Un giro de 180 grados: la perspectiva en primera persona
Hasta el momento, los movimientos y perspectivas descritas han sido protagonizados por profesionales de la psiquiatría o la psicología. A medida que estos movimientos se han ido agotando o estancando, han ido surgiendo diferentes experiencias de activismo en primera persona o activismo loco.[1] .Que quiere decir ≪en primera persona≫? Significa que los afectados son los que más conocen su problemática y que, por este motivo, reclaman su legitimidad y toman la iniciativa. En la práctica, se trata de grupos y propuestas en las que el peso no recae en profesionales ni en familiares, sino en las propias personas con sufrimiento psíquico[2]. Este nuevo protagonismo es de vital importancia para comprender el activismo contemporáneo en salud mental, puesto que ha dado un vuelco a los discursos anteriores. De objetos pasivos a sujetos activos, de repetir discursos a elaborar los suyos propios. Trataré de sintetizar sus características más importantes a partir de aquí.
Crítica a los familiares
La perspectiva en primera persona ha resituado a la familia, analizándola desde dos puntos de vista: como espacio de cuidado y desde la óptica de las asociaciones de familiares.
En primer lugar, se ha elaborado un replanteamiento de la familia como espacio de cuidado. Existe un reconocimiento hacia el apoyo que pueden proporcionar los parientes, ya que, en muchas ocasiones, generan entornos de comprensión y suponen un lugar seguro. Sin embargo, esto no siempre es así. Una parte de las personas con sufrimiento psíquico han visto en sus familiares un factor promotor del malestar antes que del bienestar. Este entorno tiende a otorgar a los profesionales de la salud mental una legitimidad que no le otorgan a sus seres queridos. De este modo, cuando la opinión de los profesionales es contraria a la de la persona con sufrimiento psíquico, las familias tienden a posicionarse a favor de los profesionales. Para muchos activistas, sus parientes han sido una extensión de los profesionales, puesto que a menudo cumplen funciones similares (por ejemplo, en la administración de la medicación o en el control de las conductas). Esto es debido a la creencia de que los especialistas tienen las respuestas adecuadas o el saber correcto acerca del sufrimiento psíquico. Lo que se critica no es que se ejerza cierta cantidad de control en determinadas circunstancias (a veces puede ser necesario), sino que habitualmente se lleve a cabo de una forma desproporcionada, inflexible o paternalista. También puede darse la situación de que algún familiar tenga un interés particular en mantener sin vida propia a la persona con sufrimiento psíquico. Por ejemplo, padres que temen que sus hijos se vayan de casa o inicien relaciones de pareja, familias que viven de una pensión o que presentan una inercia de infantilización muy fuerte.
Además, el entorno familiar puede ser el escenario en el que han sucedido los traumas de la infancia y la adolescencia. Abusos sexuales, maltrato, negligencia, frialdad emocional, abandono, sobreprotección o critica extrema son algunos ejemplos de experiencias que pueden traducirse en problemas de salud mental. No hay espacio para desarrollar las implicaciones que el modelo del trauma tiene para el campo de la salud mental. Sin embargo, si que es importante señalar lo poco que es tenido en cuenta y la escasa conciencia de las propias familias sobre el potencial traumatizante que poseen.
En segundo lugar, se critica a las asociaciones de familiares debido a la invisibilización que ejercen sobre las personas con sufrimiento psíquico. Dentro de estas mismas entidades, son los familiares los que detentan la mayor parte del peso en la toma de decisiones, por lo que se llevan a cabo más actividades enfocadas a ocupar el tiempo libre que a la reflexión o a la elaboración de reivindicaciones. En las ocasiones en las que si que se han planteado reclamos, estos se han propuesto en términos cuantitativos (más profesionales, más presupuesto en salud mental, más centros, etc.), dejando de lado aspectos cualitativos (eliminar practicas coercitivas, sobremedicación, replanteamiento de los roles familiares, debate, etc.). Esta invisibilización ha llevado a que, en ocasiones, los familiares se posicionen como víctimas de unas instituciones que no les escuchan. Sin menospreciar la carga que el sufrimiento psíquico puede suponer para una familia, este protagonismo implica una confusión fundamental en relación con el motivo por el cual se realizan las reivindicaciones y en cuanto a quienes son las personas verdaderamente afectadas.
Redefinir el estigma
Podemos decir que hay dos concepciones acerca del estigma. Por un lado, encontramos la definición tradicional, que considera que se trata de un conjunto de prejuicios e ideas equivocadas acerca de los problemas de salud mental[3]. Esta interpretación es un lugar común en el que convergen todo tipo de instituciones, asociaciones y colectivos. Forma parte de la cultura de la salud mental, debido al consenso social que la acompaña. Hasta el biologicista más recalcitrante, que utilice la expresión ≪enfermedad mental≫ y defienda la sobremedicación, estará también a favor de la ≪lucha contra el estigma≫ si es en estos términos.
Por tanto, se trata de un campo lleno de frases hechas, que dejan fuera del análisis el contexto social. El estigma en salud mental ha ido variando a lo largo de la historia: por ejemplo, hace siglos se consideraba que las personas locas estaban poseídas por el demonio. En cambio, en otras épocas y/o culturas no ha existido el estigma como tal, asumiendo que las personas con visiones tenían el don de realizar premoniciones o hablar con los dioses. Hemos visto como en muchos manicomios se encerraba a personas con alcoholismo y a personas locas, que compartían el estigma por motivos diferentes. Por tanto, este último está condicionado por la forma que adopta en cada sociedad y se manifiesta cuando se requiere excluir cierta clase de comportamientos. Las conductas son seleccionadas en función del contexto histórico, social y cultural. Hoy en día, una persona que estuviera hablando sola acerca de Dios seria señalada, pero no porque se la considerase peligrosa, sino porque no encaja con el comportamiento cívico. Hace unas décadas, las opiniones al respecto habrían sido más variadas y no hubiera existido una perspectiva uniforme. Las creencias religiosas tenían un peso social muy diferente y el comportamiento cívico obedecía a otros criterios.
También hay que tener en cuenta que algunos de los factores que contribuyen al estigma son producidos por el propio sistema de salud mental. No hay que olvidar que muchos diagnósticos se utilizan de forma peyorativa. La esquizofrenia es un diagnóstico, pero también se ha convertido en un insulto y en una palabra acompañada de connotaciones negativas. Lo mismo sucede con la noción de ≪enfermedad mental≫. En ambos casos hay una defensa férrea de la legitimidad de la palabra, en lugar de analizar el modo en que el lenguaje cambia e incide de diferentes maneras en el campo de la salud mental. Por su parte, la medicación (y, especialmente, sus efectos secundarios) afecta a las emociones, la sociabilidad, la concentración y el cuerpo de las personas que la toman. Es decir, produce una serie de efectos visibles que delatan a la persona como alguien ≪con problemas≫. Resulta llamativa la poca presencia de este tipo de cuestiones en la mayor parte de campanas contra el estigma, o en círculos profesionales. Se interviene como si el estigma fuese independiente de las condiciones sociales y una mera colección de malentendidos.
En consecuencia, el activismo en salud mental ha encontrado en la lucha contra el estigma un campo en disputa. Se considera que el estigma está sujeto a las condiciones sociales, económicas y culturales; es achacable a una pérdida de derechos, o a un entramado de relaciones de poder, no a una serie de malentendidos acerca de lo que implica el malestar psíquico. Por ejemplo, una medida habitualmente reivindicada por las asociaciones de familiares para luchar contra el estigma es el acceso al trabajo asalariado. Desde el activismo en primera persona, en cambio, se habla del contexto neoliberal y sus exigentes condiciones como el verdadero causante de la exclusión del mundo laboral. El objetivo, por tanto, no es conseguir un nicho de trabajos reservado a personas con sufrimiento psíquico, sino que el trabajo para estas últimas sea consecuencia lógica de unos derechos laborales compartidos. Del mismo modo, elegir no trabajar debería ser una opción legitima, sin considerarse como una derrota o tener como consecuencia una infantilización o dependencia.
Otro papel para los profesionales
Respecto a los profesionales, hay una amplia disparidad de opiniones. Se trata de un tema controvertido[4]. Y esta controversia no es infundada, puesto que son quienes hacen funcionar el campo de la salud mental, y todo lo que se diga sobre ellos es determinante. En este sentido, el activismo en primera persona se atreve a cuestionar sus prácticas y a exigir cambios. Al fin y al cabo, son expertos en las disciplinas psi, que no es lo mismo que ser experto en sufrimiento psíquico. De este modo, se reclama legitimidad para reflexionar, opinar y decidir sobre aquello que les afecta directamente. Algunos ejemplos de propuestas de cambio son: no sobremedicar, incluir cuestiones relacionadas con el contexto social en la terapia, tratar de evitar ingresos hospitalarios por todos los medios, dejar de imponer visiones reduccionistas, replantear las relaciones de poder, eliminar las estrategias coercitivas, dejar de tener una visión paternalista, respetar las decisiones de la persona, etc.
Sin embargo, también existe una conciencia de las limitaciones que los profesionales tienen en sus puestos de trabajo. Esto sucede debido a varios factores. En primer lugar, las reflexiones acerca de las practicas del sistema de salud mental tienen todavía que tomar forma entre este colectivo. Son pocas, abstractas y, por lo general, son recibidas con muy poco interés. También hay que tener en cuenta que los cambios pueden amenazar sus puestos laborales y esto implica reticencias. Además, los profesionales trabajan en un sistema amplio y edificado sobre unas estructuras muy rígidas, por lo que, observados desde un punto de vista macro, todos los cambios serán necesariamente pequeños. Por último, no hay una tradición de lo colectivo en el ámbito de la salud mental, no existen espacios para cuestionar o reflexionar de forma real y sin intereses de por medio. En mi experiencia, la primera reacción de los especialistas cuando conocen las iniciativas del activismo en salud mental es la sorpresa, más que la de sentirse atacados.
En este punto, podría afirmarse que las opiniones se dividen en dos propuestas de actuación. Una los invita a cambiar sus prácticas. La otra plantea que lo único que pueden hacer es dejar sus puestos de trabajo, ya que esta defiende que los sistemas de salud mental deben desaparecer. La mayor parte de activistas no ven contradicción entre ambas, y consideran que pueden pedirse transformaciones realistas y posibles a corto plazo, a la vez que se trabaja para conseguir grandes cambios (se traduzcan en un desmantelamiento del campo de la salud mental o no). Algunos profesionales afines al activismo han decidido abandonar sus puestos de trabajo debido a las contradicciones que les generaba su rol y la escasa posibilidad de introducir modificaciones. Otros permanecen en ellos, intentando impulsar esa transformación, con todas las dificultades y limitaciones que hemos mencionado. También los hay que han dejado el sistema público, pero continúan buscando otros formatos en lo privado. No existen recetas definitivas y las líneas del debate continúan abiertas.
Tomar el espacio público
A diferencia de los movimientos anteriores, el activismo en primera persona utiliza la movilización y la presencia en el espacio público para plantear sus reivindicaciones. En Chile, esta forma de protesta tiene un amplio protagonismo. Por ejemplo, dos veces al año se realizan actos de protesta contra el electroshock delante de un hospital psiquiátrico; algunos colectivos participan en manifestaciones llevando pancartas y panfletos que visibilizan cuestiones relacionadas con la salud mental. Entre ellos, destacamos el colectivo No es lo mismo ser loca que loco, que se suma a las manifestaciones feministas, o la campana ≪Por una niñez libre de drogas psiquiátricas≫, que se une a las movilizaciones en contra de las malas condiciones en los centros de menores.
Al situarse en el espacio público, el activismo en el campo de la salud mental reivindica una serie de elementos de manera directa, pero, además, de forma no tan explicita, se pone en el punto de mira de la justicia social. Movilizarse y protestar en el espacio público envía un mensaje de urgencia, conflicto y gravedad de la situación. De este modo, el debate acerca de como mejorar la atención en salud mental se aleja de la perspectiva estrictamente técnica o científica. En su lugar, se ponen cuestiones relacionadas con los derechos humanos, el abuso de poder y la libertad de las personas.
Por otro lado, el espacio público siempre ha sido un lugar lleno de dificultades para las personas con sufrimiento psíquico o experiencias inusuales. Se trata de un entorno en el que muchas han encontrado conflictos y han sentido limitado su derecho a estar. De este modo, la presencia (o la ausencia) de personas con sufrimiento psíquico en el espacio público pone en cuestión la libre circulación y muestra las pequeñas fronteras que impiden el paso a determinadas personas. Otorgarse el derecho a ocuparlo, y hacerlo en términos de protesta y movilización, dinamita esas pequeñas fronteras y rompe con la ilusión de que el espacio público es público.
Análisis de las relaciones de poder
El manicomio era el lugar en el que sucedían las practicas más evidentemente represivas y cargadas de poder. En la actualidad, se dan varios factores que han allanado el paso a un análisis más complejo de las relaciones de poder en el ámbito de la salud mental. Uno de los factores principales es que, si bien el manicomio no ha desaparecido como tal, su uso se ha visto disminuido. Esto ha supuesto una diversificación de dispositivos, acompañada de una amplia variedad de prácticas. Donde antes estaba solo el manicomio, ahora hay psicoeducación[5],5 talleres grupales, grupos familiares, psicoterapia, etc. Puesto que todas estas prácticas han derivado del manicomio, es necesario reflexionar sobre si el fin del encierro implica automáticamente el logro de la libertad.
Podemos decir que, en el terreno de la salud mental, coexisten dos maneras de ejercer poder. La primera son las practicas explícitamente coercitivas: ingresos forzosos, atar a la cama, sobremedicar, etc. En cuanto a la segunda, su característica principal es que es difícil de detectar, ya que sucede en relaciones y espacios poco asociados a un ejercicio de autoridad. Esto abre una serie de lecturas acerca de quien detenta el poder, y como lo hace, que prestan atención a los actos cotidianos, incluyendo aquellos de carácter bienintencionado, dado que estos suceden entre roles que parten de una posición desigual. De hecho, solamente tienen sentido en esos roles. Así, el poder también puede ser ejercido por un profesional con buenas intenciones, pero que no es consciente de que esta actuando desde una posición paternalista. Otro ejemplo es el de la psicoeducación, porque supone imponer una determinada perspectiva acerca del propio sufrimiento. Sin una desigualdad fundamental entre el rol de profesional y el rol de paciente, estas prácticas no tendrían sentido o se considerarían indignas. Una relación de poder, enmascarada y diluida las convierte en lógicas y razonables.
Desde otro enfoque, las relaciones de poder pueden analizarse como origen y/o factor potenciador del sufrimiento psíquico. Existen innumerables investigaciones que conectan experiencias de opresión social con malestar psíquico; de hecho, la opresión siempre conlleva cierto ejercicio de poder. Experiencias de racismo, machismo, migración, desempleo o dificultades económicas se han vinculado con una mayor presencia de sufrimiento psíquico. Algunos activistas plantean la existencia del ≪cuerdismo ≫, que sería aquel sistema que otorga poder y privilegios a las personas cuerdas sobre las personas locas[6].
Desde la perspectiva en primera persona, el poder se recibe de primera mano. Por tanto, es lógico que se estén redefiniendo los criterios para considerar lo que es un ejercicio de poder y lo que no. Al reajustarse la línea que los separa, se producen resistencias por parte de las personas que mantienen los criterios anteriores. Concretamente, los individuos que ejercen el poder tienden a defender su derecho a hacerlo con diversos argumentos, entre los cuales podemos destacar cuatro:
- Paternalismo, que consiste en señalar que el ejercicio de poder es indispensable para el bienestar de la persona.
- Desconocimiento, que implica remarcar que no es poder lo que está teniendo lugar, sino otra cosa (cuidado, preocupación, etc.).
- Obligación, que consiste en indicar que ciertas prácticas de poder se ejercen porque se están obedeciendo ordenes de una escala superior en la jerarquía.
- Exageración, que consiste en señalar a las personas con nuevos criterios como exageradas o excesivamente sensibles.
Dicho todo esto, me gustaría señalar que otra consecuencia de vivir el poder en las propias carnes es que la experiencia cambia tanto las formas de analizarlo como las maneras de expresar los análisis. En muchas ocasiones, no se efectúa necesariamente con las mismas formas y herramientas habituales de otros movimientos sociales ―—a través de textos teóricos y de lenguaje innecesariamente enrevesado—, sino mediante la construcción de una sensibilidad y una mirada nuevas en las que este análisis esta incorporado. En este sentido, creo que se trata de una manera de aterrizar en lo concreto algo que, de otro modo, quedaría en un plano exclusivamente abstracto o académico. Las lecturas sobre el poder se realizan desde una perspectiva subjetiva, cotidiana y basada en la propia experiencia. Lo que para algunas personas es un ejercicio de poder, puede no serlo para otras. Hay quien ve necesaria cierta cantidad de poder, mientras que hay quien trata de erradicarlo en su totalidad. Así, se trata más de una constelación de análisis que permiten un debate sobre el poder que de un relato único con unas conclusiones que repetir. Otros movimientos sociales pueden aprender de este enfoque. Creo que devolver el debate a un plano en el que cualquiera puede aportar y permitir el acceso al cuestionamiento (en lugar de dificultarlo) es una buena manera de contrarrestar la omnipresencia de los formatos de reflexión academicista.
Conexión con otros colectivos sociales
Como consecuencia lógica de todo lo que estamos viendo, el activismo en primera persona está tratando de vincularse con otros colectivos sociales que sufren situaciones de desigualdad. Hasta el momento, considero que —como veremos más adelante— el movimiento social con el que más está acercando posturas es el feminismo. Por otra parte, también se están produciendo una serie de diálogos con otros colectivos sociales no del todo organizados como tales, como puede ser el de las personas abusadas sexualmente en la infancia. Esto está suponiendo que los análisis se crucen, y se aporten de este modo perspectivas que los enriquecen mutuamente. Siguiendo el ejemplo mencionado, las personas que han sufrido abuso sexual infantil son proclives a manifestar sufrimiento psíquico, mientras que muchas con sufrimiento psíquico han sido víctimas de abuso sexual o de otro tipo durante su infancia. Estas tienen así la posibilidad de compartir vivencias que pueden haber sido similares, como el silenciamiento, los sentimientos de vergüenza, la experiencia de ≪salir del armario≫ o la pelea por la legitimidad del relato propio.
Este reconocimiento entre grupos tiene que ver con varios factores. Uno ya lo hemos apuntado: el sufrimiento psíquico está presente en la realidad cotidiana de la mayor parte de los colectivos en situación de desigualdad. No es de extrañar que haya un interés mutuo a la hora de intercambiar herramientas, compartir análisis y plantear reivindicaciones conjuntas. Otro factor son las formas de opresión compartidas. Una de las experiencias más habituales es el bloqueo de la posibilidad de producir discursos propios. Un ejemplo muy claro lo presenta la lucha de las personas trans contra la despatologización de la transexualidad: tanto las personas trans como aquellas con sufrimiento psíquico ven como sus voces son puestas en cuestión, mientras que se confiere legitimidad a los discursos psiquiátricos y psicológicos. Todavía sorprende que aparezca en un medio de comunicación una persona con problemas de salud mental hablando de salud mental, o una persona trans hablando de transexualidad, en lugar de que lo haga un médico, una psiquiatra o un psicólogo.
Apropiarse del lenguaje
Otro aspecto fundamental del enfoque en primera persona es que está construyendo un lenguaje propio, un lenguaje que cada persona adapta a sus necesidades y formas de entender el sufrimiento psíquico. Por ejemplo, como alternativa a la expresión ≪enfermedad mental≫ suelen utilizarse diferentes conceptos como ≪sufrimiento psíquico≫, ≪malestar psicológico≫, ≪malestar emocional≫, ≪locura≫, ≪diversidad mental≫ o ≪problemas de salud mental≫. también hay algunas alternativas al termino ≪paciente≫ o ≪usuario/a≫, como por ejemplo ≪persona diagnosticada≫, ≪loca≫, ≪superviviente de la psiquiatría≫ o ≪psiquiatrizada≫. Cada cual decide que expresión utiliza para describir su experiencia. Además, el uso de estos términos tiene como consecuencia un desplazamiento importante. Pone el foco en la experiencia de la persona y abre la posibilidad a la autogestión. Desde el enfoque biologicista y su utilización del apelativo ≪enfermedad mental≫, las experiencias tienen una explicación, pero no un significado propio. Al definirlas como ≪sufrimiento psíquico≫ (u otro termino), se admite, precisamente, que no existe una explicación cerrada y definitiva.
El hecho en sí de que se estén proponiendo y la posición desde la que se hace ya son importantes. Tradicionalmente, la mayor parte del lenguaje en salud mental ha sido producido por las disciplinas psi. Cuando estas ponen nombres a las experiencias de sufrimiento psíquico, no están realizando una propuesta en pie de igualdad con otros puntos de vista. La cultura de la salud mental las ha dotado del poder suficiente como para que sean las que establezcan los únicos términos correctos, convirtiendo a la persona que no los acepta en irracional. Por ejemplo, la palabra ≪esquizofrenia≫ es una propuesta de estas disciplinas, pero tiene más poder que otros nombres indicados por otras perspectivas, como ≪locura≫ o ≪escucha de voces≫. Este poder proviene de una cultura de la salud mental que considera que la mente debe ser cosa de un conjunto de especialistas, que son los únicos legitimados para hablar sobre el sufrimiento psíquico y, por lo tanto, para nombrarlo.
En este sentido, puesto que la imposición de un lenguaje es una forma de poder, proponer otras formas de llamar a las experiencias supone un desafío a este poder. Este reto se realiza mediante tres estrategias:
- La primera es incluir palabras que no estaban en el campo de la salud mental. Un ejemplo es el termino ≪apoyo mutuo≫, cuya puesta en circulación propone una nueva relación en términos de cuidado y horizontalidad.
- La segunda estrategia es la de sustituir unos términos por otros. Un ejemplo viene del movimiento Hearing Voices y su propuesta de sustituir ≪esquizofrenia≫ por ≪escucha de voces≫.
- La última estrategia es la de resignificar términos. Es decir, utilizar la misma palabra, pero cambiando su significado. Cómo veremos más adelante, el ≪orgullo loco≫ es el mejor ejemplo de esta estrategia, puesto que la palabra ≪loco/a≫ pasa de ser un insulto a una subjetividad reivindicable cargada de dignidad.
La cuestión del lenguaje está muy presente porque permite dotar de significado a las experiencias que se están teniendo. Gran parte de las reflexiones del activismo en salud mental tiene que ver con los términos que se utilizan y sus consecuencias. No es lo mismo considerarse esquizofrénico que persona con creencias inusuales o percepciones no compartidas, por señalar dos términos alternativos. Tampoco es lo mismo considerarse TLP (trastorno límite de la personalidad) que una persona con alta intensidad emocional o superviviente de un trauma. Buena parte de lo que sucede en el campo de la salud mental está sustentado en palabras cargadas de ideas preconcebidas y significados implícitos. Apropiarse del lenguaje es apropiarse de estos significados y abrir la posibilidad de reflexionar sobre las experiencias de una manera más libre. La idea no es proponer un nuevo catálogo de términos. Antes bien, se trata de plantear que el lenguaje no debe ser inmóvil y que puede ser una herramienta abierta, no cerrada.
Algunas consecuencias
Todo esto supone que los profesionales y familiares deben suspender el control, escuchar, compartir información, replantear su autoridad y establecer un dialogo de igual a igual, en una posición de horizontalidad. En pocas palabras: perder poder y pasar a un segundo plano. En muchas ocasiones, esto ha generado resistencias. La mayor parte de reticencias a escuchar a los activistas en primera persona provienen de comprobar como sus propuestas rompen con inercias históricas y desplazan los posicionamientos convencionales. Muchos profesionales y familiares han visto en este nuevo tipo de activismo una amenaza a la rutina en la que estaban instalados. Las reacciones han sido de diferentes tipos. La más habitual, o que a mí me lo ha parecido, es el paternalismo: por ejemplo, apoyar la propuesta de palabra, pero no en los hechos o considerar que es una idea ingenua o utópica, recibiéndola con humor y superioridad. Muchos optan por señalar que esta perspectiva es una moda. La mayor parte no declaran una opinión ni un posicionamiento claro, sea porque no están acostumbrados a involucrarse en debates, sea porque no han llegado a conocer bien estas perspectivas.
Otra consecuencia esencial de la emergencia del activismo en primera persona es que algunos de los planteamientos críticos que ya venían haciéndose cobran una mayor importancia, mientras que otros pasan a un segundo plano. Dar valor a la propia experiencia ha resituado la prioridad dada a algunas iniciativas realizadas desde los ámbitos profesionales en etapas anteriores. Un ejemplo es el de la lucha contra ciertas prácticas como las contenciones mecánicas en España o contra el electroshock en Chile, cuya necesidad y urgencia no se habían planteado como hasta ahora. Las personas con malestar psíquico sufren directamente estas prácticas, por lo que desde el principio han sido puestas en el foco por el activismo en primera persona.
También ha habido un cambio de prioridades respecto a la necesidad de la antipsiquiatría y la contrapsicología de encontrar nuevas teorías y escuelas terapéuticas. La perspectiva en primera persona pone en tela de juicio la terapia en sí, entendiendo que es una herramienta útil en ciertas circunstancias, pero también que la salvación no está en encontrar la corriente terapéutica definitiva. Es habitual que las terapias humanistas, o con un trasfondo esotérico, se consideren más cercanas a una perspectiva de liberación, mientras que aquellas con un enfoque cognitivo-conductual se asocien más al control social. En realidad, se trata de luchas de poder entre las propias escuelas terapéuticas; algunas se visten de corrientes liberadoras y otras de corrientes normalizadoras, para dar la sensación de que unas tienen más conciencia social que las otras. Sin embargo, cada vez se pone más énfasis en que el vínculo terapéutico en sí mismo es una relación de poder (elegida o no), y que una determinada corriente, ya sea mayoritaria o minoritaria, no la acerca más a la horizontalidad. Para la cuestión que nos ocupa, más importante que su enfoque terapéutico es la comprensión de las dinámicas de poder que genere la persona terapeuta. Por su parte, muchas de las herramientas desarrolladas desde el activismo en primera persona no tendrán que ver necesariamente con eliminar experiencias de sufrimiento psíquico ni con una perspectiva de curación. En su lugar, se propone compartir estas experiencias, encontrarles un significado y aprender a relacionarse de una forma diferente con ellas.
Por último, otra de las consecuencias es que algunas propuestas de la perspectiva en primera persona están siendo integradas en los sistemas de salud mental. Así, cada vez es menos raro ver que se organizan GAM[7] en centros de salud mental, o escuchar a profesionales que hablan de factores sociales para elaborar sus explicaciones sobre el sufrimiento psíquico. Para el activismo esta es una cuestión a debate, ya que puede considerarse que si estas iniciativas se incluyen en el sistema de salud mental pierden su potencial transformador. Este riesgo es muy real, puesto que dicha inclusión suele realizarse como si las iniciativas fuesen un modelo más que implementar según convenga y no en función de una lectura crítica sobre el funcionamiento global del sistema de salud mental. Por otro lado, puede pensarse que este tipo de planteamientos dentro de dicho marco pueden suponer un trato más humano hacia las personas, por lo que puede ser adecuado, incluso en términos de supervivencia. Como hemos señalado respecto a otros procesos, el debate está abierto.
Tomado de: Erro, J. (2021). Pájaros en la Cabeza. Activismos en salud mental desde España y Chile. Ed. Virus Editorial.
Agradecemos a Javier Erro por su autorización para la reproducción de este texto.
Nota: Se tomó la decisión de dividir este texto en dos partes debido a la extensión del mismo, a modo de que pueda facilitarse la lectura del texto.
[1] Por el momento, me he encontrado con ambos términos por igual. No obstante, he de señalar que no todos los activistas se identifican con el termino ≪loco≫ o ≪loca≫. Hay personas que no se consideran locas, debido a que su problemática esta más relacionada con aspectos emocionales que con percepciones o creencias acerca de la realidad. Otras no se sienten identificadas con este término, porque lo consideran estigmatizador y no se encuentran cómodas utilizándolo. Por esta razón, pese a que usare ambas terminologías, he preferido emplear en mayor medida el de ≪en primera persona≫.
[2] Es necesario distinguir las expresiones ≪activismo en primera persona≫, activismo profesional≫ y ≪activismo en salud mental≫. El primero hace referencia a discursos y propuestas elaborados por personas que se basan en su propia experiencia con el sufrimiento psíquico. El activismo profesional es el que realizan los propios profesionales, como hemos visto en los ejemplos de la antipsiquiatría y la contrapsicología, aunque en la actualidad está tomando otras formas. En cuanto al activismo en salud mental, englobaría los dos anteriores e incluiría a colectivos mixtos, en los que activistas en primera persona comparten espacio con profesionales, familiares u otros individuos interesados. Son los más comunes, y en ellos las ratios de profesionales y activistas en primera persona varían. En todos los colectivos mixtos que he podido conocer, se ha tenido en cuenta el riesgo de que los profesionales lleven la voz cantante y reproduzcan la invisibilización de las personas con sufrimiento psíquico. La razón de que le dedique un apartado al activismo en primera persona es que los sujetos son las personas directamente afectadas, lo que les da mayor legitimidad. Además, los activistas en primera persona, en colectivos mixtos o no, son los que están impulsando las iniciativas más interesantes.
[3] Algunas de estas ideas son que la persona loca es violenta, que es incapaz de trabajar, que vive completamente ajena a la realidad, que no tiene etica o moral, que no puede llevar las riendas de su propia vida, etc. No es tanto que estas ideas nunca sean ciertas, sino que se considera que siempre lo son.
[4] Debo advertir que, al ser profesional, he escrito este apartado con especial inseguridad. Hay que tener en cuenta que el debate acerca de los profesionales en círculos activistas cambia frecuentemente las tendencias. En consecuencia, he intentado trazar simplemente algunas ideas generales.
[5] El termino ≪psicoeducación≫ hace referencia a una parte habitual en los protocolos de los dispositivos de salud mental especialmente utilizado para las patologías calificadas como ≪graves≫. En principio, consiste en dar información a la persona con sufrimiento psíquico acerca de lo que le está sucediendo. Sin embargo, suele criticarse que, en la práctica, la información que se ofrece es exclusivamente biologicista, que excluye otros enfoques, que impide a la persona generar un relato propio y cuyo objetivo prioritario es conseguir la adherencia al tratamiento, es decir, que la persona no deje de tomarse la medicación.
[6] En este sentido, una perspectiva interesante es el marco Poder-Amenaza-Significado, que analiza precisamente estas cuestiones y proporciona una gran Cantidad de investigaciones al respecto. Puede ahondarse en el, en el siguiente enlace: https://primeravocal.org/el-marco-de-poder-amenaza-y-significado/
[7] Grupo de Apoyo Mutuo