetos necesarios para satisfacer las necesidades por las que la producción existe y se desarrolla. Pero en el mundo occidental, incluso en el caso de que se llegue a un nivelamiento que garantice, por ejemplo, la asistencia para todos en un régimen interclasista, el valor primero nunca sería el hombre ya que permanecería —también en esta dimensión— dominado y subordinado merced a una lógica económica totalmente extraña a él, donde no participaría sino como objeto pasivo: lógica que sobrevive, por eso mismo, por sobre la pasividad y la destrucción del hombre, cuyo valor no cambia a través de las transformaciones que ella misma produce.

Si no cambia esta actitud (que es inevitablemente de naturaleza política) hacia el enfermo, el inválido, el disminuido, no cambia el significado destructivo implícito en sus tratamientos: la segregación como respuesta institucional y la codificación de una diversidad que puede ser instrumentada como elemento de discriminación social, incluso en la fase preventiva.

Cuando se habla de exclusión en ciertos niveles sociales, de las relaciones de producción como fundamento de toda relación entre hombre y hombre en la sociedad occidental, se entiende también cómo la enfermedad —de cualquier naturaleza que ella sea— puede volverse uno de los elementos utilizables en el interior de esta lógica, aprovechable como confirmación de una exclusión cuya naturaleza irreversible está dada por la categoría de pertenencia del paciente y por su poder económico. Esto no significa —como muchas veces se ha mal entendido— que la enfermedad mental no existe y que no se tengan en cuenta en psiquiatría, o sea en medicina, los procesos fundamentales del hombre. Sino que significa que la enfermedad, como signo de una de las contradicciones humanas, puede ella misma ser usada dentro de la lógica de la explotación y el privilegio, asumiendo así otra cara —la cara social— que la transforma poco a poco en algo diferente de lo que era primitivamente.

En este sentido, programar un servicio sanitario que parta de las premisas político-sociales tratadas arriba, y que deje inalterado el mecanismo, significa aceptar incluir en el terreno de la enfermedad también aquello que no tiene nada que ver con la enfermedad. Esto significa que, en vez de responder a las necesidades reales, el servicio proyectado contribuirá a ampliar el terreno de la enfermedad englobando los elementos de naturaleza social que se le sobreponen y con los que se termina por identificarla. En la medida en que la utopía no es posible si no es como traducción automática de ideología-realidad, las técnicas terapéuticas no responden nunca a la enfermedad, sino al doble que de ella se construye, como respuesta a las exigencias de la producción o del consumo.

Proyectar sobre estas bases la prestación de un servicio donde impera la ideología médica, totalmente privada de todo elemento utópico que prefigure una respuesta a la enfermedad, significa aceptar que se definan como enfermos (y en consecuencia que sean englobados en las diversas instituciones competentes) comportamientos que pueden ser solamente la denuncia de malestares sociales.

El deber de una programación sanitaria que quiera responder a las necesidades reales, es entonces la individualización y reconocimiento del uso que explícitamente se hace de la enfermedad de tal manera que los servicios proyectados no sirvan para dilatarla sino para reducirla.

De estas premisas es fácil deducir, a mi parecer, que es imposible proyectar un programa real para una población hipotética de 100.000 habitantes. Imposible si la respuesta se limita a desarrollarse en el terreno de la ideología, o sea de la utopía realizada sólo en beneficio de pocos, dado que no estamos en condiciones, de esta manera, de conocer las necesidades de los más a quienes debemos responder; inútil si queda encerrada en los límites de la realidad actual (que es realidad-ideología) sin trascenderla para transformarla. Debemos aprender a entender que el médico o los grupos interdisciplinarios, no organizan en primera persona los servicios sanitarios como simple respuesta técnica a una necesidad humana. Ellos se limitan a desarrollar la delegación implícita en su rol: aquélla que proviene de su pertenencia a la clase dominante o que les permite usar el propio conocimiento técnico como instrumento de poder o de dominio sobre la clase dominada, para la cual la alternativa de explotación en el caso de enfermedad o invalidez es únicamente la exclusión o la segregación; y por lo tanto la destrucción es total.

Si esta relación de dominación está en la base de la relación entre hombre y hombre, ¿cómo suponer que la relación terapéutica entre médico y paciente está exenta del componente de clase implícito en toda relación social? ¿Y cómo hablar de profilaxis psiquiátrica si uno de los lugares más nocivos para la salud del ciudadano es la institución médica (hospitales, ambulatorios, dispensarios, centros de higiene mental) donde rige, en todos los niveles, la relación de dominio y de abuso implícita en lo estructura de nuestra sociedad? Desde el momento en que las instituciones creadas y programadas por la prevención (primaria, secundaria, terciaria) son ellas mismas reproductoras de enfermedad, la prevención no sirve más que para confirmar la función de las instituciones como instrumentos de control a través de la enfermedad que, por lo tanto, será alimentada en vez de curada. Salud y enfermedad no son términos abstractos, sino elementos constitutivos de una realidad violenta y opresiva donde el encuentro entre hombre y hombre es por sí mismo “causa” y “ocasión” de enfermedad. En este sentido las estructuras que deberían servir para su prevención, resultan del todo inadecuadas, en la medida en que no atacan sino que confirman la naturaleza de las relaciones de subordinación y de dominio, a través de la relación técnico- asistido.

En el momento en que estas organizaciones sanitarias nacen, debemos ser conscientes del rol que ellas juegan. El técnico, al poner a disposición del asistido su saber, debe negar en sí el poder social implícito en su figura. La ruptura del binomio saber-poder, actualmente automático e indivisible en el rol médico, es un deber de la nueva institución asignada a la prevención de la enfermedad. Pero esta prevención puede ser posible sólo a través de la protección simultánea del técnico y del asistido, de tal modo que la realidad conserve su contradicción como contradicción natural (la presencia simultánea en la vida, de salud y enfermedad), sin que la enfermedad se transforme en un valor negativo absoluto, instrumentalizable en todo sentido, contrapuesto al único valor absoluto positivo, representado por la salud.

Mientras sea la ideología dominante la que programe los nuevos servicios de sanidad, las nuevas estructuras y los nuevos modelos, no pueden más que continuar confirmando prácticamente los valores de la clase dominante. Y esto continuará a concretarse en la organización de las necesidades de la clase subalterna, sin que se responda jamás a tales necesidades dado que la organización responde siempre a las necesidades del técnico y no a las del asistido, incluso cuando aparentemente el médico cura y el asistido resulta curado.

A esta altura se podría formular diversamente la pregunta central del cuestionario, introduciendo realmente un elemento utópico: ¿Cómo proyectar un servicio psiquiátrico para 100.000 habitantes, servicio en el cual el técnico viva prácticamente la contradicción entre su rol de poder y su saber?

Es exactamente lo que intentamos hacer en un terreno práctico institucional. Somos perfectamente conscientes que se trata de una “apuesta” absurda, impregnada de elementos autodestructivos, pero que sin embargo tiende aún —a pesar del absurdo de esta perseveración obstinada— a la búsqueda de hacer posible la vida para el hombre.

A lo mejor, por esta absurda obstinación, he sido eti- quetado por los colegas franceses de “politiquiatra” y como “inmaduro afectivo”. Sin embargo mi “politiquiatría” o mi inmadurez afectiva no me impiden actuar, aunque sí con enormes dificultades, en el plano práctico. Estoy dirigiendo una institución hospitalaria que sirve a un área de 300.000 habitantes. No me retiro al mundo de las ideas o de las abstrac- ciones, sino que trato en lo posible —entre realidad e ideología— de individualizar las necesidades de la población que debería asistir. La lucha y las dificultades que encuentro en esta acción son la única confirmación de la validez de lo que vengo sosteniendo: las fuerzas más retrógradas y moderadas nos impiden prácticamente actuar y no pueden comprender cómo y por qué tantos jóvenes, provenientes de diversos países europeos, vienen a trabajar a Trieste, con el intento de transformar la realidad institucional y su función dentro del sistema social. La defensa habitual es sostener que quizás en Italia las cosas están peor que en otras partes. Pero he visto manicomios suizos, franceses, alemanes e ingleses y todos tienen la misma cara porque cumplen todos la misma función social.

Le agradezco por haberme dado la oportunidad de aclarar algunos puntos de lo que sostengo y que ha sido muchas veces mal entendido. Considere cuanto he precisado aquí, un poco concisamente, como mi respuesta a su formulario, teniendo en cuenta al mismo tiempo el programa para el área de Trieste donde estoy tratando de actuar, con la conciencia constante de los límites sociales y políticos que cada acción técnica inserta en un país occidental europeo o americano, implica.

Neurodiversidad: ¿Nuevo paradigma o caballo de Troya? (Parte 4)

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En la imagen se ve de frente a distintas personas, todas ellas diferentes unas de otras, se representa distintos sexos, géneros, tonos de piel

Por:  John Cromby y Lucy Johnstone, PsyD

El texto original en inglés fue publicado el 05 de Agosto del 2024 en el sitio de Mad in the UK, y puede consultarse en el siguiente enlace Part 4: Neurodiversity: New Paradigm or Trojan Horse, la traducción se realizó por parte de Mad in México.

Nota editorial: Mad in the UK y Mad in America publican conjuntamente esta serie de cuatro partes sobre neurodiversidad. La serie ha sido editada por los redactores de Mad in the UK y escrita por John Cromby y Lucy Johnstone (la tercera parte ha sido escrita por un colaborador anónimo).

Esta es la cuarta y última parte de nuestra serie de blogs sobre neurodiversidad. En la Parte 1 esbozamos la historia del movimiento de la neurodiversidad, junto con algunas de sus implicaciones, limitaciones y contradicciones. En la Parte 2, sugerimos que el rápido aumento de los diagnósticos más comúnmente asociados con la neurodiversidad, el TDAH y el TEA, pueden entenderse como consecuencias del neoliberalismo, tanto en términos de los comportamientos específicos así descritos como de su posterior mercantilización y comercialización. A continuación, la Parte 3 mostró los efectos tan perjudiciales que el concepto de neurodivergencia y los diagnósticos asociados pueden tener en la práctica clínica, incluida la limitación del trabajo terapéutico a la afirmación de identidades.

En la cuarta parte, examinaremos las implicaciones de las distintas corrientes del movimiento de la neurodiversidad para el paradigma médico del sufrimiento, una narrativa que, desde el punto de vista de Mad in the World, ha fracasado y debe ser sustituida. ¿Hasta qué punto ofrece el concepto de neurodiversidad un camino nuevo, inclusivo y no patologizador, como pretendían algunos (incluida la fundadora del movimiento, Judy Singer)? Para ello, se abordarán las afirmaciones de una parte del movimiento de la neurodiversidad, según la cual las críticas del tipo de las que a menudo acoge Mad in the World son “reaccionarias y anticuadas”, y se basan en posiciones de extrema derecha, supremacistas y capacitistas.

Recordamos a las personas lectoras que respetamos y defendemos incondicionalmente el derecho personal de cada personas a describir sus dificultades y diferencias de cualquier forma que consideren útil (aunque defendemos que los clínicos tienen el deber de utilizar conceptos que, en términos convencionales, estén basados en la evidencia). Aunque nuestra postura hacia la neurodiversidad y los conceptos asociados sigue siendo crítica, nada de lo que sigue limita o cambia ese derecho personal, ni impone alternativas.

Neurodiversidad y diagnóstico psiquiátrico

Como hemos visto, la relación entre el paradigma médico/diagnóstico y el paradigma de la neurodiversidad es confusa y contradictoria. El propio término neurodiversidad, tal y como fue propuesto originalmente por Judy Singer, pretendía abarcar a todo el mundo y, de este modo, despatologizar nuestras variaciones individuales naturales. En este sentido, la “neurodivergencia” no implica necesariamente ningún tipo de trastorno, enfermedad o discapacidad, sólo “diferencias” de algún tipo.

En este contexto, algunas partes del movimiento de la neurodiversidad adoptan una perspectiva acrítica o neutral sobre la validez de los diagnósticos psiquiátricos, como el TEA y el TDAH, respaldados por afirmaciones infundadas sobre factores causales biológicos y genéticos.

Otros que se describen a sí mismos como neurodivergentes consideran que estos términos indican identidades: el tipo de persona que eres, no el tipo de “trastorno” que padeces, y como tal, exentos de las críticas dirigidas a otras etiquetas psiquiátricas. Algunos investigadores tanto de la psicología crítica como de los estudios sobre la discapacidad apoyan estas decisiones esencialmente arbitrarias, aunque cuestionan la patologización y la discriminación en general.

Aún más preocupante es la posibilidad de que esta tendencia se exporte a culturas no occidentales, como ha ocurrido con el modelo de diagnóstico del muy criticado Movimiento para la Salud Mental Global. Esto parece ser una posibilidad real, aunque de momento no generalizada, como se comenta aquí. Por ejemplo, este vídeo de la India anima a la gente a celebrar el “Día del Orgullo de la Neurodiversidad”, y existe un Centro de Estudios de la Neurodiversidad de reciente creación cerca de Delhi. No disponemos de espacio para debatir estos avances en profundidad, por lo que queremos dejar claro que, en nuestra opinión, plantean serios interrogantes y preocupaciones.

Paralelamente, se argumenta que las personas diagnosticadas o que se identifican con TEA, TDAH o AuDHD son discapacitadas, aunque no padezcan trastornos o enfermedades, y tienen derecho a recibir las ayudas y adaptaciones adecuadas.

Todo esto se combina para crear una de las contradicciones centrales del movimiento de la neurodiversidad: que los credos fundamentales de no patologización y aceptación han contribuido en la práctica a un aumento masivo del etiquetado diagnóstico.

A continuación, trataremos de desentrañar algunos de los problemas que esto genera, haciendo especial hincapié en su relación con el modelo de diagnóstico del sufrimiento. Consideraremos las consecuencias del diagnóstico como forma de identidad social, de la neurodivergencia como forma de discapacidad y del autodiagnóstico.

Las consecuencias del “diagnóstico como identidad”.

El replanteamiento del diagnóstico como identidad en algunas partes del movimiento de la neurodiversidad lleva a insistir en un lenguaje que da prioridad a la identidad: una “persona autista” en lugar de “una persona con autismo”. Lo confuso es que esto suele ir acompañado del deseo de obtener un diagnóstico oficial, aunque la persona no considere el autismo o el TDAH como un “trastorno”, porque es la puerta de entrada a los ajustes que se consideran necesarios para que una persona neurodivergente viva en un mundo neurotípico.

Esta caza de la confirmación médica suele ir acompañada de una perspectiva consumista de la asistencia sanitaria que considera la adquisición del diagnóstico deseado como un derecho, y no como una opinión experta que puede o no considerarse aplicable en un caso determinado. Las consecuencias para la evaluación y la terapia se describieron en la Parte 3.

Al mismo tiempo, la frecuente fusión de la etiqueta como trastorno con la etiqueta como identidad refuerza la creencia de que un diagnóstico oficial es más o menos irrelevante para saber si realmente eres una persona autista o una persona con TDAH. Si eres así, sólo tú puedes saber si el concepto encaja. Así pues, la atribución no especializada de estas identidades por TikTok, o por un misterioso proceso de reconocimiento de tu “neurocuerpo”, es tan válida, o más, que una opinión profesional. Esta convicción, como hemos visto, puede llevarnos a buscar un profesional dispuesto a confirmar nuestra creencia.

La fusión de “trastorno” con “identidad” se ve favorecida por el hecho de que, a pesar de las largas listas de criterios, los diagnósticos psiquiátricos como el TEA y el TDAH se basan en última instancia en juicios subjetivos (del clínico) sobre experiencias subjetivas (del cliente), y no en biomarcadores, porque no los hay. Como resultado, no hay una forma fácil o definitiva de resistirse a la expansión del número de personas que se dice que son neurodivergentes.

Esta fusión tiene otras consecuencias indeseables, algunas de las cuales ya hemos comentado. Una etiqueta que tiene la autoridad de un diagnóstico médico y, al mismo tiempo, se experimenta como una especie de identidad valorada, es extraordinariamente poderosa, más que las etiquetas diagnósticas como bipolar, depresión mayor, etcétera. Al menos en teoría, es posible recuperarse de una enfermedad, si así se entiende. Pero no es posible “recuperarse” de una identidad o de ser un determinado tipo de persona. Las implicaciones para la intervención terapéutica se trataron en el blog anterior. Si los “síntomas” son al mismo tiempo una expresión de tu “yo auténtico”, entonces el cambio no sólo es imposible sino indeseable, y cualquier sugerencia en sentido contrario es probable que sea vista o sentida como ofensiva, opresiva o algo peor.

Quizá la consecuencia más inesperada -y, desde nuestro punto de vista, lamentable- de la fusión de la etiqueta como condición médica con la etiqueta como identidad sea la reformulación y reivindicación de algunos de los diagnósticos psiquiátricos más controvertidos y estigmatizantes mediante un lenguaje que da prioridad a la identidad. Por ejemplo, algunos que afirman estar en la primera línea progresista del movimiento de la neurodiversidad sostienen que deberíamos volver a hablar de “esquizofrénicos”. El razonamiento es que, desde la perspectiva de la neurodiversidad, “esquizofrenia” no se refiere ni a los síntomas de una enfermedad ni a las reacciones a circunstancias tóxicas y acontecimientos vitales. En su lugar, describe una “neurominoría” específica, un tipo particular de persona. Al igual que hay autistas, también hay esquizofrénicos cuyas experiencias de sufrimiento son en realidad “…una forma natural de las personas esquizofrénicas de desarrollarse y quizás de responder a su entorno”.

Esto implica que el concepto de “esquizofrenia” es, en contra de décadas de críticas y de las admisiones de los propios miembros del comité del DSM, una forma fiable y válida de categorizar a un determinado grupo de personas. Al mismo tiempo, reproduce el dañino mito de que la “esquizofrenia” describe una forma permanente y de por vida de experimentar el mundo. Lo mismo ocurre con los intentos de reformular otras etiquetas diagnósticas como “identidades”, incluida la más polémica, el “trastorno límite de la personalidad”, que, según se sugiere, puede “desestigmatizarse” a través del “feminismo neuroqueer“.

Es probable que esto tenga una serie de consecuencias poco útiles. En primer lugar, al ocultar las conexiones entre las experiencias de las personas y sus relaciones y entornos (haciendo hincapié, en cambio, en una trayectoria de desarrollo supuestamente “natural”) se invalidarán algunas de las formas en que las personas (incluidos los colaboradores de Mad in the World) atribuyen significado a su sufrimiento. En segundo lugar, este énfasis en el “desarrollo natural” aumenta el riesgo de que las personas de comunidades empobrecidas y marginadas, o con antecedentes traumáticos, atribuyan sus dificultades a la biología o la genética y no a circunstancias tóxicas. En tercer lugar, existe el riesgo de reavivar estereotipos prejuiciosos según los cuales las altas tasas de diagnóstico entre las minorías étnicas, las personas pobres y las mujeres reflejan una susceptibilidad constitucional a la locura, en lugar de ser el resultado de mayores abusos, explotación, penurias y discriminación. De este modo, se refuerzan las nociones psiquiátricas del sufrimiento, en detrimento de las explicaciones sociales, biográficas y ambientales.

Los veteranos de las campañas contra las etiquetas psiquiátricas peyorativas y sin base científica que en su día se consideraron “el corazón de la psiquiatría” se horrorizarán ante el intento de recuperar términos como “esquizofrénico” (un término prohibido por la mayoría de las directrices de los medios de comunicación) bajo la apariencia de una política progresista de neurodiversidad.

Las consecuencias de la “neurodivergencia como discapacidad

Como vimos en la Parte 1, el movimiento de la neurodiversidad se alinea con el modelo social de la discapacidad. Este modelo propone que, aunque la deficiencia es una cuestión individual y (a veces) médica, la discapacidad sólo surge cuando las deficiencias individuales se encuentran con entornos discapacitantes. Así, una persona a la que le cuesta caminar porque tiene dañados los músculos, es discapacitada sólo en la medida en que el transporte, los edificios, etc. son inaccesibles para las personas que utilizan sillas de ruedas. La discapacidad, por tanto, no se localiza simplemente en el individuo, sino que surge de los fallos a la hora de acomodar las necesidades de quienes no forman parte de la mayoría no discapacitada.

Desde el principio, feministas discapacitadas como Jenny Morris y Susan Wendell mostraron su preocupación por el modelo. Sugirieron que reproduce un estereotipo masculino de fuerza e independencia, ignora la enfermedad y, al considerar únicamente la interacción cuerpo-entorno, excluye el cuerpo físico, carnoso y real. Más recientemente, Tom Shakespeare, destacado especialista en discapacidades, ha afirmado que el modelo se ha ido aplicando de forma cada vez más rígida con el paso de los años y que ya ha dejado de ser útil. No obstante, sigue siendo importante e influyente.

Como hemos visto, muchas personas que se identifican como neurodivergentes quieren un diagnóstico formal para conseguir adaptaciones (en la escuela, en la universidad, en el trabajo). Algunos de ellos se autoidentifican como discapacitados, una categoría que, como la propia neurodivergencia, es extremadamente heterogénea. Las discapacidades pueden afectar a funciones corporales como la movilidad, la destreza o la capacidad sensorial. Algunas personas tienen discapacidades “invisibles”, o que fluctúan y cambian, mientras que otras son permanentemente incapaces de caminar o de cuidar físicamente de sí mismas, y estarán discapacitadas en casi cualquier entorno imaginable. Las discapacidades pueden ser transitorias, estáticas, recidivantes o progresivas; pueden surgir solas o en conjunción con otros acontecimientos relacionados con la salud; y pueden afectar tanto al funcionamiento físico como al mental.

Esta heterogeneidad dificulta la generalización. No obstante, parece que la neurodiversidad puede diferir de muchas otras categorías de discapacidad. La torpeza en situaciones sociales o la dificultad para priorizar las tareas cotidianas, por ejemplo, ¿deberían considerarse “discapacidad” en el mismo sentido que utilizar una silla de ruedas, recuperarse de un derrame cerebral o tener cambios de humor extremos?

Estas cuestiones surgen porque, como hemos visto, la definición de neurodivergencia se basa totalmente en normas sociales. El modelo social sitúa la deficiencia en el cuerpo, y cualquier discapacidad consecuente es el resultado del encuentro del cuerpo con el entorno. Pero en la gran mayoría de los casos de neurodivergencia -en particular, en las personas diagnosticadas de TEA o TDAH- no existe una deficiencia corporal identificable. El diagnóstico se basa en gran medida en autoinformes, por lo que sólo puede basarse en normas sociales.

En cierto sentido, esto no es nada nuevo: nunca ha habido correlatos biológicos consistentes para estas y otras afecciones psiquiátricas. Pero históricamente se han considerado principalmente enfermedades o trastornos médicos. Sin embargo, como casos de neurodivergencia, son principalmente discapacidades, aunque también diferencias, no trastornos. Estos cambios, del trastorno a la discapacidad y de ésta a la diferencia, acentúan aún más la dependencia de las normas sociales porque, por el camino, parece desaparecer incluso la expectativa de que debe existir una alteración corporal.

Por ejemplo, la Parte 3 de esta serie de blogs describía a personas competentes y con habilidades sociales que adquirían diagnósticos como el TEA, a pesar de que los criterios diagnósticos especifican una marcada deficiencia funcional, basándose en que su capacidad para “enmascarar” oculta por completo su funcionamiento deficiente. Esto ilustra cómo, en lugar de limitarse a aplicar el modelo social de la discapacidad, la neurodiversidad lo modifica haciendo que la deficiencia sea opcional. Además, es probable que esto ocurra incluso cuando se utilizan otras versiones del modelo social. Así pues, las consecuencias negativas de la exclusión del cuerpo físico, señaladas por las críticas feministas al modelo social, parecen aplicarse con más fuerza aún a la neurodiversidad.

Otra complicación es el riesgo siempre presente de mostrar “capacitismo”, por ejemplo, dando a entender que las limitaciones corporales que se dice que están asociadas a la neurodivergencia son un signo de inferioridad con respecto a una persona “neurotípica”. Pero esto va acompañado del mensaje de que la neurodivergencia puede, al mismo tiempo, significar que las personas son discapacitadas y, por lo tanto, necesitan un trato especial. Después de todo, como señalamos en la Parte 1, la “T” con la que empiezan tanto el TDAH como el TEA significa “trastorno”. Esta complicación pone de relieve un contraste fundamental entre el movimiento de la neurodiversidad y otros movimientos sociales que Tom Shakespeare resumió de forma muy sucinta:

“Es más difícil celebrar la discapacidad que la negritud, el orgullo gay o el hecho de ser mujer. El “orgullo de la discapacidad” es problemático, porque la discapacidad es difícil de recuperar como concepto, ya que se refiere o bien a la limitación y la incapacidad, o bien a la opresión y la exclusión, o bien a ambas cosas”.

Este dilema se hace especialmente evidente en relación con las personas con discapacidad intelectual grave y/o profunda que también se describen como autistas. Este grupo es discapacitado según cualquier estándar aceptado. ¿Lo reconocemos y aceptamos que, en algunos casos, el modelo de “neurodivergencia como diferencia individual” no encaja? ¿O lo negamos y, como resultado, corremos el riesgo de no satisfacer las necesidades reales de apoyo de estas personas y sus cuidadores?

El panorama se ensombrece aún más con la propuesta del psicólogo e investigador de la neurodiversidad Steven Kapp de que el movimiento se amplíe para incluir a personas con enfermedades crónicas como la esclerosis múltiple, deficiencias sensoriales como la ceguera y los efectos de la epilepsia o los traumatismos craneoencefálicos. La propuesta se basa en el hecho de que, al igual que otros diagnósticos ya considerados parte del movimiento, “divergente de los estándares sociales dominantes de funcionamiento neurocognitivo “normal””.

Pocos negarían que se trata de dificultades graves, pero no está nada claro que pertenezcan a la misma categoría que los que luchan con la amplia gama de dificultades cotidianas ahora subsumidas bajo las categorías de neurodivergencia, TEA y TDAH. Parece totalmente posible que el principal beneficio de incluir estas afecciones como casos de neurodivergencia no sea para los individuos afectados (entre otras cosas porque, una vez concebidas como neurodivergencia, las dificultades de las personas podrían replantearse como expresiones de su naturaleza intrínseca y, por tanto, no aptas para la intervención). En cambio, el principal beneficio sería para el propio movimiento de la neurodiversidad, que ganaría credibilidad, fuerza e influencia al aliarse con estos grupos.

Al igual que su perspectiva sobre el diagnóstico, la perspectiva de la neurodiversidad sobre la discapacidad es confusa y desorientadora. Por un lado, los profesores se quejan de que gran parte de sus alumnos necesitan ahora adaptaciones que van desde tiempo extra para realizar los deberes hasta programas informáticos que realizan automáticamente tareas académicas básicas como la composición de frases, la estructuración de ensayos, etc., basándose en la neurodivergencia. Por otra parte, la idea de que el autismo asociado a discapacidades intelectuales graves es sólo otra forma de ser humano está, según algunos médicos y padres, limitando el apoyo y los recursos para los más necesitados. Ambos resultados son problemáticos.

Las consecuencias del autodiagnóstico

Ante las largas listas de espera, existe una tendencia creciente a “autodiagnosticarse”, a menudo tras haber buscado en Google o visto un vídeo de TikTok. A menudo se afirma que esta práctica es “tan válida” como un diagnóstico oficial:

“Podemos confiar en que nos conocemos a nosotros mismos, investigamos y nos autodiagnosticamos con plena conciencia de lo que significa ser autista”.

Para ser claros, sin embargo, describir esto como autodiagnóstico es en realidad un mal uso del lenguaje porque:

“El “diagnóstico” es una conclusión que sigue a un examen médico realizado por un profesional cualificado. Las personas [no profesionistas] pueden aplicar etiquetas psiquiátricas a su experiencia antes o incluso en ausencia de cualquier consulta profesional, pero esas etiquetas carecen de valor formal”.

Como dice este autor, un término mejor sería “autoidentificación” con un determinado conjunto de criterios, lo que, por supuesto, puede tranquilizar, aunque sólo sea al principio.

Una vez más, existe una profunda confusión y ambivalencia acerca de si la neurodivergencia y el autismo se consideran un trastorno/condición médica o una identidad. Está claro que utilizar el lenguaje del “diagnóstico” para ambos fines no ayuda. De hecho, hay muchos términos no médicos que han surgido como formas de agrupar a las personas que tienen experiencias similares con el mundo: “persona altamente sensible / HSP[1]” es uno, al igual que los signos astrológicos, o tipos de personalidad como extrovertido, “INTJ”[2] o empático. En la infancia de los años 60, 70 y 80, los jóvenes “encontraban su tribu” identificándose como hippies, mods[3], góticos, emos o punks.

Muchas personas han encontrado útiles estos términos y otros similares, tengan o no base científica. Sin embargo, el poder social de la medicina y la psiquiatría hace que no tengan la misma autoridad que un diagnóstico. Puede que por este motivo muchos miembros del movimiento de la neurodiversidad prefieran el término “diagnóstico”, aunque a menudo se niegue su significado convencional de enfermedad/trastorno.

Desde un punto de vista profesional, la buena práctica sugeriría que respetamos, pero no necesariamente estamos de acuerdo, con el autodiagnóstico: pero como se ilustra en el blog anterior, cada vez es más difícil resistirse a la exigencia de que el autodiagnóstico se considere automáticamente cualificado para recibir un diagnóstico formal si eso es lo que se desea.

El paradigma de la neurodiversidad como “liberación colectiva

Pasemos ahora a un aspecto emergente del movimiento de la neurodiversidad que, en cierto modo, se opone directamente a muchos otros usos del concepto de neurodiversidad (aunque, como veremos, no a la psiquiatría). Esta vertiente del movimiento, aun pretendiendo ser crítica con ellas, mantiene una relación especialmente cordial con las categorías diagnósticas de la psiquiatría. A continuación, situaremos más ampliamente este aspecto del movimiento. En primer lugar, lo ilustraremos principalmente a través de los escritos del profesor de filosofía británico Robert Chapman, que se autodefine como “orgullosamente neurodivergente y discapacitado”. El libro de Chapman Empire of Normality (Imperio de la normalidad), publicado en 2023, está siendo aclamado en algunos círculos como “un texto seminal instantáneo”, y sus ideas son alabadas por algunos comentaristas y académicos, así como por los grupos de usuarios de servicios/supervivientes a los que Chapman apoya (en términos generales, aquellos que desean mantener el papel del modelo de diagnóstico del sufrimiento). Entre los influyentes partidarios de Chapman se encuentra el Dr. Awais Aftab, psiquiatra estadounidense de alto nivel, tenaz defensor de la psiquiatría y antiguo oponente de la labor del MIA, como su denuncia de los defectuosos ensayos de antidepresivos STAR*D.

Un tema destacado de los escritos de Chapman es que el trabajo del tipo representado por muchos colaboradores de MIA y MITUK forma parte de un movimiento “reaccionario y anticuado” que debe ser desechado en favor de la “liberación colectiva” prometida por “una política más radical de la neurodiversidad”.  Según Chapman, el grupo de críticos contemporáneos “blancos, ricos y sanos” que desafían el paradigma del diagnóstico representa un movimiento regresivo y potencialmente siniestro con vínculos con la extrema derecha e incluso con la supremacía blanca. Se dice que el efecto -de hecho, quizá el objetivo- de su trabajo es afianzar normas y sistemas opresivos, en detrimento de los discapacitados, para mantener su propio poder e influencia. La invención del propio Chapman, el “marxismo neurodivergente”, se propone en cambio como el camino verdaderamente radical a seguir.

Los argumentos de Chapman en el libro y los artículos relacionados son complejos y a menudo confusos, pero pueden resumirse como sigue:

“La “antipsiquiatría” (que para Chapman incluye a muchos críticos pasados y presentes de la psiquiatría, se describan o no de esta manera) se basa supuestamente en la premisa de que cambiar el lenguaje del diagnóstico disolverá mágicamente los problemas de la psiquiatría. Como consecuencia, no establece ningún vínculo con contextos sociales/políticos más amplios; niega la realidad del sufrimiento de las personas; y está impulsado por y reproduce ideologías de extrema derecha y la opresión de las personas marginadas. Los principales autores actuales de estas actitudes y prácticas reprobables son frecuentemente nombrados como la Red de Psiquiatría Crítica del Reino Unido, y específicamente Joanna Moncrieff; James Davies; Sami Timimi; Lucy Johnstone; Peter Kinderman; y Mad in America, “una popular publicación online estrechamente alineada con los líderes de la psiquiatría crítica“.

Esta descripción está tan lejos de la verdad que se necesitan frecuentes tergiversaciones para darle siquiera un barniz de verosimilitud. La principal estrategia de Chapman consiste en afirmar, repetida y falsamente, que todos estos críticos son “szaszianos”, es decir, seguidores ciegos de los valores y la política libertaria de derechas del psiquiatra estadounidense Thomas Szasz, cuyo trabajo se describe como el de situar a los “enfermos mentales” como malhechores que se han inventado su sufrimiento, que no merecen ayudas sociales, etcétera*. Este tema central aparece con frecuencia en su forma más cruda en las acusaciones en las redes sociales de Chapman y sus aliados, que están convirtiendo “Szasziano” en un término de abuso.

Como parte de esta estrategia, Chapman cita erróneamente trabajos de críticos. Por ejemplo, en un artículo publicado en forma revisada** en la revista Philosophy, Psychiatry and Psychology (de la que el Dr. Aftab es editor) Chapman se refiere al sitio web de la Red de Psiquiatría Crítica del Reino Unido de la siguiente manera:

“La Red de Psiquiatría Crítica comenzó en el Reino Unido en 1999…… En 2019, Middleton y Moncrieff, los entonces copresidentes de la red, fueron capaces de describir la psiquiatría crítica como un “movimiento” global basado en la filosofía de Szasz (Middleton y Moncrieff, 2019).”

Sin embargo, el artículo de Middleton y Moncrieff que cita Chapman dice en realidad lo contrario:

“La Red de Psiquiatría Crítica (CPN) comenzó en el Reino Unido, pero ahora se extiende por todo el mundo. Da cabida a una amplia gama de opiniones en lugar de pretender hablar con una sola voz.”

Hay otras tergiversaciones y distorsiones de este tipo en la obra de Chapman. Más adelante, el mismo artículo afirma

“Aunque diferentes críticos se dirigen a diferentes grupos, la marginación de grupos relevantes… es una característica de la posición teórica crítica, no un error… Los supuestos szaszianos… [son] epistémicamente perjudiciales para las personas que se desvían de las normas de discapacidad, sexo, raza y género.”

Y la preimpresión del artículo de Chapman, aún disponible en Internet, afirma:

“Tal vez algunos críticos estarían contentos de comprometerse a reforzar la opresión de algunas minorías con el fin de liberar potencialmente a algunas personas con sufrimiento mental (pero) la política reaccionaria de Szasz es… reproducida en la psiquiatría crítica contemporánea.”

El artículo aporta “pruebas” de esta supuestamente placentera persecución de grupos minoritarios oprimidos en forma de una grave y extensa tergiversación del trabajo de Lucy Johnstone, James Davies, Joanna Moncrieff, Sami Timimi y otros.

Uno de los aspectos más desconcertantes de esta vertiente de la neurodiversidad es el solapamiento de sus argumentos con los de aquellos que están siendo desestimados y ridiculizados. Por ejemplo, Chapman afirma que “el szaszianismo se está generalizando en el Reino Unido a través del PTMF”. Sin embargo, el PTMF (Power Threat Meaning Framework por sus siglas en inglés, el Esquema de Significación de las Amenazas de Poder: una alternativa conceptual al diagnóstico psiquiátrico que ha recibido un amplio reconocimiento) ni habla de Szasz ni respalda su política. Sin embargo, el PTMF se adelanta a muchas de las críticas de Chapman al capitalismo y se basa en el argumento no szasziano de que el sufrimiento real de las personas debe entenderse y abordarse dentro de sus circunstancias sociales y políticas. La diferencia es que ni el PTMF ni el extenso trabajo de los “antipsiquiatras” ven la respuesta en lo que un crítico británico ha denominado la “neuroficación de la vida cotidiana”.

La influencia de la política de la identidad en el movimiento de la neurodiversidad hace que la determinación de imponer a los críticos británicos una identidad que han rechazado explícitamente resulte un tanto paradójica. Pero tiene sentido una vez que nos damos cuenta de que Chapman está haciendo en realidad un juicio moral que sigue vagamente esta forma conceptual:

“Todos quienes que rechazan el sufrimiento mental como enfermedad son “antipsiquiatras”, por lo que deben ser “szaszianos”.  Todos los szaszianos son malos: probablemente eugenistas, sin duda capacitistas, tal vez incluso fascistas. Como tales, son indignos de respeto, por lo que no es necesario un verdadero compromiso con ellos ni con su trabajo.”

Esta moralización subyace en el reciente blog de Chapman para la cuenta Substack del Dr. Awais Aftab, en el que se afirma que el crítico británico Dr. James Davies, autor de los libros Cracked y Sedated, es una figura destacada en una “guerra contra los discapacitados”, a pesar de que lleva más de una década siendo activista en favor de los derechos de las personas con discapacidad por intervenciones psiquiátricas. Chapman hace denodados intentos por justificar esta calumnia, e incluso consigue incluir una referencia a Hitler (basándose en una reseña favorable de uno de los libros de Davies en un periódico británico “famoso por haber apoyado a Hitler en los años treinta”). Se acusa a Davies de “colaborar con el diputado conservador Danny Kruger… [que] se encuentra en el extremo más a la derecha del Partido Conservador e incluso ha sido descrito recientemente como “el peligroso salvador del nacionalismo británico””.

La verdad, mucho menos dramática, es que Davies y sus colegas han colaborado con un grupo multipartidista de parlamentarios británicos: APPG (All-Party Parlamentary Group, por sus siglas en inglés). Por definición, los APPG incluyen a políticos de todo el espectro político que se reúnen para abordar cuestiones concretas de interés, en este caso, la necesidad de actuar sobre los determinantes sociales de los problemas de salud mental y de apoyar a las personas con discapacidad por intervenciones psiquiátricas. Así pues, una importante victoria de la política no partidista ha sido distorsionada por Chapman para convertirla en un ataque personal, en beneficio de nadie, especialmente de quienes más necesitan las intervenciones sociales y el apoyo por discapacidad. Y, lo que es más revelador, Aftab utilizó sus poderes de “moderador” como propietario del blog para bloquear cualquier comentario que corrigiera estas mentiras.

Quizás más en serio, una reciente reseña de uno de nosotros (JC) muestra cómo el libro de Chapman Empire of Normality (Imperio de la Normalidad) omite elementos importantes del contexto histórico; hace afirmaciones de gran alcance sobre la base de poca o ninguna evidencia; y presenta, como si fueran definitivos, análisis históricos que son contradichos por otras historias bien consideradas. Como se pregunta en la reseña:

“¿Por qué los argumentos de Empire of Normality parecen requerir distorsiones de las pruebas? ¿Sugieren los defectos de Empire of Normality una debilidad fundamental en la postura de la neurodiversidad? ¿Son las tergiversaciones de Chapman calculadas y deliberadas, o descuidadas y accidentales?.”

Baste un ejemplo de esta pobre erudición. El libro de Chapman intenta culpar a la “antipsiquiatría” de las consecuencias sociales adversas (falta de vivienda, consumo de drogas y aumento de las tasas de encarcelamiento) que, en Estados Unidos, coincidieron con el cierre de grandes manicomios y hospitales a partir de principios de la década de 1960. Empire of Normality concluye su breve descripción de los cierres afirmando que:

“La ideología szasziana resultó ser útil para la clase dominante en lugar de ayudar a resistir al sistema dominante.”

De hecho, los llamados antipsiquiatras tuvieron poca o ninguna influencia en el proceso de desinstitucionalización, que -a pesar de las deficiencias de algunos de los “cuidados” alternativos prestados- fue acogido con satisfacción por todo el espectro político como el anuncio de un tratamiento más ilustrado. El historiador Michael Staub ofrece un relato más convincente al mostrar cómo, a mediados de la década de 1980, cuando las políticas económicas neoliberales del presidente Reagan provocaron un aumento del número de personas sin hogar en Estados Unidos, se culpó estratégicamente a la “antipsiquiatría”. Irónicamente, la versión de la historia de Chapman reproduce acríticamente un mito infundado urdido por los asesores del presidente Reagan a mediados de la década de 1980, un mito diseñado para ocultar los efectos perjudiciales de las decisiones políticas neoliberales.

Para una descripción más detallada del libro de Chapman y sus afirmaciones, remitimos a los lectores a la reseña. A continuación, podrán juzgar hasta qué punto el libro cumple el objetivo de Chapman de demostrar que:

“…algunas formas de resistencia (de personas ricas, blancas y sin discapacidades) a la creciente patologización del cerebro/mente pueden deberse en parte a la necesidad de preservar el marco supremacista de los cerebros/mentes blancos como superiores y puros.”

Llamativamente, Chapman omite cualquier mención a los supervivientes y antiguos usuarios de servicios psiquiátricos del grupo maligno de los szaszianos. Esto es muy extraño porque miles de ellos en todo el mundo, incluidos los que presentan y escriben para los afiliados de Mad in the World, no sólo rechazan las nociones psiquiátricas del sufrimiento como enfermedad, sino que son aliados de la “antipsiquiatría” (tal y como la define Chapman) y contribuyen a ella. También son líderes del cambio por derecho propio. Presumiblemente, reconocer su existencia estropearía la imagen de Chapman de un grupo formado únicamente por profesionales “privilegiados” que describen a los usuarios de los servicios como “víctimas crédulas... a las que se ha engañado haciéndoles creer que están enfermas por los “mitos” o “mentiras” inventados por la psiquiatría o las empresas farmacéuticas“. Por el contrario, sugerimos que los supervivientes de la psiquiatría son muy capaces de tomar sus propias decisiones sobre cómo entender su sufrimiento, y de evitar a cualquiera que los vea de esta manera condescendiente.

Para que quede claro, los críticos del Reino Unido no apoyan el tipo de política identitaria que utiliza atribuciones como “reaccionario” o “blanco, rico, capacitado” tanto para eludir como para sustituir argumentos y pruebas reales. En cualquier caso, los miembros del grupo de críticos del Reino Unido -no todos blancos y ninguno especialmente rico (de hecho, algunos proceden de entornos desfavorecidos o de la clase trabajadora)- viven con discapacidades como artritis grave, Parkinson y un tumor cerebral inoperable. No mencionamos esto para reducir el debate al plano personal, sino para poner de relieve la barata instrumentalización del (presunto) privilegio del que dependen los argumentos de Chapman. Esta tendencia alcanza su punto álgido en la cuenta X (Twitter) de Chapman:

10.8.22 La mayoría son liberales de clase alta que no entienden lo que significan palabras como “capacitista”. Algunos parecen pensar que es una palabra inventada por los izquierdistas para desprestigiarlos, o que sólo debería utilizarse para describir a las personas que son abiertamente eugenistas, en lugar de ser el núcleo de su ideología.

31.7.22 Estoy señalando que la CPN [Red de Psiquiatría Crítica] y ciertos miembros han estado sirviendo de plataforma y legitimando a los teóricos de la conspiración de extrema derecha durante años, invitándoles a dar charlas en universidades, etc. Ahora estamos viendo los efectos de eso. Y los trolls de extrema derecha acosan a cualquiera que lo señale.

27.3.23 A pesar de sus diferencias, creo que las respuestas szaszianas y fascistas a la salud mental comparten una fantasía subyacente del mundo en el que los enfermos mentales o los discapacitados ya no existen. Una pretende erradicarnos literalmente mientras que la otra pretende erradicar todos los conceptos que nos reconocen.

En las universidades neoliberales de hoy en día, las marcas personales y las carreras académicas están determinadas en gran medida por la competencia. Actualmente, a medida que la narrativa psiquiátrica se tambalea, se abren nuevas oportunidades de mercado, y las marcas con un envoltorio radical -como el “marxismo neurodivergente”- pueden lograr una penetración considerable en el mercado, aunque el producto real sea más de lo mismo. Pero si la nueva marca sigue validando diagnósticos psiquiátricos o supuestos de enfermedad, como hace Chapman, su efecto general será mantener las relaciones de poder existentes. El marxismo neurodivergente es un ejemplo de rebelión mercantilizada y recuperada, que mantiene ingenuamente la misma mistificación que fomenta el neoliberalismo.

¿Qué importancia tiene esta nueva corriente de activismo en favor de la neurodiversidad?

Por lo general, es mejor ignorar las distorsiones transparentes y los ataques personales como los descritos anteriormente. Les hemos dado espacio en este blog sólo porque parecen estar ganando tracción: como dijimos, Chapman no es el único que promueve estas críticas y otras voces han empezado a hacerse eco de estos mensajes engañosos.

Como era de esperar, esto incluye a Aftab (15.4.23 “@DrRJChapman revela brillantemente… la naturaleza neo-szasziana de gran parte del discurso “crítico” contemporáneo del Reino Unido”). Del mismo modo, el profesor de filosofía británico Alastair Morgan publicó un artículo (de nuevo en Philosophy, Psychiatry and Psychology) en el que afirmaba que “El PTMF[4] despliega una crítica ampliamente szasziana del concepto de enfermedad mental”. Un investigador, Núñez de Prado-Gordillo, también recoge el tema y cita a Lucy Johnstone, Peter Kinderman, Joanna Moncrieff y John Read en apoyo de su afirmación de que ha habido “un resurgimiento de las críticas de Szasz… de larga data contra la medicalización del sufrimiento mental”. Un ejemplo primario son los puntos de vista de la llamada “psiquiatría crítica” que han ganado creciente popularidad en los últimos años’. Y el libro de Micha Frazer-Carroll de 2023 Mad World advierte sobre el peligro totalmente ficticio que suponen los profesionales que “siguen la tradición del antipsiquiatra de derechas Thomas Szasz” y dictan “cómo deben entenderse a sí mismos los locos/enfermos mentales”.

Se trata de una curiosa inversión de la situación real, en la que es la psiquiatría la que impone rutinariamente su forma de entender a las personas. Los “antipsiquiatras” y grupos afines como “Un trastorno para todos”[5] apoyan plenamente el derecho de las personas a tomar sus propias decisiones de comprensión, incluidas las médicas. El verdadero problema es que a la mayoría de la gente no se le ofrece esta opción.

Como afirma con frecuencia Robert Whitaker, fundador de Mad in the World: la narrativa psiquiátrica ha fracasado. Y hoy en día, no es necesario haber leído a Szasz para darse cuenta de ello. El estudio de temas tan variados como la sociología, la criminología, la historia, la antropología, la literatura, los estudios sobre el trauma o la biología de los sistemas de desarrollo bien podría llevarnos a la misma conclusión, al igual que el trabajo de los contemporáneos (de izquierdas) de Szasz, Laing, Foucault y Goffman, por no mencionar la experiencia vivida al recibir intervenciones psiquiátricas. De hecho, el cuestionamiento de la noción de sufrimiento como enfermedad cerebral o mental se remonta al menos a los inicios de la psiquiatría moderna. Del mismo modo, las interpretaciones no médicas del sufrimiento (por ejemplo, como posesión de espíritus, visiones místicas, consecuencia de un trauma o signo de desalineación con la familia o la comunidad) prevalecían mucho antes de que Szasz empezara a escribir. Y en cualquier caso, como han aclarado con frecuencia los críticos británicos, el interés por las ideas de Szasz no implica en modo alguno la aceptación de su política extremista.

Naturalmente, los actuales “antipsiquiatras” del Reino Unido han hecho todo lo posible por ocultar sus convicciones políticas de extrema derecha trabajando en el sector público durante décadas y haciendo campaña a favor de una mejor atención de la salud mental y de una sociedad más justa, inclusiva e igualitaria, a menudo enfrentándose a una oposición considerable y a amenazas a sus carreras. Pero ¿quizás se trate de otra forma de “enmascaramiento”? Dejamos que los lectores decidan.

Si juntamos todo esto, parece que estamos asistiendo a una creciente reacción violenta justo cuando la hegemonía del modelo de diagnóstico se está desmoronando. Los lectores de Mad in the World están muy familiarizados con admisiones procedentes del corazón del establishment psiquiátrico como que “no hay razón para creer que el DSM-5 sea seguro o científicamente sólido“; y que los sistemas diagnósticos actuales son “totalmente erróneos, una absoluta pesadilla científica”. Este es, sin duda, un momento crítico en la historia de la psiquiatría.

En este momento, la visión original de Judy Singer sobre el movimiento de la neurodiversidad -que dejaba claro que se trata de “política, no ciencia, el nombre de un movimiento de justicia social, no un diagnóstico”- tenía cierto potencial para sustituir la patologización por algo más inclusivo. Sin embargo, en cualquier momento de crisis hay quienes están interesados en el statu quo. Y así llegó esta versión contemporánea de la neurodiversidad, retocada ahora como una versión actualizada del paradigma médico fracasado, aunque revestida de un falso radicalismo por la política de la identidad.

De este modo, la individualización del sufrimiento se está arraigando cada vez más, a medida que las redes sociales difunden esta versión del evangelio de la neurodiversidad más allá de las paredes de las clínicas. Como dice un comentarista, el concepto “se ha bastardeado, tergiversado y vuelto a meter bajo el paraguas psiquiátrico para dañar y oprimir a todo el mundo, cuando se suponía que tenía que proteger a todo el mundo”.

La neurodiversidad ha sido muy bien acogida por voces del establishment psiquiátrico como Aftab, por instituciones como los principales partidos políticos del Reino Unido y por grandes empresas, departamentos gubernamentales y servicios sanitarios: todas ellas respuestas que demuestran claramente las limitaciones del reto que plantea el movimiento. Analizaremos esta cuestión más a fondo en nuestra última sección.

Neoliberalismo, neurodiversidad y diagnóstico psiquiátrico

En esta sección retomamos una cuestión que introdujimos en la Parte 2 de esta serie de blogs: las formas en gran medida no reconocidas en las que el movimiento de la neurodiversidad refleja, encarna o promulga preceptos y características neoliberales.

El concepto de neurodiversidad gana credibilidad gracias al prefijo “neuro-“. Al mismo tiempo, asociar la diversidad con el cerebro de esta manera individualiza y descontextualiza las circunstancias personales, sociales, materiales y políticas de forma aún más eficaz que el modelo médico de la psiquiatría. Es más, la promoción y valorización de las neuroidentidades, como todas las políticas de identidad, desvía la atención de las estructuras sociales desiguales y las prácticas asociadas, como la psiquiatría, que sostienen el neoliberalismo. En lugar de ello, se nos anima a creer que el sufrimiento está provocado principalmente por cerebros defectuosos (malinterpretados como sistemas mayoritariamente cerrados en lugar de masivamente abiertos). Y vestir todo esto con el lenguaje de la autodeterminación y los derechos del consumidor enfatiza otra preocupación central del neoliberalismo: la elección individual. Concebida de esta manera, la neurodiversidad nos divide aún más en grupos minoritarios que compiten entre sí, destrozando la solidaridad al individualizar y despolitizar las luchas humanas compartidas.

La prominencia dentro del movimiento de la neurodiversidad de las dos “superetiquetas” de TEA y TDAH consolida aún más estos problemas, sobre todo cuando se dice que describen un tipo de persona en lugar de una afección. En psiquiatría, quizá el paralelismo más cercano sea el “trastorno de la personalidad”, que también confiere un juicio duradero no sólo sobre lo que sientes o haces, sino sobre quién o qué eres. Irónicamente, algunos de los que más se oponen a etiquetas como “trastorno límite de la personalidad” son también los que más claman por el reconocimiento del TEA y el TDAH como alternativas. Las implicaciones podrían ser menos condenatorias -como hemos visto, las etiquetas neurodivergentes pueden experimentarse como potenciadoras y liberadoras-, pero muchas de las desventajas son las mismas.

En cualquier caso, un examen más detenido de algunas de las características que atraen estas etiquetas revela claramente sus supuestos neoliberales profundamente arraigados. En particular, como observa Tony Attwood (una “autoridad mundial en Asperger”), las personas así diagnosticadas “suelen ser conocidas por ser directas, decir lo que piensan, ser honestas y decididas y tener un fuerte sentido de la justicia social”.

Como ejemplo, un artículo de un influyente sitio web describe una característica esencial del “autismo” con la siguiente cita:

“Tengo un gran sentido de la justicia y la equidad. Si encuentro una causa que me interese, buscaré una solución con un nivel de concentración y pasión superior al que cabría esperar de la mayoría de las personas neurotípicas y lucharé por lo que es justo con todo lo que soy…. También tengo un fuerte sentido de lo que está bien y lo que está mal, y este sentido tiende a guiarme a lo largo de mi vida’.

El mismo artículo revelador, que enumera las “10 cosas más importantes” de ser TEA (se dice que todas ellas son reconocibles por “cualquier persona del espectro”) también cita a alguien que expresa la opinión de que:

“No presto mucha atención a muchas de las cosas que parecen tan importantes para las personas neurotípicas. No me importa si eres gordo, flaco, rico o pobre. Me da igual el coche que conduzcas o la casa en la que vivas. Si me gustas, me gustas porque eres amable y me haces sentir feliz. No te juzgaré por la ropa que lleves o el trabajo que tengas. No me importa si tienes un mal día con el pelo o si soy tu único amigo. De hecho, lo más probable es que ni siquiera me fije en esas cosas. Las expectativas sociales no me importan, así que no te juzgaré, igual que espero que tú no me juzgues a mí”.

Admiramos sinceramente la independencia mental de esta persona. El escritor ha encontrado la manera de desechar todos los mensajes y valores neoliberales fundamentales relacionados con la apariencia, las posesiones, la competitividad, los logros y las comparaciones de estatus. Nos gustaría que estas actitudes se celebraran como la norma, en lugar de tener que ser archivadas como “neurodivergentes”, mientras que el mundo “neurotípico” continúa sin ser cuestionado. En cambio, estas experiencias requieren descontextualización e individualización, para que nuestro sufrimiento recién redefinido pueda vendérsenos de nuevo junto con soluciones mercantilizadas: medicamentos psiquiátricos, clínicas privadas, libros de autoayuda y todo lo demás. Y cuando éstas fracasen -como parece inevitable, ya que no abordan las causas profundas-, siempre habrá otra solución parecida a la vuelta de la esquina.

En el mundo revuelto, despiadadamente competitivo, individualizado e individualizador del neoliberalismo, valores como la amabilidad, la cooperación y la equidad están tan reñidos con las normas sociales dominantes que pueden considerarse síntomas de un “trastorno”. Esto es profundamente deprimente, pero no sorprendente. Si hubiera un término que resumiera la antítesis del neoliberalismo, sería justicia social: no es de extrañar que haya que patologizarla. Mientras tanto, la implacable autovigilancia va camino de alcanzar el estatus de diagnóstico, discapacidad o neurodivergencia para todos nosotros, y muchos ya están haciendo cola para adoptarla voluntariamente.

Conclusión

Para terminar, nos gustaría repetir que muchas personas han acogido de buena fe el paradigma de la neurodiversidad. Comprendemos que aprecien su potencial, al menos tal y como se concibió en un principio, para la despatologización y la aceptación de la diferencia. Estas cosas son muy necesarias en nuestro mundo plagado de conflictos.

También estamos de acuerdo con muchos de los cambios que defiende el paradigma, como los entornos educativos y laborales que se adaptan a los diferentes estilos y preferencias de aprendizaje. Pero no creemos que estos cambios deban justificarse alegando neurodivergencia, con todos los problemas que ello conlleva. Lo que es bueno para las personas identificadas como neurodivergentes suele ser bueno para todos.

Para entender cómo se han agriado los potenciales positivos de la neurodiversidad, hemos sugerido en estos blogs que el desarrollo y el uso del concepto de neurodiversidad han sido profundamente moldeados por las fuerzas del neoliberalismo. En última instancia, esto ha saboteado las intenciones benignas del movimiento, tal y como advirtió en repetidas ocasiones su fundadora, Judy Singer. Por eso no queremos que este concepto se extienda de forma acrítica a culturas no occidentales, donde podría reproducir y reforzar el daño ya causado por la exportación del modelo de diagnóstico. En palabras de James Davies, el movimiento de la neurodiversidad “no ha conducido a una organización colectiva espontánea contra las causas sistémicas, como algunos prometieron, sino a una involución gradual hacia el ‘yoísmo’, las políticas de identidad aisladas, el abatimiento y el pesimismo. Necesitamos más acción, no etiquetas“.

Además, y de especial relevancia para los lectores de MIA/MITUK[6], una corriente minoritaria dentro del movimiento de la neurodiversidad ha utilizado cínicamente el concepto como arma para desacreditar los importantes objetivos y logros de los críticos británicos contemporáneos de la psiquiatría. Mientras que muchos de los que se describen a sí mismos como neurodivergentes tienen un deseo genuino de despatologizar, esta minoría ruidosa -apoyada con entusiasmo por aliados de la psiquiatría- ha montado una campaña sostenida para desprestigiar y distorsionar el trabajo de muchas de las personas, tanto profesionales como antiguos o actuales usuarios de los servicios, que están en el centro de los esfuerzos de Mad in the World.

Se trata de una profunda ironía, ya que los promotores más destacados del movimiento de la neurodiversidad se ven a sí mismos como desafiantes de izquierdas del statu quo, defendiendo las causas de los grupos marginados. Por el contrario, hemos demostrado que corren el riesgo de sustituir las formas de opresión existentes por nuevas versiones “neuro”, que descontextualizan e individualizan las luchas de las personas con la misma eficacia que siempre lo ha hecho la psiquiatría. A pesar de que se diga lo contrario, los “neurotipos” no son más que otra forma de decir “categorías diagnósticas”; “cerebros con conexiones diferentes” es el nuevo “desequilibrio químico”. Lo último que necesitamos es un nuevo término que, al igual que “enfermedad mental”, oculte y mistifique los vínculos entre el abuso, la explotación y la opresión y sus consecuencias humanas demasiado reales.

Las preguntas importantes de la prueba son: ¿Quién gana dinero con esto? ¿El poder de quién se está reforzando? ¿Y qué es lo que no estamos abordando mientras esto nos distrae? La neurodiversidad, un término diseñado para promover la aceptación, se ha convertido en un poderoso factor de división. La creencia de que el mundo está dividido en dos tipos de personas fundamentalmente diferentes, una condenada a malinterpretar y oprimir a la otra, es tan destructiva como cualquier otro binario. La “liberación colectiva” no se conseguirá reintroduciendo los principios que sustentan la práctica diagnóstica.

No esperamos que todo el mundo esté de acuerdo con este análisis, pero sí creemos que es fundamental y urgente que Mad in the World sea consciente de que el paradigma de la neurodiversidad puede ser un caballo de Troya.

Bibliografía

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Chapman, R. (2022) Una crítica de la psiquiatría crítica. Preprint

Chapman, R. (2023a) Una crítica de la psiquiatría crítica. Filosofía, Psiquiatría y Psicología, 30, 2, 103-119

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Morris, J. (1991). Orgullo contra prejuicios. London: Women’s Press.

Núñez de Prado-Gordillo, M (2024) Voluntades rotas y creencias enfermizas: Szaszianismo y expresivismo, y la naturaleza doblemente cargada de valores del trastorno mental. Síntesis 203:24

Runswick-Cole, K. (2014). ¿Nosotros y ellos? Los límites y las posibilidades de una política de la neurodiversidad en tiempos neoliberales. Discapacidad y Sociedad, 29(7), 1117-1129.

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Wendell, S. (1996). El cuerpo rechazado: reflexiones filosóficas feministas sobre la discapacidad. Londres: Routledge.

*  Aunque no disponemos de espacio para extendernos en este aspecto, el legado de Szasz no puede reducirse fácilmente a “izquierda” o “derecha”, sobre todo en el Reino Unido, donde la relativa ausencia de políticas libertarias significa que la defensa de Szasz de la libertad personal y los derechos individuales puede alinearlo con la izquierda. En Estados Unidos, donde el libertarismo está más arraigado, Szasz se alinea de forma más coherente con la derecha debido a su énfasis en los individuos más que en los colectivos.

** El artículo de Robert Chapman ‘A Critique of Critical Psychiatry’ para la revista Philosophy, Psychiatry and Psychology apareció en línea como preprint en 2022. Sus caracterizaciones erróneas del trabajo de los críticos del Reino Unido fueron tan pronunciadas, y los insultos personales tan extremos, que algunos se vieron obligados a buscar asesoramiento legal. El editor de la revista exigió revisiones sustanciales antes de publicar la versión final en 2023. Por lo que sabemos, el preprint sigue estando disponible a través de la página Researchgate de Chapman.


[1] High Sensitive Person (en inglés)

[2] Introvert, Intuitive, Thinking Judgement (en inglés) lo cual se traduciría a Introvertida, Intuitiva, Pensamiento y Juicio, como adjetivos utilizados para definir el tipo de personalidad.

[3] Modernistas

[4] Power Threat Meaning Framework

[5] A Disorder 4 Everyone

[6] Mad in America, Mad in the Uk, y en general para lectores de Mad in the World.

La clínica es política. Entrevista con David Pavón-Cuellar

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Se muestra la portada desenfocada de varios libros, sobre estos destaca uno cuyo portada de color azul muestra en grande el nombre de Freud
Se muestra la portada desenfocada de varios libros, sobre estos destaca uno cuyo portada de color azul muestra en grande el nombre de Freud

Esta entrevista se da desde un intercambio vía e-mail, por lo que se parte de una serie de preguntas previamente armadas. Se toma como punto de partida el libro “Psicología Crítica: definición, antecedentes, historia y actualidad”. Sin embargo, las preguntas no se cierran únicamente a este texto, sino que buscan poder abarcar las nociones de la psicología crítica y el encuentro entre psicoanálisis y marxismo para poder llegar hasta el texto “Más allá de la psicología indígena: concepciones mesoamericanas de la subjetividad”.

El formato en el que se plantea la entrevista es a modo de conversación fantaseada, interrumpida por los lapsos de respuestas, por lo que finalmente se hacen algunos ajustes para poder tener una lectura más fluida.

David Pavón-Cuellar es doctor en filosofía por la Universidad de Rouen, y doctor en Psicología por la Universidad de Santiago de Compostela, es profesor-investigador titular en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo; es parte del Sistema Nacional de Investigadores, autor de más de 14 libros y de diversos artículos, su trabajo aborda los cruces entre la psicología crítica, el psicoanálisis y el marxismo. Director de la revista Teoría y Crítica de la Psicología y editor de Psychotherapy & Politics International, así como integrante de la Discourse Unit, del Critical Institute y la International Society of Theoretical Psychology.

Neuroautenticidad, neuroidentidades y la neuroindustria (Parte 3)

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En la imagen se ve de frente a distintas personas, todas ellas diferentes unas de otras, se representa distintos sexos, géneros, tonos de piel

Mad in America y Mad in the UK publican conjuntamente esta serie de cuatro partes sobre neurodiversidad. La tercera parte de esta serie sobre neurodiversidad consiste en un ensayo de un terapeuta que ha pedido permanecer en el anonimato por miedo a las consecuencias para su trabajo. Los editores de Mad in the UK escriben que en el Reino Unido existe la “probabilidad de una reacción violenta contra cualquier terapeuta que cuestione ideas y supuestos comunes en el campo de la neurodiversidad”.

En la Parte 1 y la Parte 2, argumentamos que el movimiento de la neurodiversidad, a pesar de sus intenciones originales, ha dado lugar a una serie de contradicciones que han creado división, reavivado el pensamiento y la práctica diagnóstica y perpetuado las ideologías neoliberales. En este blog, un terapeuta que trabaja con niños y jóvenes se explaya sobre algunas de estas preocupantes consecuencias, como la imposición de identidades, la cooptación del movimiento de la neurodiversidad para beneficio personal y profesional, las restricciones al trabajo terapéutico y el silenciamiento de las opiniones discrepantes. El autor escribe de forma anónima por miedo a las repercusiones de hablar abiertamente, pero, no obstante, desea aprovechar esta oportunidad para expresar su preocupación e indignación por lo que presencia a diario.

El artículo puede leerse en su idioma original en el enlace: Neuro-authenticity, neuro-identitites, and the neuro-industry, publicado por Mad in the UK el 29 de julio del 2024, la traducción al español se realizó por parte de Mad in México.

Neuroidentidades

Antes nos preocupaban las etiquetas.  Nos preocupaba el decir a una infancia que “alguna cosa” sería la que determinara su desarrollo en esa dirección, cerrando otras opciones. La teoría del etiquetado sugería que una etiqueta no sólo afectaría a la forma en que una infancia se veía a sí misa, sino también a la forma en que las personas de su entorno la veían y le trataban. Llevaría a la “exclusión”: la suposición de que, como la etiqueta explica el comportamiento o las experiencias de una persona, no hay necesidad de intentar comprenderla como un ser complejo.  Esto se aplicaba a toda una serie de etiquetas, no sólo a términos diagnósticos, sino también a descripciones de infancias como “problemática”, “superdotada”, “con talento” o incluso “tranquila”. Un diagnóstico psiquiátrico, un tipo especial de etiqueta, se consideraba generalmente indeseable, aunque a veces fuera necesario.

Esta posición se ha invertido por completo en el siglo 21st , con el crecimiento de la política de identidad. Este término describe cómo podemos hacer valer derechos y responsabilidades, o buscar justicia e igualdad, basándonos únicamente en características como la etnia, la orientación sexual o el género. A menudo se considera problemática porque su énfasis en los individuos puede desviar la atención de cuestiones sistémicas o estructurales más amplias, como la explotación y la desigualdad del neoliberalismo.

El énfasis actual en este tipo de identidades puede verse como una consecuencia de la fragmentación de las familias, las comunidades estables y los lugares de trabajo estables como consecuencia del neoliberalismo, y de la destrucción asociada de instituciones colectivas como los clubes de trabajadores, los clubes juveniles, los sindicatos y las iglesias. A medida que estas fuentes tradicionales de formación de la identidad han ido desapareciendo o perdiendo relevancia, la gente ha ido recurriendo cada vez más a otros recursos para establecer su sentido del yo.

Uno de los recursos a los que han recurrido los jóvenes (y también los adultos) es el diagnóstico psiquiátrico. Una identidad diagnóstica puede ser especialmente atractiva porque permite que nuestros diversos fracasos percibidos a la hora de cumplir con los estándares imposibles de los ideales neoliberales se transformen de forma muy específica en síntomas de TEA, TDAH o neurodiversidad. Esto parece proporcionar, como dijo un joven, “una forma fácil de huir del odio hacia uno mismo”.

Esto se ha visto facilitado y amplificado por las redes sociales. En palabras de una joven:

“Creo que las redes sociales han exacerbado esta necesidad de tener una identidad, porque de lo contrario no te verán y no tendrás una tribu, básicamente …. Estamos tan desesperados por encasillarnos, en términos de sexualidad, género, raza, clase. Creo que es agradable sentir que tienes una identidad sólida cuando en realidad no la tienes”.

Así, lo que antes se llamaban “etiquetas” o diagnósticos se han convertido en “identidades” y, como tales, se han vuelto validadoras, afirmadoras de la vida y preciadas. Veo las consecuencias de esto todos los días en mi trabajo clínico. Los “trastornos” psiquiátricos se consideran ahora una herramienta de autocomprensión. Ayer conocí a una madre que quiere diagnosticar autismo a su hija. No cambiará nada”, me dijo, “pero estamos desesperados por entenderla mejor y por que ella se entienda a sí misma”. La idea de que algunas personas sólo pueden ser comprendidas (y comprenderse a sí mismas) si reciben un diagnóstico psiquiátrico está muy extendida entre los padres con los que hablo. Ven este mensaje en la cultura que les rodea, tanto en las redes sociales como en los principales medios de comunicación.

Llevo trabajando en este campo gran parte de mi carrera, y en este tiempo he visto cómo ha cambiado radicalmente la forma de entender los diagnósticos del neurodesarrollo. Por ejemplo, el “enmascaramiento”[1] es la idea de que los jóvenes y los adultos pueden camuflar sus síntomas de TDAH o autismo, y así conseguir no ser diagnosticados durante años. Esto se ha definido como un problema, una forma en que los autistas se ven obligados a ocultar su auténtico yo con un gran coste personal. Me encuentro con padres que me cuentan que su hijo era sociable y aparentemente feliz durante toda la escuela primaria, pero ahora entienden que eso era una máscara y que el niño retraído y ansioso de hoy es más un reflejo de su auténtico yo. También me encuentro con padres que me dicen que su hijo parecía estar pasando un día estupendo y que participaba en todo, pero que saben que estaba “enmascarando como un profesional” porque al final del día se quedó sin fuerzas y tuvo una crisis. En lugar de ver esto como la respuesta natural de una infancia al final de un día agotador, creen que la felicidad durante el día era sólo una actuación.

Enmascarar es algo que todos hacemos. Aprendemos a no dejarnos llevar por nuestros impulsos y a actuar adecuadamente en situaciones sociales, aunque no nos salga de forma natural. Eso forma parte del crecimiento. Nunca he conocido a nadie de más de siete años, con o sin diagnóstico de autismo, que diga que es igual en todos los contextos, que no oculta sus reacciones instintivas en algunas situaciones. Nos comportamos de forma diferente en casa que en el trabajo o en la escuela. Algunos entornos exigen mucho más esfuerzo que otros para comportarse adecuadamente, y mantener esto durante demasiado tiempo puede pasar factura a cualquiera.

Sin embargo, cuando se trata de personas diagnosticadas de autismo, esta parte básica del ser humano se considera un problema. Hay una plétora de libros que aconsejan a los recién diagnosticados cómo “desenmascarar” su autismo (busque “desenmascarar el autismo” en Amazon para echar un vistazo rápido).

El requisito previo para que se produzca este desenmascaramiento es, por supuesto, la adopción de una etiqueta de diagnóstico psiquiátrico. Las redes sociales están llenas de mensajes extasiados de personas que dicen que por fin se sienten capaces de ser ellas mismas ahora que tienen su diagnóstico. Otros les felicitan con entusiasmo. Algunos se convierten instantáneamente en celebridades y consiguen contratos para la publicación de libros, mientras que otros ya tenían una exitosa carrera en los medios de comunicación y hacen documentales sobre la nueva visión que les da su diagnóstico. El mensaje es claro: hazte un diagnóstico y tu vida se transformará.  Bienvenido a la comunidad neurodivergente.

Neuroverdades (y ficciones)

A medida que el campo ha ido avanzando hacia el “paradigma de la neurodiversidad”, las etiquetas diagnósticas han adquirido un significado nuevo y altamente determinista. Los diagnósticos de lo que en el DSM-5 se denominan trastornos del neurodesarrollo (TDAH y TEA) se presentan como una verdad fundamental sobre quién eres. A quienes cumplen los criterios diagnósticos del autismo se les dice que su “neurotipo” es diferente de la norma y siempre lo será, y que tienen dificultades porque su cerebro no está adaptado al mundo “neurotípico”. Ya puedes comprarle libros a tu hijo diciéndole que está creciendo en “un mundo que no está hecho para él”. O que están ‘cableados de forma diferente’.  Estas características se consideran inamovibles, esenciales y determinadas por la neurobiología, que te atraviesan como la palabra escrita en piedra.

La neurohistoria es seductora. Ofrece una explicación sencilla que parece resolver todos los problemas de una persona. ¿Crees que no tienes tanto éxito como te gustaría? ¿La vida es demasiado dura? No es culpa tuya, es porque eres diferente y el mundo no está diseñado para ti. Y muchos psicólogos quieren ser vistos como progresistas e inclusivos, y por eso son extraordinariamente susceptibles de dejarse arrastrar por esto. Queremos sentirnos bien con lo que hacemos y, ahora mismo, mucha gente quiere ser neurodivergente. Les hace felices y se sienten mejor consigo mismos. Quizá no sorprenda que muchos adultos, incluidos psicólogos, se apresuren ahora a descubrir su propia “neurodivergencia”.

Un patrón predecible en este campo es que los profesionales que han trabajado con autismo o TDAH durante años tienen un momento de Damasceno, ven la luz y obtienen un diagnóstico. A menudo empiezan con el TDAH y un poco más tarde obtienen uno de autismo. Del mismo modo, ahora es habitual que toda la familia acabe identificándose como neurodivergente, después de que uno de los hijos reciba un diagnóstico. La culpa de lo difícil que puede ser la vida se achaca entonces a la marginación creada por los “neurotípicos”, a quienes aparentemente la vida les resulta mucho más fácil. Tu diagnóstico te otorga un estatus de minoría y oprimido, que en la década de 2020 tiene ventajas y poder social.

En cambio, nadie quiere ser neurotípico. Eso no conlleva ningún estatus.

El poder y la comunidad autista

En los últimos veinte años, Internet ha facilitado el desarrollo de la “comunidad autista”, formada en su mayoría por adultos con diagnóstico tardío. Esta “comunidad” tiene un enorme poder, porque el “consenso de la comunidad autista” se utiliza para definir las mejores prácticas, por ejemplo, en relación con el lenguaje, el diagnóstico y las intervenciones que deben ofrecerse a los niños que cumplen los criterios del autismo.  Las comunidades de las redes sociales son notoriamente susceptibles de influencia y control por parte de facciones o grupos minoritarios, y la comunidad autista no es una excepción. Ciertas verdades son inconfesables (por ejemplo, que los rasgos que conforman los criterios diagnósticos del autismo están repartidos entre la población y, por tanto, que muchas personas sin diagnóstico son “un poco autistas”). La “verdad aceptada” es que ser autista es como estar embarazada; o se es o no se es y no hay zona gris. Cualquiera que haya realizado evaluaciones diagnósticas sabe que no es así, pero decirlo provoca furia.

Este “consenso” significa que los adultos tardíos o autodiagnosticados en las redes sociales están decidiendo lo que debe hacerse con los niños, a menudo con muy poca experiencia de trabajo con niños y, en particular, ninguna experiencia con los que tienen discapacidades de aprendizaje adicionales. Su diagnóstico es su cualificación y les confiere una experiencia inmediata. Se supone que comparten la “experiencia vivida” con todos los demás que tienen el mismo diagnóstico, a pesar de que sabemos que estos grupos de diagnóstico no están unidos ni biológica ni psicológicamente.

En mi opinión, esto se manifiesta en la falta de reconocimiento de las diferentes formas en que un diagnóstico puede ser experimentado por el receptor. Por lo general, los adultos deciden solicitar un diagnóstico, pero a los niños se les impone, normalmente porque no cumplen las expectativas de comportamiento y desarrollo de los adultos. En consecuencia, su relación con el diagnóstico es diferente y, de hecho, puede disgustarles o rechazarlo. La comunidad de autistas diagnosticados tardíamente no reconoce este hecho y considera que debería ser la misma experiencia vital para todos los demás que para ellos. Los consejos que se dan carecen por completo de matices y de comprensión de las circunstancias individuales.

Un padre me describió cómo le habían dicho a su hijo de seis años que era autista y que ése era su neurotipo y siempre lo sería. Los defensores de los autistas le dijeron que había que informar al niño en el momento en que se lo diagnosticaran. Ahora siente que su vida nunca va a mejorar y parece alienada del resto de la familia, que le han dicho que son “neurotípicos”. Hace dibujos en los que está encerrada en un edificio con la etiqueta “Autismo” y todos los demás están en otro edificio, jugando. Algunos niños crecen con padres bienintencionados que les dicen que sus cerebros son diferentes a los de los demás y que el mundo no está hecho para ellos. Puede que les digan que son los únicos de la familia que tienen un cerebro diferente, mientras que sus hermanos son “neurotípicos”.

No sabemos cuál es el impacto de decir a los niños que están “conectados de forma diferente” a su familia y amigos, pero sí sabemos que un sentido de pertenencia es muy importante para los adolescentes en particular, y que decirles que sus diferencias están localizadas en su cerebro, y por lo tanto son inmutables, puede muy bien conducir a un sentimiento de desesperanza sobre la posibilidad de que la vida mejore a medida que crecen.

Tampoco sabemos cuáles son las implicaciones para aquellos niños a los que se les dice que son “neurotípicos” mientras que sus hermanos son “neurodivergentes”. ¿Qué ocurre cuando empiezan a tener dificultades cuando son adolescentes o adultos jóvenes? ¿Pueden estar predispuestos a pensar que debe ser culpa suya, porque como neurotípicos, el mundo está diseñado para ellos? A menudo, según mi experiencia, los hermanos o aquellos con varios amigos que se identifican como neurodivergentes obtienen su propio diagnóstico más adelante. Una vez más, se dice que “lo explica todo”. Hasta entonces habían estado enmascarando, por supuesto.

Implicaciones clínicas y neuroafirmación

Las consecuencias de estas nuevas narrativas sobre el autismo y el TDAH se manifiestan en la consulta, tanto en lo que se refiere a las evaluaciones diagnósticas como a la terapia.

Uno de mis supervisores evaluó a una adolescente sin antecedentes de comportamiento autista. Cuando se negó a dar un diagnóstico, sus padres se quejaron alegando que no entendía el enmascaramiento y el autismo femenino. Una psicóloga clínica muy experimentada me dijo que solía dar los diagnósticos con suavidad, dando por sentado que serían malas noticias, pero que ahora tiene que ser mucho más cuidadosa cuando le dice a alguien que no cumple los criterios, ya que a menudo se enfurecen. Ha recibido malas críticas de Google sobre su servicio y se han presentado quejas formales contra ella por negarse a diagnosticar a personas que no cumplen los criterios. Los usuarios del servicio le dicen que está utilizando criterios anticuados y que no entiende los puntos de vista modernos sobre el autismo y el TDAH.  Utiliza herramientas que se consideran el estándar de oro para evaluar si alguien cumple los criterios diagnósticos del DSM-5.

Cuando empecé a trabajar en un servicio de neurodesarrollo, hace muchos años, me dijeron que los padres podían necesitar tiempo para hacer el duelo al recibir un diagnóstico de por vida para su hijo. Ahora es más probable que el ambiente sea de alegría. Excepto para los que no reciben el diagnóstico. Para ellos es más bien un duelo.

La rápida adopción de un diagnóstico como identidad dificulta enormemente el trabajo clínico. Esto se debe a que la neurodivergencia está fuera del alcance de la exploración terapéutica habitual. Simplemente no podemos preguntar por qué, porque ya existe (aparentemente) una respuesta. Moverse nerviosamente en clase se debe a que el niño padece TDAH; enfadarse si un amigo nos ignora se atribuye a la “Disforia Sensible al Rechazo”; sentir ansiedad al salir de casa es “Evitación Patológica de la Demanda”; y así sucesivamente.  Todo tiene una etiqueta, y la etiqueta descalifica cualquier otra explicación. Los padres que me preguntan por el comportamiento de sus hijos suelen tener una larga lista de posibles diagnósticos que barajan: ¿podría ser autismo, TDAH, agotamiento autista, trastorno de conducta o incluso TLP?

Todo lo que se ha definido como parte de la “neurodivergencia” de una persona puede considerarse inmutable, tanto ahora como en el futuro. Me encuentro con jóvenes que me dicen que, como son autistas, no pueden seguir instrucciones, probar comida nueva o hablar con gente nueva. Creen que simplemente son así y que si intentan hacer algo de forma diferente estarían “enmascarando”. En consecuencia, ayudar a las infancias identificadas como neurodivergentes a desarrollar las habilidades que todas las infancias necesitan aprender puede parecer transgresor.  Los psicólogos “neuroafirmativos” escriben: El entrenamiento en habilidades sociales neurotípicas es totalmente rechazado por la comunidad autista y el paradigma de la neurodiversidad, donde se hacen comparaciones con la práctica de la terapia de conversión gay….. [este entrenamiento] anima a las personas neurodivergentes a ocultar su verdadero yo… y en su lugar promueve el enmascaramiento. Conduce a sentimientos interiorizados de vergüenza y capacitismo”.

La “comunidad autista” a la que se refieren es la comunidad autista en línea, con todos los problemas de control social y conformidad que implican las comunidades en línea. Sé que no todas las personas que cumplen los criterios diagnósticos del TEA están de acuerdo con las opiniones de “la comunidad autista”, porque me lo dicen en la sala de terapia. Pero nunca lo dirían en las redes sociales, porque saben qué tipo de reacción obtendrían.

La neuroafirmación puede descartar cualquier respuesta clínica excepto la afirmación, la validación y la organización de ajustes. Los significados personales que subyacen a estas reacciones, que podrían llevar a entenderlas de otra manera y así reducirlas o cambiarlas, quedan sellados tras el nuevo diagnóstico, que se supone debe convertirse en una identidad.

Hace sólo unos años, se aceptaba que las infancias tímidas se volvieran más extrovertidas con el tiempo y que las que eran muy activas de pequeñas fueran más capaces de concentrarse a medida que crecían. En lenguaje corriente, “se les pasa”. También se aceptó que todos necesitamos aprender lecciones difíciles sobre cómo interactuar con los demás, a través de la orientación parental y educativa. Ya no es así si una infancia ha sido identificada como neurodivergente. El enfoque neuroafirmativo insiste en la aceptación incondicional sin expectativas ni posibilidades de cambio. Suena bien, pero puede cerrar oportunidades de crecimiento.

El psiquiatra infantil Dr. Sami Timimi comparte mis preocupaciones:

“Los padres pueden sentir una nueva simpatía por sus hijos y los adultos pueden sentir que algo en su vida tiene ahora sentido. Pero ¿a qué precio? ¿Cuánto duran estos sentimientos iniciales de alivio? ¿Qué se pierde en la narrativa de esa persona cuando se utiliza una etiqueta que no puede explicar? … En mi consulta me encuentro a menudo con familias a las que se les ha diagnosticado autismo a un hijo, donde las cosas no han mejorado, donde los padres se sienten impotentes porque creen que no pueden tener la “pericia” para saber qué hacer y parece que no pueden encontrar a los “expertos” que sí la tienen. Me encuentro regularmente con jóvenes cuyos propios dilemas no son escuchados en su totalidad, donde se asume que se sienten como se sienten “porque son autistas”. Para algunas personas, el TEA es un boleto de derecho, que les da acceso a apoyos de aprendizaje (por ejemplo) que podrían ser útiles para otros niños a los que se les niega este apoyo porque no tienen “autismo”. Pero también veo ejemplos habituales en los que una etiqueta de autismo excluye a niños a los que podría ser útil darles apoyo porque, por ejemplo, ‘su ansiedad social se debe a que tienen autismo y no hay nada que podamos hacer al respecto’.”.

Un neurodiagnóstico como cualificación

Otra idea nueva es que lo ideal es que las personas que cumplen los criterios de un diagnóstico de neurodesarrollo sean atendidas por profesionales que a su vez tengan diagnósticos de neurodesarrollo. La teoría de la “doble empatía” sugiere que los autistas empatizan mejor con otros autistas, mientras que los no autistas no pueden empatizar con la experiencia autista. En la práctica, esto significa que un diagnóstico se ha convertido en equivalente a una cualificación. Es una forma de decir “yo entenderé a su hijo mejor que otras personas”.

Los psicólogos clínicos y los psicoterapeutas incluyen sus diagnósticos en sus perfiles profesionales, y en los sitios web más utilizados sólo aparecen los profesionales que se identifican como neurodivergentes. En los congresos, cada vez es más habitual que los profesionales empiecen su intervención revelando sus propios diagnósticos y hablando de la perspectiva que esto les proporciona. La “coproducción” implica incluir siempre a quienes se identifican como neurodivergentes como “expertos por experiencia”. Aquellos quw piensan en la diferencia de otras maneras y podrían ser críticos con el sistema de diagnóstico no son incluidos. Su experiencia vivida y sus conocimientos no cuentan.

La teoría de la doble empatía aplicada a la neurodiversidad no tiene sentido si aceptamos que la categoría “neurodivergente” no es fiable y que las diferencias que describe son dimensionales, no categóricas. Para creer que los autistas empatizan mejor con los autistas, mientras que los no autistas empatizan mejor con los no autistas, primero debemos aceptar que la agrupación diagnóstica “TEA” identifica algo fundamental de una persona que comparten todos los que cumplen los criterios diagnósticos. Debemos aceptar que, por el hecho de recibir un diagnóstico de autismo, una persona será capaz de empatizar con todos los demás que hayan recibido el mismo diagnóstico. No hay pruebas de ello.

No obstante, he oído que se anima a los padres a hacer todo lo posible por encontrar un profesional con su propio diagnóstico de autismo o TDAH para que realice una evaluación de su hijo. Por supuesto, esto significa que es poco probable que encuentren a alguien que hable con ellos sobre las desventajas del diagnóstico: han preseleccionado (a menudo sin darse cuenta) a alguien que considera que un diagnóstico es una forma beneficiosa de entenderse a sí mismos y a los demás.

Oscurecer contextos más amplios

Como ya se argumentó en las partes 1 y 2 de esta serie, etiquetas como autismo y TDAH tienen el efecto general de individualizar las respuestas de las personas a los contextos sociales, lo que ocurre en las escuelas, donde la narrativa de la neurodiversidad cumple exactamente la misma función que el modelo médico al que algunos defensores dicen oponerse. Esto sucede en las escuelas, donde la narrativa de la neurodiversidad desempeña exactamente la misma función que el modelo médico al que algunos defensores dicen oponerse. El best-seller de Heidi Mavir, Tu hijo no está roto, describe cómo su hijo Theo, que antes había sido feliz en la escuela primaria, encontró una escuela secundaria con 2.200 alumnos completamente abrumadora y empezó a negarse a asistir. La explicación que busca Mavir, y que acaba encontrando, es que Theo tiene un autismo no reconocido previamente, que estaba enmascarando hasta ese momento, y que ahora se encuentra en una situación de “agotamiento autista”.

En otras palabras, el problema no es que los enormes centros de secundaria sean lugares estresantes y abrumadores para muchos niños, el problema es que Theo es neurodivergente. El mundo no está hecho para él.

Curiosamente, cuando se le preguntó: “¿Qué crees que debe cambiar en las escuelas ordinarias para que se adapten al autismo? Theo respondió: “Tienen que cambiar en general. No están hechas para nadie. Para ser justos, no creo que a nadie le vaya bien en una escuela ordinaria”. Muchas investigaciones respaldan su afirmación; está claro que los entornos educativos difíciles someten a todos los jóvenes a una enorme presión. Nuestro sistema educativo actual da prioridad a los resultados de los exámenes. Compara constantemente a los jóvenes entre sí y los somete a una intensa presión. Estas circunstancias provocan angustia, no porque algunos de los niños sean “neurodivergentes”, sino porque no son condiciones saludables para que los jóvenes crezcan.

Las interpretaciones individualizadas (como la que Mavir encontró para su hijo) nos alejan de la necesidad de factores causales sistémicos y de un cambio sistémico, y nos dirigen hacia adaptaciones individualistas: pausas para moverse, juguetes inquietantes, perros de terapia y “zonas tranquilas” para los que tienen un diagnóstico, por ejemplo. En lugar de trabajar para cambiar un sistema escolar que no funciona para muchos jóvenes, decimos que los jóvenes neurodivergentes no encajan en el sistema y que ellos (y sólo ellos) necesitan algo especial y diferente.

La neuroindustria

Declararse “neuroafirmante” es la nueva forma de demostrar que se es un profesional progresista y de ideas correctas, y muchos se describen ahora a sí mismos como tales. La neuroafirmación no está bien definida. Para algunos, significa simplemente utilizar un lenguaje no patologizante, mientras que para otros significa adherirse a toda una ideología y a una narrativa de opresión de los neurodivergentes por parte de los neurotípicos. Se mire como se mire, inevitablemente, en línea con las exigencias del neoliberalismo, ha surgido una industria de la neurodiversidad para sacar provecho (literal y metafóricamente) del movimiento.

Han surgido servicios de diagnóstico que prometen un enfoque positivo del diagnóstico, basado en los puntos fuertes, para quienes tienen dinero para pagarlo. Son explícitos en que lo que realmente ofrecen es una transformación personal, diciendo (por ejemplo) que un diagnóstico de autismo puede explicar quién eres y ayudarte a sentir que perteneces a algo, e incluso “liberarte de luchar en la vida”.

En este contexto, no es de extrañar que los adultos (en su mayoría mujeres) acudan en masa a los servicios privados que han surgido para satisfacer la necesidad de evaluación. Ahora es posible obtener un “diagnóstico afirmativo de neurodiversidad” que promete centrarse en tus puntos fuertes y ayudarte a sentirte bien contigo mismo.  No está claro si alguna vez se le dice a alguien que no cumple los criterios diagnósticos o si “afirmativo” significa en realidad “aceptaremos su autoevaluación sin más”.

AdultAutism.ie está a la vanguardia del “diagnóstico neuroafirmativo” y su personal ha escrito un manual sobre el tema. Venden diagnósticos de autismo a adultos, pero prefieren hablar de “identificación autista colaborativa” porque, en sus palabras: “Con nuestro enfoque progresista y de afirmación de la neurodiversidad, reconocemos que el lenguaje y los conceptos mismos de “evaluación” y “diagnóstico” quizá sean inadecuados en última instancia para captar adecuadamente el viaje y la alegría del descubrimiento autista”.”.

A través de este proceso, las personas pueden ser “descubiertas como autistas” por 1.100 euros. Aunque reniegan del lenguaje patologizante, su perspectiva del diagnóstico es la más determinista posible. Para ellos, es algo intrínseco a la persona que espera ser descubierto e identificado, no una construcción social creada por un comité de psiquiatras.

El lenguaje que utilizan suena inclusivo y de aceptación y, me atrevería a decir, ligeramente seductor. No se habla de la realidad del sistema de diagnóstico psiquiátrico y de cómo está diseñado para identificar una “deficiencia clínicamente significativa” en el funcionamiento (DSM-5) en lugar de la alegría y el descubrimiento. Venden diagnósticos mientras ocultan la realidad de un sistema de clasificación basado en el déficit y el trastorno. Esto no cuestiona el statu quo de ninguna manera significativa.

La neuroafirmación tiene un lado controlador.  Un artículo reciente del personal de “AdultAutism”[2] identifica una larga lista de cosas que los profesionales deben hacer (como rechazar invitaciones para hablar en conferencias en favor de colegas autistas, considerar que los documentos son inherentemente parciales si no están escritos por personas autistas y desafiar siempre a las personas que no utilizan un lenguaje que da prioridad a la identidad). El artículo también define los objetivos clínicos. Los autores afirman: Fomentar una identidad autista positiva debería ser el objetivo número uno de todos los profesionales que trabajan en este ámbito”. No se reconoce en absoluto que éste no sea un objetivo que todos los clientes deseen. Si se obtiene un diagnóstico, la identidad debe venir después.

¿Diagnósticos sin patología?

Uno de los criterios diagnósticos del DSM-5 es el más problemático para quienes diagnostican al tiempo que afirman rechazar el lenguaje patologizador del diagnóstico. Esto se debe a que no se le puede dar un sentido positivo. Es la siguiente: “Los síntomas causan un deterioro clínicamente significativo en el ámbito social, laboral u otras áreas importantes del funcionamiento actual”. Demostrar el deterioro, en comparación con otras personas, es una parte importante del modelo de diagnóstico psiquiátrico.

Muchos de los adultos a los que se diagnostica actualmente tienen éxito objetivamente, a menudo con sus propias familias y carreras profesionales. Entonces, ¿cómo diagnosticarles una deficiencia significativa cuando no lo parecen? La solución, una vez más, es el enmascaramiento. La persona dice que siente que la vida es más dura para ella que para los demás y que tiene que esforzarse más que los demás para ocultar su auténtico yo autista, y los profesionales neuroafirmativos, al parecer, aceptan esto como una deficiencia significativa. De este modo, adultos altamente cualificados y con éxito pueden optar a un diagnóstico que originalmente estaba destinado a personas con dificultades graves y duraderas de funcionamiento. Es una forma de apropiación del diagnóstico.

Mientras tanto, ese diagnóstico ofrece ventajas sociales. Las personas para las que esto es cierto suelen ser diagnosticadas en la edad adulta. Rara vez tienen problemas de aprendizaje, y la mayoría no pasó su educación en colegios especiales. Su nuevo diagnóstico puede mejorar su perfil profesional, donde se convierten instantáneamente en expertos en neurodiversidad. Al cabo de unos años, dan conferencias magistrales sobre cómo son realmente el autismo y el TDAH, al menos desde su propia perspectiva.

Profesionales que llevan más de 30 años trabajando en este campo me cuentan que se han sentido presionados para obtener un diagnóstico para ellos mismos, porque saben que les ayudaría en su carrera. Una académica me contó que la habían excluido de la autoría de un libro porque se había decidido que sólo debían incluirse personas con “experiencia vivida”. Otra me contó que sus diapositivas para un programa de formación fueron revisadas por un experto por experiencia que se opuso a que utilizara los términos y criterios diagnósticos del DSM-5 (TEA), ya que estaban “centrados en el déficit” y “desfasados”. También le sugirieron que sustituyera “diagnosticado de autismo” por “reconocido como autista”, ocultando la realidad de lo que estaba ocurriendo. Estos cambios lingüísticos hacen que sea imposible criticar el proceso de diagnóstico, porque el lenguaje oculta la realidad. Es como si pensaran que prohibiendo palabras como “déficit” y “deficiencia”, el diagnóstico dejará de ser patologizante, sin ningún cambio más profundo.

Neurodefensa

Otro tipo de mercantilización procede de personas que se describen a sí mismas como “defensores de los autistas”. Se han erigido en expertos no regulados, prometiendo explicar a padres desesperados cómo es el autismo “desde dentro”. Venden costosos cursos en línea, clases magistrales y consultas privadas, y sus conocimientos se basan explícitamente en su diagnóstico y en la experiencia vivida. Algunas de ellas se han establecido como influyentes en las redes sociales, y otras han conseguido contratos para libros con títulos como “La guía definitiva sobre el TDAH femenino” o “Desenmascarándome a mí misma”.

Algunos de estos defensores tienen una forma novedosa de diagnosticar el autismo: “reconocen” a las personas como autistas cuando sienten afinidad con ellas. Como dice una figura destacada en el prólogo de Your Child is Not Broken: “Cuando reconozco a una persona autista, reconozco su fuerza, identifico a alguien que ha seguido adelante, contra todo pronóstico. Veo y oigo. Percibo la dulzura unida a un enfoque de la vida sin tonterías. Sé que he encontrado a mi neuropariente”. En su opinión, los traumas generacionales, las adicciones, los trastornos alimentarios y la violencia familiar se deben a que “nuestros antepasados no saben quiénes son”.

Este “reconocimiento” es muy poderoso. Varias personas me han dicho que están seguras de que soy neurodivergente. Es halagador. Sé que están diciendo que sienten una conexión conmigo que no sería posible si fuera ‘neurotípica’. La primera vez que me pasó, me planteé buscar un diagnóstico, “por ver”, y entonces leí el ADI-R[3] para comprobar la realidad. Las preguntas estaban tan alejadas de la “identidad y cultura” que describían los defensores que parecía otro mundo. Su visión del autismo es algo totalmente distinto a las dificultades sociales, de comunicación y de comportamiento descritas en el DSM-5. Para ellos, se trata de algo esencial para la vida. Para ellos, se trata de una forma de ser esencial que reconocen en los demás y que les libera para vivir sus vidas de la forma que quieren. Es un matrimonio muy difícil con los criterios de diagnóstico psiquiátrico y no está claro si se refieren a lo mismo.

Como los defensores no están regulados, pueden decir lo que quieran sin temor a represalias. Literalmente, no hay nadie a quien quejarse ni código ético. Dicen lo que les da la gana. Una defensora afirma en su material de marketing que la esperanza de vida media de los autistas es de 38 años, lo cual no es cierto, pero aterroriza a los padres. He asistido a cursos en línea de una destacada defensora en los que se compartía información completamente errónea sobre el autismo y perspectivas muy negativas sobre los investigadores del autismo como si fueran hechos. Nadie decía nada. Definitivamente, en el ambiente no se podía cuestionar nada.

Los defensores lideran la estricta vigilancia del uso del lenguaje en las redes sociales. Como profesional, aprendes rápidamente que hay cosas que no se pueden decir, aunque figuren en los criterios de diagnóstico. Organizaciones como la National Autistic Society han publicado directrices sobre cómo se debe hablar del autismo. El lenguaje debe ser “primero la identidad”, es decir, “persona autista”, no “persona con autismo”. No se permite mencionar “trastorno” ni “déficit”, aunque ambas palabras estén ocultas a plena vista en el acrónimo “TDAH”. Las etiquetas de funcionamiento (alto o bajo) están prohibidas, ya que los defensores del “alto funcionamiento” (pero no podemos mencionarlo) argumentan que se utilizan para desestimar las necesidades del “alto funcionamiento”, que también puede necesitar apoyo, y para rebajar las expectativas del “bajo funcionamiento”.

Aunque sin duda etiquetar a las personas como de alto o bajo funcionamiento tiene sus inconvenientes, no puedo evitar pensar que también es una forma cómoda de ocultar la realidad de que el nuevo movimiento de neurodiversidad está impulsado en su totalidad por los “de alto funcionamiento”. Cuando no se nos permite describir la realidad, ésta se vuelve invisible. Nadie puede garantizar que se incluyan las voces de las personas de bajo funcionamiento cuando no se nos permite referirnos a un nivel de funcionamiento. En Estados Unidos, el Consejo Nacional de Autismo Grave defiende exactamente eso. Se trata de una organización de padres con hijos autistas y gravemente discapacitados. Parece que su “experiencia vivida” importa menos que la experiencia vivida por los demás y son vilipendiados periódicamente en las redes sociales. Mientras tanto, los médicos de los servicios de discapacidad intelectual del Reino Unido informan de que cada vez es más difícil preservar los recursos para los más necesitados, frente a la defensa asertiva de aquellos cuyas voces son más fuertes y elocuentes.

Si no estás de acuerdo con algunos de estos defensores, recurrirán a las redes sociales. Se han cerrado proyectos de investigación a gran escala a través de vociferantes campañas en las redes sociales en las que estaba claro que las personas que se quejaban no entendían completamente la naturaleza y el propósito de la investigación. He visto fotos de diapositivas de conferencias publicadas para ridiculizarlas porque utilizan términos como “discapacidad social” o “riesgo de desarrollar autismo” (lo que se considera que implica que el autismo es algo negativo y, por tanto, no es neuroafirmativo). A menudo se trata de presentaciones de investigadores noveles, para quienes la primera experiencia de presentar en una conferencia académica resulta extremadamente difícil.

Cuando uno de los principales investigadores sobre autismo del Reino Unido, el profesor Simon Baron-Cohen, habló de su deseo de dividir la categoría diagnóstica del TEA (porque actualmente es tan heterogénea que resulta imposible planificar la investigación o los servicios), fue acusado en las redes sociales de tener “las manos manchadas de sangre”. Según los activistas, cualquier reducción de los criterios aumentaría el riesgo de que las personas que no pueden obtener un diagnóstico se suiciden. Conozco psicólogos que han abandonado la profesión porque dicen que es imposible investigar en este ambiente. Una investigación de calidad podría generar conclusiones que los defensores no quieren oír.

Diagnóstico del Yo auténtico

Entonces, ¿qué es ese yo auténtico que un neurodiagnóstico aparentemente libera a una persona para ser? ¿Han dado los constructos culturales de la sociedad neoliberal occidental del siglo XXI con una verdad universal sobre lo que significa ser humano? ¿Pueden achacarse los problemas y traumas de generaciones anteriores a la falta de diagnósticos de autismo, como sugieren algunas personas influyentes? ¿Es realmente cierto que un diagnóstico de autismo es un “renacimiento”? En el discurso neuroafirmativo, el DSM-5 ha ascendido al nivel de un texto religioso. Del mismo modo que un sacerdote da una bendición, se puede dar un diagnóstico y toda la vida de una persona queda redimida. Ya no están “rotos”, son autistas.

El DSM-5 no se diseñó para que las personas pudieran renacer. No tiene sentido que el reconocimiento del auténtico yo requiera un diagnóstico de neurodesarrollo. Con su dependencia del determinismo y las categorías del “neurotipo”, la neurodiversidad es una perspectiva medicalizada del auténtico yo y, por lo tanto, una perspectiva de la que se puede sacar provecho. En línea con los valores culturales neoliberales occidentales del siglo XXI.

El neuroparadigma es extremadamente poderoso. A los que intentan desafiarlo se les dice que sus opiniones son perjudiciales o que son ignorantes, y estoy seguro de que la gente dirá exactamente lo mismo sobre este artículo. Las verdades se han convertido en indecibles, por ejemplo, la realidad de que un diagnóstico psiquiátrico es una cuestión de trazar una línea donde no existe ninguna en la naturaleza, y que algunos niños, de hecho, “superan” comportamientos, incluidos los que podrían hacer que se les diagnosticara TDAH o TEA. Cualquier clínico con experiencia lo sabe, pero ahora muchos no lo dicen. En lugar de ello, ceden a la presión social para conformarse. Todo el mundo detecta cada vez más autismo y TDAH en las personas que les rodean y en ellos mismos. Y una vez que se dan estos diagnósticos, son para toda la vida. Son una etiqueta que se pega, por diseño. Lo “normal” se reduce cada día más.

Mientras todo el mundo celebra estas neuroidentidades, la medicalización de la existencia humana ordinaria continúa a buen ritmo, apenas disfrazada de aceptación del yo auténtico. No podemos preguntarnos por la motivación de quienes venden diagnósticos con la excusa del reconocimiento. No podemos preguntarnos si un diagnóstico te convierte realmente en un experto sobre todos los demás que cumplen los criterios. No podemos hacernos preguntas más importantes sobre los contextos sociales en los que ha surgido este movimiento. Y, sobre todo, en este nuevo mundo feliz no hay espacio para quienes prefieren entender sus diferencias sin etiquetas. Tu divergencia debe encajar en una categoría psiquiátrica (autoidentificada o no), o no cuenta.

Todo esto conduce a un clima de miedo. Miedo a la vergüenza pública y a los ataques en las redes sociales, a la defensiva y al ataque en lugar de a la reflexión. Es este clima el que me obliga a escribir de forma anónima. Espero que los lectores de MIA y MITUK[4] sean una excepción y aprovechen la oportunidad para reflexionar detenida y críticamente sobre las cuestiones cruciales planteadas en este blog.

Bibliografía

Johnstone, L (2022) A straight talking introduction to psychiatric diagnosis (2nd edn). Monmouth: PCCS Books

Mavir, H (2023) Su hijo no está roto. (Prólogo: Kirsty Forbes) Londres: Pan Macmillan

Milton, D. E. M. (2012). Sobre el estatus ontológico del autismo: El ‘problema de la doble empatía’. Discapacidad y Sociedad, 27(6), 883-887.


[1] Masking, por su término en inglés.

[2] Autismo Adulto, se refiere al sitio web mencionado anteriormente.

[3] Entrevista para el Diagnostico del Autismo

[4] MIA: Mad in America y MITUK: Mad in The Uk

Género y psiquiatría: Emociones patologizadas

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Mano de madera con símbolo de género femenino, sobre fondo rosa
Mano de madera con símbolo de género femenino, sobre fondo rosa

Como Phyllis Chesler nos advertía, ya en 1974, el sesgo de género ha acompañado al poder psiquiátrico a lo largo de su historia. Años más tarde, en 2005, en la última edición comentada de Women and Madness, la autora insistía en la persistencia de ese sesgo, que aún hoy, 50 años después, parece permanecer inalterado. En ese mismo espacio se situaron autoras como Ussher, Caplan, Margot Pujal y tantas otras. Con sus diferencias y matices, todas confluyen en un mismo punto, los problemas y malestares de género producen sufrimientos profundos. Estos sufrimientos dejan marcas en nuestros cuerpos y en nuestros comportamientos. Frente a una situación de violencia, de déficit de reconocimiento, de asedio moral o sexual, inevitablemente tendremos alguna dificultad para conciliar el sueño o, al contrario, dormiremos demasiado; nos sentiremos culpadas o inseguras por no haber podido responder como hubiéramos deseado; tendremos poca voluntad de alimentarlos o comeremos sin parar. Lo cierto es que, en nuestra “cultura de diagnóstico”, todos esos comportamientos y emociones serán traducidos como síntomas de algún trastorno mental tipificado en el DSM.

Cuando se trata de entender los conflictos y malestares que mujeres y disidencias viven en su día a día, sorprende la inmediatez con que esos sufrimientos son transformados en diagnósticos y polidiagnósticos. Entre las mujeres, los trastornos de humor y de alimentación triplican a los diagnósticos atribuidos a los hombres. Para entender los motivos de esa brecha, de ese sesgo de género, es necesario salir del marco definido por el modelo centrado en la enfermedad y substituirlo por un modelo que sea capaz de integrar y entender los conflictos, las redes de poder, las situaciones concretas que provocaron, en cada caso, esos sufrimientos.

La actual cultura del diagnóstico ha impregnado nuestros modos de ser y estar en el mundo, llevando, muchas veces a un reduccionismo explicativo de nuestra subjetividad, por el cual se define nuestro self en términos de neuronarrativas, atravesadas por etiquetas psiquiátricas. Vemos así, cada vez con mayor frecuencia, a mujeres que definen su identidad, en redes sociales o en espacios colectivos, por la mediación de un diagnóstico: soy depresiva, soy bipolar, soy autista. Como si esa etiqueta pudiese resumir toda su existencia y toda su historia.

La ausencia de perspectiva de género en el campo de la psiquiatría se observa cada vez que se desconsideran situaciones de violencia psicológica, física o sexual como causas de sufrimientos y se apela a explicaciones basadas en desequilibrios neuroquímicos o en causas genéticas. Pero existen también otras situaciones que provocan sufrimientos profundos para las mujeres, las rupturas amorosas, los desencuentros afectivos, la entrega a los ideales de ese amor romántico, que aún no hemos podido deconstruir.

Estrellas paridas por Dioses

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Vemos a Rita, con una blusa amarilla y una falda morada, parada en medio de un pastizal, frente a ella se aprecia el abierto del cielo de un azul profundo. Imagen correspondiente al documental "La mujer de estrellas y montañas" tomada de: https://ambulante.org/catalogo/la-mujer-de-estrellas-y-montanas

El paradigma en salud occidental ha ido de la salud pública a la salud comunitaria. Por tanto, avala o promueve acciones que responden a las propuestas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) discutidas desde la Conferencia de Alma Ata (1978) hasta nuestros días. Pero, particularmente por lo que hace a Latinoamérica, involucra también a la desmanicomialización propuesta por la Declaración de Caracas (1990) y surgida de la “Conferencia de Reestructuración de la Atención Psiquiátrica en América Latina” en Caracas, Venezuela, organizada por la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y otras entidades. Al margen de los avances que pudiera reportar esta última plataforma, por mi parte yo me sumo a la crítica que se le hace a la desmanicomialización, sobre atomizar el manicomio en lugar de lograr un cierre efectivo de instituciones.

Por su parte México, mediante la reforma de 2022 a la Ley General de Salud, reinició lo que hasta ahora parece una inconclusa reforma en salud mental. Entre otras cuestiones, se supone que planea redirigir los esfuerzos institucionales a la prestación de “servicios en la comunidad”. Este proceso de transición legal y social, en determinados aspectos, atiende a la Convención sobre Derechos de las Personas con Discapacidad como marco legal para un discurso sobre derechos humanos en salud mental y vida en comunidad.

Así pues, mientras algunos se cuestionan o abogan sobre los servicios en cuestión, por mi parte considero relevante reflexionar sobre cómo son o serán las comunidades, aquellas que son o serán las receptoras de los servicios bajo el formato de comunitarios.

La guía de Craig Lewis para sobrevivir a lo imposible. Reseña

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Son varias las lecturas que tuve que hacer de la guía de Craig, leyéndola como si se tratará a veces de una guía (como su nombre lo indica), en otras ocasiones me encontré leyéndola como si de un poema se tratara, como si fuera una conversación con alguien cercano. En cada lectura me encontré en la búsqueda de darle distintos sentidos, queriendo encontrar alguna respuesta, pero en muchas otras ocasiones terminé encontrando más preguntas que respuestas.

Al momento de sentarme a escribir, sigo pensando aún en cómo abordar esta propuesta que Craig nos presenta, ¿cómo debe de leerse o cómo debe entenderse un trabajo que aborda un tema tan complejo?, a pesar del reto y lo complicado del mismo esta guía ofrece una lectura sencilla para un tema sumamente complicado como lo es el dolor, el abuso y el sufrimiento.

Incluso ahora, al pensar sobre que decir acerca del trabajo que Craig ha realizado me resulta sumamente complicado, el resumir toda una experiencia, no solo la que Craig comparte durante sus páginas sino aquella que resulta del proceso de reflexión que nos deja su lectura.

El trabajo de Craig mantiene una cierta cualidad del espíritu punk y su DIY (Do it yourself – Hazlo tu mismo) no solo en la producción de este libro, sino en la idea misma que se mantiene a lo largo del trabajo, al mostrarnos la posibilidad de la recuperación como un acto de transformación y revolución radical.

Derecha o Izquierda: ¿A quién pertenece realmente la crítica de la sobremedicalización?

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Se ven dos pies, frente a estos se encuentran dibujadas dos flechas en tono amarillo, una apunta a la izquierda y otra a la derecha

Texto publicado originalmente por Mad in America https://www.madinamerica.com/2024/09/right-wing-or-left-wing-who-really-owns-the-critique-of-over-medicalisation/ traducido al español por parte de Mad in México

En los últimos meses ha resurgido un antiguo debate en el ámbito de la salud mental, que ha generado discusiones volátiles en las redes sociales y en la prensa. Este debate gira en torno a la crítica de la sobremedicalización y si esta crítica sirve realmente al bien público. Tradicionalmente, esta crítica ha sido utilizada por activistas y académicos de izquierdas para abogar por una atención a la salud mental más despatologizada, humana y psicosocialmente informada. Sin embargo, en la actualidad algunos políticos y comentaristas de derechas también emplean esta crítica, a veces para argumentar en contra de la prestación de cualquier tipo de atención. Esto ha causado confusión entre los profesionales y los usuarios de los servicios, dejando a muchos con la incertidumbre de si alinearse con esta crítica o no.

Para aclarar esta confusión, esbozaré aquí dos críticas distintas a la sobremedicalización que ponen de relieve la creciente división entre las perspectivas de izquierdas y de derechas. Comprendiendo estas diferencias, podemos navegar mejor por el debate y determinar cuál es nuestra posición en relación con ambas posturas.

Neurodiversidad: ¿Somos todos neurodivergentes hoy en día? (Parte 2)

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En la imagen se ve de frente a distintas personas, todas ellas diferentes unas de otras, se representa distintos sexos, géneros, tonos de piel

 John Cromby y Lucy Johnstone

La política no reconocida de la neurodiversidad

Nota del editor: Mad in the UK y Mad in America publican conjuntamente esta serie de cuatro partes sobre neurodiversidad. La serie ha sido editada por los redactores de Mad in the UK y escrita por John Cromby y Lucy Johnstone. Puede consultar la primera parte  aquí.

En el blog anterior, intentamos dar una visión general del reciente campo de la neurodiversidad, en rápida expansión, y esbozamos algunos de sus principios clave, retos y contradicciones. En este blog, examinaremos más detenidamente las experiencias que con más frecuencia se consideran ejemplos de neurodiversidad: las que reciben la etiqueta de autismo/trastorno del espectro autista: TEA; o TDAH; o a veces ambos (para los que ha surgido el término compuesto AuDHD).

En primer lugar, señalaremos que todos estos fenómenos han surgido en las sociedades capitalistas occidentales. Algunos historiadores y estudiosos sugieren que esto no es una coincidencia; la propia disciplina de la psiquiatría, sostienen, surgió como respuesta a la necesidad de barrer a las personas que eran víctimas de la creciente industrialización en los siglos XVIII y XIXth . Etiquetarlas como “enfermas” justificaba su internamiento en manicomios, lo que ayudó a aplacar la disidencia. Calificarlos de “enfermos” justificaba su internamiento en manicomios, lo que contribuyó a aplacar la disidencia ante los enormes cambios sociales (véanse aquí, aquí y aquí).

Reconocer esto no es idealizar las sociedades agrarias preindustriales, ni las culturas indígenas y no occidentales, que tienen sus propias tensiones y limitaciones características. El capitalismo fomenta la mejora de la productividad y la eficiencia y, junto con la ciencia moderna, impulsa la innovación y el desarrollo tecnológico. Muchos de los productos y tecnologías resultantes, en campos como el transporte, el saneamiento y la medicina, representan enormes avances que pueden mejorar potencialmente el bienestar de todos.

Sin embargo, en los últimos años los problemas de salud mental se han convertido en la principal fuente de discapacidad en el mundo, lo que se corresponde aproximadamente con la extensión de la industrialización. El aumento ha sido especialmente rápido en las últimas décadas bajo la forma actual de capitalismo, que los analistas denominan neoliberalismo. En el Reino Unido, el gobierno de Thatcher de 1979 fue el primero en aplicar políticas económicas y sociales neoliberales a gran escala; en Estados Unidos fue la administración Reagan de 1981.

Incluso antes del neoliberalismo, la desigualdad social bajo el capitalismo implicaba una peor salud física y mental. Pero desde que el capitalismo neoliberal ha sido adoptado -en el Reino Unido, Estados Unidos y otros países, y por partidos de todo el espectro político- ha ido acompañado de una creciente ola de miseria. Lo que puede ser bueno para la economía no es necesariamente bueno para nuestras comunidades o para la tranquilidad individual. Creemos que es imposible entender la reciente marea creciente de angustia en general, o el movimiento de la neurodiversidad en particular, sin situar estos fenómenos en el contexto más amplio de las políticas, prácticas y valores neoliberales.